Teatro crítico universal - Benito Jerónimo Feijoo
Teatro Crítico Universal.
Benito Jerónimo Feijoo
Benito Jerónimo Feijoo
Tradiciones populares
Disertación sobre la Campana de Velilla
Reflexiones críticas sobre el escrito antecedente
Chistes de N
Razón del Gusto
El no sé qué
Causas del Amor
Remedios del amor
Honra y provecho de la agricultura
El teatro crítico universal
SELECCIÓN
Benito Jerónimo Feijoo
[Texto basado en la edición de Pamplona de 1785.
Tomo V. Páginas 371-395][350]
Tradiciones populares
§. I
1. La regla de la creencia del vulgo es la posesión.
Sus ascendientes son sus oráculos, y mira como una
especie de impiedad, no creer lo que creyeron aquellos.
No cuida de examinar qué origen tiene la noticia:
bástale saber que es algo antigua para venerarla,
a manera de los egipcios que adoraban el Nilo, ignorando
dónde o cómo nacía, y sin otro conocimiento
que el que venía de lejos.
2. ¡Qué quimeras, qué extravagancias no se conservan
en los pueblos a la sombra del vano pero
ostentoso título de tradición! ¿No es cosa para perderse
de risa el oír en éste, en aquél y en el otro país,
no sólo a rústicos y niños, pero aun a venerados
sacerdotes, que en tal o tal[351] parte hay una mora
encantada, la cual se ha aparecido diferentes veces?
Así se lo oyeron a sus padres y abuelos, y no es
menester más. Si los apuran, alegarán testigos vivos
que la vieron, pues en ningún país faltan embusteros
que se complacen en confirmar tales patrañas. Supongo,
que en aquellos lugares del cantón de Lucerna,
vecinos a la montaña de Fraemont, donde reina
la persuasión de que todos los años en determinado
día se ve Pilatos sobre aquella cumbre vestido de
juez, pero los que le ven mueren dentro del año, se
alegan siempre testigos de la visión, que murieron
poco ha. Esto, junto con la tradición anticuada, y el
darse vulgarmente a aquella eminencia el nombre de
laMontaña de Pilatos, sobra para persuadir a los
espíritus crédulos.
§. II
3. Cuando la tradición es de algún hecho singular
que no se repite en los tiempos subsiguientes, y de
que, por tanto, no pueden alegarse testigos, suple
por ellos para confirmación, cualquiera vestigio
imaginario, o la arbitraria designación del sitio donde
sucedió el hecho. Juan Jacobo Scheuzer, docto
naturalista, que al principio de este siglo o fines del
pasado hizo varios viajes por los montes Helvéticos,
observando en ellos cuanto podía contribuir a la
historia natural, dice que hallándose en muchas de
aquellas rocas varios lineamentos que rudamente
representan o estampas del pie humano o de algunos
brutos, o efigie entera de ellos, o de hombres (del
mismo modo que en las nubes, según que variamente
las configura el viento, hay también estas representaciones),
la plebe supersticiosa ha adoptado
varias historias prodigiosas y ridículas a aquellas
estampas, de las cuales refiere algunas. Pongo ésta
por ejemplo: hay en el cantón de Uri un peñasco,
que en dos pequeñas cavidades representa las patas
de un buey. Corre junto a él un arroyo llamadoStierenenbach,
que en la lengua del país significaArroyo
del Buey, o cosa semejante. ¿Qué dicen sobre[
352] esto los paisanos? Que en aquel sitio un
buey lidió con el diablo, y le venció; que lograda la
victoria, bebió en el arroyo con tanto exceso que
murió de él, y dejó impresos los pies de atrás en la
roca.
4. He oído varias veces, que sobre la cumbre de
una montaña del territorio de Valdeorras hay un
peñasco donde se representan las huellas de un caballo.
Dicen los rústicos del país que son del caballo
de Roldán, el cual desde la cumbre de otra montaña,
puesta enfrente saltó a aquella de un brinco, y de
hecho llaman al sitioel Salto de Roldán. De suerte
que estos imaginarios, rudos y groseros vestigios,
vienen a ser como sellos que autorizan en el estúpido
vulgo sus más ridículas y quiméricas tradiciones.
5. Los habitadores de la isla de Zeilán están persuadidos
a que el paraíso terrestre estuvo en ella. En
esto no hay que extrañar, pues en aun algunos doctores
nuestros se han inclinado a pensar lo mismo,
en consideración de la singular excelencia de aquel
clima, y admirable fecundidad del terreno. Pero
añaden los de Zeilán una tradición muy extravagante
a favor de su opinión. En una roca de la montaña
de Colombo muestra una huella, que dicen ser del
pie de Adán; y de un lago de agua salada que está
cerca, afirman que fue formado de las lágrimas que
vertió Eva por la muerte de Abel. ¡Raro privilegio
de llanto, a quien no enjugaron, ni los soles ni los
vientos de tantos siglos!
6. Igualmente fabulosa y ridícula, pero más torpe y
grosera, es otra tradición de los mahometanos, los
cuales cerca del templo de Meca señalan el sitio
donde Adán y Eva usaron la primera vez el derecho
conyugal, con la individual menudencia de decir,
que tal montaña sirvió a Eva de cabecera, que los
pies correspondieron a tal lugar, a tal las rodillas,
etc., en que suponen una estatura enormísimamente
grande a nuestros primeros padres. ¡Bellos monumentos
para acreditar más bellas imaginaciones![
353]
§. III
7. Parece que en las tradiciones que hasta ahora
hemos referido se ve lo sumo a que puede llegar en
esta materia la necedad del vulgo. Sin embargo, no
han faltado pueblos que pujasen la extravagancia y
el embuste a los nombrados. Los habitadores de la
ciudad de Panope, en la Focide, se jactaban de tener
algunos restos del lodo de que Prometeo formó el
primer hombre. Por tales mostraban ciertas piedras
coloradas, que daban con corta diferencia el mismo
olor que el cuerpo humano. ¡Qué reliquias tan bien
autorizadas y tan dignas de la mayor veneración!
Puede decirse que competían a estos aquellos paropamisas,
de quienes cuenta Arriano, que mostrando
a los soldados de Alejandro una caverna formada en
una montaña de su país, les decían que aquélla era la
cárcel donde Júpiter había aprisionado a Prometeo,
si acaso no fueron autores del embuste los mismos
soldados de Alejandro.
8. Los cretenses, aún en tiempo de Luciano fomentaban
la vanidad de haber sido Júpiter compatriota
suyo, mostrando su sepulcro en aquella isla, sin
embarazarse en reconocer mortal a quien adoraban
como Dios. Pedro Belonio, viajero del siglo XVI,
halló a los de la isla de Lemos tercos en conservar la
antiquísima tradición, (siendo su origen mera ficción
poética) de que allí había caído Vulcano, cuando
Júpiter le arrojó del Cielo; en cuya comprobación
mostraban el sitio donde dio el golpe, que es puntualmente
aquel de donde saca la tierra que llaman
lemnia o sigilada, tan famosa en la medicina.
§. IV
9. Pero acaso sólo en pueblos bárbaros se establecen
tales delirios. ¡Oh!, que en esta materia apenas
hay pueblo a quien no toque algo de barbarie, si la
tradición lisonjea su vanidad o se cree que apoya su
religión. Nadie duda que los romanos en tiempo de
Plinio[354] y Plutarco, eran la nación más culta y
racional del mundo: pues en ese mismo tiempo se
mostraba en Roma una higuera, a cuya sombra (según
la voz común) había una loba alimentando a
Rómulo y Remo. Estaban asimismo persuadidos los
romanos a que las dos divinidades de Cástor y Pólux
los habían asistido visiblemente, militando por ellos
a caballo en la batalla del lago de Regilo, para cuya
comprobación, no sólo mostraban el templo erigido
en memoria de este beneficio, mas también la impresión
de los pies del caballo de Cástor en una
piedra.
10. Supongo que había muchos entre los romanos
que tenían por fabuloso cuanto se decía del prodigioso
nacimiento y educación de Rómulo y Remo, y
no faltaban algunos que no creían la aparición de
Cástor y Pólux. Pero unos y otros callarían, ocultando
en su corazón el desprecio de aquellas patrañas,
por ser peligroso contradecir la opinión común de
que hace vanidad o que es gloriosa al pueblo, como
la primera, y mucho más aquella que se cree obsequiosa
a la religión, como la segunda.
§. V
11. Esto es lo que siempre sucedió, esto es lo que
siempre sucederá, y esto es lo que eterniza las tradiciones
más mal fundadas, por más que para algunos
sabios sea su falsedad visible. Una especie de tiranía
intolerable ejerce la turba ignorante sobre lo poco
que hay de gente entendida, que es precisarla a
aprobar aquellas vanas creencias que recibieron de
sus mayores, especialmente si tocan en materia de
religión. Es ídolo del vulgo el error hereditario.
Cualquiera que pretende derribarle, incurre, sobre el
odio público, la nota de sacrílego. En el que con
razón disiente a mal tejidas fábulas, se llama impiedad
la discreción, y en el que simplemente cree,
obtiene nombre de religión la necedad. Dícese, que
piadosamente se cree tal o tal cosa. Es menester
para que se crea piadosamente el que se crea prudentemente;
porque es imposible verdadera piedad,
así como otra cualquiera[355] especie de virtud que
no esté acompañada de prudencia.
12. La mentira, que siempre es torpe, introducida
en materias sagradas, es torpísima porque profana el
templo y desdora la hermosísima pureza de la religión.
¡Qué delirio! pensar que la falsedad puede ser
obsequio de la Majestad soberana, que es verdad por
esencia. Antes es ofensa suya, y tal, que tocando en
objetos sagrados, se reviste cierta especie de sacrilegio.
Así, son dignos de severo castigo todos los
que publican milagros falsos, reliquias falsas y cualesquiera
narraciones eclesiásticas fabulosas. El
perjuicio que estas ficciones ocasionan a la religión
es notorio. El infiel, averiguada la mentira, se obstina
contra la verdad. Cuando se le oponen las tradiciones
apostólicas o eclesiásticas, se escudan con
falsedad de varias tradiciones populares. No hay
duda que es impertinente el efugio, pero bastante
para alucinar a los que no distinguen el oro del oropel.
§. VI
13. Largo campo para ejercitar la crítica es el que
tengo presente, por se innumerables las tradiciones,
o fabulosas o apócrifas, que reinan en varios pueblos
del cristianismo. Pero es un campo lleno de
espinas y abrojos, que nadie ha pisado sin dejar en
él mucha sangre. ¿Qué pueblo o qué iglesia mira
con serenos ojos que algún escritor le dispute sus
más mal fundados honores? Antes se hace un nuevo
honor de defenderlos a sangre y fuego. Al primer
sonido de la invasión se toca a rebato, y salen a
campaña cuantas plumas son capaces, no sólo de
batallar con argumentos, mas de herir con injurias,
siendo por lo común estas segundas las más aplaudidas,
porque el vulgo apasionado contempla el
furor como hijo del celo; y suele serlo sin duda, pero
de un celo espurio y villano. ¡Oh sacrosanta verdad!
Todos dicen que te aman; pero ¡qué pocos son los
que quieren sustentarte a costa suya![356]
14. Sin embargo, esta razón no sería bastante para
retirarme del empeño, porque no me dominan los
vulgares miedos que aterran a otros escritores. Otra
de mayor peso me detiene, y es, que siendo imposible
combatir todas las tradiciones fabulosas, ya por
no tener noticia de todas, ni aún de una décima parte
de ellas, ya porque aun aquellas de que tengo, o
puede adquirir noticia, ocuparían un grueso volumen,
parece preciso dejarlas todas en paz, no
habiendo más razón para elegir unas que otras, en
cuya indiferencia sería muy odiosa, respecto de los
interesados, la elección.
15. En este embarazo tomaré un camino medio,
que es sacar alTeatro, para que sirvan de ejemplar,
dos o tres tradiciones de las más famosas, cuya impugnación
carezca de riesgo, por no existir o estar
muy distantes los que pueden considerarse apasionados
por ellas.
§. VII
16. La primera y más célebre que ocurre es de la
carta y efigie de Cristo, Señor nuestro, enviada por
el mismo Señor al rey de Edesa Abgaro. Refiérese
el caso de este modo. Este príncipe, el cual se hallaba
incomodado de una penosa enfermedad habitual
(unos dicen gota, otros lepra), habiendo llegado a
sus oídos alguna noticia de la predicación y milagros
de Cristo, determinó implorar su piedad para la
curación del mal que padecía, haciendo al mismo
tiempo una sincera protestación de su fe. Con este
designio le escribió la siguiente carta:
Abgaro, Rey de Edesa,
A Jesús, Salvador lleno de bondad,
que se manifiesta en Jerusalén:
SALUD
17.He oído los prodigios y curas admirables que
haces, sanando los enfermos sin hierbas ni medicinas.
Dícese que das vista a los ciegos, recto movimiento
a[357]los cojos, que limpias los leprosos,
que expeles los demonios y espíritus malignos, restableces
la salud a los que padecen incurables y
prolijas dolencias, y revocas a vida a los difuntos.
Oyendo estas cosas, yo creo que eres Dios, que has
descendido del cielo, o que eres el Hijo de Dios,
pues obras tales prodigios. Por tanto, me he resuelto
a escribirte esta carta, y rogarte afectuosamente
tomes el trabajo de venir a verme y curarme de una
enfermedad que cruelmente me atormenta. He sabido
que los judíos te persiguen, murmurando de tus
milagros, y quieren quitarte la vida. Yo tengo aquí
una ciudad, que es hermosa y cómoda, y aunque
pequeña, bastará para todo lo que te sea necesario.
18. La respuesta del Redentor fue en esta forma:
Bienaventurado eres, Abgaro, porque de mí está
escrito que los que me vieron no creen en mí, para
que los que no me vieron crean y consigan la vida.
En cuanto a lo que me pides de que vaya a verte, es
necesario que yo cumpla aquí con todo aquello
para que fui enviado, y que después vuelva a aquel
que me envió. Cuando haya vuelto, yo te enviaré un
discípulo mío que te cure de tu enfermedad, y que
dé la vida a ti y a los que están contigo.
19. El primero que dio noticia de estas dos cartas
fue Eusebio Cesariense. Siguiéronle San Efrén,
Evagrio, San Juan Damasceno, Teodoreto Studita y
Cedreno. El número y gravedad de estos autores
puede considerarse suficientísimo para calificar
cualquiera especie histórica; pero debiendo notarse
que todos ellos no tuvieron otro fundamento, que
ciertos Anales de la misma ciudad o iglesia de Edesa,
como se colige de Eusebio, no merecen otra fe
sobre el asunto que la que se debe a esos mismos
anales. Por otra parte son graves los fundamentos
que persuaden ser indignos de fe.
20. El primero es que el papa Gelasio, en el concilio
romano celebrado el año de 494, condenó por
apócrifas, tanto la carta de Abgaro a Cristo Señor
nuestro, como la de Cristo a Abgaro.[358]
21. El segundo, que aquellas palabras que hay en la
carta de Cristo:De mí está escrito que los que me
vieron no creen en mí, para que los que no me vieron
crea y consigan la vida, no hallándose, ni aun
por equivalencia o alusión, en algún libro del viejo
Testamento, sólo pueden ser relativas a aquella sentencia
del Señor al apóstol Santo Tomás, en el
evangelio de San Juan:Bienaventurados los que no
me vieron y creyeron en mí. Este evangelio, como ni
algún otro, no se escribió viviendo el Señor, sino
después de su muerte y subida a los cielos. Luego es
supuesta la carta, pues hay en ella una cita que sólo
se pudo verificar algún tiempo después de la ascensión
del Salvador.
22. El tercero, que es increíble que Cristo, de quien
por todos los cuatro evangelios consta que acudió
prontamente con el remedio a todos los enfermos
que con verdadera fe imploraban su piedad, dilatase
tanto la curación de Abgaro.
23. El cuarto, que carece de toda verosimilitud el
ofrecimiento o convite de hospedaje y asilo que
hace Abgaro a Cristo. Si aquel príncipe creía, como
suela en la carta, la divinidad de Cristo, creía, consiguientemente,
que para nada necesitaba asilo de
Edesa, pues como Señor de cielo y tierra podía impedir
que los judíos le hiciesen otro mal que el que
él libremente permitiese. Sería buena extravagancia
ofrecer su protección el reyezuelo de una ciudad al
Dueño de todo el orbe. Omito otros argumentos.
§. VIII
24. A la tradición que hemos impugnado se la dio
después por compañera otra, que hace un cuerpo de
historia con ella. Cuéntase que el mismo rey Abgaro
envió a Cristo Señor nuestro un pintor, para que le
sacase copia de su rostro, pero nunca el artífice pudo
lograrle, porque el resplandor divino de la cara
del Salvador le turbaba la vista y hacía errar el pincel.
En cuyo embarazo suplió milagrosamente la
benignidad soberana del Redentor el defecto del arte
humano, porque aplicando[359] al rostro un lienzo,
sin más diligencia sacó estampadas perfectamente
en él todas sus facciones, y este celestial retrato
envió al devoto Abgaro.
25. Esta tradición se ha vulgarizado y extendido
mucho, por medio de varias pinturas de la cara del
Salvador, que se pretende ser traslados de aquella
primera imagen; y con este sobrescrito se hacen
sumamente recomendables a la devoción de la gente
crédula. Pero la variedad o discrepancia de estas
mismas copias, descubre la incertidumbre de la
noticia. Yo he visto dos: una, que se venera en la
sacristía de nuestro gran monasterio de San Martín,
de la ciudad de Santiago; otra, que trajo a ésta de la
América el reverendísimo padre maestro Fr. Francisco
Tineo, franciscano, sacada de una que tenía el
príncipe de Santo Bono, virrey que fue del Perú.
Estas dos copias son poco parecidas en los lineamentos
y diversísimas en el color, porque la primera
es morena y la segunda muy blanca. A sujetos que
vieron otras, oí que notaron en ellas igual discrepancia.
26. Esta variedad constituye una preocupación
nada favorable a aquella tradición; pero no puede
tomarse como argumento eficaz de su falsedad, pues
no hay incompatibilidad alguna en que, habiendo
quedado una imagen verdadera de la cara de Cristo
en la ciudad de Edesa, en otras partes fingiese este y
el otro pintor ser copias de aquellas algunos retratos
que hicieron, siguiendo su fantasía; y de aquí puede
depender la diversidad de ellos.
27. Dejando, pues, este argumento, lo que a mi
parecer, prueba concluyentemente la suposición de
aquella imagen es el silencio de Eusebio. Este autor,
habiendo visto las actas de la iglesia de Edesa, no
habla palabra de ella: y tan fuera de toda creencia es
que los edesianos no tuviesen apuntada aquella noticia,
si fuese verdadera, como que Eusebio hallándola
no la publicase. La historia de la correspondencia
epistolar entre Jesucristo y Abgaro trae tan unida
consigo la circunstancia del retrato, y esta circunstancia
añade tan especioso lustre a aquella[360]
historia, que se debe reputar moralmente imposible,
tanto el que en las actas de la iglesia de Edesa dejase
de estar apuntada, como que Eusebio encontrándola
allí dejase de referirla, especialmente cuando cuenta
con mucha individuación las consecuencias de
aquella embajada de Abgaro, esto es, la misión de
Tadeo a Edesa, su predicación en aquella ciudad y
la curación del rey, todo sacado de dichas actas.
28. El primero que dio noticia de esta milagrosa
imagen fue Evagrio, refiriendo el sitio que Cosroes,
rey de los persas, puso a la ciudad de Edesa, donde
dice, que obrando Dios un gran portento por medio
de ella, hizo vanos todos los conatos de los sitiadores.
Floreció Evagrio en el sexto siglo; y el silencio
de todos los autores que le precedieron, funda por sí
solo una fuerte conjetura de la suposición, la cual se
hace sin comparación más grave, notando que Evagrio
cita para la relación de aquel sitio a Procopio, y
le sigue en todas las circunstancias de él, exceptuando
la de la imagen, de la cual ni el menor vestigio
se halla en Procopio.
29. No ignoro que hay una relación de translación
de aquella imagen de Edesa a Constantinopla, cuyo
autor se dice ser el emperador Constantino Porfirogeneto.
Pero esto nada obsta. Lo primero, porque es
muy incierto que la relación sea del autor que se
dice; y el cardenal Baronio, aunque parece asiente a
la historia, disiente en el autor. Lo segundo, porque
toda aquella narración, si se mira bien, se halla ser
un tejido de fábulas, y éste es el sentir de buenos
críticos. Lo tercero, porque aunque la translación
fuese verdadera, no se infiere serlo la imagen. Yo
creeré fácilmente que los edesianos tenían y mostraban
una imagen del Salvador, que decían haber sido
formada con el modo milagroso que hemos expresado,
y enviada por Jesucristo a Abgaro; pero esto
sólo prueba que después que vieron lograda y extendida
felizmente la fábula de la legacía y correspondencia
epistolar de que ellos habían sido autores
por medio de unas actas supuestas,[361] se atrevieron
a darle un nuevo realce con la suposición de la
imagen. Para que esta segunda fábula se extendiese
como la primera, antes de la translación de la imagen
a Constantinopla, hubo sobradísimo tiempo,
porque dicha translación se refiere hecha en el siglo
décimo.
30. El cardenal Baronio añade que, después de la
toma de Constantinopla por los turcos, fue transferida
aquella imagen a Roma; pero sin determinar el
modo ni circunstancia alguna de esta segunda translación;
también sin citar autor o testimonio alguno
que la acredite, lo que desdice de la práctica común
de este eminentísimo autor, por lo cual me inclino a
que la translación de Constantinopla a Roma no
tiene otro fundamento que alguna tradición o rumor
popular.
§. IX
31. Como la ciudad de Edesa se hizo famosa con la
supuesta carta de Cristo a Abgaro, la de Mecina ha
pretendido, y aún pretende hoy, ilustrarse con otra
de su Madre Santísima, escrita a sus ciudadanos, la
cual guarda como un preciosísimo tesoro. No sé el
origen o fundamento de estas tradición. Pienso, que
ni aún los mismos que se interesan en apoyarla están
acordes sobre si la carta fue escrita por María Santísima
cuando vivía en la tierra, o enviada después de
su asunción al cielo.
32. Como quiera que sea, el cardenal Baronio condena
por apócrifa esta carta, al año 48 de la era cristiana.
Síguenle todos o casi todos los críticos desapasionados.
Un autor alemán quiso vindicar la
verdad de esta carta en un escrito que intituló:
Epistolae B. Mariae Virginis ad Messanenses
veritas vindicata. Acaso la autoridad de este escritor,
que sin duda era muy erudito, hará fuerza a algunos,
considerándole desinteresado en el asunto,
porque no era mecinés ni aun siciliano, sino alemán.
Pero es de notar, que aunque no natural de Mecina,
estaba cuando escribió y publicó dicho libro, domiciliado
en Mecina, donde enseñó muchos años filosofía,
teología, matemáticas; circunstancia, que
equivale para el efecto a la de[362] nacer en Mecina,
porque los que son forasteros en un pueblo, ya
por congraciarse con los naturales, ya por agradecer
el bien que reciben de ellos, suelen ostentar tanto y
aun mayor celo que los mismos naturales en preconizar
las glorias del país.
33. Añádase a esto lo que se refiere en la Naudeana,
que habiendo el docto Gabriel Naudeo reconvenido
al dicho autor alemán sobre el asunto de su
libro, probándole con varias razones que la carta de
nuestra Señora había sido supuesta por los de Mecina,
le respondió que no estaba ignorante de aquellas
razones y de la fuerza de ellas, pero que él había
escrito su libro, no por persuasión de la verdad de la
carta, sino por cierto motivo político.
34. Por otra parte, consta que la tradición de Mecina
tiene poca o ninguna aceptación en Roma, porque
habiendo la Congregación del Índice censurado
el libro del dicho autor, éste se vio precisado a pasar
a Roma a defenderse, y lo más que pudo obtener fue
reimprimir el libro, quitando y añadiendo algunas
cosas, y mudando el título deVeritas vindicata, en el
deConjectatio ad Epistolam Beatissimae Mariae
Virginis ad Messanenses. Esto viene a ser una
prohibición de que la tradición de Mecina se asegure
como verdad histórica, permitiéndola sólo a una
piadosa conjetura.
35. Finalmente, el mismo contexto de la carta, si es
tal cual le propone Gregorio Leti, en laVida del
Duque de Osuna, parte II, libro II, prueba invenciblemente
la suposición. El contenido se reduce a
tomar la Virgen Santísima debajo de su protección a
la ciudad de Mecina y ofrecerla que la libraría de
todo género de males; lo que estuvo muy lejos de
verificarse en el efecto (dice el autor citado), pues
ninguna otra ciudad ha padecido más calamidades
de rebeliones, pestilencias y terremotos. Estas son
sus palabras:Il senno di questa Lettera consiste, che
essa Santa Vergine pigliava li Messinesi nella sua
protettione, e che prometteva a di liberarli d'ogni
qualunque male, pero no vi è città,[363]che sia
stata più di questa sposta alle calamita delle rebellioni,
de terremoti, e delle pesti.
36. Doy que la indemnidad de cualquiera mal,
prometida a la ciudad en la carta, sea adición o exageración
del historiador alegado; pero la especial
protección de la reina de los ángeles a los mecinenses
todos sienten que está expresa en su contexto.
Esto basta para degradar de toda fe la tradición de
Mecina. Para que la especial protección de María,
Señora nuestra, se verificase sería preciso que aquella
ciudad lograse alguna particular exención de las
tribulaciones y molestias que son comunes a otros
pueblos. Esto es lo que no se halla en las historias,
antes todo lo contrario; y en cuanto a esta parte es
cierto lo que dice Gregorio Leti. Pocas ciudades se
hallarán en el orbe que, aun ciñéndonos a la era
cristiana, hayan padecido más contratiempos que la
de Mecina.
§. X
37. De la ciudad de Mecina pasaremos a las de
Venecia y Vercelli, porque en estos dos pueblos se
conservan equívocos monumentos a favor de una
tradición fabulosa extendida en todo el vulgo de la
cristiandad. Hablo del hueso de San Cristóbal, que
se muestra en Venecia, y del diente del mismo santo
que se dice hay en Vercelli.
38. La estatura gigantesca de este santo mártir,
juntamente con la circunstancia de atravesar un río,
conduciendo sobre sus hombros a Cristo, Señor
nuestro, en la figura de un niño, está tan generalmente
recibida, que no hay pintor que le presente de
otro modo; pero ni uno ni otro tiene algún fundamento
sólido. No hay autor o leyenda antigua digna
de alguna fe que lo acredite. El padre Jacobo Canisio,
en una anotación a laVida del Santo, escrita por
el padre Rivadeneira, cita lo que se halla escrito de
él en la misa, que para su culto compuso San Ambrosio,
y en el breviario antiguo de Toledo. Ni en
uno ni en otro monumento se encuentra vestigio del
tránsito del[364] río con el niño Jesús a los hombros.
Nada dice tampoco San Ambrosio de su estatura.
En un himno delBreviario de Toledo se lee que
era hermoso y de gallarda estatura.Elegans quem
statura mente elegantior, visu fulgens, etc. Pero esto
se puede decir de un hombre de mediana y proporcionada
estatura, pues en la proporción, no en una
extraordinaria magnitud consiste la elegancia. Tampoco
tiene concernencia alguna a su proceridad
gigantea lo que en una capítula del mismo oficio se
lee, que de muy pequeño se hizo grande el santo:De
minimo grandis, pues inmediatamente a estas palabras
las explica de la elevación del estado humilde
de soldado particular al honor de caudillo de varios
pueblos,ut ex milite dux fieret populorum.(1)
39. Por lo que mira a la historia del pasaje del río
puede discurrirse, que tuvo su origen en una equivocación
ocasionada del mismo nombre del santo,
porqueChristophorus oChristophoros (que así se
dice en griego el que nosotros llamamosChristóbal),
significa el que lleva, sostiene o conduce a Cristo,
portans Christum. Digo que esto pudo ocasionar
la fábrica de aquella fábula, en que el santo mártir se
representa conduciendo a Cristo sobre sus hombros.
40. Por lo que mira al hueso o diente que se muestran
de San Cristóbal decimos, que ni son de San
Cristóbal ni de otro algún hombre, sino de algunas
bestias muy corpulentas, o terrestres o marítimas.
En el primer[365] tomo, discurso XII, núm. 29,
notamos, citando a Suetonio, que el pueblo reputaba
ser huesos de gigantes algunos de enorme grandeza,
que Augusto tenía en el palacio de Capri, los cuales
los intelingentes conocían ser de bestias de grande
magnitud.
41. Este error del vulgo se ha extendido a otros
muchos huesos del propio calibre, y de él han dependido
las fábulas de tanto gigante enorme, repartidas
en varias historias, como ya hemos advertido
en el discurso citado en el número antecedente. Pero
hoy podemos hablar con más seguridad contra este
común engaño, después de haber visto la docta Disertación
que sobre la materia de él dio a luz el erudito
caballero y famoso médico inglés Hans Sloane,
y se imprimió en lasMemorias de la Academia Real
de las Ciencias del año 1727.
42. Hace el referido autor una larga enumeración
de varios dientes y otros algunos huesos que, después
de pasar mucho tiempo por despojos de humanos
gigantes, bien examinado se halló pertenecer o a
peces cetáceos o a cadáveres elefantinos. Tal fue el
diente que pesaba ocho libras, hallado cerca de Valencia
del Delfinado, año de 1456. Tal el cráneo, de
quien hace memoria Geronino Magio en susMisceláneos,
de once palmos de circunferencia, hallado
cerca de Túnez. Tal un diente descubierto en el
mismo sitio y remitido al sabio Nicolás de Peiresk,
que reconoció ser diente molar de un elefante, como
el otro de que hemos hablado arriba. Tal el diente
que se guarda en Amberes y el vulgo de aquella
ciudad y territorio estimó ser de un gigante llamado
Antígono, tirano del país, en tiempo de los romanos
y muerto por Brabón, pariente de Julio César; narración
toda fabulosa, sin la menor verosimilitud. Tales
otros desenterrados en la Baja Austria, cerca de la
mitad del siglo pasado, de que hace memoria Pedro
Lambecio. Tales los huesos descubiertos cerca de
Viterbo el año de 1687, que cotejados con otros de
un esqueleto entero de un elefante que hay en el
gavinete del gran duque de Florencia, se observaron
tan perfectamente[366] semejantes, que no fue menester
otra cosa para desengañar a los que los juzgaban
partes de un cadáver gigantesco. Tales otros
muchos omitimos, y de que el caballero Sloane da
individual noticia en la disertación citada, con fieles
y eficaces pruebas de que todos son despojos de
algunas bestias de enorme grandeza, por la mayor
parte de elefantes.
43. Ni haga a alguno dificultad que el elefante
tenga dientes tan grandes, cuales son algunos que se
muestran como de San Cristóbal o de otro algún
imaginario gigante; pues es cosa sentada entre los
naturalistas que algunas bestias de esta especie tienen
dientes molares de tanta magnitud. Y si se habla
de sus dos colmillos o dientes grandes, que naciendo
en la mandíbula superior, les penden fuera de la
boca, y en que consiste la preciosidad del marfil, se
ha visto tal cual de éstos, que pesaba hasta cincuenta
libras. Pero lo que dice Vartomano, citado por Gesnero,
que vio dos, que juntos pesaban trescientas
libras, necesita confirmación.
44. De todo lo dicho concluimos, no sólo que la
tradición de la estatura gigantéa de San Cristóbal es
fabulosa y que los dientes que se ostentan como
reliquias suyas, no lo son; pero que ni tampoco son
de cadáveres humanos todos los demás dientes o
huesos de muy extraordinaria magnitud(2).[371]
Disertación sobre la Campana de
Velilla
1. Siendo en la línea detradiciones populares, la de
las prodigiosas pulsaciones de la Campana de Velilla,
una de las más famosas del mundo, habiéndose
derivado su noticia de España a las naciones extranjeras,
como consta de muchos libros estampados en
ellas, nos parece lisonjearemos la curiosidad pública,
proponiendo en este lugar (que es el propio de
tal materia) las pruebas que hay a favor de la verdad
de dichatradición, y ejerciendo nuestra crítica sobre
ellas. A la Excelentísima Señora Condesa de Atarés,
igualmente grande por sus prendas personales que
por su ilustrísimo nacimiento, hemos debido todos
los testimonios que se alegarán por la verdad de
aquellaTradición, juntamente con la insinuación de
su deseo de que los sacásemos a la pública luz. Copiaremos
a la letra el manuscrito que su excelencia
se dignó de remitirnos, omitiendo sólo las cuatro
primeras hojas que contienen algunas noticias de las
antigüedades de Velilla, Villa sita en el reino de
Aragón a la orilla del Ebro y distante nueve leguas
de Zaragoza, población de doscientos vecinos y
porción de la Baronía de Quinto, la cual posee la
nobilísima familia de Villapando en la casa de los
Excelentísimos Condes de Atarés.
COPIA DEL MANUSCRITO
2. En lo alto de la iglesia de San Nicolás obispo
(colocada en un monte vecino a Velilla) a la parte
de medio día, hasta de pocos años a esta parte, en
que se ha hecho torre a la iglesia, había tres pilares,
y en medio de ellos, dos campanas descubiertas al
aire: la menor estaba a la mano izquierda; ésta se
toca como las demás a fuerza de brazos y por sí sola
jamás se ha tocado. La mayor estaba a la derecha,
que es la que diversas veces se ha tocado milagrosamente
y sin impulso ajeno; la circunferencia de
ésta es de diez palmos, de metal limpio, claro y liso;
está hendida por un lado, por lo cual, cuando se toca
como las demás, y por mano ajena, suena como
quebrada, se ven en ella dos crucifijos revelados,[
372] uno al Oriente y otro al Poniente, y a los
lados de cada uno las imágenes de la Virgen nuestra
Señora y de San Juan Evangelista; al medio día y al
Septentrión tiene dos cruces, y en el circuito de toda
ella este verso de la Sibila Cumea:Christus Rex
venit in pace, et Deus homo factus est. Elest, con la
últimas delfactus, por no coger en su redondez, están
en las cuatro partes de la campana; laS que falta
delfactus al poniente; laE al medio día; la segundaS
al oriente y laT al septentrión. Las letras de este
letrero son antiquísimas, y hay pocos que las puedan
leer y declarar.
3. Son muchos los autores naturales y extranjeros,
que hablan de esta campana. Vairus,de Fascino,
refiere en lengua latina, que en los reinos de España,
en un pueblo llamado Velilla de la diócesis de Zaragoza,
hay una campana que llaman del Milagro, que
muchas veces se ha tocado por sí sola, pronosticando
algunas cosas adversas a la cristiandad, meses
antes de suceder, de lo que leyó testimonios por
escribanos públicos, y con mucho número de testigos,
además de la fe que de ello daban en sus letras
los virreyes de aquel reino. Hasta aquí Vairo, a
quien siguen no pocos autores: Antonio Daurocio,
tomo IIExemplorum, cap. IV, título XXV, ejemplo
VII; Pedro Gregorio,De Republica, libro II, cap. III,
número 25;Fabio Paulino, libro IVDe hebdomadum,
cap. VII, Pap. Milij 215; Camilo Borelo,De
praestantia legis catholicae, cap. LXXVIII, número
21; Martín Delrío, libro IVDe magia, cap.
III,quaest. II; Pedro MateoHistoriographus Henrici
IV, in Chron., página 54; Blas Ortiz,In itinerario
Adriani; Bleda,In defensione fidei, cap. XIII, folio
89 y 531; don Sebastián de Covarrubias,In thesauro
linguae Castellan., lit. C., verb.Campana; Torreblanca,
De magia, libro I, cap. I, número 48; y otros
aun con mayor distinción y claridad, y entre ellos el
arzobispo de Tarragona, don Antonio Agustín, que
refiere algunos tiempos en que se tocó, en susDiálogos
de medallas, diálogo VI; Valle de Moura,In
tractatu de Incantatione, sect. 1ª, cap. I, número 27;
Damiano Fonseca,In tractatu de expulsione moriscorum,
italice conscripto; Salazar de Mendoza, en
lasDignidades de Castilla,libro IV, capítulo III,
folio 118; Angelo Roca, obispo de Tagasta, ciudad
en África, célebre por haber nacido en ella San
Agustín, doctor de la Iglesia,In tractatus De Campanis,
cap. VII, folios 62 y 63. Éste dijo mucho más
que otros extranjeros; el cual libro está en la preciosa
biblioteca, llena de libros de todas facultades, que
fue de don Lorenzo Ramírez[373] de Prado, del
Consejo de su majestad, y oídor en el de su real
Hacienda. El padre fray Marcos de Guadalajara y
Javier, observante carmelita, en suHistoria pontifical,
parte IV, libro X, cap. V, folio 577, y en el libro
de laExpulsión, parte II, capítulo I; y el doctor don
Martín Carrillo, abad de Monte Aragón, libro V de
susAnales,año 1435, folio 354, que afirma haberla
visto tocarse en el año 1568, y después el doctor
Blasco de Lanuza, canónigo penitenciario de la Seo
de Zaragoza, que es el más moderno, en susHistorias
de Aragón,libro III, cap. XVI, folio 293. No
obstante, tanta autoridad de autores, monumentos,
testimonios y testigos, como abajo se dirán, procedió
contra el crédito del milagroso tañido de esta
campana el padre Juan Mariana, como se dijo arriba,
y con igual sinrazón Gerónimo Zurita, no queriendo
asentir a lo que se refiere; y aún dice, que
aunque la hubiera visto tañerse por sí a solas, lo
tendría por ilusión, dándole el crédito que dio Estrabón
cuando oyó el sonido que al salir el sol, con el
resplandor de sus rayos hacia la estatua de Memnon
en la ciudad de Tebas, en el templo de Serapis; y no
tiene razón Zurita, pues debe rendirse a testimonios
tan autorizados y reconocer la diferencia de una
campana, que visiblemente se ven los movimientos
de la lengua con que se tañe, a una estatua, cuyo
sonido sólo se pudo oír, sin verse ni examinarse la
causa de él, que acaso pudo ser oculta y artificiosa,
con otras muchas diferencias que hay entre la campana
y la estatua de Memnon.
4. Por los sucesos que después se han seguido a los
tañidos milagrosos de esta campana, se está en la
persuasión de que siempre sus toques han sido pronósticos
y avisos de cosas notables. Muchos quieren
esforzar, pero en vano y con razones de ningún peso,
que estos toques espontáneos no sean milagrosos,
sino naturales: unos dicen que lo pueden ser por
influjo de los astros, debajo de cuya conjunción,
observada en orden a aquel fin, la fabricó y fundió
algún perito astrónomo, lo que es dificultoso e imposible
de probar; mayormente, que no pueden influir
los astros a las cosas inanimadas para darles
virtud de pronosticar las futuras; lo cual, con mucha
razón, impugna Valle de MouraTractatu de Incant.
opúsculo I, sect. II, capítulo VIII, número 38, con
otros muchos.
5. Otros atribuyen esta virtud a la campana, en
atención a[374] una moneda de las treinta en que
Judas vendió al Redentor; la cual, con otras monedas
antiguas de aquel lugar, para suplir la falta de
metal, se empleó en la fundición de la campana. Así
lo dice Salazar de Mendoza, en lasDignidades de
Castilla, libros III y IV, folio 180; pero no cita escritor
alguno ni expone razones con que se pruebe,
sin las cuales, y sin la autoridad de más autores, no
se puede fundar tal especie ni se hace creíble que
moneda tan digna de aprecio y veneración se hiciese
tan poco estimable que, a falta de metal, se emplease
en la fundición de una campana, y más ignorándose
su origen, el tiempo de su fundición y por
quién se hizo; con que esta especie carece de fundamento.
6. Algunos dicen, que esto sucede en fuerza del
verso latino de la Sibila, que está en ella grabado, y
que se puede decir que, como ensalmo, tenga virtud
admirable de pronosticar las cosas futuras, como la
tuvo la misma Sibila; pero no es razón suficiente,
porque si bien tuvo don para profetizar fue mientras
vivió, y gracia personal no comunicable a sus palabras,
ni el que las puso pudo darles esta virtud.
7. Puede dudarse si esta campana se toca por arte
del demonio, haciendo éste mover la lengua, o si
algunos hechiceros, con su ayuda, lo han podido
practicar en las coasiones que se ha tañido por sí
sola; pues consta de historias y de personas graves,
que el demonio ha hecho mover muchas veces los
cuerpos inanimados de una parte a otra, y lo propio
pudo haber ejecutado con la lengua de la campana;
pero no habiendo otro fundamento para este discurso
que la posibilidad y capacidad en la ciencia del
demonio, parece temeridad atribuirla tan portentosos
y admirables tañidos, y más estando dicha campana
consagrada y bendita, habiendo en ella dos
crucifijos, dos imágenes de María Santísima, dos del
apóstol y evangelista San Juan y dos cruces; y juntamente,
tocándose en forma de cruz, de cuya señal
huyen los demonios, y habiendo en la circunferencia
de la campana palabras santas y divinas; y si, como
dice Angelo Rocha, capítulo VI, folio 54, y capítulo
XXI, folio 138, con las palabrasVerbum caro factum
est se ahuyentan los demonios, en esta campana de
Velilla se leen las mismas palabras, pues son lo
propio las deDeus homo factus est, que están en ella
grabadas: todo persuade que el demonio no se atrevería
a obrar en ella efectos tan admirables, siendo
una[375] campana con tantas circunstancias venerable
y devota, y hallándose tan defendida y armada
contra su poder, cuando él, por lo general, es enemigo
de toda campana, de tal manera que en las
juntas que tiene con sus magos y hechiceros, si oye
campanas, huye con todos los suyos, y las llama
perros ladradores, como lo refiere Binsfeldio; las
cuales también tienen virtud de ahuyentar los nublados,
según la opinión de muchos autores que sobre
esto han escrito.
8. Algunos quieren, puede haberse tocado esta
campana por razón del viento, movidos de que ordinariamente,
cuando se toca, le hace muy grande, con
torbellinos y tiempo borrascoso; pero está fuera
también razón para que se tocase asimismo la campana
que está a su mano izquierda, que es menor, y
un cimbalillo que está muy cerca, y tal cosa no se ha
experimentado; siendo esto más fácil que el que se
toque esta campana del Milagro, por ser más pesada
y estar fija en los ejes, de tal suerte que no se puede
bandear; y si ésta pudiera ser razón poderosa, sucedería
lo mismo a toda campana puesta en alto y
descubierta; y vemos que, por lo regular, no sucede;
además, que cuando se tocó en el año 1601, sus más
furiosos tañidos y mayores movimientos fueron en
los días del Corpus y vigilia de San Pedro, en los
cuales hubo tan grande calma que no se movían las
hojas de los árboles; y aun con todo, para asegurarse
don Dionisio de Guarás, que la vio y oyó tañerse,
cubrió el torreón con algunas capas por aquella parte
donde podía entrar algún viento, a vista de muchas
personas de distinción; y poniendo al lado de la
campana una vela encendida se mantenía sin apagarse,
al mismo tiempo que la campana proseguía
en sus toques y tañidos.
9. Francisco de Segura, en la relación que hizo en
verso, año de 1601, dice que hizo labrar esta campana
San Paulino, obispo de Nola, del cual afirman
algunos autores fue el que inventó las campanas y
las introdujo, si bien otros dicen que fue el papa
Sabiniano, de lo cual tratan Onofre Panvino,in Epitome,
agens de pontifice Sabiniano: Polidoro Virgilio,
libro VI, capítulo XII; Angelo Rocha,De campanis,
capítulo I; Camillo Borel,De Praestan. Relig.
Cathol. capítulo 78, número 17: Juan Antón de Nigiin
suo Repertorio super capitulis regni, capítulo
CLXXXV.
10. Escríbese de algunas que se tañen avisando las
muertes de[376] algunos religiosos; pero por cosas
tan notables y que han de suceder en la monarquía
de España, no se sabe de otra campana, que de la de
Velilla. En Alemania hay una que siempre que ha de
morir alguna religiosa se toca ella misma; está en el
monasterio Bodkense, que edificó San Meinulfo;
refiérelo Gobelinoin Vita Meinulfi, in mense Octobri.
Otra en Zamora, en un convento de la misma
orden, que pronostica lo mismo tres días antes de la
muerte de algún religioso, lo que sucede aun no
estando alguno enfermo al tiempo de comenzarse a
tocar: lo dice don fray Juan López, obispo de Monopoli,
parte III,Historia de Santo Domingo, libro I,
capítulo XXXVII, folio 150, y libro II, capítulo
XXV, folio 82; y el mismo, en el mismo lugar, refiere
lo mismo de otra pequeña, que llaman de San
Álvaro, por estar dentro de la capilla de este santo,
en Córdoba, en el convento deAula Dei, de su orden.
Del Japón se escribe que hay otra que tocándola,
si hace el sonido bronco y triste, anuncia trabajo
en la república.
11. Otros casos como éstos, de particulares y singulares
campanas, refiere Angelo de Rocha; pero
entre ellas ninguna tan singular como la de Velilla,
cuyos tañidos atribuye don Francisco Torreblanca,
Dic. tract. De Magia, libro I, capítulo XXI, número
48, a señal divina, y lo acreditan los santos
efectos que causan, moviendo los corazones de los
que los oyen a contrición y devoción, como muchos
de ellos lo han asegurado; y no deja de ser conforme
que esta campana avise y aperciba a los católicos y
a sus príncipes para que se prevengan en las novedades
que han de suceder y en los daños que amenazan
a la religión, cuando el principal destino de
las campanas es el congregar a los fieles en la Iglesia
para orar a Dios y para impetrar sus misericordias.
12. Ordinariamente, cuando quiere tañerse esta
campana, se estremece primero y tiembla antes de
tocarse, como lo acreditan diferentes testimonios de
notarios, y algunas veces se alarga y dilata su lengua,
como sucedió en los años 1527 y 1564.
13. En el año de 714, según lo que el maestro Castroverde,
predicador insigne del rey don Felipe II de
Aragón y III Castilla, dijo a don Diego de Salinas y
Heraso, oídor de la Cámara de Comptos del reino de
Navarra, el cual lo escribe en el discurso que hizo de
esta campana, se tañó mucho en el tiempo que sucedió
la pérdida de España, y aunque no hay otro autor
que[377] esto asegure, bastan las circunstancias de
éste para ser recomendable esta noticia, y más que
en aquellos tiempos, y en muchos otros que los siguieron,
no estaban los aragoneses para escribir
estas historias, sino que todos se empleaban, más
que en el ejercicio de la pluma, en el de las armas,
procurando recobrar a lanzadas la tierra de los moros.
14. En el año 1435, a 4 de agosto, día jueves, se
tañó esta campana, señalando la prisión, que al otro
día sucedió por los genoveses, de las personas reales
del rey don Alonso el Quinto de Aragón, del rey don
Juan de Navarra y del infante don Enrique, todos
tres hermanos, hijos del rey don Fernando el Honesto,
de Aragón, en la batalla naval, que se perdió
junto a la isla de Ponza, en cuya ocasión fue también
preso con los reyes Ramiro de Funes, primogénito
del vicecanciller Juan de Funes, señor entonces
de la baronía de Quinto y sus agregados, y entre
ellos de Velilla, y también fue preso Francisco de
Villalpando, hermano del que casó con doña Contesina
de Funes, hija del vicecanciller y heredera que
fue suya de todos sus bienes y de esta baronía.
15. Al año siguiente de 1436, vigilia de la Epifanía,
estando los reyes presos, se volvió a tocar cuando
se concertaban entre sus enemigos ciertos tratos
en daño de sus personas y reinos. Y a 30 de octubre
volvió a tocarse, el día mismo que fueron puestos en
libertad, de la cual resultó la adquisición del reino
de Nápoles, en que se ve que no siempre se ha tocado
señalando cosas adversas.
16. En el año 1485 se tocó esta campana tres días
enteros, cuando los judíos se concertaron en dar la
muerte al primer inquisidor de Aragón, el maestro
Pedro Darbués de Epila, canónigo de la Seo de Zaragoza,
como lo ejecutaron jueves a 13 de septiembre,
a la media noche, matándole delante del coro de
dicha iglesia, adonde estuvo su sepulcro, en el cual
se veneró por mártir, nombrándole el Justo Mastrepila
y después San Pedro Arbués; y aunque algunos
dijeron que se tocó un año entero, recibieron engaño,
pues no fue esta campana, sino otra de las ordinarias
de aquella iglesia, que en conmemoración
suya la tocaron un año entero, y le cantaron todos
los días un salmo, como dice Zurita en susAnales,
libro XX, capítulo LXV, al fin.
17. Tocose también en el año 1492, cuando Juan
de Cañamás[378] hirió en Barcelona al rey Católico
don Fernando. Dícelo Carbonell en suVida, y en la
suya el arzobispo don Fernando de Aragón, y también
se tocó antes de la muerte de dicho rey Católico
don Fernando, en el año de 1515.
18. En el de 1527, a 29 de marzo, se tocó esta milagrosa
campana, como consta por auto que tiene el
marqués de Ossera, testificado por Bernat del Pin,
notario real y vecino de Velilla, y entre otras cosas
dice que a los circunstantes y a él les pareció que al
tañerse esta campana se alargaba su lengua, más de
lo que era, unos cinco dedos, y esto sucedió cuando
Carlos de Borbón y el ejército del emperador Carlos
V saquearon a Roma. En este año nació don Felipe
I, rey de Aragón y II de Castilla.
19. En el año 1539 se tocó cuando murió la emperatriz
doña Isabel, mujer del emperador Carlos V; y
se puede presumir que como en este año comenzó el
heresiarca Calvino a publicar sus errores, quiso
Nuestro Señor avisar a la cristiandad para que se
guardase de ellos y para prevenir remedios para
atajarlos.
20. Tocose también año 1558, en las muertes del
emperador Carlos V y en las de sus dos hermanas
doña Leonor, reina de Francia, y doña María, reina
de Hungría; y en la de la reina de Inglaterra, doña
María, mujer del rey don Felipe el I de Aragón y II
de Castilla.
21. Año de 1564, lunes, a 2 de noviembre, se tañó
muy reciamente, yendo a la redonda la lengua y
dando muchos golpes en cruz y haciendo un sonido
triste y doloroso, según pareció a los que allí se
hallaban, a los cuales se les erizaban los cabellos
oyendo que era diferente del que acostumbraba
hacer cuando se tañía con la mano, y al pararse tembló
la campana; y luego de la misma suerte se volvió
a tañer en forma de cruz, dando los golpes, y dio
tres o cuatro no muy recios, aunque siempre dolorosos
y tristes; y volvió a andar a la redonda la lengua
tan aprisa que nadie con la mano la pudiera volver
con tanta prontitud, y dio otros tres o cuatro golpes
como los dichos, y volvió tercera y cuarta vez a
hacer los propios movimientos, dando los golpes
hacia el Oriente, y cuando se tañía se alargaba la
lengua más de lo que era una mano, sucediendo esto
en diversas horas del día, aunque la última vez se
tocó más aprisa que las demás, y hacía el sonido
mucho más triste, hallándose presente a estos tañidos,
entre otros, don[379] Antonio de Villalpando y
Funes, señor de la baronía de Quinto y de la villa de
Estopiñán, y también señor de la de Velilla: todo lo
cual consta por auto testificado por Domingo de
Bielsa, notario real de Quinto, el cual tiene en su
archivo el conde de Atarés. En este año hubo cortes
en el reino de Aragón, celebradas en la villa de
Monzón, y al principio del siguiente el gran turco
Solimán envío su ejército y armada contra la Isla de
Malta y religión de San Juan, cuyo cerco, defensa y
sucesos fueron notables y dignos de que esta campana
los previniera, y también pudo pronosticar la
peste que al año siguiente hubo en Aragón.
22. Año 1568 se tañó mucho, y estándose tañendo
se rompió la cuerda con que la lengua estaba atada,
por lo cual cayó abajo, y la parte de la cuerda que
quedó hacia el mismo movimiento en círculo y daba
los golpes de la propia suerte. Viendo esto un clérigo
muy devoto, natural del mismo lugar, llamado
mosen Martín García, que murió en las Capuchinas
de Zaragoza con opinión de santo, y fue el que, con
la madre Serafina, las trajo a España, donde fundó
muchos conventos de ellas, que entonces hacía oficio
de cura, volvió a atar la lengua de la campana en
el lugar que antes estaba, y volvió después a continuar
sus tañidos. Esto lo dice don Martín Carrillo,
abad de Monte Aragón, en suCronología del Mundo,
folio 355, y que él se halló presente, y vio que
Domingo de Bielsa, tío suyo, hermano de su madre,
familiar del Santo Oficio, llegó estándose tañendo,
su rostro a ella para adorarla con gran reverencia, y
entonces la lengua de la campana dio tan gran golpe
que él cayó en tierra, y lo bajaron sin sentido y como
muerto a su casa, y de ello le quedó una cuartana
que le duró todo un año. Estos tañidos parecen
pronosticaron la alteración de los moriscos de Granada
y conciertos que hicieron para levantarse contra
España, la prisión y muerte del príncipe don
Carlos y la muerte de doña Isabel de la Paz, tercera
mujer del rey don Felipe I de Aragón, y de Castilla
II.
23. Año de 1578 se tocó, y sucedió la infeliz jornada
de África del rey don Sebastián y su muerte, y
en Flandes la de don Juan de Austria.
24. Año de 1579 se volvió a tocar, por más que
diga lo contrario el doctor don Juan de Quiñones,
alcalde de corte de Madrid, en el discurso que de
esta campana hizo año de 1625, el que, al folio[380]
5, dice no consta se tañese tal año, ni hay autor que
tal diga y afirme si no es el abad de Monte Aragón,
don Martín Carrillo, y no tuvo en esto razón, pues
no todos los autores tuvieron noticia de sus tañidos;
pues muchos escribieron por relación de otros, y no
cuidaron todos de saberlo, y el dicho abad, como
autor del propio lugar, pudo saberlo mejor haciendo
diligencias: además que su autoridad es bastante, y
que es cierto y seguro que este año se tocó, como
parece por auto testificado por Bartolomé Gonzalbo,
notario real de Velilla, y los sucesos que señaló
fueron notables, así por las guerras de los portugueses
y muerte de su último rey, el cardenal don Enrique,
como también por la unión de las dos coronas
de Castilla y Portugal.
25. Año 1580, día de San Matías apóstol, y último
de agosto, y también a 10 de noviembre, se tocó
señalando la muerte de la reina doña Ana de Austria,
mujer última del rey don Felipe el Prudente y
madre del rey don Felipe II de Aragón y III de Castilla;
la cual murió a 26 de noviembre, día miércoles,
y quince días después de este último tañido.
26. Año 1582, a 6, 8 y 9 de marzo se tocó, como
consta por los autos testificados por dicho Bartolomé
Gonzalbo, y luego sucedió la muerte del príncipe
de España, don Diego, y preparación que hizo
don Antonio, pretensor del reino de Portugal, para
tomar las islas Terceras.
27. Año 1583 se tocó cuando, continuando sus
rebeldías los estados de Flandes, hicieron venir de
Francia al duque de Alanson, hermano del rey de
Francia, y dentro de Amberes le nombraron y juraron
por duque de Brabante.
28. El año 1601, a 13 de junio, a las siete de la
mañana, estando diciendo misa en el altar de San
Nicolás, de la ermita ya referida, mosén Martín
García, que fue el que en el año de 1568 ató la lengua,
como queda dicho, oyó este el sonido de la
campana, y dijo al que le ayudaba a misa que bajase
al lugar y diese aviso de ello; y en acabando la misa
subió de los primeros y vio que se tañía ella misma,
y estaba asida a la lengua un pedazo de cuerda de
una vara de largo, que le habían puesto para poder
repicar mejor, y con el movimiento de la lengua
andaba dando vueltas y golpes a los circunstantes,
de suerte que no dejaba llegar a nadie cerca de ella.
Visto esto por este buen sacerdote, cogió la cuerda
para tenerla, y[381] con la fuerza que iba lo derribó
en tierra, sucediéndole lo propio otra vez que lo
intentó; por lo cual, con un puñal que le dieron,
tomando ligeramente la cuerda con una mano y
teniendo el puñal a la contraria, la misma cuerda se
cortó con él, tal era su velocidad. Andando siempre
la lengua alrededor dio siete golpes, entre Mediodía
y Poniente; y con poca distancia, nueve, doce, quince
y treinta, tocando muy poco en las demás partes,
si bien la iba rodeando toda; después prosiguió por
el circuito, dando los más golpes a Oriente, y rodeando
tañó continuamente hasta las nueve, y pasando
media hora hizo la lengua su movimiento
circular, tañendo medio cuarto, y a las diez volvió a
tañer con gran furia, haciendo el sonido como de
cajas de guerra cuando tocan al arma, dando lo más
recios entre Mediodía y Poniente, y algunos hacia
Oriente, y de esta suerte continuó tañéndose con el
movimiento circular hasta las once y un cuarto,
parándose dos o tres veces cosa de medio cuarto, si
bien nunca dejó el circular movimiento. A mediodía
volvió a hacer muestras de que quería tañer, y a las
cuatro de la tarde comenzó, con menos fuerza que
las veces pasadas, dando la lengua los golpes hacia
el Septentrión por espacio de medio cuarto, y después
anduvo alrededor con su ordinario movimiento
hasta las ocho horas y media, que lo apresuró más, y
empezó a tañerse, dando como cosa de un cuarto
siempre los más recios golpes entre Mediodía y
Oriente, y otros a Poniente, y le duró esto hasta las
doce de la noche. El jueves, a 14, hizo la lengua
muchos movimientos circulares, y se tañó en diferentes
horas, haciendo el ruido de las cajas de guerra,
y tembló un poco la campana. Viernes se volvió
a mover para querer tañerse; mas no lo hizo hasta el
sábado, siendo sus golpes los más recios a la parte
del Mediodía y Poniente. A 17 hizo algunos movimientos,
y a 21, día delCorpus, se tañó de suerte
que, quitadas las interrupciones, duraron sus toques
seis horas, estremeciéndose por gran rato. El viernes,
a 22, comenzó a tañerse a las ocho de la mañana,
haciendo grandes temblores y movimientos, y
estándose tañendo se rompió la cuerda donde estaba
atada la lengua de la campana, la cual cayó abajo, y
el pedazo de la cuerda que había quedado asida iba
por la campana haciendo los círculos y dando los
golpes como lo acostumbraba hacer la lengua, y
algunas veces volviendo la punta de la cuerda para
arriba, como pidiéndola; y así, bajaron luego[382] al
lugar por la suya propia, que en los últimos de mayo
se había roto por las asas, y estaba ya aderezada;
porque ésta con que estos días se había tañido era de
otra campana, que la habían puesto para repicar las
Pascuas, y el doctor Pedro García, rector que entonces
era de Velilla, con reverencia se la restituyó,
atándola en la cuerda que colgaba de arriba de la
campana, y pesaba esta lengua doce libras. Luego,
lo que quedó del viernes y sábado, se fue estremeciendo
como que quería tañer, y se anduvo harto
alrededor de la campana la lengua nuevamente
puesta, y al siguiente día, que fue el del glorioso
precursor San Juan Bautista, a la una hora después
de mediodía, comenzó dando con velocidad recios
golpes con movimientos ordinarios: esto se continuó
a 25, 26, y 28, con tiempo quieto y sosegado y sin
aire. Y a 29, día de San Pedro apóstol, se estremeció
algunas veces, y no tañó hasta el otro día 30, que fue
la última vez de aquel año. Constan todos estos
tañidos, así por escribirlos y confirmarse en ellos
todos los historiadores, como también por autos
testificados por Bartolomé Gonzalbo, de Velilla,
notario real ya dicho, y de otros ocho notarios reales
y públicos que junto con él los testificaron; y entre
cuatro mil y más personas, que acudieron y vieron
esta maravilla, fueron muchos rectores, vicarios,
sacerdotes y religiosos, y muchos caballeros y damas;
y entre otros, don García de Funes y Villalpando
y su mujer doña Vicenta Clara de Ariño,
señores de las baronías de Quinto, Osera y Figueruelas
y de la villa de Estopiñán, y también del propio
lugar de Velilla; doña Isabel de Villalpando, su
hija, marquesa que fue de Navarrens y señora de la
villa y honor de Gurea; don Gaspar Galcerán de
Castro y de Pinós, conde de Guimera; don Martín de
Spes y doña Estefanía de Castro, barones de la Laguna,
y doña Margarita, su hija, condesa que fue de
Osona; don Enrique de Castro, canónigo de la Santa
Iglesia de la Seo de Zaragoza, el cual, por curiosidad,
quiso asirse de la lengua de la campana estándose
tañendo, para ver si la podía tener, y asiendo
de ella no pudo, antes le quedó, de la fuerza que
hizo, por muchos días dolor en el brazo; hallaron
también doña María de Ariño, religiosa profesa en
el monasterio del Sepulcro de Zaragoza, tía de la
señora de Quinto; doña Beatriz de Ferreira y su
sobrina doña Paula, con don Francisco Coloma,
señor de Malón;[383] don Juan de Francia, señor de
Bureta; don N. Lanaja, señor de Pradilla; don Matías
Marín, caballero del hábito de Montesa; don Dionisio
de Guarás, el cual fue el que puso la capa delante
de la campana para que el aire no la diese,
como queda dicho. La nueva de esta prodigiosa
tañida admiró a Italia y Francia y a todo el mundo,
no sabiendo adonde daría el golpe que amenazaba, y
el duque de Sesa, embajador de España en Roma,
envió el testimonio de esto a la santidad de Clemente
VIII, y la historia de ello se imprimió en Roma y
hoy se guarda en la biblioteca Angelicana. Monsieur
de Rupopet, que continuaba el oficio de embajador
del Cristianísimo en la corte del católico Filipo, lo
escribió a su rey a París, y entre otras cosas le refería
que esta campana jamás tañía si no es cuando
había de suceder algún notable suceso. La causa de
haberse tañido este año se tiene por cosa indubitada;
fue para recordar a España y avisarla del peligro
inminente en que estaba, pues cuando se tañía estaban
tratando en Aragón los moriscos el levantamiento
general de ellos contra estos reinos, y se
probó después en diversos autos de fe que, oyéndola
tañer de Jelsa, lugar de quinientos vecinos, todos
moriscos, que está a media legua de Velilla, donde
tenían la junta con ciertos moriscos valencianos, que
venían de Constantinopla con cargo de embajadores
del Gran Turco para concluir la prodición, se levantaron
alborotados oyendo que se tañía diciendo:
«¿Cuándo ha de callar esta baladrera?» El patriarca,
arzobispo de Valencia, don Juan de Ribera, afirmaba
que por esto se tañía, y el padre Bleda, en la parte
citada, dice que fue para dar aviso a este estrago, y
lo propio sienten todos los historiadores de aquellos
tiempos, y quien lo pronosticó fue Diego de Salinas
y de Heraso, oidor de Comptos en Navarra, discurriendo
por el número de los golpes que en esta
ocasión dio dicha campana, en el discurso impreso
que de ella dio a Don Felipe II, rey de Aragón y III
de Castilla, a 3 de abril de 1602, y se acabó de descubrir
su efecto de esta tañida y el levantamiento y
traición de los moriscos, año 1609, y por ello fueron
justamente expelidos de estos reinos.
29. Miércoles, a 27 de agosto del año santo de
1625, a las cinco horas después de mediodía, se tañó
por espacio de un cuarto,[384] como parece por auto
testificado por Pedro García, notorio real, habitante
en Velilla, y la noche antes habían sentido los de
aquel lugar tres golpes suyos, y el viernes, a 29, a
las dos de la tarde, se volvió a tañer media hora,
señalando los golpes a Oriente y dando otros entre
Oriente y Septentrión; si bien de este día no se hizo
auto por falta de notario, mas viéronlo muchas personas;
todo lo cual fue prevenir para el tañimiento
de adelante. Últimamente, el mismo año, a 24 de
octubre, se comenzó a tañer a las nueve de la mañana,
andando la lengua alrededor con gran furia, y
consecutivamente dio nueve golpes, y volvió a andar
alrededor tan recio como una rueda de molino
cuando más muele, haciendo el ruido sordo como de
cajas de guerra cuando tocan al arma, y dio veintitrés
golpes, lo cual duró media hora, y se paró; y a
las once volvió a tañerse de la suerte dicha, y dio
seis golpes, y anduvo alrededor de la campana la
lengua y dio después quince golpes, y por espacio
de un cuarto de hora anduvo alrededor con gran
furia, haciendo el propio sonido de como quien tañeal
arma, y al fin dio cuatro golpes y se paró. A las
dos horas de la tarde volvió a andar alrededor y
hacer el mismo ruido con gran furia, y dio con mucho
rigor quince golpes, y se paró prontamente, y
antes de unaAve María volvió a andar alrededor, y
dio ocho, dieciocho, cinco, siete, dos, tres y doce
golpes, andando siempre al fin de ellos alrededor, y
se paró de allí a poco rato; y luego volvió a andar de
la propia suerte, y dio nueve golpes y casi juntos
siete, y anduvo después la lengua un poco, sin tocar
en el ámbito de la campana, y dio nueve, doce y
siete golpes más recios que todos, y después comenzó
despacio a andar alrededor, y dio catorce, cuatro
y diez golpes, todos los cuales, desde los primeros a
los últimos, dieron señalando a Oriente y en una
parte y propio lugar, sin diferenciar un dedo. Parose
con éstos, si bien volvió a continuar sus movimientos
circulares, y se tañó muchas veces en aquella
tarde y noche hasta el amanecer, y de esto testificó
muchos autos Domingo de Torres, notario real,
habitante en Jelsa, y de ellos hay muchos testigos, y
entre otros don Alonso, don Francisco y don Gracia
de Villalpando, tíos y hermanos del marqués de
Osera, señor del mismo lugar de Velilla. Los sucesos
que previno esta tañida fueron muchos, y particularmente[
385] se probó que aquel día salió de
Inglaterra la armada que dio sobre Cádiz aquel año,
y fue hecha retirar por el valor de don Fernando
Girón, gran cruz de San Juan, y se pueden atribuir
estos tañimientos a la recuperación del Brasil y a la
liga y confederación que los enemigos de España
concertaron en daño nuestro y a la celebración de
las cortes, que a los tres reinos de la corona de Aragón
hizo la majestad de Felipe III, rey de ella: las de
Cataluña, en la ciudad de Lérida; las de Valencia, en
la villa de Monzón, y las de Aragón, comenzadas en
la ciudad de Balbastro y concluidas en la de Calatayud,
en las cuales los valencianos sirvieron a su
majestad con mil hombres y los aragoneses con dos
mil, todos pagados por quince años, para socorro de
las guerras que tenía, y le llamaron servicio voluntario,
lo cual fue en el siguiente año 1626.
30. Miércoles a 15 de Marzo año de 1628, se volvió
a tañer, a las seis de la mañana, por espacio de
un cuarto. No se tomó por auto por no hallarse allí
notario; mas lo vieron más de treinta personas, y
entre ellas dos sacerdotes, y andaba la lengua alrededor
dando los golpes señalando al Septentrión, lo
cual era a tiempo que los árabes y moros tenían
cercada a la Mamora, fuerza importante en África, y
por noviembre, la flota de Nueva España se perdió,
cogiéndola los holandeses toda, con más de ocho
millones en ella, sin los navíos, que sin hallar defensa
en ellos se entregaron a los enemigos; que fue
pérdida notable y lastimosa.
31. Año 1629, a 16 de marzo, día viernes de la
segunda semana de Cuaresma, a las diez de la mañana,
se volvió a tocar por espacio de medio cuarto,
yendo la lengua aprisa por el rededor de la campana
haciendo el sonido acostumbrado, y dio cuatro golpes
reciamente contra el aire, que era hacia Poniente,
y volvió a andar alrededor; y luego dio otros dos
golpes de la misma suerte, y se paró. No se hizo
auto por no haber notario; pero para memoria de
este tañido, el marqués de Osera hizo que mediante
juramento, que él mismo les tomó aquel día, lo depusiesen
muchos testigos, y entre otros había algunos
hidalgos y familiares del Santo Oficio; todo lo
cual parece un papel firmado de sus manos, y luego
al año siguiente se siguió una grande hambre en el
reino de Aragón, pues llegó, a los últimos de 1630, a
valer el cahíz de trigo a ciento veinte reales de plata.[
386]
32. Año 1646, domingo, a 29 de abril, a las dos de
la mañana, se tañó esta campana dando diez golpes,
y después, por espacio de tres cuartos de hora, se
volvió a tañer otras tres veces a nueve golpes; volvió
un testigo y la oyeron dos o tres; daba los golpes,
casi todos, hacia donde sale el sol en tiempo de
invierno, que venía a ser hacia Fraga, y los daba
muy despacio, y la noche siguiente, a la misma
hora, volvió a dar otros cuatro golpes.
33. La última vez que se sabe haberse tocado esta
campana fue el día 28 del mes de marzo del año de
1667, por espacio de hora y media seguidamente,
dando su lengua vuelta alrededor y algunos golpes
grandes, de suerte que se podía oír de más de un
cuarto de legua: se hallaban presentes muchas personas,
y especialmente el padre fray Juan Arbizu,
religioso Francisco; mosen Felipe López, mosen
Juan Gonzalbo y mosen Juan López, beneficiados
de Velilla y vecinos de ella: Nicolás Salvador y Juan
Ferrer juraron haberse hallado presentes, y testificó
auto de todo Miguel Balmaseda, notario real, habitante
enQuinto, bajo el día 2 de abril del dicho año.
34. Aunque se dice en algunas partes que los testimonios
de los tañidos de esta campana de Velilla
se hallan en los archivos de los marqueses de Osera,
que entonces era señores de dicha villa y de la baronía
deQuinto, se advierte que habiendo ganado dicha
baronía, con otras y sus agregados, y también
entre ellas la villa de Velilla, la familia de los excelentísimos
condes de Atarés, se trasladaron a su
archivo todos los papeles pertenecientes a dichos
estados y baronías ganadas, que estaban en el archivo
de los marqueses de Osera, y entre otros los testimonios
de algunos tañidos de esta campana; y así,
estos se hallan ya en los archivos del conde de Atarés,
y no en el del marqués de Osera.
35. Todas estas noticias se han sacado de un libro
que compuso el marqués de Osera, don Juan de
Funes y Villalpando, señor entonces de la baronía
deQuinto y de Velilla, en que trata de todas las cosas
más principales pertenecientes a sus familias y
estados, el cual dedica a su hijo don Francisco; cuyo
libro está en poder de los condes de Atarés.[387]
Reflexiones críticas sobre el escrito
antecedente
Sobre los autores que afirman el prodigio
§. I
1. La multitud de autores que al principio se citan
por las espontáneas pulsaciones de la campana de
Velilla, constituyen una prueba muy débil. En las
más relaciones históricas, cien autores no son más
que uno solo; esto es, los noventa y nueve no son
más que ecos, que repiten la voz de uno, que fue el
primero que estampó la noticia. Pero especialmente
las cosas prodigiosas, en siendo publicadas por
cualquier escritor, hallan a millares plumas que
propagan su fama. Es notable la complacencia que
tienen los hombres en referir prodigios, y también
los halaga para escribirlos la complacencia que con
ello saben han de dar a los lectores.
2. Noto que en la frente de los que se citan está
puesto Vairo, autor que juzgo extranjero, ya porque
el apellido lo es, ya porque no hallo tal autor en
laBiblioteca hispana de don Nicolás Antonio. Por
consiguiente, aunque él diga que vio testimonios de
escribanos que aseguraban el portento, y cartas de
los virreyes de aquel reino que lo confirmaban, acaso
no hubo más que una noticia incierta de uno y
otro. Esta sospecha es permitida respecto de un autor
extranjero en la relación de un hecho de nuestra
España, entre tanto que ignoramos qué grado de fe
merece su sinceridad o su crítica. Sospecho que
acaso será el benedictino Vairo, que comúnmente se
cita sobreFascinación; pero aunque su libro no es el
de los más raros, ni le tengo ni le necesito tener para
saber que es autor extranjero.
3. Como en el país donde vivo hay tan pocos libros
de los autores que cita el escrito, sólo pude ver dos;
pero estos dos vienen a ser ninguno. El primero es el
padre Martín Delrío, el cual sólo cita a Vairo; el
segundo, Covarrubias, el cual cita a Delrío; con que
Vairo, Delrío y Covarrubias no son más que Vairo.
A los[388] autores que alega el escrito podemos
añadir otros tres: Beyerlinck, en elTeatro de la vida
humana, (véaseCampana); el padre Abarca, en el
libro I de losAnales de Aragón, tratando del rey don
Alonso el Primero, capítulo IV, y nuestro Navarro,
Prolegom. IV de Angelis, número 128 et seq.
Estos dos últimos no citan a otro autor. Beyerlinck
sólo cita a Vairo. Es verosímil que Vairo sea la
fuente de donde bebieron casi todos, y copiada la
noticia de Vairo en lasDisquisiciones mágicas del
padre Martín Delrío, libro extremamente vulgarizado,
de aquí la habrán tomado infinitos.
Sobre la opinión de Zurita
§. II
4. Los créditos de este autor en materia de historia
son tan grandes, que parece se debe una especialísima
estimación a su voto en el asunto que tratamos;
mayormente habiéndose declarado por la opinión
negativa, a la cual sólo pudo inclinarle el amor de la
verdad, pues como aragonés, la afición a su patria
era natural le moviese a concederle el honor de poseer,
en la campana fatídica, tan prodigiosa y singular
alhaja. A que se añade que siendo el autor natural
de Zaragoza, distante sólo nueve leguas de Velilla,
gozaba una situación oportunísima para informarse
bien de la realidad del hecho.
5. Mas a la verdad, el testimonio de Zurita es tan
ambiguo, que no sin alguna apariencia se podría
torcer a favor del prodigio.
«De mí, dice, puedo afirmar que si lo viese, como
hay muchas personas de crédito que lo han visto,
pensaría ser ilusión.» Afirmar el testimonio de personas
de crédito que lo vieron parece que equivale a
afirmar el hecho, porque a personas de crédito da
asenso el que los reputa tales, en lo que deponen
como testigos oculares; mas, por otra parte, este
autor manifiesta claramente su disenso.
6. Tres salidas me ocurren para evitar su contradicción.
La primera, que el dar a aquellos testigos el
atributo de personas de crédito significa sólo la fama
y opinión común que tenían de tales, no el concepto
particular del autor. La segunda, que los tenía
por tales en general, lo cual no quita que en cuanto a
aquel singular hecho degenerasen de su veracidad.
Ya más de una vez hemos notado[389] que hombres
por lo común bastantemente veraces se dejan tal vez
vencer de la halagüeña tentación de fingir que vieron
uno u otro prodigio. La tercera, que aun en la
relación de este hecho particular les concede la sinceridad,
pero juzgando que fueron engañados. Esto
parece significa el decir que si lo viese como ellos
pensaría ser ilusión. Mas ¿qué tendría el autor por
ilusión en la presente materia? No ilusión diabólica;
es claro, porque si se supone intervención del demonio,
cesa todo motivo de disentir a la realidad del
hecho, siéndole tan fácil al demonio el mover la
lengua de la campana como engañar los ojos de los
circunstantes con la falsa apariencia del movimiento.
Así, sin duda, el autor entendió aquí por ilusión
algún juego de manos, trampa o artificio oculto con
que alguna o algunas personas, de concierto, hiciesen
golpear la campana de modo que pareciese que
la lengua por sí misma se movía; lo que no juzgamos
imposible en vista de otros muchos artificios
con que se trampean objetos, en que antes de revelarse
la oculta manipulación se representa igualmente
difícil y aun imposible el engaño de los ojos.
7. Lo que de aquí se puede colegir es que la cualidad
de insigne historiador que todos justamente
conceden a Zurita por su exactitud, sinceridad y
diligencia, nada autoriza su voto en la presente materia,
porque supuesta por él la relación de testigos
oculares fidedignos, no contradichos por otros de la
misma clase, la impugnación ya no puede fundarse
en noticias históricas (pues no hay otras en esta
materia que las que dan los testigos), sino en otros
principios independientes de la historia. Es, pues,
para mí verosímil que en la misma cualidad del
prodigio encontró la dificultad o estorbo para el
asenso. Por eso pasamos a examinar este punto.
Sobre el carácter del prodigio
§. III
8. Todo lo portentoso, prescindiendo de las pruebas
que pueden persuadirlo, tiene algunos grados de
increíble; y tanto más cuanto el portento fuese mayor
o más inusitado. Así, a proporción que se aleja
más y más de la naturaleza y estado común de las
cosas, necesita de más y más eficaces testimonios
para ser creído. Punto es éste sobre que no debemos
detenernos ahora, por[390] haberle tratado muy de
intento en el discurso en que sobre fundamentos
solidísimos establecimos laregla matemática de la
fe humana.
9. El prodigio de la campana de Velilla, mirado
sólo por la parte de posibilidad que tiene en la actividad
de sus causas, no puede decirse que sea de los
mayores, pues no sólo Dios, o por sí mismo o mediante
el ministerio de un ángel, puede dar cualesquiera
movimientos a la lengua de la campana; mas
también el demonio, con el concurso ordinario de la
causa primera, puede hacerlo. Así, debajo de esta
consideración, no puede hallar en la prudencia
humana la menor repugnancia para ser creído.
Sobre las pruebas testimoniales
§. IV
10. Son tantas éstas y tan circunstanciadas, que
muy pocos hechos se hallan tan calificados con esta
especie de pruebas. Así, no se puede negar que dan
una gran probabilidad al prodigio, y aun dijera certeza
moral, si no se me atravesase el paso el genio
mal acondicionado de la crítica proponiéndome
algunos reparos, que expondré al juicio de los lectores.
11. Es digna de reflexionarse más la materia de la
objeción que se hace en el número 7. Supónese en
ella que cuando se tañe la campana de Velilla, «ordinariamente
hace muy grande viento, con torbellinos
y tiempo borrascoso». Y en la respuesta no se
niega esto; antes se confirma, pues para rebatir la
fuerza de la objeción sólo se alega un caso, que es el
de 1601, en que se tañó la campana sin que hubiese
viento. Puesto lo cual, todas las demás informaciones
que en diversos tiempos se hicieron de los espontáneos
tañidos de la campana quedan sin fuerza,
y sólo subsiste la del año 1601, y una información
sola, muy expuesta está a la falencia. Cada día se
ven informaciones hechas de milagros con toda la
formalidad de la práctica; sin embargo de lo cual,
apuradas después las cosas con más riguroso examen,
de veinte se halla uno verdadero. Los amaños,
que en materia de informaciones en cualquier asunto
caben, son muchos.
12. Pasemos adelante. Doy que la información en
cuanto a que la campana se tañó sin impelerla, ni
viento, ni mano humana, sea muy verdadera; ¿no
hay otro agente natural que pudiese moverla?[391]
¿Quién no ve que pudo hacer lo mismo un terremoto?
Pero no siendo los testigos preguntados sobre
esta circunstancia, pudo omitirse en la información.
13. El cardenal Bembo, en el libro XI de laHistoria
de Venecia, refiere que en un terremoto que se padeció
en aquella ciudad el año de 1512, el movimiento
de la tierra, comunicado a las torres, hizo
tañer unas campanas y otras no. ¿Por qué no podría
moverse por el mismo principio la campana de Velilla?
Habrá quien diga que esto es extender los ojos a
todo lo posible, y yo lo concedo. Pero repongo que
eso es lo que se debe hacer en semejantes cuestiones.
Cuando se disputa si algún efecto proviene de
causa natural o sobrenatural, no se debe afirmar lo
segundo sino cuando se halla totalmente imposible
lo primero.
14. Hágome cargo de que así en la relación de los
toques de 1601, como en la de 1568, se añaden circunstancias
que prueban que no fue viento ni terremoto
quien movió la campana. Pero ¿qué certeza
tenemos de que esas circunstancias no fueron añadidas
para preocupar objeciones? En las relaciones de
milagros sucede frecuentemente que los que están
empeñados en persuadir la realidad de ellos, al paso
que los que dudan les van dando solución para atribuir
los efectos a causa natural, van añadiendo circunstancias
que prueben lo contrario. Aquel cura
mosen Martín García, que en los dos casos de 1568
y 1601 se dice, que por sí mismo hizo las pruebas
experimentales de ser milagrosos los tañidos, puede
ser que fuese un hombre muy virtuoso, como se nos
asegura en elEscrito apologético, o comúnmente
reputado por tal. Pero como se encuentran no pocas
veces eclesiásticos de excelente reputación, que
cuentan y deponen de milagros que nunca existieron,
o porque su virtud no corresponde a la apariencia,
o porque están en el error de que aun por reste
medio es lícito promover la piedad, ¿quién nos asegura
que no era uno de éstos mosen Martín García?
15. De todas las informaciones alegadas, sólo en
una o dos hay testigos que deponen con juramento;
en algunas hay fe de notario; en otras, sólo una simple
narración histórica de que vieron el prodigio
fulano y citano; en otras se refiere el hecho sin citar
testigo alguno.
16. Parece un defecto muy considerable de todos
los hechos de los últimos tiempos, esto es, posteriores
al santo Concilio de Trento, e informaciones
hechas de ellos, que ninguno y ningunas se
hallan[392] aprobadas por el ordinario, contra lo
que el santo Concilio dispone, sesión XXV, decretoDe
invocatione et veneratione, etc., que no se
admitan nuevos milagros sino con reconocimiento y
aprobación del obispo, a la cual precede consulta de
doctos teólogos y piadosos varones; lo que muestra
la poca confianza que la Iglesia hace de las informaciones
de milagros a quienes falta este requisito. En
efecto, nada se prueba con más facilidad que un
milagro. No es difícil hallar testigos, que tienen por
obra de piedad declarar como cierto el que juzgan
dudoso, y nadie lo contradice; los más porque juzgan
especie de impiedad negar el asenso, y los menos
por el temor de que el rudo vulgo los censure de
impíos. Mas la Iglesia, que es regida por aquel espíritu
que inspira la verdadera piedad, entra con tanta
desconfianza en las informaciones de milagros, y las
examina con tanta exactitud, que, como advertimos
en otra parte, el padre Daubenton, en laVida de San
Francisco de Regis, que imprimió en París el año de
1716, dice que de cerca de cien milagros, que se
presentaron testimoniados a la sagrada Congregación
para la canonización de un santo del último
siglo, sólo fue aprobado por verdadero uno, y la
canonización se suspendió por entonces.
17. Se hace reparable que en elEscrito apologético
no se refiere caso alguno de tañerse espontáneamente
la campana desde el año de 1667 hasta hoy, que
es un intervalo de setenta y tres años. Donde se debe
notar, lo primero, que desde el año 1435, donde
empiezan las reflexiones de los toques de la campana
(porque antes de este tiempo, dice el autor delEscrito
apologético, «no estaban los aragoneses para
escribir historias»), hasta el de 1667, no se halla
intervalo igual de tiempo en que no se cuenten, por
lo menos, cinco casos en que se tañó; y desde 1558
hasta el de 1629, en que hay el intervalo de setenta y
un años, se tañó, según la relación, once veces. No
faltará quien diga que en estos últimos setenta y tres
años no sonó la campana de Velilla porque ya no es
la gente tan crédula. Nótese, lo segundo, que desde
que España sacudió el yugo mahometano, no se dará
intervalo igual del tiempo en que haya padecido ni
más sangrientas guerras ni mayores revoluciones
que en estos últimos setenta y tres años. ¿Cómo en
acaecimientos de tanto bulto, y por tanto tiempo,
estuvo quieta la fatídica campana, sin anunciar ninguno
de ellos? Vimos en nuestros días la insigne
revolución de extinguirse el dominio austríaco en
España y pasar la corona[393] a la Casa de Borbón.
Vimos a varios miembros de esta península bañados
en sangre por una cruelísima guerra que tenía mucho
de civil. Vimos desmembrar de esta corona los
grandes estados de Flandes, Milán, Nápoles, Sicilia
y Cerdeña. Y si han de entrar en cuenta las revoluciones
adversas a la Iglesia (como deben entrar
principalmente, pues así lo pronuncian los apologistas
de la campana), dentro del espacio de tiempo
señalado se vio la grande de ser despojada la real
católica familia Estuarda de la corona de Inglaterra,
a quien tocaba de justicia, para pasar a una casa
protestante, y pocos años ha extinguida casi totalmente
la cristiandad de la China. ¿Quién creerá que
a sucesos de tan enorme magnitud y tan propios del
asunto y destino de la campana estuviese ésta callada,
habiendo clamoreado en una ocasión por la
muerte que ejecutaron los judíos en el celoso inquisidor
general San Pedro de Arbués (como se dice en
el número 16); en otra, porque Juan de Cañamás
hirió en Barcelona al rey católico (número 17); en
otra, por la invasión de la armada otomana a la isla
de Malta, con ser aquella invasión infeliz para los
turcos (número 21); en otra, por haber tentado inútilmente
el duque de Alanson hacerse dueño de
Flandes (número 27); en otra, (número 29) porque
vino la armada inglesa contra Cádiz, aunque se volvió
sin hacer nada?
18. Es asimismo muy reparable que haya la campana
anunciado algunas heridas muy leves que recibió
el cuerpo de la Iglesia, y no otras gravísimas,
como fueron las dos funestas revoluciones de Inglaterra
en materia de religión en los reinados de Henrico
VIII e Isabela; la apostasía de Lutero, que tan
funesta fue a la Iglesia, y la extinción de la religión
católica en los dilatados reinos de Suecia y Dania.
19. Noto últimamente que en elEscrito apologético
se afirma que no siempre la campana anuncia tragedias,
y se proponen algunos ejemplos de anuncios
de sucesos felices. En los pronósticos de adversidades
ya se puede discurrir el motivo de excitar a los
pueblos a templar con oraciones y penitencias la
indignación divina; bien que para este efecto estaría
más oportunamente colocada la campana o en la
corte de la cristiandad o en la de España que en un
corto pueblo de Aragón. Pero en los anuncios de
sucesos prósperos no es fácil discurrir motivo alguno.
Fuera de que siendo los tañidos indiferentes para
pronosticar uno u otro, al oírlos quedará[394] la
gente sin movimiento alguno determinado, suspensa
entre la esperanza y el temor.
20. Pero miremos ya el reverso de la medalla. ¿Carecen
de solución los reparos propuestos? En ninguna
manera. Al primero se puede responder que las
certificaciones que hay de circunstancias, con las
cuales es incompatible que en los casos de la existencia
de aquellas circunstancias la campana se moviese
por viento o terremoto, preponderan a las cavilaciones
con que se procuran poner en duda.
21. Al segundo se puede responder: lo primero,
que aunque sólo en una u otra información depusieron
los testigos con juramento, ya esas pocas hacen
bastante fuerza. Lo segundo, que la fe de notario,
que intervino en muchas, asegura los hechos a cualquiera
prudencia que no sea nimiamente desconfiada,
pues siéndolo ya sale de los límites de prudencia.
Si no se da asenso a las certificaciones de los
notarios públicos, toda la fe humana va por tierra, y
todo será confusión en la sociedad humana. Lo tercero,
que el archivo donde están depositadas esas
informaciones les da a todas un gran peso de autoridad,
no siendo creíble que los señores marqueses de
Osera recogiesen en su archivo informaciones de
cuya verdad no estuviesen suficientemente asegurados.
22. Al tercero se responde que el santo Concilio de
Trento, cuando manda que no se admitan milagros
nuevos sin la aprobación del obispo, sólo prohíbe la
publicación de ellos en el púlpito, porque el fin para
que allí se proponen ordinariamente es la confirmación
de las verdades de nuestra santa fe; y este destino
pide que se apure primero la verdad de ellos
con cuantos medios caben en la humana diligencia.
Lo mismo se puede decir para representarlos en
imágenes públicas. Mas para que las informaciones
de milagros merezcan un prudente y racional asenso
no es menester tanto.
23. Al cuarto y quinto se puede decir que quizá en
los casos de acontecimientos mayores o más funestos
la campana se tañó; pero no hubo el cuidado de
certificarlo y archivar la certificación.
24. El último se satisface diciendo que la crítica no
debe extenderse a indagar los secretos de la divina
Providencia. Si el no alcanzar los motivos porque
Dios obra muchas cosas fuese causa bastante para
negar o dudar de los hechos, disentiríamos a la existencia[
395] de infinitos que absolutamente son indubitables.
Non ultra sapere quam oportet sapere.
25. Así, no puede negarse que, sin obstar los reparos
hechos, el cúmulo de informaciones que se alegan
a favor de las espontáneas pulsaciones de la
campana de Velilla, da una gran probabilidad a la
existencia del prodigio. A que añado que especialmente
las del año 1601 y 1625, por la puntual y
exacta enumeración de las muchas circunstancias
individuales que en ellas se enuncian, tienen un
carácter de verdad sumamente persuasivo.
[Texto basado en la edición de Pamplona de 1785.
Tomo VI. Páginas 330-353][330]
Chistes de N
§. I
1. El deseo de agradar en las conversaciones es una
golosina casi común a todos los hombres; y esta
golosina es raíz fecunda de innumerables mentiras.
Todo lo exquisito es cebo de los oyentes, y como lo
exquisito no se encuentra a cada paso, a cada paso
se finge. De aquí vienen tanta copia de milagros,
tantas apariciones de difuntos, tantas fantasmas o
duendes, tantos portentos de la mágica, tantas maravillas
de la Naturaleza. En fin, todo lo extraordinario
se ha hecho ordinarísimo en la creencia del vulgo,
por el hipo que tienen los hombres de hacerse
espectables vertiendo en los corrillos cosas prodigiosas.
2. Pero no sólo la producción de infinitas fábulas
viene de esta raíz viciosa, mas también la alteración
de infinitas verdades añadiéndoles circunstancias
fabulosas. La que más ordinariamente se practica es
la translación de dichos y hechos de una persona a
otra, de una región a[331] otra y de un tiempo a
otro. Como los afectos humanos se interesan siempre
algo en todo lo que miran de cerca, y tanto más
cuanto más de cerca lo miran, no es tanto el deleite
que se recibe oyendo un mote agudo, un suceso
gracioso, una novedad extravagante (pues también
éstas son sainete grande de las conversaciones),
cuando se refieren o de otro siglo o de otra región
distante, como cuando se atribuyen a nuestro tiempo
y a nuestra patria, creciendo el placer a proporción
que el chiste se acerca más a nosotros; de modo que
sube al más alto grado, cuando se coloca en cabeza
de persona conocida. De aquí nace el alterarse frecuentemente
en las conversaciones las circunstancias
de tiempo, lugar y persona; de modo que lo que
se leyó en un libro, como sucedió en siglo o región
distante, se trae al siglo y provincia propia para dar
más sal a la relación. Propondré de esto varios
ejemplos, según el orden que me fueren ocurriendo
a la memoria. Con este motivo hallará el lector algo
de gracejo en este teatro que es razón, que como
universal, tenga algo de todo.
§. II
3. Vivía poco ha en España un eclesiástico de alto
carácter, pero de poco entendimiento, por lo cual
dio lugar a que el vulgo creyese de él algunas notables
simplicidades. Había estado en Francia, y se le
imputó que, para ponderar la agudeza de los franceses,
decía acá que estaba pasmado de ver que en
aquel reino los niños de tres y cuatro años sabían
hablar la lengua francesa, cuando en España apenas
se encuentra alguno que a los doce la sepa. ¡Rara
alucinación! ¿Qué han de hablar los niños en Francia
sino la lengua nativa, que es la francesa, como
los de España la española? Pero este chiste fue tomado
del primer tomo de losCuentos del Señor
d´Ouville, y falsamente atribuido al eclesiástico
mencionado. El señor d´Ouville, digo, pone este
chiste en la boca de un criado tontísimo de un caballero
francés, que de[332] París pasaba a Roma, y
habiendo llegado al primer pueblo del Piamonte
salió el criado a buscar algunas cosas que había
menester; pero viendo que nadie le entendía (porque
los del país hablan la lengua italiana) volvió sumamente
admirado al amo, y le dijo:Monsieur, no he
visto en mi vida gente igualmente tonta que la de
esta tierra. En París los niños de tres y cuatro años
me entienden lo que les hablo, y aquí (apenas lo
creeréis) hombres llenos de barbas no me entienden
más que si fueran unas bestias.
4. Del mismo eclesiástico se refiere (a fin de persuadir
su total ignorancia de latinidad) que al tiempo
que estuvo en Roma, habiéndole hablado no sé
quién en latín, juzgó que le hablaba en idioma italiano,
y volviendose a los que le acompañaban, dijo:
Como no sé la lengua italiana, no puedo responderle;
que si me hablara en latín, le había de confundir.
Aun cuando sucediese así, no es prueba legítima
de ignorancia de latinidad en aquel personaje,
pues en la misma equivocación incurrió mucho
tiempo ha otro, que sin duda era gran latino. Enrico
Christiano Henninio refiere que Escalígero, siendo
cumplimentado por un irlandés en latín, juzgó que le
hablaba en el idioma irlandés, y le dijo, como para
prevenirle que le hablase en latín:Domine, non intelligo
hibernice. Esta equivocación pende de que
cada nación pronuncia el latín con aquella misma
articulación que el idioma patrio, y hay tanta diversidad
en la articulación de unas naciones a otras,
que, a veces, pronunciando tales letras del alfabeto,
representan a los de otra nación pronunciar otras
diferentes. Pongo por ejemplo: los alemanes pronuncian
lav como nosotros los españoles laf; lat
como nosotros lad; laj como nosotros lag blanda;
lag como nosotros lac; lab como nosotros lap; lau
vocal como nosotros laou; el diptongoeu como nosotrosoi.
En las demás naciones hay, a proporción,
la misma diversidad. De aquí es que cuando el de
una nación pronuncia rigurosamente el latín según
la afección del propio idioma, y el de otra no presta
especial atención o no está prevenido[333] de la
diferencia expresada, es fácil juzgar que le hablan el
idioma patrio. Erasmo, en el Diálogode recta Latini
graecique sermonis pronuntiatione, dice que se
halló presente a una asamblea en que el embajador
de Francia arengó al emperador Maximiliano, y que,
aunque el latín era muy bueno, algunos doctos italianos
que asistían allí juzgaron que había arengado
en francés.
5. Pudo, pues, suceder a nuestro prelado español lo
que se ha referido, sin que de aquí se deba inferir
que ignoraba la lengua latina; pero es lo más verosímil
que el suceso sea fingido por alguno que había
leído de Escalígero, y maliciosamente lo puso en la
cabeza de este otro.
§. III
6. De don Francisco de Quevedo se cuenta generalmente
el chiste de que estando enfermo, y
habiéndole ordenado el médico una purga, luego
que ésta se trajo de la botica, la echó en el vaso que
tenía debajo de la cama. Volvió el médico a tiempo
que la purga, si se hubiese tomado, ya habría hecho
su efecto, y reconociendo el vaso para examinar,
según se practica, la calidad del humor purgado,
luego que percibió el mal olor del licor que había en
el vaso, exclamó (como para ponderar la utilidad de
su receta):¡Oh, qué humor tan pestífero! ¿Qué
había de hacer éste dentro de un cuerpo humano? A
lo que Quevedo replicó:Y aun por ser él tal, no quise
yo meterle en mi cuerpo.
7. Poggio Florentino, que murió más de cien años
antes que Quevedo naciese, refiere, cuanto a la
substancia, el mismo chiste, colocado en la persona
de Angelo, obispo de Arezzo. Despreciaba o aborrecía
este prelado todas las drogas de botica. Sucedió
que cayendo en una grave dolencia, los médicos
llamados convinieron en que moría infaliblemente si
no se dejaba socorrer de la farmacopea. Después de
mucha resistencia se rindió, o simuló rendirse a sus
exhortaciones. Recetáronle, pues, una purga. Traída
de la botica, la echó en el vaso excretorio.[334]
Viniendo los médicos el día siguiente, le hallaron
limpio de calentura, y no dudando que la mejoría se
debía al uso del decretado fármaco, tomaron de aquí
ocasión para insultar al enfermo, reprendiendo como
totalmente irracional el desprecio que hacía de las
drogas boticales.
-Sí, por cierto-dijo el buen obispo-señores doctores,
vuesas mercedes tienen razón: ahora conozco
cuán eficaz es su purga, pues habiéndola echado en
ese vaso que está debajo de la cama, tal es su actividad,
que desde allí me ha causado la mejoría:
¿cuánto mejor lo hiciera (ya se ve) si la hubiera
metido en el estómago?
8. Del mismo Quevedo se cuenta que motejándosele
en un corrillo el exorbitante tamaño del pie, dijo
que otro había mayor que él en el corrillo. Mirándose
los circunstantes los pies unos a otros, y viendo
que todos eran menores que el de Quevedo, le dieron
en rostro con la falsedad de lo que decía.Lo
dicho dicho -insistió él-;otro hay mayor en el corrillo.
Instalándose a que lo señalase, sacó el otro pie,
que tenía retirado, y, en efecto, era mayor; y mostrándole:
Vean vuesas mercedes -les dijo-si éste no
es mayor que el otro. El portugués Franciso Rodríguez
Lobo, en suCorte en la Aldea, diálogo II, atribuye
este propio gracejo a un estudiante; y don Antonio
de Solís en su romance:Hoy en un piélago
entro, a una dama.
9. Chiste es también atribuido a Quevedo el que
encontrándose en la calle con ciertas damiselas
achuladas, y diciéndole éstas que embarazaba el
paso con su nariz (suponiéndola muy grande), él,
doblando con la mano la nariz a un lado,pasen -les
dijo-ustedes, señoras. P. Cuspiniano hace autor de
este gracejo al emperador Rodulfo. Encontrose con
él un decidor en calle estrecha. Advirtiéndole los
ministros que se apartase, él, motejando de muy
grande la nariz del emperador, les replicó:¿Por
dónde he de pasar, si la nariz del emperador llena
la calle? A lo que Rodulfo, doblando la nariz, como
acaba de referirse de Quevedo, le dijo con rara moderación
y humanidad en tan soberano personaje:
Pasa, hijo.[335]
10. Antes de salir de Quevedo, noto que aquel
excelente hipérbole suyo, pintando una nariz muy
grande:Érase un hombre a una nariz pegado, es
copia de original muy antiguo. Léntulo, marido de
Tulia, hija de Cicerón, era de muy corta estatura.
Viendo en una ocasión su suegro que traía ceñida
una espada grande, preguntó festivamente:Quis huic
gladio generum meum alligavit? La materia es en
parte diferente; la agudeza, la misma.
§. IV
11. Como cosa muy reciente oí que uno muy preciado
de matón se llegó en Madrid a un gran señor
ofreciéndose a servirle como valiente suyo para
matar a diestro y siniestro cuantos se le antojase.
Éste había recibido muchas heridas en algunas pendencias,
y presentaba por testimonio de su valentía
las cicatrices. El señor le despidió con irrisión, diciéndole:
Tráigame V. md. para valientes míos a los
que le dieron todos esos golpes, que a ésos me atengo
en todo caso. En un anónimo francés leí el mismo
dicho atribuido a Agesilao, rey de Lacedemonia,
en ocasión que se le presentaron para servirle en la
guerra cuatro hombres muy cicatrizados, y que, por
tanto, ostentaban mucho su valentía.
12. También viene de Agesilao el gracejo, harto
vulgarizado en España, de un sacerdote que celebrando
el Santo Sacrificio de la Misa se sintió morder
de un piojo, y asiéndole le estrujó entre la uña y
la patena, diciendo:Al traidor matarle, aunque sea
sobre el altar. Plutarco, en el libro de losApotegmas
Lacónicos, pone el mismo suceso y el mismo dicho,
sin discrepancia alguna, en la persona de Agesilao,
estando sacrificando un buey en el altar de Minerva.
Per deos lubenter, vel in ara insidiatorem, es la
expresión que atribuye Plutarco a Agesilao al matar
el piojo.
§. V
13. En este Principado de Asturias corre como
hecho de reciente data, acaecido en el mismo país,
que hallándose un religioso de tránsito en una aldea,[
336] y queriendo reconciliarse para decir misa,
acudió al excusador del cura del lugar, a quien,
hecha la confesión, halló tan ignorante que ni aun la
forma de la absolución sabía o sólo la sabía deformada
con unos cuantos solecismos. Fuese el religioso
al cura y le dijo cómo en conciencia no podía
tener por excusador aquel clérigo, por ser tan incapaz
que aun la forma de la absolución ignoraba. El
cura, que no era más capaz que el excusador, le
respondió:Padre, ya sé que ese hombre es un jumento,
pero no puedo remediarlo, porque no quiere
sujetarse a lo que yo le digo. Mil veces le tengo
dicho que no se meta en absolver a nadie, sino que
les oiga los pecados y después me los envíe a mí
para que los absuelva; pero no hay modo de reducirle
a eso. El doctor José Boneta, en su libritoGracias
de la gracia de los santos, refiere este chiste, y
dice que el que hizo la casual experiencia de la profunda
ignorancia de los dos sacerdotes fue el eximio
doctor en uno de sus viajes; lo cual, siendo así, el
chiste, sobre ser más antiguo que acá se piensa,
sucedió en diverso país, pues el padre Suárez nunca
estuvo ni viajó en Asturias.
14. A un pintor moderno, y que pintaba bellos
niños y tenía unos hijos muy feos, se atribuye una
bella respuesta a la pregunta que le hizo de que cómo
hacía unos niños tan feos sabiendo dibujarlos
tan hermosos.Es el caso, respondió, que los hago a
oscuras y los pinto a la luz del día. El mismo dicho
oí atribuir a un escultor que alcancé en Galicia; pero
la verdad es que precedió muchos siglos, así el pintor
como al escultor expresados. Macrobio hace
autor de esta agudeza a Lucio Mallo, pintor romano.
Con el motivo de que este pintor hacía bellas imágenes,
pero en sus hijos muy feos originales, le echó
Servilio Hemino esta pulla:Non similitur Malli fingis,
et pingis. Respondió Mallo:Tenebris enim fingo,
luce pingo.[337]
§. VI
15. De un rey de España y otro de Inglaterra se
refiere una misma sentencia, pronunciada con la
ocasión de habérsele quejado un señor principal de
que parecía estimaba más que a él a un pintor insigne
que tenía.Yo puedo, dijo el rey,hacer duques y
condes cuantos quisiere; pero artífices como N. solo
Dios puede hacerlos. Esta sentencia es copia bastantemente
puntual de la que Dion (in Adrian.) refiere
de Dionisio Sofista en ocasión que el emperador
había hecho secretario a Heliodoro, siendo incapaz:
Caesar potest honorem, ac pecunis largiri:
rhetorem facere non potest.
§. VII
16. En nuestras historias se celebra el valor de una
señora, la cual, viéndose sitiada y amenazándola los
enemigos que matarían a un hijo suyo que tenían
prisionero si no se rendía, con desenfado más que
varonil, señalando con cierto ademán la oficina de la
generación, les dijo que allí tenía con que hacer
otros hijos si le matasen aquél. Herodoto, en el libro
segundo, cuenta de unos a quienes se quería reducir
fulminando amenaza contra sus hijos y mujeres, que
mostrando uno de ellos el instrumento de la procreación,
respondió:Ubicumque id esset, sibi et uxores
et liberos fore. La bravata y el motivo son los
mismos, con la diferencia sola de colocarse en diferente
sexo.
§. VIII
17. Oí celebrar como chiste poco ha sucedido en
cierta mesa uno muy gracioso, que Ateneo refiere
como antiquísimo. Estaba Filojeno Poeta, comedor
insigne, cenando con Dionisio. Pusieron a éste un
pez grande, que Ateneo, con voz griega, llamaTrigla,
y es lo que nosotros llamamosbarbo de mar. A
Filojeno[338] pusieron otro pez de la misma especie,
pero muy pequeño. Luego que Filojeno notó la
gran desigualdad de los dos peces, arrimó la boca a
la oreja del suyo en ademán de decirle algo. Preguntole
Dionisio, qué hacía. Respondió Filojeno:Tengo
empezada una obrilla cuyo asunto es Galatea;y como
de esta ninfa del mar, los que mejor pueden
saber la historia son los peces, le preguntaba a éste
sobre algunas cosas que le habían acaecido en el
tiempo de su padre Nereo; pero él me responde que
cómo puede saber cosa alguna de esas antigüedades,
siendo un pececillo nuevo que nació ayer: que
le pregunte esas cosas a esotro barbo que tenéis
ahí, que es muy anciano y alcanzaría sin duda los
tiempos de Nereo. Agradole a Dionisio el donaire
con que Filojeno se quejaba de que le hubiesen
puesto un barbo tan pequeño y le dio el grande.
§. IX
18. Una de las famosas sentencias del rey don
Alonso el V de Aragón, llamado el Sabio y el Magnánimo,
es que preguntado por un áulico suyo sobre
cierto designio que tenía oculto, respondió que a su
propia camisa quemaría si fuese sabidora de algún
secreto suyo. Plutarco escribe el propio dicho de
Cecilio Metelo, respondiendo a un Centurión que
tuvo la llaneza de inquirir de él un secreto:Se tunicam
suam, si sui eam sibi consciam consilii putaret,
exuturum, et crematurum.
§. X
19. En algunas historias españolas se lee que
hallándose don Ramiro, llamado el Monje, rey de
Aragón, poco estimado y obedecido de los grandes
de su reino, envió un mensajero al abad del monasterio
de Tomer, donde había recibido el hábito monástico,
preguntándole qué deliberación tomaría, y
que el abad no dio otra respuesta al mensajero que
cortar en presencia suya[339] con una hoz las cabezas
de las berzas que se descollaban sobre las demás
en una huerta que tenía, significando con esta acción
al rey que lo que le convenía era quitar la vida a
aquellos señores principales que le despreciaban; lo
que el rey ejecutó luego. A este mismo consejo, con
la misma expresión y aun la misma ejecución, le da
Tito Livio más de mil y quinientos años más de
antigüedad. Habiendo, según este autor, Sexto, hijo
de Tarquino el Soberbio, de concierto con él, huido
a los Gabios, simulándose aborrecido, y perseguido
de su padre, vino a lograr entre ellos la suprema
autoridad. En este estado envió a su padre un mensajero,
preguntándole, qué haría. Y Tarquino, bajando
a un huerto seguido del mensajero, a vista de
él se puso a cortar con un cuchillo las cabezas de
unas dormideras más altas que las demás que había
en el huerto; lo que entendido por Sexto, con varias
criminaciones falsas hizo quitar la vida a los principales
de los Gabios; con que, debilitada aquella
nación, se rindió su resistencia a los romanos. Siendo
tan antigua esta tiránica agudeza en la persona de
Tarquino, aun le da otra mayor Plutarco, colocándola
en la de Trasíbulo, tirano de Mileto, consultado
de Periandro, tirano de Corinto, sin otra diferencia
en estas tres representaciones de una misma cosa
más que el que el abad de Tomer cortó berzas, Tarquino
dormideras y Trasíbulo espigas.
§. XI
20. La decantada respuesta de Filipo, rey de Macedonia,
al médico Menecrates, el cual había llegado a
tal extremo de jactancia por los felices sucesos de
sus curas que ya quería le tuviesen por Deidad, y a
ese fin, escribiendo una carta a Filipo, ponía por
salutación o principio de ella:Menecrates Jupiter
Philippo salutem; pero Filipo castigó su locura discretamente
poniendo en la frente de la respuesta:
Philippus Menecrati sanitatem; la atribuye Plutarco
a Agesilao, rey de Lacedemonia.[340]
§. XII
21. En la ciudad de Santigao se refiere que un portugués,
yendo a ver nuestro gran monasterio de San
Martín, que hay en aquella ciudad, y notando la
desproporción de la puerta principal, que es muy
pequeña respectivamente a la escalera inmediata,
obra majestuosa, de grande magnitud y hermosura,
dijo con donaire:Estos padres, como estiman tanto
la escalera, y ella, sin duda, lo merece, hicieron la
puerta tan pequeña porque no se les escapase por
ella. Este dicho viene a ser el mismo, aunque invertida
la materia, de Diógenes a los Mindianos, cuya
ciudad era pequeña, pero las puertas de ella muy
grandes. Advirtioles Diógenes que las cerrasen porque
la ciudad no se escapase por ellas.
§. XIII
22. Escribe Mr. Menage que habiendo pasado a
Inglaterra Juan Bodin, célebre jurisconsulto francés,
entre la comitiva del duque de Alenson, cuando este
príncipe fue a pretender su casamiento con la reina
Isabela, hablando Bodin con un inglés sobre esta
pretensión, el inglés, que no debía de gustar que se
lograse, le dijo que aquel matrimonio no podía efectuarse
a causa de que por ley del reino todo príncipe
extranjero estaba excluido de aspirar a la corona de
Inglaterra. Bodin, todo metido en cólera, le replicó
que tal ley no había, y que la mostrase o dijese dónde
se hallaba escrita. Pero el inglés le respondió con
gran socarronería que en el mismo pergamino donde
estaba escrita la ley Sálica, a las espaldas de ella
hallaría aquella ley del reino de Inglaterra. Los que
saben de dudas que hay sobre la ley Sálica, que
excluye las hembras de heredar la corona de Francia,
ya entienden en qué consiste el chiste de la respuesta
del inglés. Esta insultatoria retorsión se encuentra
en varias relaciones aplicada a diferentes
personas y materias. Pongo por ejemplo: se dice que
en ocasión de estar poco acordes[341] Roma y Venecia,
le dijo el Papa al embajador de aquella República
que deseaba ver el instrumento o escritura por
donde los venecianos se habían hecho dueños del
mar Adriático. Esto era declarar que tenían aquel
dominio por mera usurpación. El embajador respondió
que su Santidad hallaría dicha escritura a las
espaldas del original de la donación que Constantino
hizo a la Iglesia romana. Los eruditos no ignoran las
contestaciones que hay y ha habido sobre la donación
de Constantino y que el cardenal Baronio y el
padre Pagi la niegan; aunque no otros justos títulos
por donde la Iglesia romana posee lo que le atribuye
aquella donación.
§. XIV
23. En el tomo III, discurso II, número 39, tenemos
escrito que oyendo el caballero Borri que su estatua
tal día había sido quemada en Roma, y haciendo
reflexión sobre que el mismo día había hecho tránsito
por una montaña nevada, como despreciando
aquella ignominiosa ceremonia que dejaba ilesa su
persona, dijo que bien lejos de sentir aquel fuego en
toda su vida no había padecido frío igual al de aquel
día. En el mismo lugar apuntamos que este mismo
dicho se cuenta del calvinista Enrico Stefano y del
apóstata Marco Antonio de Dominis, los cuales
mucho antes que el Borri padecieron la misma
afrenta de quemarles las estatuas. Y acá, en España
se atribuye el propio dicho a un español fugitivo de
Roma por ciertas doctrinas legales poco conformes
a las máximas de aquella Corte.
§. XV
24. El anónimo francés, autor de lasReflexiones
morales, refiere que quejándose un joven de que la
espada que le habían dado era corta, su madre, mujer
de espíritu pronto y varonil, le dijo: «Cuando te
halles en el combate, con dar un paso adelante hacia
el enemigo la harás bastantemente larga». El autor
árabe (verdadero o supuesto)[342] de la Historia de
la pérdida de España, pone este dicho en la boca de
Almansor, emperador de los árabes, siendo muchacho,
con la ocasión de notar su padre de corto un
rico espadín que le habían presentado.
§. XVI
25. El siguiente chiste se refirió en un corrillo donde
me hallé, como sucedido estos años pasados en
Zaragoza. Llegó a aquella ciudad un tunante, publicando
que sabía raros arcanos de medicina, entre
otros el de remozar las viejas. La prosa del bribón
era tan persuasiva que las más del pueblo le creyeron.
Llegaron, pues, muchísimas a pedirle que les
hiciese tan precioso beneficio. Él les dijo que cada
una pusiese en una cedulilla su nombre y la edad
que tenía, como circunstancia precisa para la ejecución
del arcano. Había entre ellas septuagenarias,
octogenarias, nonagenarias. Hiciéronlo así puntualmente,
sin disimular alguna ni un día de edad por no
perder la dicha de remozarse, y fueron citadas por el
tunante para venir a su posada el día siguiente: vinieron,
y él, al verlas, empezó a lamentarse de que
una bruja le había robado todas las cedulillas aquella
noche, envidiosa del bien que las esperaba; así
que era preciso volver a escribir cada una su nombre
y edad de nuevo; y por no retardarlas más el conocimiento,
porque era precisa aquella circunstancia,
les declaró que toda la operación se reducía a que a
la que fuese más vieja entre todas habían de quemar
viva, y tomando las demás por la boca una porción
de sus cenizas, todas se remozarían. Pasmáronse al
oír esto las viejas; pero crédulas siempre a la promesa,
tratan de hacer nuevas cédulas. Hiciéronlas en
efecto, pero no con la legalidad que la vez primera,
porque medrosa cada una de que a ella, por más
vieja, le tocase ser sacrificada a las llamas, ninguna
hubo que no se quitase muchos años. La que tenía
noventa, pongo por ejemplo, se ponía cincuenta; la
que sesenta, treinta y cinco, etc. Recibió el picarón
las nuevas cédulas, y sacando entonces las que
le[343] habían dado el día antecedente, hecho el
cotejo de unas con otras, les dijo: Ahora bien, señoras
mías, ya vuesas mercedes lograron lo que les
prometí: ya todas se remozaron. V. md. tenía ayer
noventa años, ahora ya no tiene más de cincuenta.
V. md. ayer sesenta, hoy treinta y cinco; y discurriendo
así por todas, las despachó tan corridas como
se deja conocer. Digo que oí esta graciosa aventura
como sucedida poco ha en Zaragoza, pero ya
antes la había leído en el padre Zahn, el cual (III
part. Mundi mirabilis,página 75) señala por teatro
de ella a Hailbron, ciudad imperial en el Ducado de
Witemberg.
§. XVII
26. La vulgarizada necedad de un vizcaíno, que
admirado de los reglados movimientos con que un
mono imitaba las acciones humanas, dijo que por
picardía suya no hablaba, a fin de que no le hiciesen
trabajar, sin discrepancia alguna se la oyó a un doctor
mahometano el señor La Brue, director de la
Compañía Francesa del Senegal. En el discurso VIII
de este tomo, número 65, referimos a otro propósito
la extravagante imaginación de aquel ignorantísimo
doctor.
§. XVIII
27. El señor d´Ouville trae entre sus cuentos el que
un hombre, que quería apartarse de su mujer, con
quien tenía poca paz; pareció a este fin ante el provisor.
Extrañó éste la propuesta, porque conocía la
mujer y era de buenas calidades. -¿Por qué queréis
dejar a vuestra mujer?, le preguntó el provisor; ¿no
es virtuosa? -Sí, señor, respondió el hombre. -¿No
es rica? -Sí, señor. -¿No es fecunda? -Sí, señor. En
fin, a todas las partidas sobre que era preguntado
respondía en abono suyo. Con que le dijo el provisor:
-Pues si vuestra mujer tiene tantas cosas buenas,
¿por qué queréis apartaros de ella? A esto el hombre,
descalzando un zapato, preguntó al provisor:[
344] -Señor, ¿este zapato no es nuevo? -Sí,
respondió el provisor. Añadió: -¿No está bien
hecho? -Sí, a lo que parece, respondió el provisor. -
¿No es de buen cordobán y buena suela? Respondió
del mismo modo que sí. -Pues ve V. md. con todo
eso, dijo el descontento marido, que yo quiero quitarme
este zapato y ponerme otro, porque yo sé muy
bien dónde me aprieta y manca, y V. md. no lo sabe.
Este cuento es traslado manifiesto de lo que Plutarco
cuenta de un romano, y se puede ver en nuestro
tomo IV, discurso I, número 20.
§. XIX
28. El mismo Señor d´Ouville refiere de una paisanita
francesa un agudo pique, que en cierta conversación
oí atribuir a una labradora castellana. Según
Ouville pasó el caso de este modo. Iba una mozuela
su camino, y llevando delante de sí una burra cargada
de no sé qué, encontró en el camino un caballero,
el cual, advirtiendo que la paisana era de agraciado
rostro, sintió movido el apetito a sellarle con sus
labios. Para este efecto, deteniéndose a conversar
con ella, le preguntó adónde iba. Respondió que
volvía a su lugar.¿Y cual es vuestro lugar? repreguntó
el caballero,paisana hermosa?Ville Juif, señor,
respondió ella. Era Ville Juif lugar cercano,
donde el caballero había estado muchas veces. Prosiguió,
pues, diciéndola:¿De Ville Juif? ¿Conoceréis,
según eso, a la hija de Nicolás Guillot? Sí,
conozco, y muy bien, r espondió la paisana.Pues
llévale, dijo el caballero,este beso de mi parte, y al
mismo tiempo hizo movimiento a ejecutarle en ella;
pero ella, apartándose con denuedo, le replicó:
Monsieur, si tenéis tanta prisa en enviar vuestro
beso, dádsele a mi burra, que va delante de mí y
llegará al lugar primero que yo, y dando luego con
la vara a la burra, acompañando el golpe con unarre,
pasó adelante, dejando al caballero hecho un
estafermo.[345]
§. XX
29. Escribe el padre Manuel Bernárdez, lusitano,
en su segundo tomo deApotegmas, que habiendo ido
dos comisarios de cierta comunidad a pedir al rey
Felipe II no sé qué merced, el más antiguo, a quien
por tal tocaba hablar, y que era un viejo inconsiderado
y moledor, estuvo sumamente prolijo en la
oración. Habiendo acabado, preguntó el rey al otro
si tenía algo que añadir. Éste, que estaba tan enfadado
de la imprudencia de su compañero, como el rey
cansado de su pesadez:Si, Señor, respondió,nuestra
comunidad nos ha encargado que si V. md. no nos
concede al punto lo que le pedimos, que mi compañero
vuelva a repetir todo lo que ha dicho desde la
primera letra hasta la última. Gustó el rey de la
graciosidad, y sin dilación dio el despacho que se le
pedía. Tengo leído (no puedo asegurar si fue en la
segunda parte de laFloresta española) que esto
mismo sucedió en la legacía de dos diputados de
una república de Italia a un Papa muy anterior a
Felipe II(3).
§. XXI
30. El señor d´Ouville cuenta que transitando Luis
XIV por una pequeña villa en su reino, y entrando
en ella a la hora de comer, fueron a arengarle
unos[346] diputados de la villa. El rey tenía más
gana de comer que de oír arengar; mas al fin se dejó
vencer por los señores de su comitiva, y trató de oír
a los diputados. Empezó el más antiguo de este modo:
Sire, Alejandro el Grande. No bien lo pronunció
cuando le faltó la memoria, de todo lo que se seguía,
con que volvió a repetir segunda y tercera vez:Sire,
Alejandro el Grande. Visto esto, el rey le dijo:
Amigo, Alejandro el Grande había comido y yo
no: vamos a comer y guárdese la arenga para otra
ocasión. El autor de las Observaciones selectas literarias
coloca este suceso en el abuelo de Luis XIV,
Enrico el Grande, en ocasión que querían arengarle
unos diputados de Marsella, y empezaba la oración:
Saliendo Aníbal de Cartago. Enrico, ya porque
era hora de comer, ya porque no gustaba de arengones,
cortó al arengista, diciendo:Cuando salió Aníbal
de Cartago ya había comido: yo voy a hacerlo
ahora.
§. XXII
31. Un amigo mío, hombre de entera verdad, me
refirió que el año de 706 al corregidor de Calatayud,
que lo era entonces don Juan Ramiro, pusieron en
aquella ciudad un pasquín bastantemente picante,
por lo cual él comenzó a hacer vivísimas diligencias
para averiguar el autor; pero el picarón, que estaba
bien asegurado de no ser descubierto, porque ni
tenía cómplice en el insulto[347] ni a nadie se lo
había confiado, de nuevo insultó al pobre corregidor,
fijando en el mismo sitio donde había puesto el
pasquín este irrisorio desengaño:
No lo sabrás, bobo,
porque yo soy solo.
Pero este propio entremés muchos años antes se
había representado en el Gran Teatro de París. A
Luis XIV, siendo aún mozo, le pusieron en su propia
mesa la siguiente copla, notándole de codicioso,
con alusión a la moneda francesa que llamanluis:
Tu es issù de race Auguste:
Ton Ayeul fut Henri le Grand,
on Pere fut Louis le Juste;
Mais tu n'es q'un Louis d´argent.
Leyó Luis XIV la copla y la celebró diciendo que
valía más que mil aduladores. No sólo esto: ofreció
al autor quinientos luises si se descubría él mismo,
empeñando su Real palabra de no hacerle mal alguno.
Pero el autor, o porque sospechaba cautelosa la
promesa, o porque temiese que no siempre el rey
estaría de buen humor y en cualquiera tiempo que
contemplase en la sátira más la osadía que la agudeza
le podría hacer mucho daño con otro pretexto, no
tuvo por conveniente descubrirse; antes bien, para
desengañar al rey de que por ningún camino averiguaría
el autor de la copla, en el mismo sitio puso o
hizo poner estotra:
Tu ne le sauras pas Louis, Car j'etois seul quand je
le fis.
que viene a ser lo mismo de arriba.El Espion Turco,
(tomo V, Epíst. 45),refiere todo lo dicho, como
también que no se pudo saber el autor aunque se
hicieron sobre ello varias conjeturas, y que algunos
atribuyeron el pasquín a la famosa Ana María
Schurman (de quien damos[348] amplia noticia,
tomo I, Discurso XVI, núm. 134), que se hallaba a
la sazón en París.
32. He dicho que el sujeto que me refirió este chiste
como sucedido el año de 1706 en Calatayud es
hombre de toda verdad, porque a él no se atribuya la
ficción de otro tiempo, otro lugar y otras personas;
él, sin duda, lo oyó, como lo refirió a otro alguno
que habría leídoEl Espión Turco, y quiso, para darle
más sal, colocar en su tierra el caso, y quizá hoy
estará, debajo de esta circunstancia supuesta, muy
extendido en España. Posible es también que así
este chiste, como otros algunos de los que hemos
referido, realmente se repitiesen en diferentes tiempos
y lugares.
§. XXIII
33. Estudié, siendo muchacho, las artes en nuestro
Colegio de San Salvador de Lerez, que dista sólo un
cuarto de legua de la villa de Pontevedra. Residían
entonces en aquella villa algunos caballeros de familias
muy ilustres sin duda, pero notados de que
ostentaban con alguna demasía su nobleza, por lo
cual los llamabanlos Caballeros de la Sangre. Era
consiguiente a esto que aunque no hubiese título en
qué fundarlo, afectasen el tratamiento de señoría.
Para demostración de que esta afectación llegaba al
más alto grado que puede imaginarse, se refirió
como proferida entonces una necedad graciosísima.
Malparió la mujer de uno de aquellos caballeros con
tanta anticipación, que apenas daba señas de animado
el feto. Luego que sucedió el aborto salió del
aposento de la Señora una de las criadas asistentes,
y algunos de la familia que estaban en la cuadra
inmediata, en la inteligencia que el parto había sido
legítimo, le preguntaron si era varón o hembra, a lo
que ella prontamente respondió:No se sabe, porque
aún no tiene alma su señoría. Es cuanto se puede
apurar la materia, tratar de señoría a una masa inanimada
(o juzgada tal) sólo por ser producción de
un caballero y de una señora de la sangre. Como he
dicho, este chiste corrió entonces en aquel país[349]
como efectivamente sucedido. Pero después leí el
mismo en el libritoGracias de la Gracia, del doctor
José Boneta, que parece lo refiere a distinto tiempo
y lugar.
§. XXIV
34. En mi tierna edad había en la villa de Allariz
un alférez de milicias que afectaba traer siempre
grandes bigotes, aunque era hombre de muy pequeña
cara. Encontrándole una vez mi padre, le dijo:
Alférez, o comprar cara o vender bigotes. Celebrose
el donaire, pero realmente esto no era más que
copia de lo que se cuenta de un vizcaíno que, viendo
sobre un pequeño río un gran puente, dijo a los del
lugar:o vender puente o comprar río. El padre
Bouhours, en susPensamientos ingeniosos, varía
algo el dicho. Refiere que un español, pasando el
Manzanares en el estío a pie enjuto y mirando el
mismo tiempo el puente de Segovia, dijo que fuera
bueno vender el puente para comprar agua.
§. XXV
35. Concluyamos este discurso con dos chistes de
hecho. Está extremamente vulgarizado que un Papa,
advirtiendo los muchos dientes (supuestos) que
había de la virgen y mártir Santa Apolonia, expidió
un edicto por toda la cristiandad, ordenando que
cuantos se hallasen fuesen remitidos a Roma, y que
ejecutado fielmente el orden del Papa, entró en
aquella ciudad tanta cantidad de dientes de Santa
Apolonia, que cargaban un carro. Yo tengo esto por
cuento, y juzgo que jamás hubo tal edicto pontificio.
Lo que discurro es que esta fama tuvo su origen en
Martín Kemnicio, autor luterano, el cual, en un tratado
que escribió de las reliquias, a fin de hacer
odiosa y vana la adoración que les da la Iglesia Católica,
refiere que un rey de Inglaterra expidió el
orden que la voz común hoy atribuye al Papa, y que
sólo en el ámbito de la Gran Bretaña se hallaron
tantos dientes de Santa Apolonia que hubo con que
llenar muchos toneles.[350] No por eso asiento a
que sea verdadera la relación del Kemnicio, antes
es, sin comparación, más inverosímil que la que
corre en el pueblo. Mucho es que de toda la cristiandad
se juntase un carro de dientes de Santa Apolonia,
pero que en sola la isla de Inglaterra hubiese
dientes para llenar muchos toneles, es totalmente
increíble. Sin embargo, es verosímil que aquella
fábula se derivó de ésta, mudando la circunstancia
de lugar y la persona.
§. XXVI
36. Es fama corriente en este Principado de Asturias
que habiéndose padecido en el territorio de
Oviedo y sus vecindades, cosa de dos siglos ha, una
perniciosísima plaga de ratones que cruelmente
devoraban todos los frutos, después de usar inútilmente
del remedio de los exorcismos que la práctica
de la Iglesia ha autorizado, recurrieron a una providencia
muy extraordinaria. Redújose la materia a
juicio legal en el Tribunal eclesiástico, a fin de fulminar,
después de formado el proceso, sentencia
contra aquellas sabandijas. Señalóseles abogado y
procurador que defendiesen su causa; éstos representaron
que aquéllas eran criaturas de Dios, por
tanto a su providencia pertenecía la conservación de
ellas; que Dios, que las había criado en aquella tierra,
por consiguiente los frutos de ella había destinado
a su sustento. Sin embargo, en virtud de lo
alegado por la parte opuesta, dio el provisor sentencia
contra los ratones, mandándoles con censuras
que, abandonando aquella tierra, se fuesen a las
montañas de las Babias (dentro del mismo principado).
No obedecieron los ratones, y de aquí tomaron
motivo su procurador y abogado para alegar de nuevo
que la ejecución de la sentencia era imposible
por haber arroyos en medio, los cuales no podían
pasar los ratones, a menos que se atravesasen pontones
por donte transitasen. Pareció justa la demanda:
pusiéronse los pontones. El juez eclesiástico de
nuevo fulminó sus censuras, y entonces los ratones
obedecieron, observándose con admiración,[351]
que por muchos días estuvieron pasando ejércitos de
ratones por los maderos colocados sobre los arroyos,
transfiriéndose a las montañas de las Babias.
37. Confieso que la tradición del país no me hiciera
fuerza para asentir a un suceso tan extravagante, a
no verla autorizada por el maestro Gil González
Davila, el cual dice vio el proceso de este pleito en
poder de don Fulano Posada, canónigo de Salamanca
y pariente del señor don Pedro Junco Posada,
obispo a las sazón de aquella ciudad. Y aun supuesto
este testimonio, queda lugar a la duda, siendo
posible que el proceso que dice vio el citado cronista
fuese alguna pieza burlesca compuesta por un
ingenio festivo a imitación de laBatrachomyomachia
(guerra de ratones y ranas), de Homero, o de
laGatomachia, de Burguillos. Es cierto que los ratones,
como todos los demás brutos, son sujetos incapaces
de censuras, pues siendo la censura pena eclesiástica
que priva de algunos bienes espirituales,
¿cómo puede imponerse a los que esencialmente son
incapaces de todo bien espiritual? ¿Y cómo es creíble
que el provisor de esta diócesis ingnorase esto?
Posible es que no fuese censura, sino alguna maldición
imprecatoria que por abuso se llamase censura.
Pero resta siempre la dificultad de usar de sentencia
jurídica contra aquellos irracionales, los cuales no
están sujetos al tribunal eclesiástico ni son capaces
de obedecer sus preceptos. Por consiguiente, esta
práctica, en caso de no ser dictada por especial inspiración,
siempre se debe tener por supersticiosa.
38. Como quiera que sea este caso, o verdadero o
fingido, es copia de otros semejantes que cuentan de
otras tierras. El padre Le Brun, del Oratorio, en
suHistoria crítica de las prácticas supersticiosas,
refiere que en algunos obispados de Francia se practicó
esto mismo en el siglo decimoquinto, y copia a
la letra la sentencia que el juez eclesiástico del obispado
de Troyes fulminó contra las sabandijas que
infestaban aquel país declarándolas malditas y anatematizadas
si no salían luego de él,[352] aunque no
expresa si obedecieron o no. El padre Manuel Bernárdez,
de la Congregación del Oratorio de Lisboa,
escribe haberse usado del mismo arbitrio en el Marañón,
procediendo legalmente y dando sentencia
contra una multitud prodigiosa de hormigas que
infestaban un convento de San Francisco(4).
[Texto basado en la edición de Pamplona de 1785.
Tomo VI. Páginas 352-366][352]
Razón del Gusto
§. I
1. Es axioma recibido de todo el mundo quecontra
gusto no hay disputa. Y yo reclamo contra este recibidísimo
axioma, pretendiendo que cabe disputa
sobre[353] el gusto y caben razones que la abonen o
le disuadan.
2. Considero que al verme el lector constituido en
este empeño creerá que me armo contra el axioma
con el sentir común de que hay gustos malos que
llaman estragados:Fulano tiene mal gusto en esto,
se dice a cada paso. De donde parece se infiere que
cabe disputa sobre el gusto, pues si hay gustos malos
y gustos buenos, como la bondad o malicia de
ellos no consta muchas veces con evidencia, antes
unos pretenden que tal gusto es bueno y otros que
malo, pueden darse razones por una y otra parte,
esto es, que prueben la malicia y la bondad.
3. Pero estoy tan lejos de aprovecharme de esta
vulgaridad, que antes siento que hablando filosóficamente
nunca se puede decir con verdad que hay
gusto malo o que alguno tiene mal gusto, sea en lo
que se fuere. Distinguen los filósofos tres géneros
de bienes: el honesto, el útil y el delectable. De estos
tres bienes sólo el último pertenece al gusto; los
otros dos están fuera de su esfera. Su único objeto es
el bien delectable, y nunca puede padecer error en
orden a él. Puede la voluntad abrazar como honesto
un objeto que no sea honesto, o como útil[354] el
que es inútil, por representárselos tales falsamente el
entendimiento. Pero es imposible que abrace como
delectable objeto que realmente no lo sea. La razón
es clara; porque si le abraza como delectable, gusta
de él; si gusta de él, actual y realmente se deleita en
él; luego actual y realmente es delectable el objeto;
Luego el gusto, en razón de gusto, siempre es bueno,
con aquella bondad real que únicamente le pertenece,
pues la bondad real que toca el gusto en el
objeto no puede menos de refundirse en el acto.
4. Ni se me diga que cuando el gusto se llama malo
no es porque carece de la bondad delectable, sino de
la honesta o de la útil. Hago manifiesto que no es
así. Cuando uno, en día que le está prohibida toda
carne, come una bella perdiz, aquel acto es, sin duda,
inhonesto; con todo, nadie por eso dice que tiene
mal gusto en comer la perdiz. Tampoco cuando
gasta en regalarse más de lo que alcanzan sus medios,
y de ese modo va arruinando su hacienda, se
dice que tiene mal gusto, aunque este gusto carece
de la bondad útil; luego sólo se llama mal gusto el
que carece de otra bondad distinta de la honesta y
útil. No hay otra distinta que la delectable, y de ésta
tengo probado que nunca carece el gusto; luego,
contra toda razón, se dice que algún gusto, sea el
que se fuere, es malo.
5. Los africanos gustan del canto de los grillos más
que de cualquiera otra música. Ateas, rey de los
Scitas, quería más oír los relinchos de su caballo
que al famoso músico Ismenias. ¿Dirase que aquéllos
tienen mal gusto y éste lo tenía peor? No, sino
bueno, así éste como aquéllos. Quien percibe deleite
en oír esos sonidos, tiene el gusto bueno con la bondad
que le corresponde, esto es, bondad delectable.
Muchos pueblos septentrionales comen las carnes
del oso, del lobo y del zorro; los tártaros, la del caballo;
los árabes, la del camello. En partes del África
se comen cocodrilos y serpientes. ¿Tienen todos
estos mal gusto? No, sino bueno.[355] Sábenles
bien esas carnes, y es imposible saberles bien y que
el gusto sea malo, o, por mejor decir, ser gusto y ser
malo es implicación manifiesta, porque sería lo
mismo que tener bondad delectable y carecer de
ella.
§. II
6. Con todo esto digo que caben disputas sobre
elgusto. Para cuya comprobación me es preciso
impugnar otro error común que se da la mano con el
expresado; esto es, que no se puede dar razón del
gusto. Tiénese por pregunta extravagante si uno
pregunta a otro por qué gusta de tal cosa, y juzga el
preguntado que no hay otra respuesta que dar sino
gusto porque gusto, o gusto porque es de mi gusto o
porque me agrada, etc., lo que nace de la común
persuasión que hay de que del gusto no se puede dar
razón. Yo estoy en la contraria.
7. Dar razón de un efecto es señalar su causa, y no
una sola, sino dos se pueden señalar del gusto. La
primera es el temperamento; la segunda, la aprehensión.
8. A determinado temperamento se siguen determinadas
inclinaciones:Mores sequuntur temperamentum,
y a las inclinaciones se sigue el gusto o
deleite en el ejercicio de ellas; de modo que de la
variedad de temperamentos nace la diversidad de
inclinaciones y gustos. Este gusta de un manjar,
aquél de otro; éste de una bebida, aquél de otra; éste
de la música alegre, aquél de la triste; y así de todo
lo demás, según la varia disposición natural de los
órganos en quienes hacen impresión estos objetos;
como también en un mismo sujeto se varían a veces
los gustos según la varia disposición accidental de
los órganos. Así, el que tiene las manos muy frías se
deleita en tocar cosas calientes, y el que las tiene
muy calientes se deleita en tocar cosas frías; en estado
de salud gusta de un alimento; en el de enfermedad,
de otro, o acaso le desplacen todos. Esta es
materia en que no[356] debemos detenernos más,
porque a la simple propuesta se hace clarísima.
§. III
9. Pero sobre ella se me ofrece ahora excitar una
cuestión muy delicada y en que acaso nadie ha pensado
hasta ahora; esto es, si los gustos diversos en
orden a objetos distintos, igualmente perfectos cada
uno en su esfera, son entre sí iguales. Pongo el
ejemplo en materia de música. Hay uno para cuyo
gusto no hay melodía tan dulce como la de la gaita;
otro, que prefiere con grandes ventajas a ésta el
armonioso concierto de violines con el bajo correspondiente.
Supongo que el gaitero es igualmente
excelente en el manejo de su instrumento que los
violinistas en el de los suyos; que también la composición
respectivamente es igual, esto es, tan buena
aquella para la gaita como ésta para los violines, y,
en fin, que igualmente percibe el uno la melodía de
la gaita que el otro el concierto de los violines. Pregunto,
¿percibirán igual deleite los dos, aquél oyendo
la gaita y éste oyendo los violines? Creo que
unos responderán que son iguales, y otros dirán que
esto no se puede averiguar; porque ¿quién, o por
qué regla se ha de medir la igualdad o desigualdad
de los dos gustos? Yo siento contra los primeros que
son desiguales, y contra los segundos que esto se
puede averiguar con entera o casi entera certeza.
¿Pues por donde se han de medir los dos gustos?
Por los objetos. Esta es una prueba metafísica, que
con la explicación se hará física y sensible.
10. En igualdad de percepción de parte de la potencia,
cuanto el objeto es más excelente, tanto es
más excelente el acto. Este, entre los metafísicos, es
axioma incontestable. Es música más excelente la
de los violines que la de la gaita, porque esto se
debe suponer; y también suponemos que la percepción
de parte de los dos sujetos es igual. Luego más
excelente es el acto con que el uno goza la música
de los violines que el acto[357] que el otro goza la
de la gaita. ¿Mas qué excelencia es ésta? Excelencia
en línea de delectación, porque ésa corresponde a la
excelencia del objeto delectable. La bondad de la
música a la línea de bien delectable pertenece, pues
su extrínseco fin es deleitar el oído, aunque por
accidente se puede ordenar y ordena muchas veces
como a fin extrínseco a algún bien honesto o útil.
Así, pues, como el objeto mejor en línea de honesto
influye mayor honestidad en el acto, y el mejor en
línea de útil mayor utilidad, también el mejor en
línea delectable influye mayor delectación.
11. Dirame acaso alguno que el exceso que hay de
una música a otra es sólo respectivo, y así recíprocamente
se exceden, esto es, respectivamente a un
sujeto es mejor la música de violines que la de gaita,
y respectivamente a otro es mejor ésta que aquélla.
En varias materias, tratando de la bondad de los
objetos en comparación de unos a otros, he visto
que es muy común el sentir de que sólo es respectivo
el exceso. Pero manifiestamente se engañan los
que sienten así. En todos tres géneros de bienes hay
bondad absoluta y respectiva. Absoluta es aquella
que se considera en el objeto prescindiendo de las
circunstancias accidentales que hay de parte del
sujeto; respectiva, la que se mide por esas circunstancias.
Un objeto que absolutamente es honesto,
por las circunstancias en que se halla el sujeto puede
ser inhonesto, como el orar cuando insta la obligación
de socorrer una grave necesidad del prójimo.
Una cosa que absolutamente es útil, como la posesión
de hacienda, puede ser inútil y aun nociva a tal
sujeto; v. gr., si hay de parte de él tales circunstancias
que los socorros que recibiría careciendo de
hacienda le hubiesen de dar vida más cómoda que la
que goza teniéndola. Lo propio sucede en los bienes
delectables. Hay unos absolutamente mejores que
otros; pero los mismos que son mejores son menos
delectables o absolutamente indelectables por las
circunstancias de tales sujetos. ¿Quién duda que
la[358] perdiz es un objeto delectable al paladar?
Mas, para un febricitante, es indelectable.
12. Generalmente hablando, todo cuanto estorba o
minora en el sujeto la percepción de la delectabilidad
del objeto, es causa de que la bondad respectiva
de éste sea menor que la absoluta. El que está enfermo
percibe menos, o nada percibe, la delectabilidad
del manjar regalado; el que con mano llagada, o
con la llaga misma de la mano, toca un cuerpo suavísimo
al tacto, no percibe su suavidad. De aquí es
que ni uno ni otro objeto sean, respectivamente,
delectables en aquellas circunstancias, sin que por
eso les falte la delectabilidad absoluta.
13. Aplicando esta doctrina, que es verdaderísima,
a nuestro caso, digo que la causa de que sea menor
para uno de los dos sujetos la bondad respectiva de
la música de violines es la obtusa, grosera y ruda
percepción de su delectabilidad o bondad absoluta.
Esta obtusa percepción puede estar en el oído o en
cualquiera de las facultades internas donde mediata
o inmediatamente se transmiten las especies ministradas
por el oído, y en cualquiera de las potencias
expresadas que esté nace de la imperfección de la
potencia o imperfecto temple y grosera textura de su
órgano. Por la contraria razón, el que tiene las facultades
más perfectas, o los órganos más delicados y
de mejor temple, percibe toda la excelencia de la
mejor música y el exceso que hace a la otra, de donde
es preciso resulte en él mayor deleite por la razón
que hemos alegado. Esta prueba y explicación sirven
para resolver la cuestión propuesta a cualesquiera
otros objetos delectables que se aplique, demostrando
generalmente que el sujeto que gusta más del
objeto más delectable goza mayor deleite que el que
gusta más del que lo es menos.
14. Universalmente hablando, y sin excepción
alguna, todos los que son dotados de facultades más
vivas y expeditas tienen una disposición intrínseca y
permanente para percibir mayor placer de los objetos
agradables. Pero no deben lisonjearse mucho de
esta ventaja,[359] pues tienen también la misma
disposición intrínseca para padecer más los penosos.
El que tiene un paladar de delicadísima y bien templada
textura goza mayor deleite al gustar el manjar
regalado, pero también padece más grave desazón al
gustar el amargo o acerbo. El que es dotado de mejor
oído percibe mayor deleite al oír una música
dulce, pero también mayor inquietud al oír un estrépito
disonante. Esto se extiende aun a la potencia
intelectiva. El de más penetrante entendimiento se
deleita más al oír un discurso excelente, pero también
padece mayor desabrimiento al oír una necedad.
§. IV
15. La segunda causa del gusto es la aprehensión;
y de la variedad de gustos, la variedad de aprehensiones.
De suerte que subsistiendo el mismo temple
y aun la misma percepción en el órgano externo,
sólo por variarse la aprehensión sucede desagradar
el objeto que antes placía, o desplacer el que antes
agradaba. Esto se probará de varias maneras. Muchas
veces, el que nunca ha usado de alguna especie
de manjar, especialmente si su sabor es muy diverso
del de los que usa, al probarlo la primera vez se
disgusta de él, y después, continuando su uso, le
come con deleite. El órgano es el mismo; su temperie,
y aun su sensación, la misma. ¿Pues de dónde
nace la diversidad? De que se varió la aprehensión.
Mirole al principio como extraño el paladar y, por
tanto, como desapacible; el uso quitó esa aprehensión
odiosa y, por consiguiente, le hizo gustoso.
16. Al contrario, otras muchas veces, y aun frecuentísimamente,
el manjar que usado por algunos
días es gratísimo, se hace ingrato continuándose
mucho. La sensación del paladar es la misma, como
cualquiera que haga reflexión experimentará en sí
propio; pero la consideración de su repetido uso
excita una aprehensión fastidiosa que le vuelve aborrecible.
De esto hay un ejemplo insigne y concluyente
en las Sagradas Letras. Llegaron[360] los
israelitas en el desierto a aborrecer el alimento del
Maná, que al principio comían con deleite. ¿Nació
esta mudanza de que, por algún accidente, hiciese
en la continuación alguna impresión ingrata en el
órgano del gusto? Consta evidentemente que no;
porque era propiedad milagrosa de aquel manjar que
sabía a lo que quería cada uno:Deserviens uniuscujusque
voluntati, ad quod quisque volebat convertebatur.
¿Pues de qué? El texto lo expresa:Nihil vident
oculi nostri, nisi man. Nada ven nuestros ojos sino
Maná. El tener siempre, todos los días y por tanto
tiempo, una misma especie de manjar delante de los
ojos, sin variar ni añadir otro alguno, excitó la aprehensión
fastidiosa de que hablamos.
17. Muchos no gustan de un manjar al principio y
gustan después de él porque oyen que es de la moda
o que se pone en las mesas de los grandes señores;
otros, porque les dicen que viene de remotas tierras
y se vende a precio subido. Como también, al contrario,
aunque gusten de él al principio, si oyen después
que es manjar de rústicos o alimento ordinario
de algunos pueblos incultos y bárbaros, empiezan a
sentir displicencia en su uso. Aquellas noticias excitaron
una aprehensión, o apreciativa o contemptiva,
que mudó el gusto. En los demás sentidos, y respecto
de todas las demás especies de objetos delectables,
sucede lo mismo.
§. V
18. Júzgase comúnmente que el gusto o disgusto
que se siente de los objetos de los sentidos corpóreos
está siempre en los órganos respectivos de éstos.
Pero realmente esto sólo sucede cuando el gusto
o disgusto penden del temperamento de esos órganos.
Mas cuando vienen de la aprehensión sólo están
en la imaginativa, la cual se complace o se irrita
según la varia impresión que hace en ella la representación
de los objetos de los sentidos. Es tan fácil
equivocarse en esto y confundir uno con otro por la
íntima correspondencia que hay entre los sentidos[
361] corpóreos y la imaginativa, que aun aquel
grande ingenio lusitano, el digno de toda alabanza,
el insigne P. Antonio Vieira, explicando el tedio que
los israelitas concibieron al Maná, bien que usó de
su gran talento para conocer que ese tedio no estaba
en el paladar, no le trasladó adonde debiera porque
le colocó en los ojos, fundado en el sonido del texto:
Nihil vident oculi nostri, nisi Man. Yo digo que
no estaba el tedio en los ojos, sino en la imaginativa.
La razón es clara, porque es imposible que se varíe
la impresión que hace el objeto en la potencia si no
hay variación alguna, o en el objeto, o en la potencia,
o en el medio por donde se comunica la especie.
En el caso propuesto debemos suponer que no hubo
variación alguna ni en el Maná (pues esto consta de
la mismaHistoria Sagrada), ni en los ojos de los
israelitas, ni en el medio por donde se les comunicaba
la especie, pues esto, siendo común a todos,
sería una cosa totalmente insólita y preternatural que
no dejaría de insinuar el historiador sagrado, fuera
de que en ese caso tendrían legítima disculpa los
israelitas en el aborrecimiento del Maná; luego
aquel tedio no estaba en los ojos, sino en la imaginativa.
19. Ni se me oponga que también sería cosa totalmente
insólita que la imaginativa de todos se viciase
con aquel tedio. Digo que no es eso insólito o preternatural,
sino naturalísimo, porque los males de la
imaginativa son contagiosos. Un individuo solo es
capaz de inficionar todo un pueblo. Ya se ha visto
en más de una y aun de dos comunidades de mujeres,
por creerse energúmena una de ellas, ir pasando
sucesivamente a todas las demás la misma aprehensión
y juzgarse todas poseídas. Sobre todo, una
aprehensión fastidiosa es facilísima de comunicar.
Se nos viene, naturalmente, el objeto a la imaginativa
como corrompido de aquella tediosa displicencia
que vemos manifiesta otro hacia él, especialmente si
el otro es persona de alguna especial persuasiva o de
muy viva imaginación, porque[362] ésta tiene una
fuerza singular para insinuar en otros la misma idea
de que está poseída.
§. VI
20. Puesto ya que el gusto depende de dos principios
distintos, esto es, unas veces del temperamento,
otras de la aprehensión, digo que cuando depende
del temperamento no cabe disputa sobre el gusto,
pero sí cuando viene de la aprehensión. Lo que es
natural e inevitable no puede impugnarse con razón
alguna, como ni tampoco hay razón alguna que lo
haga plausible o digno de alabanza. Tan imposible
es que deje de gustar de alguna cosa el que tiene el
órgano en un temperamento proporcionado para
gustar de ella, como lo es que el objeto, a un tiempo
mismo, sea proporcionado y desproporcionado al
sentido. No digo yo todos los hombres, mas ni aun
todos los ángeles podrán persuadir a uno que tiene
las manos ardiendo que no guste de tocar cosas frías.
Podrán, sí, persuadirle, o por motivo de salud o
de mérito, que no las aplique a ellas; pero que aplicadas
no sienta gusto en la aplicación es absolutamente
imposible.
21. No es así en los gustos, que penden precisamente
de la aprehensión, porque los vicios de la
aprehensión son curables con razones. Al que mira
con fastidioso desdén algún manjar, o porque no es
del uso de su tierra, o por su bajo precio, o porque
es alimento común de gente inculta y bárbara, es
fácil convencerle con argumentos de que ese horror
es mal fundado. Es verdad que no siempre que se
convence el entendimiento, cede de su tesón la imaginativa,
pero cede muchas veces, como la experiencia
muestra a cada paso.
22. Aun cuando el vicio de la imaginativa se comunica
al entendimiento, halla tal vez el ingenio
medios con que curarle en una y otra potencia. Los
autores médicos refieren algunos casos de éstos. A
uno que creía tener un cascabel dentro del cerebro,
cuyo sonido aseguraba oía,[363] curó el cirujano
haciéndole una cisura en la parte posterior de la
cabeza, donde entrando los dedos, como que arrancaba
algo, le mostró luego un cascabel que llevaba
escondido como que era el que tenía en la cabeza y
acababa de sacarle de ella. Otro que imaginaba tener
el cuerpo lleno de culebras, sapos y otras sabandijas,
fue curado dándole una purga y echando con disimulo
en el vaso excretorio algunos sapos y culebras
que le hicieron creer eran los que tenía en el cuerpo
y había expelido con la purga. A otro que había
dado en la extravagante imaginación de que si expelía
la orina había de inundar el mundo con ella, y
deteniéndola por este miedo estaba cerca de morir
de supresión, sanaron encendiendo una grande
hoguera a vista suya y persuadiéndole que aquel
fuego iba cundiendo por toda la tierra, la cual, sin
duda, en breve se vería reducida a cenizas si no
soltaba los diques al fluido excremento para apagar
el incendio, lo que él, al momento, ejecutó. A este
modo se pueden discurrir otros estratagemas para
casos semejantes, en los cuales será más útil un
hombre ingenioso y de buena inventiva que todos
los médicos del mundo.
23. Lo que voy a referir es más admirable. Sucediome
revocar al uso de la razón a una persona que
mucho tiempo antes le había perdido, aun sin usar
de estos artificiosos círculos, sino acometiendo (digámoslo
así) frente a frente su demencia. El caso
pasó con una monja benedictina del convento de
Santa María de la Vega, existente extramuros de
esta ciudad de Oviedo. Esta religiosa, que se llamaba
doña Eulalia Pérez y excedía la edad sexagenaria,
habiendo pasado dos o tres años después de perdido
el juicio sin que en todo ese tiempo gozase algún
lúcido intervalo ni aun por brevísimo tiempo, cayó
en una fiebre que pareció al médico peligrosísima
(aunque de hecho no lo era), por lo cual fui llamado
para administrarla el socorro espiritual de que estuviese
capaz. Entrando en su aposento la hallé tan
loca como me habían informado lo estaba antes, y
realmente era una locura rematadísima[364] la suya.
Apenas había objeto sobre el cual no desbarrase
enormemente. Empecé intimándola que se confesase;
respondíaad Ephesios. Propúsele la gravedad de
su mal y el riesgo en que estaba, según el informe
del médico; como si hablase con un bruto. Todo era
prorrumpir en despropósitos. Bien que el error que
más ordinariamente tenía en la imaginación y en la
boca era que hablaba a todas horas con Dios, y que
Dios la revelaba cuanto pasaba y había de pasar en
el mundo. Viéndola en tan infeliz estado me apliqué
con todas mis fuerzas a tentar si podía encender en
su mente la luz de la razón, totalmente extinguida al
parecer. En cosa de medio cuarto de hora lo logré. Y
luego, temiendo justamente que aquélla fuese una
ilustración pasajera, como de relámpago, me apliqué
a aprovechar aquel dichoso intervalo haciendo que
se confesase sin perder un momento, lo que ejecutó
con perfecto conocimiento y entera satisfacción mía.
Después de absuelta estuve con ella por espacio de
media hora, y en todo este tiempo gozó íntegramente
el uso de la razón. Despedime sin administrarla
otro Sacramento por conocer que la fiebre no tenía
visos de peligrosa, aunque el médico la constituía
tal, como, en efecto, dentro de pocos días convaleció;
pero la ilustración de su mente fue transitoria,
como yo me había temido. Dentro de pocas horas
volvió a su demencia, y en ella perseveró sin intermisión
alguna hasta el momento de su muerte, que
sucedió tres o cuatro años después. Hallábame yo
ausente de Oviedo cuando murió, y me dolió mucho
al recibir la noticia, creyendo, con algún fundamento,
que acaso le lograría en aquel lance el importantísimo
beneficio que había conseguido en la otra
ocasión, bien que no ignoro que la dificultad había
crecido en lo inveterado del mal.
24. Es naturalísimo desee el lector saber a qué
industria se debió esta hazaña, no sólo por curiosidad,
más también por la utilidad de aprovecharse de
ella si le ocurriese ocasión semejante. Parece que no
hubo industria alguna; antes muchos, mirándolo a
primera luz, bien lejos de graduarlo[365] de ingenioso
acierto lo reputarán una feliz necedad. ¿Quién
pensará que de intento y derechamente me puse a
persuadir a una loca que lo estaba, y que cuanto
pensaba y decía era un continuado desatino? ¿O
quién no diría, al verme esperanzado de ilustrarla
por este medio, que yo estaba tan loco como ella?
Para conocer la verdad de lo que yo le proponía era
menester tener el uso de la razón, el cual le faltaba,
y si no la conocía era inútil la propuesta; con que
parece que era una quimera cuanto yo intentaba. Sin
embargo, éste fue el medio que tomé. Por qué y
cómo se logró el efecto explicaré ahora.
25. Para vencer cualquiera estorbo o lograr cualquier
fin no se ha de considerar precisamente el
medio o instrumento de que se usa, más también la
fuerza y arte con que se maneja. La cimitarra del
famoso Jorge Castrioto en la mano de su dueño, de
un golpe cortaba enteramente el cuello a un toro;
trasladada a la del Sultán, sólo hizo una pequeña
herida. Esto pasa en las cosas materiales, y esto
mismo sucede en el entendimiento. Usando de la
misma razón uno que otro, hay quien desengaña de
su error a un necio en un cuarto de hora, y hay quien
no puede convencerle en un día ni en muchos días.
¿Pues cómo, si ambos echan mano del mismo instrumento?
Porque le manejan de muy diferente modo.
Las voces de que se usa, el orden con que se
enlazan, la actividad y viveza con que se dicen, la
energía de la acción, la imperiosa fuerza del gesto,
la dulce y, al mismo tiempo, eficaz valentía de los
ojos; todo esto conspira y todo esto es menester para
introducir el desengaño en un entendimiento, o infatuado
o estúpido. La mente del hombre, en el estado
de unión al cuerpo, no se mueve sólo por la razón
pura, más también por el mecanismo del órgano, y
en este mecanismo tienen un oculto, pero eficaz
influjo, las exterioridades expresadas. Conviene
también variar las expresiones, mostrar la verdad a
diferentes luces, porque esto es como dar vuelta a la
muralla para ver por dónde se puede abrir la brecha.
Ello, en el caso dicho, se logró el fin, como pueden[
366] testificar más de veinte religiosas del convento
mencionado que viven hoy y vieron el suceso.
No sólo en esta ocasión; también en otra logré ilustrar
a un loco mucho más rematado haciéndole conocer
el error que sin intermisión traía en la mente
muchos años había. Es verdad que en éste mucho
más presto se apagó la luz recibida; de modo que
apenas duró dos minutos el desengaño. Tampoco yo
insistí con tanto empeño porque no había la necesidad
que en el otro caso.
26. Confieso que en una perfecta demencia no
habrá recurso alguno; es preciso que reste alguna
centellita de razón en quien se encienda esta pasajera
llama. En la ceniza, por más que se sople no se
producirá la más leve luz. ¿Pero cuándo se halla una
perfecta demencia? Pienso que nunca o casi nunca.
Apenas hay loco que en cuanto piensa, dice y hace
desatine. Todo el negocio consiste en acertar con
aquella chispa que ha quedado y saber agitarla con
viveza. Nadie nos pida lecciones para practicarlo
porque son inútiles. Es obra del ingenio, no de la
instrucción.
27. Los ejemplos alegados prueban superabundantemente
nuestro intento. Si es posible reducir a la
razón a quien tiene dañado, juntamente con la imaginativa,
el entendimiento, mucho más fácil será
reducir a quien sólo tiene viciada la imaginativa sin
lesión alguna de parte del entendimiento, especialmente
cuando, como en el caso de la cuestión, el
vicio de la imaginativa es sólo respectivo a objeto
determinado. De todo lo alegado en este discurso se
concluye que hay razón para el gusto y que cabe
razón o disputa contra el gusto.
[Texto basado en la edición de Pamplona de 1785.
Tomo VI. Páginas 367-380][367]
El no sé qué
§. I
1. En muchas producciones, no sólo de la naturaleza,
mas aun del arte, encuentran los hombres, fuera
de aquellas perfecciones sujetas a su comprehensión,
otro género de primor misterioso, que cuanto
lisonjea el gusto, atormenta el entendimiento; que
palpa el sentido, y no puede descifrar la razón; y así,
al querer explicarle, no encontrando voces, ni conceptos
que satisfagan la idea, se dejan caer desalentados
en el rudo informe de que tal cosa tiene unno
sé qué, que agrada, que enamora, que hechiza, y no
hay que pedirles revelación más clara de este natural
misterio.
2. Entran en un edificio, que al primer golpe que
da en la vista, los llena de gusto y admiración. Repasándole
luego con un atento examen, no hallan,
que ni por su grandeza, ni por la copia de luz, ni por
la preciosidad del material, ni por la exacta observancia
de las reglas de arquitectura exceda, ni aun
acaso iguale a otros que han visto, sin tener qué
gustar o qué admirar en ellos. Si les preguntan, qué
hallan de exquisito o primoroso en éste responden,
que tiene unno sé qué, que embelesa.
3. Llegan a un sitio delicioso, cuya amenidad costeó
la naturaleza por sí sola. Nada encuentran de
exquisito en sus plantas, ni en su colocación, figura
o magnitud, aquella estudiada proporción, que emplea
el arte en los plantíos hechos para la diversión
de los príncipes o los pueblos. No falta en él la cristalina
hermosura del agua corriente,[368] complemento
precioso de todo sitio agradable; pero que,
bien lejos de observar en su curso las mensuradas
direcciones, despeños y resaltes con que se hacen
jugar las ondas en los reales jardines, errante camina
por donde la casual abertura del terreno da paso al
arroyo. Con todo, el sitio le hechiza; no acierta a
salir de él, y sus ojos se hallan más prendados de
aquel natural desaliño, que de todos los artificiosos
primores, que hacen ostentosa y grata vecindad a las
quintas de los magnates. Pues, ¿qué tiene este sitio,
que no haya en aquéllos? Tiene unno sé qué, que
aquéllos no tienen. Y no hay que apurar, que no
pasarán de aquí.
4. Ven una dama, o para dar más sensible idea del
asunto, digámoslo de otro modo: ven una graciosita
aldeana, que acaba de entrar en la corte, y no bien
fijan en ella los ojos, cuando la imagen, que de ellos
trasladan a la imaginación, les representa un objeto
amabilísimo. Los mismos que miraban con indiferencia
o con una inclinación tibia las más celebradas
hermosuras del pueblo, apenas pueden apartar la
vista de la rústica belleza. ¿Qué encuentran en ella
de singular? La tez no es tan blanca, como otras
muchas que ven todos los días, ni las facciones son
más ajustadas, ni más rasgados los ojos, ni más encarnados
los labios, ni tan espaciosa la frente, ni tan
delicado el talle. No importa. Tiene unno sé qué la
aldeanita, que vale más que todas las perfecciones
de las otras. No hay que pedir más, que no dirán
más. Esteno sé qué es el encanto de su voluntad y
atolladero de su entendimiento.
§. II
5. Si se mira bien, no hay especie alguna de objetos
donde no se encuentre esteno sé qué. Elévanos
tal vez con su canto una voz, que ni es tan clara, ni
de tanta extensión, ni de tan libre juego como otras
que hemos oído. Sin embargo, ésta nos suspende
más que las otras. ¿Pues cómo, si es inferior a ellas
en claridad, extensión y gala? No importa. Tiene
esta voz unno sé qué, que no[369] hay en las otras.
Enamóranos el estilo de un autor, que ni en la tersura
y brillantez iguala a otros que hemos leído, ni en
la propiedad los excede; con todo, interrumpimos la
lectura de éstos sin violencia, y aquél apenas podemos
dejarle de la mano. ¿En qué consiste? En que
este autor tiene en el modo de explicarse unno sé
qué, que hace leer con deleite cuanto dice. En las
producciones de todas las artes hay este mismono sé
qué. Los pintores lo han reconocido en la suya debajo
del nombre demanera, voz que, según ellos la
entienden, significa lo mismo, y con la misma confusión
que elno sé qué; porque dicen, que la manera
de la pintura es una gracia oculta, indefinible, que
no está sujeta a regla alguna, y sólo depende del
particular genio del artífice. Demoncioso (In
praeamb. ad Tract. de Pictur.) dice, que hasta ahora
nadie pudo explicar qué es o en qué consiste esta
misteriosa gracia:Quam nemo umquam scribendo
potuit explicare; que es lo mismo que caerse de
lleno en elno sé qué.
6. Esta gracia oculta, esteno sé qué, fue quien hizo
preciosas las tablas de Apeles sobre todas las de la
antigüedad; lo que el mismo Apeles, por otra parte
muy modesto y grande honrador de todos los buenos
profesores del arte, testificaba diciendo, que en
todas las demás perfecciones de la pintura había
otros que le igualaban, o acaso en una u otra la excedían;
pero él los excedía en aquella gracia oculta,
la cual a todos los demás faltaba:Cum eadem aetate
maximi pictores essent, quorum opera cum admirarentur,
collaudatis omnibus, deesse iis unam illam
Venerem dicebat, quam Graeci Charita vocant,
caetera omnia contigisse, sed hac sola sibi neminem
parem. (Plin., Libro XXXV, capítulo X.) Donde es
de advertir, que aunque Plinio, que refiere esto,
recurre a la voz griegacharita, ocharis, por no hallar
en el idioma latino voz alguna competente para
explicar el objeto, tampoco la voz griega le explica;
porquecharis significa genéricamentegracia, y así
las tres gracias del gentilismo se llaman en griegocharites;
de donde se infiere, que aquel primor particular[
370] de Apeles, tanno sé qué es para el griego,
como para el latino y el castellano.
§. III
7. No sólo se extiende elno sé qué a los objetos
gratos, mas también a los enfadosos; de suerte, que
como en algunos de aquellos hay un primor que no
se explica, en algunos de éstos hay una fealdad, que
carece de explicación. Bien vulgar es decir:Fulano
me enfada sin saber por qué. No hay sentido que no
represente este o aquel objeto desapacible, en quienes
hay cierta cualidad displicente, que resiste a los
conatos, que el entendimiento hace para explicarla;
y últimamente la llama unno sé qué que disgusta,
unno sé qué que fastidia, unno sé qué que da en
rostro, unno sé qué que horroriza.
8. Intentamos, pues, en el presente discurso explicar
lo que nadie ha explicado, descifrar ese natural
enigma, sacar esta cosicosa de las misteriosas tinieblas
en que ha estado hasta ahora; en fin, decir lo
que es esto, que todo el mundo dice, queno sabe qué
es.
§. IV
9. Para cuyo efecto supongo lo primero, que los
objetos que nos agradan (entendiéndose desde luego,
que lo que decimos de éstos es igualmente en su
género aplicable a los que nos desagradan) se dividen
en simples y compuestos. Dos o tres ejemplos
explicarán esta división. Una voz sonora nos agrada,
aunque esté fija en un punto, esto es, no varíe o
alterne, por varios tonos, formando algún género de
melodía. Este es un objeto simple del gusto del oído.
Agrádanos también, y aún más, la misma voz, procediendo
por varios puntos dispuestos de tal modo,
que formen una combinación musical grata al oído.
Este es un objeto compuesto, que consiste en aquel
complejo de varios puntos, dispuestos en tal proporción,
que el oído se prenda de ella. Asimismo a la
vista agradan un verde esmeraldino, un fino blanco.
Estos[371] son objetos simples. También le agrada
el juego que hacen entre sí varios colores (v. g. en
una tela o en un jardín), los cuales están, respectivamente,
colocados de modo que hacen una armonía
apacible a los ojos, como la disposición de diferentes
puntos de música a los oídos. Este es un objeto
compuesto.
10. Supongo lo segundo, que muchos objetos compuestos
agradan o enamoran, aun no habiendo en
ellos parte alguna, que tomada de por sí lisonjee el
gusto. Esto es decir, que hay muchos, cuya hermosura
consiste precisamente en la recíproca proporción,
o coaptación, que tienen las partes entre sí. Las
voces de la música, tomadas cada una de por sí, o
separadas, ningún atractivo tienen para el oído; pero
artificiosamente dispuestas por un buen compositor,
son capaces de embelesar el espíritu. Lo mismo
sucede en los materiales de un edificio, en las partes
de un sitio ameno, en las dicciones de una oración,
en los varios movimientos de una danza. Generalmente
hablando, que las partes tengan por sí mismas
hermosura o atractivo, que no, es cierto que hay otra
hermosura distinta de aquella, que es la del complejo,
y consiste en la grata disposición, orden y proporción,
o sea, natural o artificiosa, recíproca de las
partes.
11. Supongo lo tercero, que el agradar los objetos
consiste en tener un género de proporción y congruencia
con la potencia que los percibe, o sea, con
el órgano de la potencia, que todo viene a reincidir
en lo mismo, sin meternos por ahora en explicar en
qué consiste esta proporción. De suerte, que en los
objetos simples sólo hay una proporción, que es la
que tienen ellos con la potencia; pero en los compuestos
se deben considerar dos proporciones, la
una de las partes entre sí, la otra de esta misma colección
de las partes con la potencia, que viene a ser
proporción de aquella proporción. La verdad de esta
suposición consta claramente de que un mismo objeto
agrada a unos, y desagrada a otros, pudiendo
asegurarse, que no hay cosa alguna en el mundo,
que sea del gusto de todos;[372] lo cual no puede
depender de otra cosa, que de que un mismo objeto
tiene proporción de congruencia, respecto del temple,
textura o disposición de los órganos de uno y
desproporción respecto de los de otro.
§. V
12. Sentados estos supuestos, advierto que la duda
o ignorancia expresada en elno sé qué, puede entenderse
terminada a dos cosas distintas, alqué y alpor
qué. Explícome con el primero de los ejemplos propuestos
en el núm. 5. Cuando uno dice: tiene esta
voz unno sé qué, que me deleita más que las otras,
puede querer decir o que no sabe qué es lo que le
agrada en aquella voz, o que no sabe por qué aquella
voz le agrada. Muy frecuentemente, aunque la expresión
suena lo primero, en la mente del que la usa
significa lo segundo. Pero que signifique lo uno, que
lo otro, ves aquí descifrado el misterio. Elqué de la
voz precisamente se reduce a una de dos cosas: o al
sonido de ella (llámase comúnmente el metal de la
voz), o al modo de jugarla, y a casi nada de reflexión
que hagas, conocerás cuál de estas cosas es
la que te deleita con especialidad. Si es el sonido
(como por lo regular acontece), ya sabes cuanto hay
que saber en orden alqué. Pero me dices: no está
resuelta la duda, porque este sonido tiene unno sé
qué, que no hallo en los sonidos de otras voces.
Respóndote (y atiende bien lo que te digo), que ese
que llamasno sé qué, no es otra cosa que el ser individual
del mismo sonido, el cual perciben claramente
tus oídos, y por medio de ellos llega también su
idea clara al entendimiento. ¿Acaso te matas, porque
no puedes definir, ni dar nombre a ese sonido según
su ser individual? ¿Pero no adviertes que eso mismo
te sucede con los sonidos de todas las demás voces
que escuchas? Los individuos no son definibles. Los
nombres, aunque voluntariamente se les impongan,
no explican ni dan idea alguna distintiva de su ser
individual. Por ventura, ¿llamarse fulanoPedro, y
citanoFrancisco, me da algún concepto de aquella
particularidad[373] de su ser, por la cual cada uno
de ellos se distingue de todos los demás hombres?
Fuera de esto, ¿no ves que tampoco das, ni aciertas
a dársele, nombre particular a ninguno de los sonidos
de todas las demás voces? Créeme, pues, que
también entiendes lo que hay de particular en ese
sonido, como lo que hay de particular en cualquiera
de todos los demás, y sólo te falta entender que lo
entiendes.
13. Si es el juego de la voz en quien hallas elno sé
qué (aunque esto pienso que rara vez sucede), no
podré darte una explicación idéntica, que venga a
todos los casos de este género, porque no son de una
especie todos los primores que caben en el juego de
la voz. Si yo oyese esa misma voz, te diría a punto
fijo en qué está esa gracia que tú llamas oculta. Pero
te explicaré algunos de esos primores (acaso todos),
que tú no aciertas a explicar, para que, cuando llegue
el caso, por uno o por otro descifres elno sé qué.
Y pienso que todos se reducen a tres: el primero es
el descanso con que se maneja la voz; el segundo la
exactitud de la entonación; el tercero el complejo de
aquellos arrebatados puntos musicales de que se
componen los gorjeos.
14. El descanso con que la voz se maneja dándole
todos los movimientos sin afán, ni fatiga alguna, es
cosa graciosísima para el que escucha. Algunos
manejan la voz con gran celeridad; pero es una celeridad
afectada, o lograda a esfuerzos fatigantes del
que canta, y todo lo que es afectado y violento disgusta.
Pero esto pocos hay que no lo entiendan; y
así, pocos constituirán en este primor elno sé qué.
15. La perfección de la entonación es un primor,
que se oculta aun a los músicos. He dichola perfección
de la entonación. No nos equivoquemos. Distinguen
muy bien los músicos los desvíos de la entonación
justísima hasta un cierto grado; pongo por
ejemplo, hasta el desvío de una coma, o media coma,
o sea, norabuena de la cuarta parte de una coma;
de modo, que los que tienen el oído muy[374]
delicado, aun siendo tan corto el desvío, perciben
que la voz no da el punto con toda justeza, bien que
no puedan señalar la cantidad del desvío; esto es, si
se desvía media coma, la tercera parte de una coma,
c. Pero cuando el desvío es mucho menor, v. gr. la
octava parte de una coma, nadie piensa que la voz
desdice algo de la entonación justa. Con todo, este
defecto que por muy delicado se escapa a la reflexión
del entendimiento, hace efecto sensible en el
oído; de modo, que ya la composición no agrada
tanto como si fuese cantada por otra voz, que diese
la entonación más justa; y si hay alguna que la dé
mucho más cabal, agrada muchísimo; y éste es uno
de los casos en que se halla en el juego de la voz
unno sé qué que hechiza, y elno sé qué descifrado es
la justísima entonación. Pero se ha de advertir, que
el desvío de la entonación se padece muy frecuentemente,
no en el todo del punto, sino en alguna o
algunas partes minutísimas de él; de suerte que aunque
parece que la voz está firme, pongo por ejemplo,
enre, suelta algunas sutilísimas hilachas, ya
hacia arriba, ya hacia abajo, desviándose por interpolados
espacios brevísimos de tiempo de aquel
indivisible grado, que en la escalera del diapasón
debe ocupar elre. Todo esto desaira más o menos el
canto, como asimismo el carecer de estos defectos le
da una gracia notable.
16. Los gorjeos son una música segunda, o accidental,
que sirve de adorno a la substancia de la
composición. Esta música segunda, para sonar bien,
requiere las mismas calidades que la primera. Siendo
el gorjeo un arrebatado tránsito de la voz por
diferentes puntos; siendo la disposición de estos
puntos oportuna, y propia, así respecto de la primera
música, como de la letra, sonará bellamente el gorjeo,
y faltándose esas calidades, sonará mal o no
tendrá gracia alguna, lo que frecuentemente acontece,
aun a cantores de garganta flexible y ágil, los
cuales, destituidos de gusto o de genio, estragan,
más que adornan la música con insulsos y vanos
revoleteos de la voz.[375]
17. Hemos explicado elqué delno sé qué en el
ejemplo propuesto. Resta explicar elpor qué. Pero
éste queda explicado en el núm. 11, así para éste
como para todo género de objetos; de suerte, que
sabidoqué es lo que agrada en el objeto en elpor qué
no hay que saber, sino que aquello está en la proporción
debida, congruente a la facultad perceptiva,
o al temple de su órgano. Y para que se vea que no
hay más que saber en esta materia, escoja cualquiera
un objeto de su gusto, aquél en quien no halle nada
de ese misteriosono sé qué, y dígame, ¿por qué es
de su gusto o por qué le agrada? No responderá otra
cosa que lo dicho.
§. VI
18. El ejemplo propuesto da una amplísima luz
para descifrar elno sé qué en todos los demás objetos,
a cualquiera sentido que pertenezcan. Explica
adecuadamente elqué de los objetos simples, y elpor
qué de simples y compuestos. Elpor qué es uno
mismo en todos. Elqué de los simples es aquella
diferencia individual privativa de cada uno en la
forma que la explicamos en el núm. 12. De suerte
que toda la distinción que hay en orden a esto entre
los objetos agradables, en que no se hallano sé qué,
y aquéllos en que se halla consiste en que aquéllos
agradan por su especie o ser específico, éstos por su
ser individual. A éste le agrada el color blanco por
ser blanco, a aquél el verde por ser verde. Aquí no
encuentran misterios que descifrar. La especie les
agrada, pero encuentran tal vez un blanco, o un verde,
que sin tener más intenso el color, les agrada
mucho más que los otros. Entonces dicen que aquel
blanco o aquel verde tienen unno sé qué, que los
enamora; y esteno sé qué digo yo que es la diferencia
individual de esos dos colores; aunque tal vez
puede consistir en la insensible mezcla de otro color,
lo cual ya pertenece a los objetos compuestos,
de que trataremos luego.
19. Pero se ha de advertir que la diferencia individual[
376] no se ha de tomar aquí con tan exacto
rigor filosófico, que a todos los demás individuos de
la misma especie esté negado el propio atractivo. En
toda la colección de los individuos de una especie
hay algunos recíprocamente muy semejantes, de
suerte que apenas los sentidos los distinguen. Por
consiguiente, si uno de ellos por su diferencia individual
agrada, también agradará el otro por la suya.
20. Dije en el núm. 18, que el ejemplo propuesto
explica adecuadamente elqué de los objetos simples.
Y porque a esto acaso se me opondrá, que la explicación
del manejo de la voz no es adaptable a otros
objetos distintos, por consiguiente es inútil para
explicar elqué de otros. Respondo, que todo lo dicho
en orden al manejo de la voz, ya no toca a los objetos
simples, sino a los compuestos. Los gorjeos son
compuestos de varios puntos. El descanso y entonación
no constituyen perfección distinta de la que en
sí tiene la música que se canta, la cual también es
compuesta: quiero decir, sólo son condiciones para
que la música suene bien, la cual se desluce mucho
faltando la debida entonación, o cantando con fatiga.
Pero por no dejar incompleta la explicación delno
sé qué de la voz, nos extendimos también al manejo
de ella, y también porque lo que hemos escrito
en esta parte puede habilitar mucho a los lectores
para discurrir en orden a otros objetos diferentísimos.
§. VII
21. Vamos ya a explicar elno sé qué de los objetos
compuestos. En éstos es donde más frecuentemente
ocurre elno sé qué, y tanto, que rarísima vez se encuentra
elno sé qué en objeto donde no hay algo de
composición. ¿Y qué es elno sé qué en los objetos
compuestos? La misma composición. Quiero decir,
la proporción y congruencia de las partes que los
componen.
22. Opondráseme que apenas ignora nadie, que la
simetría y recta disposición de las partes hace la
principal, a veces la única hermosura de los objetos.
Por consiguiente,[377] ésta no es aquella gracia
misteriosa a quien por ignorancia o falta de penetración
se aplica elno sé qué.
23. Respondo que aunque los hombres entienden
esto en alguna manera, lo entienden con notable
limitación, porque sólo llegan a percibir una proporción
determinada, comprehendida en angostísimos
límites o reglas; siendo así, que hay otras innumerables
proporciones distintas de aquélla que perciben.
Explicárame un ejemplo. La hermosura de un rostro
es cierto que consiste en la proporción de sus partes,
o en una bien dispuesta combinación del color,
magnitud y figura de ellas. Como esto es una cosa
en que se interesan tanto los hombres, después de
pensar mucho en ello, han llegado a determinar o
especificar esta proporción diciendo, que ha de ser
de esta manera la frente, de aquélla los ojos, de la
otra las mejillas, c. ¿Pero qué sucede muchas veces?
Que ven este o aquel rostro, en quien no se observa
aquella estudiada proporción y que con todo les
agrada muchísimo. Entonces dicen, que no obstante
esa falta o faltas, tiene aquel rostro unno sé qué, que
hechiza. Y eseno sé qué, digo yo, que es una determinada
proporción de las partes, en que ellos no
habían pensado, y distinta de aquélla que tienen por
única, para el efecto de hacer el rostro grato a los
ojos.
24. De suerte, que Dios, de mil maneras diferentes
y con innumerables diversísimas combinaciones de
las partes, puede hacer hermosísimas caras. Pero los
hombres, reglando inadvertidamente la inmensa
amplitud de las ideas divinas por la estrechez de las
suyas han pensado reducir toda la hermosura a una
combinación sola, o cuando más, a un corto número
de combinaciones; y en saliendo de allí, todo es para
ellos un misteriosono sé qué.
25. Lo propio sucede en la disposición de un edificio,
en la proporción de las partes de un sitio ameno.
Aquelno sé qué de gracia, que tal vez los ojos encuentran
en uno y otro, no es otra cosa que una determinada
combinación[378] simétrica, colocada
fuera de las comunes reglas. Encuéntrase alguna vez
un edificio, que en esta o aquella parte suya desdice
de las reglas establecidas por los arquitectos, y que,
con todo, hace a la vista un efecto admirable, agradando
mucho más que otros muy conformes a los
preceptos del arte. ¿En qué consiste esto? ¿En que
ignoraba esos preceptos el artífice que le ideó? Nada
menos. Antes bien en que sabía más y era de más
alta idea que los artífices ordinarios. Todo lo hizo
según regla; pero según una regla superior, que existe
en su mente, distinta de aquellas comunes, que la
escuela enseña. Proporción, y grande, simetría, y
ajustadísima, hay en las partes de esa obra; pero no
es aquella simetría, que regularmente se estudia,
sino otra más elevada, adonde arribó por su valentía
la sublime idea del arquitecto. Si esto sucede en las
obras del arte, mucho más en las de la naturaleza,
por ser éstas efectos de un Artífice de infinita sabiduría,
cuya idea excede infinitamente, tanto en la
intensión como en la extensión, a toda idea humana
y aun angélica.
26. En nada se hace tan perceptible esta máxima
como en las composiciones músicas. Tiene la música
un sistema formado de varias reglas que miran
como completo los profesores; de tal suerte, que en
violando alguna de ellas, condenan la composición
por defectuosa. Sin embargo, se encuentra una u
otra composición, que falta a esta o a aquella regla,
y que agrada infinito aun en aquel pasaje donde falta
a la regla. ¿En qué consiste esto? En que el sistema
de reglas, que los músicos han admitido como completo,
no es tal; antes muy incompleto y diminuto.
Pero esta imperfección del sistema sólo la comprehenden
los compositores de alto numen, los cuales
alcanzan que se pueden dispensar aquellos preceptos
en tales o tales circunstancias, o hallan modo de
circunstanciar la música de suerte, que, aun faltando
a aquellos preceptos, sea sumamente armoniosa y
grata. Entre tanto, los compositores de clase inferior
claman que aquello es una herejía. Pero clamen lo
que quisieren, que el juez supremo y único[379] de
la música es el oído. Si la música agrada al oído, y
agrada mucho, es buena y bonísima, y siendo bonísima,
no puede ser absolutamente contra las reglas,
sino contra unas reglas limitadas y mal entendidas.
Dirán que está contra arte; mas, con todo, tiene unno
sé qué que la hace parecer bien. Y yo digo, que eseno
sé qué no es otra cosa que estar hecha según arte,
pero según un arte superior al suyo. Cuando empezaron
a introducirse lasfalsas en la música, yo sé
que, aun cubriéndolas oportunamente, clamaría la
mayor parte de los compositores, que eran contra
arte; hoy ya todos las consideran según arte, porque
el arte, que antes estaba diminutísimo, se dilató con
este descubrimiento.
§. VIII
27. Aunque la explicación, que hasta aquí hemos
dado delno sé qué, es adaptable a cuanto debajo de
esta confusa expresión está escondido, debemos
confesar que hay ciertono sé qué propio de nuestra
especie, el cual, por razón de su especial carácter,
pide más determinada explicación. Dijimos arriba,
que aquella gracia o hermosura del rostro, a la cual,
por no entendida, se aplica elno sé qué, consiste en
una determinada proporción de sus partes, la cual
proporción es distinta de aquélla, que vulgarmente
está admitida como pauta indefectible de la hermosura.
Mas como quiera que esto sea verdad, hay en
algunos rostros otra gracia más particular, la cual,
aun faltando la de la ajustada proporción de las facciones,
los hace muy agradables. Esta es aquella
representación que hace el rostro de las buenas cualidades
del alma, en la forma que para otro intento
hemos explicado en el tomo V, discurso III, desde el
núm. 10 hasta el núm. 16inclusive, a cuyo lugar
remitimos al lector, por no obligarnos a repetir lo
que hemos dicho allí. En el complejo de aquellos
varios sutiles movimientos de las partes del rostro,
especialmente de los ojos, de que se compone la
representación expresada, no tanto se mira la hermosura
corpórea como la espiritual, o aquel complejo
parece hermoso,[380] porque muestra la hermosura
del ánimo, que atrae sin duda mucho más que
la del cuerpo. Hay sujetos que precisamente con
aquellos movimientos y positura de ojos, que se
requieren para formar una majestuosa y apacible
risa, representan un ánimo excelso, noble, perspicaz,
complaciente, dulce, amoroso, activo, lo que hace, a
cuantos los miran, los amen sin libertad.
28. Esta es la gracia suprema del semblante humano.
Esta es la que, colocada en el otro sexo, ha encendido
pasiones más violentas y pertinaces, que el
nevado candor y ajustada simetría de las facciones.
Y ésta es la que los mismos, cuyas pasiones ha encendido,
por más que la están contemplando cada
instante, no acaban de descifrar; de modo que cuando
se ven precisados de los que pretenden corregirlos
a señalar el motivo por que tal objeto los arrastra
(tal objeto digo, que carece de las perfecciones comunes),
no hallan qué decir, sino que tiene unno se
qué, que enteramente les roba la libertad. Téngase
siempre presente (para evitar objeciones), que esta
gracia, como todas las demás que andan rebozadas
debajo del manto delno sé qué, es respectiva al genio,
imaginación y conocimiento del que la percibe.
Más me ocurría que decir sobre la materia, pero por
algunas razones me hallo precisado a concluir aquí
este discurso.
[Texto basado en la edición de Pamplona de 1785.
Tomo VII. Páginas 347-395][347]
Causas del Amor
§. I
1. Un afecto, que es el primer móvil de todas las
acciones humanas, príncipe de todas las pasiones,
monarca, cuyo vasto imperio no reconoce en la tierra
algunos límites, máquina con que se revuelven y
trastornan reinos enteros, ídolo que en todas las
religiones tiene adoradores; en fin, astro fatal, de
cuya influencia pende la fortuna de todos, pues según
sus varios aspectos[348] (quiero decir, según su
mira a objetos diferentes), a unos hace eternamente
dichosos, a otros eternamente infelices; un afecto,
digo, dotado de tales prerrogativas, bien merece
algún lugar en este teatro.
2. ¿Mas qué hemos de decir del amor que no esté
ya dicho infinitas veces? ¿Será bien que repitamos,
ni aun en compendio, lo que está esparcido en innumerables
libros, o bien refiriendo mil vulgarizadas
historias, o bien tejiendo una rapsodia de sentencias
de filósofos y poetas? A la verdad, esto es lo
que se estila, no sólo en esta materia, sino en todas.
Respecto de cualquier asunto, los escritores (mejor
los llamaremosescribientes) son muchos, los autores
rarísimos. La producción de los libros comunísimamente
es producción unívoca. Llaman así los filósofos
de la escuela a aquella producción en que el
efecto es de la misma especie que su causa. ¿Qué
quiero decir? Que los libros comunísimamente son
hijos de otros libros, no de la idea y entendimiento
de los que los escriben. ¡Oh, cuántos grajos no
hacen sino repetir lo que cantaron algunos cisnes!
¡A cuántos vivos no se oyen sino los ecos de las
voces de algunos muertos! ¡Cuántas cornejas sólo se
adornan de ajenas plumas! Aun sería tolerable si
estosescribientes supiesen dar a lo que trasladan una
nueva agradable forma. Mas lo que a cada paso se
ve, es que de preciosos materiales fabrican torpísimos
edificios, y de bellas pinturas sacan en la copia
infelices mamarrachos.
3. Para escritores de este género no hay asunto más
copioso que el del amor, pues con lo que hay escrito
de él se puede llenar, no un gran libro, sino una gran
biblioteca; mas por lo mismo que hay tanto escrito
del amor, para el que quisiere decir algo de nuevo,
ningún asunto parecerá más estéril. Parecerá digo;
pero realmente no lo es. Es verdad que, por lo que
toca a la filosofía moral, hay bastante escrito del
amor; por lo que mira a la poesía y discursos académicos,
es demasiado, es infinito lo que hay escrito;
mas por lo que pertenece a la física o filosofía
natural, se puede asegurar que aún está la materia
casi intacta.[349]
4. A la filosofía pertenece examinar las causas de
las cosas. ¿De qué causas nace o pende el amor?
Cuatro géneros de causas distinguen los filósofos:
eficiente, material, formal y final. La eficiente es el
sujeto amante, y él mismo también es causa material,
uno y otro mediante la alma como potencia
remota y radical, y la voluntad como potencia formal
y próxima. La final es la bondad del objeto
amado. Causa formal no la hay aquí, porque el
mismo amor es forma, que denomina al sujeto
amante; y según el axioma filosófico, para una razón
formal no hay que buscar otra razón formal.
5. Todo lo dicho es clara y llana filosofía; pero en
el lenguaje común de los hombres se ha hecho gran
lugar un axioma que incluye con las causas expresadas
otra distinta de ellas. El axioma esque la semejanza
es causa del amor.
6. En el tomo II, discurso IX, número 9 toqué de
paso este punto, y es preciso repetir aquí lo que
escribí allí. Estas son mis palabras:La regla de que
la semejanza engendra amor y la desemejanza odio,
tiene tantas excepciones que pudiera borrarse del
catálogo de los axiomas. A cada paso vemos diversidad
en los genios, sin oposición en los ánimos, y
aun creo que dos genios perfectamente semejantes
no serían los que más se amasen: acaso se causarían
más tedio que amor, por no hallar uno en otro
sino aquello mismo que siempre posee en sí propio.
La amistad pide habitud de proporción, no de semejanza.
Únese la forma con la materia, no con otra
forma, con ser desemejante a aquélla y semejante a
ésta. Con corta diferencia pasa en la unión afectiva
lo que en la natural. Los ardores del amor se encienden
en cada individuo por aquella perfección
que halla en otro, y no en sí mismo. Puede ser que
en otra ocasión, extendiéndome más sobre esta
materia, ponga en grado de error común el axioma
de que la semejanza engendra amor, como comúnmente
se entiende. Llegó el caso de ejecutarlo, siendo
el motivo la noticia que tuve de que algunos
curiosos lo deseaban.[350]
§. II
7. Por lo cual digo, lo primero, que hablando con
propiedad filosófica, nunca se puede rectamente
decir que la semejanza es causa del amor. La razón
es, porque si lo fuese, era preciso reducirse a alguno
de los cuatro géneros de causas expresados; pero a
ninguno de ellos puede reducirse: no al de causa
eficiente, porque la semejanza, siendo una pura
relación predicamental, carece de toda actividad. No
al de causa material, porque ésta, si se habla de la
próxima, lo es la voluntad; si de la remota, el alma.
No al de causa formal, por lo que se ha dicho arriba
de que para una razón formal, no hay otra razón
formal, fuera de que es evidente que el amor no es
sujeto receptivo de la semejanza ni en la substancia
ni en otra cosa distinta del mismo amor. No al de
causa final, porque el motivo y fin del amante no es
la semejanza, sino la bondad del objeto amado.
8. Vaya otro argumento generalísimo. Si la semejanza
fuese causa del amor, cuanto mayor fuese la
semejanza produciría mayor amor; porque las causas
tanto son más activas cuanto más perfectas en
aquel predicado o formalidad de donde se deriva su
eficacia. Vese esto en la bondad, que porque es causa
motiva del amor, cuanto es más bueno el objeto,
como le proponga tal el entendimiento, tanto mayor
amor causa; luego si la semejanza fuese causa del
amor, a mayor semejanza conocida y propuesta por
el entendimiento, naturalmente correspondería mayor
amor en la voluntad; luego el hombre sin desorden,
antes bien conformándose a la naturaleza de las
cosas, más amaría a otro hombre que a Dios, pues es
sin comparación más semejante un hombre a otro
que Dios al hombre.
9. Responderáseme acaso que el exceso de bondad
que hay de parte de Dios compensa con grandes
ventajas o prevalece al exceso de semejanza, que
hay de parte del hombre; pero de la misma suposición
que se hace en la respuesta, infiero yo que la
mayor semejanza es totalmente inútil para influir
mayor amor. La razón es porque,[351] puesto que
Dios es más bueno que el hombre, y el hombre más
semejante al hombre que Dios, se sigue que la mayor
semejanza no tiene conexión alguna con la mayor
bondad; luego no es influxiva de mayor amor,
porque sólo podría serlo en virtud de alguna conexión
(como de fundamento con el fundado) con la
mayor bondad; pues siendo la bondad, en buena
filosofía único motivo del amor, sólo por conexión
con la bondad puede otra cualquiera cualidad considerarse
como influyente en el amor. Más. Cuanto
Dios excede en bondad o perfección al hombre,
tanto el hombre es desemejante a Dios. La razón es
clara, porque la diversidad entre dos extremos crece
a proporción de la desigualdad de perfección que
hay entre ellos; luego siendo Dios infinitamente más
perfecto que el hombre, el hombre será infinitamente
menos semejante a Dios que a otro hombre; luego
estarán en equilibrio estas dos causas del amor, semejanza
y bondad, colocada aquélla en el hombre,
ésta en Dios, para el efecto de motivar el amor en
otro hombre; luego éste sin absurdo, y arreglándose
a la naturaleza de las cosas, podrá amar tanto a otro
hombre como a Dios.
10. La infinita diversidad que reconocemos entre
Dios y el hombre no obsta (porque quitemos escrúpulo
a los que miran las cosas a bulto) a la semejanza
que entre Dios y el hombre nos atestigua el sagrado
texto delGénesis:Faciamushominem ad imaginem,
et similitudinem nostram. Es así que el hombre,
por su naturaleza intelectual es semejante a
Dios, y con tal semejanza, que respecto de Dios no
la hay mayor, ni aun igual, de los ángeles abajo, en
todo el Universo. Con todo, hay infinita diversidad
entre Dios y el hombre. Con todo, el hombre es más
semejante al bruto, a la planta, a la piedra, que a
Dios. La distancia o desigualdad de perfección que
hay entre el hombre y la piedra es finita. La que hay
entre el hombre y Dios es infinita. A esta distancia o
desigualdad de perfección se proporciona la diversidad.
Asunto es éste que abre campo a nada vulgares
delicadezas metafísicas[352] y que está brotando
ingeniosos problemas; v. g.: ¿Cómo una naturaleza
vital e intelectual (la del hombre) es más diversa de
otra naturaleza vital, e intelectual (la de Dios) que
de una naturaleza, que carece de toda intelectualidad
y vida (la de la piedra)? ¿Cómo en infinita diversidad
cabe alguna semejanza? ¿Cómo siendo infinita
la distancia que hay del hombre a Dios aún dista
más de Dios la piedra que el hombre?Non omnescapiunt
verbum istud. Mas porque no nos permite
nuestro propósito detenernos en desenmarañar dificultades
metafísicas,qui potest capere, capiat.
§. III
11. Descendamos ya de las especulaciones filosóficas
y metafísicas a las observaciones experimentales.
¿Qué muestra en nuestro propósito la experiencia?
Lo mismo que la razón; esto es: que ni la semejanza
tiene conexión alguna con el amor, ni la desemejanza
con el odio. En todo género de amores
señalaremos experimentos. Más semejante es el
hombre feo a la mujer fea que a la hermosa; con
todo ama a ésta y no a aquélla. Más semejante es la
mujer de ánimo flaco y débil al hombre pusilánime
que al valeroso; con todo, ama a éste y desestima a
aquél.Ferrum est, quod amant, dice Juvenal de todas
las mujeres con ocasión de hablar de Hippia,
enamoradísima de un gladiador feísimo. Más semejantes
son recíprocamente los individuos de un
mismo sexo que los de sexo diferente; con todo, los
de sexo diferente se aman más. Ni se me diga que
esto sólo se verifica en el amor torpe, pues es cierto
que no hablaba David, respectivamente, al amor
torpe, cuando para encarecer la eminente amabilidad
de Jonatás dijo que era más amable que las mujeres:
Amabilis super amorem mulierum. Amaba extremamente
Amnon a su hermana Thamar; insultola
violentamente, y al punto empezó a aborrecerla aún
más que la había amado antes. Pregunto si antes del
insulto era Thamar semejantísima a Amnon y mediante
el insulto se hizo desemejantísima. Tan semejante
se quedó como era antes;[353] y con todo,
Amnon pasó, respecto de ella, de un grande amor a
un sumo odio. ¡Cuántos cada día de enemigos se
hacen amigos, de amigos enemigos, sin alterarse un
punto la semejanza o desemejanza que hay entre
ellos!
12. Muchos hombres han amado y aman más a
tales o tales brutos, ya en individuo, ya en especie,
que a cuanto hay escogido en la propia. Este es perdido
por perros y no piensa en otra cosa; aquél, por
caballos; el otro por pájaros. ¡Cuántos han sentido
más la muerte de un ruiseñor que la de un vecino!
¡Cuántas damiselas lloraron más la de una perrilla
que la de una parienta! Omitiendo como fabuloso,
(y acaso no lo será) lo que Homero dice de Andrómaca,
mujer de Héctor, que amaba y cuidaba más de
los caballos del marido que del marido mismo. Calígula
amaba tanto a un caballo suyo velocísimo,
que más de una vez le tuvo por convidado a su mesa
y le hacía ministrar vino en vasos de oro. Xifilino lo
dice. El emperador Antonino Vero, a otro, que amaba
con igual extremo y se le murió, dio magnífico
sepulcro, y mandó hacer simulacro de oro que le
representase, que traía siempre consigo. Cuéntalo
Marco Antonio Sabelico. Craso derramó lágrimas
por la muerte de una murena que tenía domesticada.
Refiérelo Plutarco. Pregunto si todos éstos contemplaban
mayor semejanza con ellos en los brutos que
hicieron objeto de su cariño que en los individuos de
su especie. Contemporáneo de Craso, el enamorado
de la murena, fue Domicio, el cual, increpando a
aquél sobre haber llorado la muerte de un pez, Craso,
discretamente le recriminó sobre el extremo
opuesto, porque había enterrado tres mujeres sin
tributar ni una lágrima sola a ninguna de ellas.
¿Había alguna semejanza mayor entre Craso y su
murena que entre Domicio y sus esposas? ¿Quién
pronunciará tal quimera?
13. Aun a objetos mucho más desemejantes al
hombre que los brutos, esto es, los vegetables, se
extiende el amor humano. Jerjes estuvo locamente
enamorado de un hermoso plátano que vio en la
Lidia, hasta adornarle con[354] preciosos dijes y
señalar sujeto espectable que velase siempre en su
custodia. El orador Quinto Hortensio amaba también
extraordinariamente los plátanos que tenía en
una quinta suya en el Tusculano, y los regaba con
vino. Pasieno Crispo, dos veces cónsul y segundo
marido de Agripina, madre de Nerón, casi entregó
todo su corazón a un moral de bella disposición que
había en el mismo Tusculano; de modo que no sólo
le regaba con vino y dormía a su sombra, con preferencia
de la hierba que cubrían sus ramas a las plumas
del más delicioso y sumptuoso lecho, sino que
frecuentemente imprimía ósculos y abrazos a su
tronco y ramas.
§. IV
14. Ni será del caso responder que los referidos
son unos amores desordenados y extravagantes.
¿Qué importa esto? Los efectos de la voluntad, por
extravagantes, no salen de la esfera de actividad de
sus naturales causas; y así, si la semejanza fuese
causa natural y precisa del amor, el amor más desordenado
buscaría en el objeto la semejanza con el
amante; así como porque el amor tiene por causa
eficiente y material la voluntad, y por final la bondad,
o verdadera o aparente, del objeto, es imposible
amor por monstruoso y desordenado que sea, que no
deba su ser a estas causas. Fuera de que aquellos
amores no fueron desordenados por los objetos que
miraban, sino por el exceso y el modo. En efecto, a
cada paso se ven hombres muy enamorados de tal o
tal planta en su jardín o huerta, sin que les rinda otra
utilidad que el gusto de mirarla y la complacencia
de poseerla, y sin que nadie note de desordenado
aquel amor.
15. Tampoco será respuesta decir que entre el
hombre y el bruto, y aun entre el hombre y la planta,
se salva alguna semejanza. Dar esto por respuesta es
seña de no entender el argumento. No hay cosa en el
mundo con quien el hombre no tenga alguna semejanza;
y así le es imposible, no sólo amar, mas ni
aún aborrecer a cosa alguna[355] que no sea algo
semejante a él. La cuestión es si la semejanza es
razón de amarla; y digo que no, porque si lo fuese,
mayor semejanza influiría mayor amor, por la regla
filosófica:Sicut se habet simpliciter ad simpliciter,
ita magis ad magis. Pero lo contrario prueba los
experimentos propuestos y otros innumerables, que
pudieran alegarse, en quienes se ve que el hombre a
cada paso ama más a objetos menos semejantes a él
que a otros que son mucho más semejantes.
§. V
16. Es preciso, pues, que el axioma de que la semejanza
engendra amor padezca muchas limitaciones;
que el axioma, como comúnmente se entiende, esto
es, tomándole con la generalidad que comúnmente
se le da, pueda colocarse en el grado de error común.
Mas, ¿qué limitaciones son éstas?
17. Respondo diciendo, lo primero, que la semejanza
engendra amor sólo para un efecto determinado,
que es la sociedad. Pueden considerarse tres
géneros de sociedad: sociedad natural, que es la del
tálamo; sociedad política común, que es aquella con
que los hombres se congregan a formar un cuerpo
de república, y sociedad política privada, que es la
que, por elección particular, forman dos o tres o más
personas. Todas tres sociedades piden semejanza en
la especie. La primera pide semejanza en la especie,
pero desemejanza en el sexo, y ésta es ya otra nueva
limitación. La segunda pide semejanza en la especie,
sin prohibir la de semejanza en el sexo. La tercera
también pide semejanza en la especie, sin
prohibir la desemejanza en el sexo; mas con esta
advertencia, que para algunas utilidades particulares
a que aspiran este o aquel amante, pide la sociedad
política privada, no sólo semejanza en la especie,
mas también en inclinaciones y costumbres. El ladrón
busca por compañero al ladrón para que le
ayude a hurtar; el homicida al homicida, para ejecutar
el golpe destinado; el incontinente al incontinente,
para los coloquios torpes en que se deleita; el
virtuoso al virtuoso,[356] para aprovechar con sus
instrucciones y ejemplos.
18. La doctrina que acabo de proponer es enteramente
conforme a la del Espíritu Santo en el capítulo
XIII delEclesiástico, que creo es el único lugar de
las sagradas letras que toca con expresión la materia
en que estamos.Omne animal diligit simile sibi, sic
et omnis homo proximun sibi. Omnis caro ad
similem sibi conjungetur, et omnis homo simili sui
sociabitur. Si communicabit lupus agno aliquando,
sic peccator justo. Hay en este pasaje tres proposiciones:
la primera, en su sonido, es general:Omne
animal diligit simile sibi; pero las dos siguientes la
explican y limitan. Este es el ordinario método de la
Sagrada Escritura, que cuando sobre este o aquel
asunto propone alguna máxima vaga o indefinida,
en el contexto que se sigue la explica y señala el
sentido en que se debe tomar. Propone, pues, aquí
con generalidad la máxima de que todo animal ama
a su semejante; pero luego explica qué amor es éste
o en orden a qué afecto; esto es, en orden a la sociedad,
como evidencian las repetidas expresiones
deconjungetur, sociabitur, communicabit. Y más se
debe notar que en la segunda y tercera proposición
se indican las dos clases de sociedades, natural y
política. El verboconjungetur, especialmente aplicado
al sustantivocaro, significa la sociedad o unión
natural. Los verbossociabitur ycommunicabit, la
política; mas con la distinción que la vozsociabitur
comprehende la sociedad política, pública y privada;
la vozcommunicabit determinadamente significa la
privada; lo que convence la negación, allí mismo
expresada, de esta sociedad entre el justo y el pecador.
19. Se debe notar también que la tercera proposición
es hiperbólica. Dice que tan difícil o tan imposible
es comunicar o hacer amigable compañía el
pecador al justo como el lobo al cordero; pero apartado
el hipérbole, es cierto que lo segundo nunca
sucede, y lo primero cada día se experimenta. También
sin hipérbole se puede explicar diciendo que la
compañía que niega[357] siempre el Espíritu Santo
del pecador con el justo, es compañía ordenada a
cooperar con el justo a sus buenas obras, lo cual el
pecador, como tal, nunca hace.
§. VI
20. Sobre la limitación genérica de que la semejanza
sólo conduce para el amor de sociedad entran
otras limitaciones particulares respecto de todos tres
géneros de sociedades, que van sucesivamente estrechando
la máxima de que la semejanza engendra
amor hasta dejarla en angostísimos términos. Conduce
la semejanza específica para el amor de sociedad
natural; pero pide desemejanza en el sexo. Esta
es la primera limitación. La segunda, que admite
desemejanza en la condición y en las cualidades
personales, tanto intrínsecas como extrínsecas. Ama
el hombre humilde a la mujer de alta condición; el
pobre, a la rica; el feo, a la hermosa, y recíprocamente
sucede lo mismo de parte del otro sexo. Es
famoso al intento el caso referido en el capítulo VI
delGénesis, en que los que se llamanHijos de Dios;
esto es, según la común y mejor inteligencia, los
descendientes de Seth, se enamoraron de las hembras
descendientes de Caín, diversas de ellos en
condición, en prosapia, en costumbres, etc.
21. En orden al amor de sociedad política común,
la máxima de que es necesaria para él la semejanza
tiene limitación o excepción en el orden de la gracia.
En el cielo, ángeles y hombres, aunque diversos,
no sólo en especie, sino en género, formarán
una misma república, unidos todos sus miembros
con más estrecho amor que los de las repúblicas de
la tierra.
22. La máxima aplicada al amor de sociedad privada
padece muchas excepciones: lo primero, ni aun
se necesita semejanza específica para ella, pues los
ángeles de guarda hacen verdadera compañía a los
hombres, a cuya custodia están destinados, sin ser
semejantes a ellos ni en especie ni en género ínfimo.
Lo segundo, en orden a la semejanza en las costumbres,
se falsifica en muchísimos casos,[358] en que
vemos a hombres viciosos buscar y deleitarse con la
compañía y conversación de los buenos. Era un
grande pecador Herodes; con todo, gustaba de la
conversación del santísimo Bautista:Audito eo (dice
S. Marcos)multa faciebat, et libenter eum audiebat.
Lo tercero, muchas veces los malos aborrecen a sus
semejantes en las costumbres, porque la semejanza
les es en alguna manera incómoda. Aborrece el incontinente
al incontinente, mirándole como posible
competidor en algún intento torpe; el codicioso al
codicioso, porque no puede sacar nada de él; el logrero
al logrero, porque le cercena algo su ganancia;
el soberbio al soberbio, porque no puede dominarle
o insultarle como al humilde; el impaciente al impaciente,
porque en la ira ajena ve algún riesgo al desahogo
de la propia; y, al contrario, aman como cómodos
el incontinente al casto, el codicioso al liberal,
el soberbio al humilde, el iracundo al pacífico.
23. Lo cuarto, aun en los casos en que el vicioso
ama la sociedad de su semejante, la semejanza se ha
accidentalmente para el amor. Ama el ladrón la
sociedad de otro ladrón, porque le servirá como
concausa o instrumento para hurtar. Digo que la
semejanza en la inclinación o habilidad de hurtar, no
influyeper se en aquel amor. Véese esto en que el
que quiere hurtar ama todo lo que es conducente
para el robo, que sea semejante a él, que no; ama las
pistolas, ama la ganzúa, ama la mascarilla y otras
cosas, con quienes no tiene semejanza, aun en la
especie ni en el género.
24. Lo quinto, tampoco en el amor que el bueno
tiene al bueno influyeper se la semejanza. Si por
imposible fuera este bueno, sin ser semejante al
otro, aun el otro le amaría; porque siendo bueno
amaría sin duda la virtud aun en sujeto, por posible,
o imposible, desemejante a él. Más: uno que es bueno
y justo en grado remiso ama mucho más a otro
que es virtuoso en grado eminente, que al que lo es
en grado remiso, como él; sin embargo, es más semejante
a él éste que aquél; porque con éste tiene[
359] semejanza en la esencia de la cualidad y en
el grado; con aquél, en la esencia de la cualidad
solamente. Finalmente, el virtuoso ama aun a aquel
que posee algunas virtudes de que él carece. Aunque
no tenga vocación de mártir, ama al mártir; aunque
sea ignorante, ama al sabio; aunque sea tímido, ama
al fuerte; luego no es la semejanza quien influye en
el amor: si lo fuese, más amaría el virtuoso, o ignorante,
o tímido a otro virtuoso, ignorante o tímido
como él, que al virtuoso, sabio o fuerte; lo cual no
sucede así, sino al contrario.
§. VII
25. Así probado, por razón y por experiencia, que
la máxima, de que la semejanza es causa del amor,
sólo es verdadera reducida a muy estrechos términos,
y que, por consiguiente, en la generalidad, que
comúnmente se le atribuye puede ser reputada por
error común, nada nos embarazará la copia de autoridades
que nos alegan en contrario. Toda opinión
común, que verdadera, que falsa, supónese que tiene
muchos patronos, y entre ellos, algunos de especial
autoridad. Por tanto, se debe suponer también que el
que se arroja a la empresa de derribarla se hace la
cuenta de no tropezar en ese reparo. Como advirtió
bien el ilustrísimo Cano, en la ciencia teológica se
debe preferir la autoridad a la razón; en todas las
demás facultades y materias se debe preferir la razón
a la autoridad:Cum vero in reliquis disciplinis
omnibus primun locum ratio teneat, postremum
Auctoritas: at Theologia tamen una est, in qua non
tam rationis in disputando, quam auctoritatis momenta
quaerenda sunt.(5)
26. Esto bastaría para satisfacción de cualquier
autoridad que se nos opusiese. Pero habiendo tocado
este punto el angélico doctor Santo Tomás en la I.
2.ª quaest. 17, artículo III la especial veneración que
profeso a su doctrina no me permite dejar de examinar
su sentir, el cual, a los que[360] no tienen ojos
más que para ver la corteza de la letra, parecerá sin
duda expresa y directamente contrario al nuestro.
27. Propone Santo Tomás, en el lugar citado, la
cuestión en términos terminantes:Utrum similitudo
sit causa amoris? Su conclusión es afirmativa:
Respondeo dicendum, quod similitudo, proprie
loquendo, est causa amoris. Ni se puede decir que el
sentir de Santo Tomás sea que la semejanza es causa
de algún amor, no de todo; lo primero, porque la
conclusión es absoluta, y el Santo no le pone limitación
alguna. Lo segundo, porque si sintiera el Santo
que la semejanza es causa del amor, con las limitaciones
que hemos puesto, o con algunas de ellas, las
expresaría de necesidad en la respuesta al primero,
tercero y cuarto argumento que se propone en contrario;
porque dichos argumentos se fundan sobre
ejemplares semejantes a algunos de los que en este
discurso y en el nono del segundo tomo propusimos,
mostrando que en ellos hay amor sin semejanza.
Digo que si Santo Tomás sintiera, con nosotros, que
en aquellos casos no se verifica que la semejanza es
causa del amor, respondería que esta máxima no es
generalmente verdadera, y señalaría alguna o algunas
limitaciones. Pero no lo hace así; antes, a todos
los argumentos responde insistiendo en que en los
mismos casos que proponen se verifica la máxima.
28. Puesto todo lo dicho, parece que está cerrada la
puerta para exponer a Santo Tomás de modo que no
nos sea contrario. Sin embargo, está muy abierta y
patente, observando qué entendió el Santo porsemejanza
en el artículo citado, o qué amplitud dio al
significado de esta voz. Nótese, lo primero, que en
el cuerpo del artículo señaló dos especies o clases de
semejanzas. La primera consiste en que los extremos
que se comparan tengan actualmente un mismo
predicado, denominación o forma; como dos sujetos
blancos son semejantes, porque ambos tienen actualmente
blancura. La segunda consiste en que un
sujeto tenga en potencia o en inclinación, aquello
que el otro[361] tiene actualmente. En este sentido
se puede decir que la potencia es semejante al acto,
y la materia a la forma. Nótese, lo segundo, que en
conformidad de esta doctrina responde al segundo,
tercero y cuarto argumento con la segunda clase de
semejanza, concediendo en los casos que proponen
los argumentos sólo una semejanza, que consiste en
habitud de proporción, potencia o inclinación.
29. Cualquiera ve que, tomando la semejanza en
este sentido, es imposible haber amor sino entre
semejantes, porque es imposible haber amor sin
inclinación. Pero también ve cualquiera que esto es
tomar la semejanza latísimamente. No hay cosas
más desemejantes en todo el vasto imperio de la
naturaleza que la materia primera y la forma: aquélla,
pura potencia; ésta, acto formal; aquélla, imperfectísima;
ésta, continente de toda la perfección
específica; aquélla, que dista casi nada de la nada,
prope nihil, como se explican muchos escolásticos;
ésta, que da todo el ser específico al compuesto
natural. Con todo, entre estas dos entidades desemejantísimas
se salva alguna semejanza, entendiendo
por semejanza la inclinación, habitud y potencia de
la materia a la forma. Vuelvo a decir que tomando la
semejanza en este sentido, nunca hay ni puede haber
amor sin semejanza; porque nadie puede amar, ni
con apetito innato, ni con apetito ilícito, sino objeto
respecto de quien tiene proporción de habitud, potencia
o inclinación. Nosotros, pues, hablamos en
este discurso de la semejanza propiamente tal, y la
máxima de que la semejanza es causa de amor, comunísimamente
se entiende de la semejanza propiamente
tal. Así, se debe reparar que en el lugar
citado del segundo tomo sólo notamos de error común
aquella máxima, con esta expresa limitación,
como comúnmente se entiende. Santo Tomás
no la entendió ni aprobó en este sentido, sino en el
que ya hemos explicado. Así, ninguna oposición hay
entre lo que decimos y lo que Santo Tomás enseña.
30. Nótese, lo tercero, que al primer argumento,
que procede sobre los soberbios, que aunque semejantes
recíprocamente[362] se aborrecen, y los que
profesan un mismo oficio lucrativo, entre quienes
muy de ordinario sucede lo propio, responde el Santo
que unos y otros se aborrecen, no por ser semejantes,
sino porque mutuamente se impiden aquel
bien a que aspiran: el soberbio a otro soberbio, la
excelencia que pretende; el artífice a otro del mismo
oficio, parte de la ganancia. Lo propio decimos nosotros.
El semejante nunca es aborrecido por ser
semejante (si fuese así, todos los semejantes serían
aborrecidos de sus semejantes), sino porque se considera
incómodo. Pero añado: tampoco el semejante,
que se ama se ama por ser semejante (si fuese así,
todos los semejantes serían amados de sus semejantes),
sino porque se considera bueno o útil al que le
ama. Nunca puede ser causa motiva del amor otra
que la bondad, o honesta, o útil, o delectable.
§. VIII
31. Probado ya que la semejanza no es, como se
imagina, causa general del amor, sustituiremos en su
lugar otra que verdaderamente lo es. Entramos en
más curiosa y sutil filosofía. Hablo de la causa dispositiva,
que los filósofos reducen al género de causa
material. El amor es efecto y juntamente forma
del sujeto. En razón de efecto, es el sujeto causa
eficiente suya; en razón de forma, es el mismo sujeto
su causa material. Como efecto, pide en el sujeto
virtud o actividad; como forma, pide disposición,
pues ningún sujeto puede recibir alguna forma sin
estar previamente dispuesto para ella. Todos los
misterios del amor penden de esta causa dispositiva,
y, sin embargo, no hay quien, tratando del amor, se
acuerde de ella. ¿Por qué siendo todos los hombres
de una misma naturaleza, uno ama una cosa y otro
otra? ¿Por qué éste ama lo que aquél aborrece? ¿Por
qué éste es ardiente en amar y aquél tibio? ¿Por qué
algunos miran con perfecta indiferencia las personas
del otro sexo, de quienes otros apenas se pueden
apartar? ¿Por qué éste entre las personas, ya de uno,
ya de otro sexo, sólo ama a una inferior en[363]
mérito a otras muchas, insensible para todas las
demás? ¿Por qué un mismo sujeto aborrece hoy lo
que amaba ayer, o al contrario? ¿Por qué éste ama a
quien le corresponde y aquél arde por quien le desdeña?
¿Por qué unos distraen la voluntad a muchos
y varios objetos, otros no adoran mas ídolo que el
deleite o conveniencia propia?
32. Diranme, acaso, que toda esta variedad proviene
de la varia representación objetiva, y dirán bien
si hablan de la causa inmediata; mas no si entienden
que la varia representación objetiva es causa radical
o primordial de esta variedad. Hay dos especies de
representación objetiva, no sólo distintas, mas aun
realmente separables: una, puramente especulativa o
teórica; otra, eficaz y práctica; una, que existe en el
entendimiento, dejando la voluntad intacta; otra, que
aunque existe en el entendimiento, tiene influjo y
moción respecto de la voluntad. La distinción de
estas dos representaciones se ve claramente, y se
experimenta a cada paso en el que conoce que el
bien honesto es preferible al delectable; sin embargo,
abraza el delectable, abandonando el honesto
según aquello de Ovidio:
Video meliora, proboque,
Deteriora sequor.
Y en el enfermo, que conociendo serle mucho más
conveniente sufrir la sed que saciarla, no la sufre,
antes la sacia. En estos y otros innumerables casos
hay a un mismo tiempo dos representaciones objetivas
encontradas: la una teórica, que propone como
preferible el bien honesto o el útil; otra práctica, que
influye para que se abrace el delectable. ¿Por qué
aquélla es puramente teórica y ésta práctica? ¿Por
qué ineficaz aquélla y eficaz ésta? No más que porque
aquélla no halla disposición en el sujeto y ésta
sí. Así, sin variarse nada intrínsecamente el conocimiento
teórico, sólo con variarse la disposición del
sujeto, pasará el teórico a práctico, lo cual frecuentemente
sucede.[364]
33. Mas ¿qué disposición es ésta? Hayla de dos
maneras. En cada individuo hay una disposición
permanente en su naturaleza, y otras que son pasajeras:
aquélla consiste en el temperamento de cada
uno; éstas, en las accidentales alteraciones del temperamento.
Del temperamento viene aquella constitución
habitual del ánimo, que llamamos genio o
índole, la cual, aunque padezca a tiempos sus desigualdades,
o sus altos y bajos, siempre, no obstante,
permanece en razón de habitual. Así decimos que
éste es iracundo, aunque alguna vez le experimentemos
pacífico; de éste, que es pacífico, aunque tal
vez le veamos airado; de tal o tal temperamento
viene tal o tal genio, y de las alteraciones accidentales
del temperamento vienen las desigualdades del
genio o índole. En un enfermo se ve que casi (y aun
sin casi, si la enfermedad es muy grave) todos sus
afectos y apetitos se mudan. ¿Por qué, sino por la
alteración que recibió su temperie?
34. Mas ¿qué temperamento será el que dispone
para amar?: ¿el bilioso?, ¿el flemático?, ¿el sanguíneo?,
¿el melancólico? Inútilmente se buscará en
esta división de temperamentos el que inquirimos,
pues todas estas especies de temperamentos vemos
en sujetos de genio muy amatorio y en sujetos que
adolecen poco o nada de esta pasión. Lo mismo
digo de los temperamentos que resultan de los principios
químicos, sal, azufre, mercurio, agua y tierra.
Tampoco los humores ácidos, amargos, dulces,
acerbos, austeros, etc., que contemplan los modernos
como causas principalísimas de las alteraciones
de nuestros cuerpos, ofrecen alguna idea de ser influxivos
en el amor. Es preciso discurrir por otro
camino.
35. Digo, pues, que el origen, así del amor como
de todas las demás pasiones, no puede menos de
colocarse donde está el origen de todas las sensaciones
internas. La razón es clara; porque el ejercicio
de cualquiera pasión no es otra cosa que tal o tal
sensación ejercida, o ya en el corazón, o en otra
entraña o miembro. El que ama experimenta una
determinada sensación en el corazón, que[365] es
propia de la pasión amorosa; el que se enfurece, otra
sensación distinta, que es propia de la ira; el que se
entristece, otra distinta, que es propia de la tristeza;
el hambriento experimenta en el estómago la sensación
propia del hambre; el sediento, la de la sed; el
lujurioso experimenta en otra parte del cuerpo la
sensación propia de la lascivia.
36. Y ¿dónde está el origen de todas estas sensaciones?
Indubitablemente en el cerebro, no sólo
porque en el cerebro está el origen de todos los nervios,
que son los instrumentos de ellos, mas también
porque palpablemente se ve que algunas, si no todas,
jamás se experimentan sin que preceda en el
cerebro la representación de los objetos de aquellas
pasiones a quienes las sensaciones corresponden.
Sólo siente el corazón aquella conmoción que es
propia del amor, luego que en el cerebro se estampó
la imagen del objeto agradable; la que es propia de
la ira, luego que se estampó la imagen de la ofensa,
y así de las demás.
37. Pero ¿acaso la alma, por sí misma, inmediatamente
lo hace todo; y como ella manda en todo el
cuerpo, a su imperio sólo, sin mediar el manejo del
cerebro, se excitan esas sensaciones? Es evidente
que no, pues muchas veces se excitan, no sólo no
imperándolo o queriéndolo la alma, mas aun repugnándolo
o disintiendo positivamente. Así, éstos son
por la mayor parte unos movimientos involuntarios;
y aun cuando son voluntarios, sólo lo son ocasionalmente.
Es, pues, preciso confesar que ésta es
obra de un delicadísimo mecanismo, el cual voy a
explicar.
§. IX
38. Luego que algún objeto se presenta a cualquiera
de los sentidos externos, hace una determinada
impresión en los ramos de los nervios, que son instrumentos
de aquel sentido; impresión, digo, verdaderamente
mecánica, que realmente los agita y
conmueve de este o de aquel modo. Bien sé que los
filósofos de la escuela no[366] conocen otra operación
de los objetos, respecto de los sentidos, que la
producción de una imagen que los representa, a lo
que acaso dio ocasión el sentido de la vista, en cuyo
órgano se forma la imagen de su objeto. Pero sobre
que en los demás sentidos no hay ni es conceptible
semejante imagen, aun en el de la vista, hay ciertamente
fuera de la producción de la imagen verdadera
impulsión del objeto hacia el órgano, porque si
no, pregunto: ¿por qué un objeto, excesivamente
blanco, o nimiamente brillante, mirado un largo rato
continuadamente, daña los ojos y causa dolor y alteración
en ellos? No por la precisa producción de su
imagen, pues la misma produce en un espejo de
vidrio, sin que, aunque esta producción se continúe
por muchos días y años en el vidrio más delicado,
haga en él el menor estrago.
39. Hay, pues, verdadera impulsión de los objetos
en los órganos de los sentidos: de los visibles, en la
túnica llamada retina, que es un tejido de las fibras
del nervio óptico; de los sonoros, en el tímpano del
oído; de los olorosos, en los filamentos, que del
primer par de nervios salen por los agujerillos del
hueso criboso y se distribuyen por la membrana
llamada mucosa, que viste por adentro las narices;
de los sápidos, en las papilas nerviosas de la lengua
y paladar; de los tangibles en los ramos de nervios
esparcidos por todo el ámbito del cuerpo.
40. La impresión que hacen los objetos en los órganos
de todos los sentidos se propaga por los nervios
hasta el cerebro, donde está el sensorio común;
y mediante la conmoción que reciben las fibras de
esta parte príncipe, se excita en la alma la percepción
de todos los objetos sensibles. Muchos filósofos
modernos quieren que en el cerebro se estampen
las trazas, figuras o imágenes de los objetos, al modo
que se abren en una lámina o en un poco de cera.
Pero tengo esto por incomprehensible; la instantánea,
y digámoslo así, ciega impulsión del objeto
sobre tal o tal nervio, ¿es capaz de formar esa imagen?
La alma no sabe que hay tal imagen; y con
todo, quieren que en ella[367] conozca el objeto.
Finalmente, quisiera saber cómo puede figurarse en
el cerebro el calor, el frío, el sonido, el olor, etc. Ni
es menester nada de esto para que el alma perciba
los objetos. Esta percepción es una resultancia natural
de la conmoción de las fibras del cerebro, siendo
la conexión de uno con otro consiguiente necesario
de la unión del alma al cuerpo.
41. Debe suponerse que las impresiones que hacen
los objetos no son uniformes, sino distintas, como
los objetos. Esta distinción es en dos maneras. Es
distinta la impresión por el modo y por la parte en
que se hace; la impresión que hace en el cerebro el
objeto agradable, aunque se haga en las mismas
fibras, es muy distinta de la que hace el objeto ingrato;
y aun en la clase de gratos, como también en
la de ingratos, hay gran variedad. Pongo por ejemplo:
los manjares, según los diferentes sales de que
constan, según la diferente figura, tamaño, rigidez,
flexibilidad, copia o inopia de ellos, hacen distinta
impresión en las fibras de la lengua; unos grata,
otros ingrata, y con gran variedad entre los mismos
que la hacen grata, como asimismo entre los que la
hacen ingrata; porque no hay especie alguna de
manjar que convenga enteramente con otra en el
tamaño, configuración, textura y cantidad de sus
sales. Todas estas varias impresiones, conservando
cada una su especie, se comunican al cerebro por los
nervios, o de la quinta o de la nona conjugación, que
son los que se ramifican en la lengua, o por unos y
otros; y precisamente en el cerebro, cuyas fibras dan
origen a aquellos nervios, se hace una conmoción
proporcionalmente a la que recibieron las fibras de
la lengua, en que consiste la sensación grata o ingrata
de esta o aquella especie que hay en el cerebro, y
mediante ella resulta la percepción que logra el alma
de los diferentes sabores de los manjares.
42. La impresión que hacen los objetos en el cerebro
se debe entender varía según las leyes del mecanismo;
esto es, según los varios objetos que obran
en él. Estas o aquellas[368] fibras, ya se implican,
ya se separan, ya se corrugan, ya se extienden, ya se
comprimen, ya se laxan, ya se ponen más tirantes,
ya más flojas, ya más flexibles, ya más rígidas, etc.;
y según esta variación mecánica, son varias las sensaciones.
43. Algunos nobles filósofos sienten que todas las
sensaciones se hacen en el cerebro; quiero decir, que
aun las que imaginamos celebrarse en los órganos
de los cinco sentidos externos no se ejercen en ellos,
sino en el cerebro; consiguientemente afirman que,
hablando rigurosa y filosóficamente, ni el ojo ve, ni
el oído oye, ni la mano palpa, sino que todos estos
ejercicios son privativamente propios del cerebro.
Ni son despreciables los apoyos en que se funda esta
paradoja. En la enfermedad que llamangota serena,
el órgano particular de la vista está perfectamente
bien dispuesto; sin embargo, el sujeto que padece
esta enfermedad nada ve, no por otra razón, sino
porque, en virtud de la indisposición de los nervios
ópticos no se propaga hasta el cerebro la impresión
que los objetos hacen en el ojo. Un apoplético perfecto
no padece indisposición alguna en el pie o en
la mano; sin embargo, aunque le puncen en el pie o
la mano nada siente, sólo porque las fibras del cerebro
están impedidas para recibir la impresión que el
cuchillo, alfiler o aguja hacen en el pie o en la mano.
Aquellos a quienes han cortado una pierna experimentan
una sensación dolorosa como existente en
el pie que ya no tienen. Sábese, por testificación de
ellos mismos, que por dos o tres días después de
hecha la amputación padecen un dolor atroz, como
que les estrujan los dedos del pie. De que se infiere
que la representación o idea que tenemos de que en
el pie o en la mano se siente el dolor, es engañosa;
pues la misma representación, e igualmente viva, se
halla en el que no tiene pie, que en el que tiene pie.
Como las fibras nérveas que van de los dedos del
pie al cerebro padezcan en el cerebro, o sea por la
amputación o por otra causa, la misma, o contorsión,
o compresión, o distracción, que cuando se
estrujan los[369] dedos del pie; será fijo padecerse
la misma sensación dolorosa faltando el pie que si
se estrujasen los dedos del pie. Pero esta cuestión
poco o nada importa a nuestro propósito. Prescindiendo,
pues, de ella, veamos ya cómo se excita el
amor.
§. X
44. Tres especies de amor distingo: apetito puro,
amor intelectual puro y amor patético. El apetito
puro, que con alguna impropiedad se llama amor, se
termina a aquellos objetos que deleitan los sentidos
externos, como al manjar regalado, al olor suave, a
la música dulce, al jardín ameno. Este amor se excita
precisamente por la experiencia que tiene el alma
de la sensación grata que le causan estos objetos. La
alma naturalmente apetece y se inclina al gozo de lo
que la deleita, y así, no es menester más requisito
para excitar en ella ese amor que la experimental
representación de la sensación grata que causa tal o
tal objeto.
45. El amor intelectual puro viene a ser el que los
teólogos morales llaman apreciativo, a distinción del
tierno. Dámosle aquel nombre porque es mero ejercicio
del alma racional, independiente y separado de
toda conmoción en el cuerpo o parte sensitiva. Este
se excita por la mera representación de la bondad
del objeto. El alma ama todo lo que se le representa
bueno, sin ser necesaria otra cosa más que el conocimiento
de la bondad. Así ama aun separada del
cuerpo, y el amor intelectual puro, de que hablamos,
realmente en cuanto al ejercicio, es semejante al que
tiene el alma separada.
46. El amor patético es el propio de nuestro asunto.
Este es aquel afecto fervoroso que hace sentir sus
llamaradas en el corazón, que le inquieta, le agita, le
comprime, le dilata, le enfurece, le humilla, le congoja,
le alegra, le desmaya, le alienta, según los
varios estados en que halla el amante respecto del
amado; y según los varios objetos que mira, ya es
divino, ya humano, ya celeste, ya terreno,[370] ya
santo, ya perverso, ya torpe, ya puro, ya ángel, ya
demonio.
47. Cuando digo que hay amor patético, torpe y
perverso, no se debe entender que por sí mismo lo
sea, sino por la concomitancia que a veces tiene con
el torpe apetito. Es cierto que el amor muy ardiente
a sujeto de distinto sexo, si no cae en un temperamento
muy moderado, está arriesgado a la agregación
de una pasión lasciva; pero aun cuando suceda
esta agregación, se deben contemplar no como una
sola, sino como dos pasiones diversas, o como dos
distintos fuegos, uno noble, otro villano, que, como
tales tienen su asiento y se hacen sentir, aquél en el
corazón, parte príncipe del hombre; éste en la oficina
más baja de este animado edificio; aquél es propiamente
amor, éste mero apetito. Despréndense no
pocas veces algunas centellas del primero que encienden
el segundo, mas no por eso se deben confundir
o juzgarse inseparables; antes bien son muy
diversos los temperamentos que encienden una y
otra pasión en grado sobresaliente. Así se ve que los
hombres muy lascivos no son de genio amatorio:
apetecen, no aman; son como los brutos; quieren, no
el objeto, sino el uso; de que se sigue que, saciado el
apetito, queda el corazón en perfecto reposo.
48. En esta especie de amor (digo el patético) hay
notable discrepancia de unos individuos a otros.
Hay algunos de índole tan tierna, de condición tan
dulce, que se enamoran casi de cuantos tratan, y,
como se suele decir, a todos quieren meter en las
entrañas; al contrario, otros tan despegados, tan
secos, tan duros, que ningún mérito basta a conciliar
su cariño. No apruebo lo primero, pero abomino lo
segundo. Aquéllos son unos genios suaves, indulgentes,
benignos, que carecen de elección, pero en
recompensa abundan de bondad; éstos son unos
montaraces, agrestes, malignos, a quienes todo desplace,
sino lo que más debiera desplacerles, esto es,
ellos a sí mismos. Los primeros no son muy discretos,
pero los segundos[371] declinan a irracionales;
pues como advirtió muy bien Juan Barclayo, sólo
ánimos enteramente bárbaros son insensibles a los
atractivos del amor:Amor in omnium animis, nisi
prorsus barbaris regnans(6). Entre estos dos extremos
hay un medio, y aun muchos medios, según que
unos genios se acercan más que otros a uno u a otro
extremo.
49. Hay también gran diferencia de unos hombres
a otros en cuanto a la intensión de amar. Hay quienes
sólo son capaces de una pasión tibia que los
inquieta poco; que miran con ojos enjutos, no sólo
la ausencia, más aún, la muerte de un amigo; y
quienes se apasionan tan violentamente, que apenas
pueden vivir sin la presencia del objeto amado. Entre
estos dos extremos hay también sus medios.
§. XI
50. Toda esta diversidad viene de la diferente impresión
que hacen los objetos en los órganos de
distintos individuos. Hacen, digo, los mismos objetos,
o un objeto mismo en especie y en número diversa
impresión en los cerebros de distintos hombres.
Es preciso que así sea, por razón de la diferente
textura, configuración, tamaño, movilidad, tensión
y otras circunstancias de las fibras del cerebro
de distintos sujetos. Es cierto que como nos distinguimos
unos de otros en las partes externas, ni más
ni menos sucede en las internas. ¿Por qué la Naturaleza
había de ser invariable en éstas, afectando tanta
variedad en las otras? Como nosotros vemos en las
partes externas de algunos hombres varias irregularidades
monstruosas, los anatómicos las han hallado
muchas veces en las internas. No es creíble que
yendo la naturaleza consiguiente de unas a otras en
estas discrepancias mayores, no vaya también consiguiente
en las menores.
51. Puesto esto, es fácil concebir cómo un mismo
objeto haga impresión diversa en las fibras del cerebro
de distintos[372] hombres. La filosofía experimental
nos muestra a cada paso que el mismo agente,
sin variación alguna en su virtud, en diverso paso
produce diferente efecto, y que el mismo motor,
conservando el mismo impulso por la diferente configuración,
magnitud, positura y textura del móvil,
produce en él diferente movimiento. Tiene, pues,
este hombre las fibras del cerebro de tal modo condicionadas,
que, presentándose a sus sentidos un
objeto hermoso, hace en ellas aquella impresión que
causa el amor; éste las tiene tales, que el objeto no
hace ni puede hacer en ellas tal impresión. Del
mismo modo se debe discurrir para el más y para el
menos. De la disposición de las fibras viene que en
uno haga vehementísima impresión el objeto hermoso;
en otro, floja y débil.
52. Con proporción sucede lo propio respecto de
las demás pasiones. Según que las fibras del cerebro
son de tal textura, posición, consistencia, flexibilidad
o rigidez, sequedad o humedad, etc., son más o
menos aptas para que en ellas el objeto terrible forme
aquella impresión que causa el miedo, o el melancólico
la que excita la tristeza, o el ofensivo la
que excita la ira.
53. Mas ¿cómo de la impresión que hacen los objetos
en el cerebro, resultan en el corazón estos efectos?
Todo, como dije arriba, es obra de un delicadísimo
mecanismo. Así como la impresión que hacen
los objetos en los órganos de los sentidos externos
se propaga por los nervios hasta las fibras del cerebro,
la impresión que hacen en las fibras del cerebro
se propaga por los nervios hasta el corazón. La experiencia
propia muestra a cada uno tal sensación
determinada cuando ama con alguna vehemencia,
otra diversa cuando se amedrenta, otra cuando se
irrita, etc. Del cerebro vienen todas estas diferentes
conmociones, lo cual se evidencia de su inmediata
sucesión a la impresión en el cerebro; según que la
impresión en el cerebro es diferente, es diferente
también la sensación del corazón.[373]
§. XII
54. Pero ¿será posible especificar las impresiones
que causan tan diferentes sensaciones; esto es, señalar
qué especie de movimiento constituye a cada una
de ellas? Materia es ésta sólo accesible al entendimiento
angélico. Mas por un género de analogía, ya
con los efectos que causan, ya con algunas sensaciones
externas, creo podremos caracterizarlas de
algún modo. Siguiendo esta idea, me imagino que el
movimiento que causa la sensación de amor en el
corazón es ondulatorio; el que causa la del miedo,
comprensivo; el que causa la ira, crispatorio; y a
este modo se puede discurrir de los movimientos
productivos de otras pasiones. El tener las fibras del
cerebro más aptas para recibir un movimiento que
otro, hace que los hombres adolezcan más de una
pasión que de otra. Éste las tiene dispuestas para
recibir un suave movimiento ondulatorio; adolecerá
de la pasión amorosa; aquél para recibir movimiento
crispativo, será muy propenso a la ira.
55. Es preciso también advertir que esta disposición
se debe continuar en el nervio, o nervios, por
quienes se comunica el movimiento al corazón, para
que a éste se comunique la impresión hecha en el
cerebro; así como para que al cerebro se comunique
la impresión que los objetos hacen en los órganos de
los sentidos externos, es menester que los nervios,
por donde se hace la comunicación, estén aptos para
recibir y comunicar el movimiento.
56. Es verosímil que la comunicación de movimiento
del cerebro al corazón para todas las pasiones,
que tienen su ejercicio en esta entraña, se haga
por el nervio que llaman los anatómicosintercostal,
y se compone de ramos del quinto, sexto y décimo
par; porque parte de dicho nervio se distribuye en el
corazón, y parte se ramifica por los pechos y partes
genitales; comunicación por la cual Thomás Wilis
explicó mecánicamente varios fenómenos pertenecientes
al deleite sensual y venéreo, materia, sin
duda, de muy curiosa física, pero mirada con asco
de la ética.[374]
57. Debe discurrirse, que así como de la textura del
cerebro pende la impresión que hacen en él los objetos,
la textura del corazón contribuya mucho para
que obre más o menos en él la impresión que viene
del cerebro: esto por la regla general de que todo
agente obra más o menos, según la mayor o menor
disposición del paso. Así unos tendrán el corazón
más dispuesto para la sensación de amor, otros de
ira, etc.
§. XIII
58. Finalmente, es de creer que la calidad y cantidad
de los líquidos que bañan el cuerpo tenga su
parte en el ejercicio de las pasiones; pongo por
ejemplo, que el humor salso contribuya a la lujuria,
el amargo a la ira, el austero a la tristeza. Mas es
necesario para esto que cada humor tenga algún
especial aflujo hacia aquella entraña donde se ejerce
la pasión que corresponde a su influencia. El que en
el estómago se congregue mucha copia de humor
salso o amargo, nada hará para que el sujeto sea
furibundo o lascivo. Es menester que el amargo se
congregue hacia el corazón, y el salso en otra entraña.
Así se ven hombres que abundan de humor salso
sin ser lascivos, y del de amargo sin ser iracundos.
El aflujo de tal o tal humor más hacia una parte del
cuerpo que hacia otra es cosa experimentadísima en
la medicina. La causa de esto es hallar más hacia
una parte que hacia otra poros, conductos o canales
proporcionados, por su configuración y tamaño, a la
figura y magnitud de las partículas insensibles de
cada humor.
59. Mas ¿qué humor será el propio para contribuir
a la pasión amorosa? Eso es lo que yo no sé, ni juzgo
que nadie sepa. No lo sé, digo, pero imagino que
en la sangre, propiamente tal, está depositado este
misterio. Es sangre, propiamente tal, no todo el licor
contenido en venas y arterias, sino aquella parte de
él en quien, separada del resto, subsiste el color
rubicundo, y cuya cantidad es menor que la de otros
humores contenidos en los vasos[375] sanguíneos,
como se ve en la sangre extraída con la lanceta, pues
en la vasija donde se deposita, en haciéndose la
disgregación, la porción rubicunda ocupa mucho
menos espacio que otros humores, ya verdes, ya
acuosos, ya amarillos.
60. En la sangre han observado los modernos partes
terrestres, ácueas, oleosas, espirituosas y salinas.
Acaso el predominio o exceso respectivo de las
oleosas conducirá para el amor. La inflamabilidad y
flexibilidad de ellas representa a la imaginación
cierta especie de analogía con aquél blando fuego
que siente el pecho en la pasión amorosa. Acaso
alguna determinada especie de sales o determinada
combinación de sales diferentes (puesto que hay
muchas y diversas en la sangre, y discrepantes en
distintos individuos) mordicando suavemente el
corazón tiene su parte en la sensación del amor. Mas
pase todo esto por mera imaginación. Si la autoridad
de un poeta fuese de algún valor en un asunto físico,
Virgilio nos suministraría una buena prueba de que
la sangre es el fomento propio del amor, cuando
hablando de la infeliz Dido cantó:
Vulnus alit venis, et caeco carpitur igne.
61. Esto es lo que me ha ocurrido sobre la causa
dispositiva o temperamento propio del amor y otras
pasiones. Espero de la equidad del lector, que aunque
no haya hallado en algunas partes de este discurso
aquellas pruebas claras que echan fuera las
dudas, no por eso acuse mi cortedad. Debe hacerse
cargo de que en una materia oscurísima y hasta ahora
tratada por nadie, cualquiera luz, por pequeña que
sea, es muy estimable. Hay asuntos que piden más
penetración para encontrar lo verisímil, que se ha
menester en otros para hallar lo cierto.
§. XIV
62. Por complemento del discurso propondré una
cuestión curiosa sobre la materia de él. ¿Qué estimación
debe dar la política a los genios amatorios?
¿Debe[376] apreciarlos o despreciarlos? ¿Considerarlos
magnánimos o pusilánimes? ¿Generosos o
débiles? ¿Aptos o ineptos para cosas grandes? Dos
famosos ingenios veo muy opuestos en esta materia.
Uno es el gran canciller Bacon; el otro, Juan Barclayo.
El primero, en el tratado que intituló:
Interiora rerum, capítulo X, abiertamente se declara
contra los genios amatorios o contra el amor
intenso tratándolo como pasión humilde, que no
cabe en ánimos excelsos.Observare licet neminem
ex viris magnis et illustribus fuisse quorum extat
memoria, vel antiqua, vel recens, qui adactus fuerit
ad insanum illum gradum amoris. Unde constat
animos magnos et negotia magna infirmam hanc
passionem non admittere. Barclayo, al contrario,
reconoce espíritus altos en los genios amatorios.Est
autem (dice)hominis animus quem ad amandum
natura produxerit, clementibus, magnisque spiritus
factus.
63. Creo que la opinión común está a favor de
Bacon y que casi universalmente están reputados los
genios amatorios por espíritus pueriles y afeminados.
Yo estoy tan lejos de ese sentir, que antes me
admiro mucho de que un hombre de tanta lectura y
observación como aquel gran canciller pronunciase
con tanta generalidad la máxima de que ningún
grande hombre adoleció de la pasión amorosa. Es
verdad que luego exceptúa a dos: Appio Claudio y
Marco Antonio; pero a estos dos solamente, cuando
pudiera tejer un larguísimo índice de almas grandes
sujetas a la misma enfermedad. Mucho es que siquiera
no le ocurriesen enfrente de aquellos dos
romanos, dos griegos, no menos famosos por sus
hechos, ni menos sensibles a los halagos del amor:
Alcibíades y Demetrio el Conquistador.
64. Pero mucho más es que olvidase un ejemplar
insigne, opuesto a su máxima, que tenía delante de
los ojos. Hablo de Enrique el Grande, ilustrísimo
guerrero, príncipe generosísimo, de alto entendimiento,
de incomparable magnanimidad, pero extremadamente
dominado toda su vida de la pasión
amorosa. Ni los mayores afanes de la[377] guerra,
ni los peligros de la vida, ni las ansias de la corona,
eran bastantes a apartarle el corazón, por una hora,
de aquél doméstico enemigo. Dijo bien un autor
moderno de gran juicio, que si Enrico careciese de
este embarazo, era capaz de conquistar toda la Europa.
Su ternura atajó muchos progresos de su valor.
Al momento que acabó de ganar la batalla de Coutras,
debiendo seguir la armada enemiga e ir a cortarle
el paso de Saumur, como le aconsejaba el de
Condé, separándose con quinientos caballos, fue
volando a la Gascuña, adonde le llevaba, como
arrastrado la condesa de Guiche, y así perdió los
mejores frutos que pudo producirle aquella victoria.
Lo más es que en Enrico se hicieron realidades los
indignos abatimientos que la fábula atribuyó a Hércules
en obsequio de su adorada Omfale. Enrico,
aquel rayo de Marte y admiración del orbe, se vistió,
tal vez, de labrador, y cargó con un costal de paja,
por introducirse al favor de este disfraz, no pudiendo
de otro modo, a la bella Gabriela. La marquesa
de Vernevil le vio más de una vez a sus pies, sufriendo
sus desprecios e implorando sus conmiseraciones.
Todo lo cuentan autores franceses.
65. No se opone, pues, el amor al valor. Pero es
verdad que no pocas veces estorba el uso de él, distrayendo
el ánimo de los empeños en que le ponen,
o a la ambición o la honra, a los que inspira aquella
pasión predominante, de que es un notable ejemplo
en los tiempos cercanos el celebrado Enrico, cortando
improvisamente el curso a sus triunfos por ir a
buscar en la Gascuña a la condesa de Guiche; y en
los remotos, Antonio, desamparando repentinamente
su armada combatiente por seguir a la fugitiva
Cleopatra. Pero también es cierto que muchos supieron
separar los oficios del valor y del amor, dando al
segundo sólo aquel tiempo que sobraba al primero,
como se vio en Alcibíades, en Demetrio, en Sila, en
Surena, general de los partos, y en infinitos de nuestros
tiempos.
66. No por impugnar la máxima de Bacon admito
sin modificación o explicación la de Barclayo. Si
por espíritus[378] altos se entiende aquella virtud
del ánimo que llamamos valor o fortaleza, no veo
que el temperamento amatorio tenga conexión alguna
con ella, aunque, como hemos visto, tampoco
tiene oposición. En unos sujetos se junta con ella; en
otros con el vicio contrario, porque es indiferente
para uno y otro. Es verdad que el amor vehementísimo
hace a los hombres animosos, pero sólo para
aquellas empresas que conducen al fin del mismo
amor. Esto es general a otras pasiones muy predominantes.
El que es muy codicioso, aunque sea tímido,
expone su vida a los riesgos del mar por adquirir
riquezas; el muy ambicioso a los de la guerra,
por elevar su fortuna.
67. Si por espíritus altos se entiende un género de
nobleza del ánimo, que le inclina a ser dulce, benigno,
complaciente, humano, liberal, obsequioso, convengo
en que los genios amorosos están dotados de
esta buena disposición; advirtiendo que hablo precisamente
del amor púdico, porque el apetito torpe,
por grande que sea, es muy conciliable con la fiereza,
con la rustiquez, con la insolencia, con la crueldad,
con la barbarie, como se vio en los Tiberios,
Calígulas y Nerones(7).
[Texto basado en la edición de Pamplona de 1785.
Tomo VII. Páginas 379-429][379]
Remedios del amor
§. I
1. Habiendo explicado en el discurso pasado la
enfermedad, conviene que en éste tratemos del remedio.
Dos errores opuestos, muy frecuentes uno y
otro, hallo en esta materia. Los que adolecen gravemente[
380] de esta pasión, la juzgan absolutamente
incurable con remedios naturales; los que no
la padecen tienen por fácil su curación. Parece que
los primeros deben ser creídos por experimentados,
pues gimiendo debajo de tan penosa dolencia, no es
creíble que no hayan tentado la cura. A nadie[381]
faltan consejeros que le prescriban remedios que se
hallan escritos en varios libros de ética. Pero la experiencia
muestra a cada paso que a estos enfermos
se puede aplicar también[382] lo que Sidenhan dijo
de otros:Aegri curantur in libris, et moriuntur in
lectis.
2. Los segundos por el contrario, imaginan que el
amor[383] se quita cuando se quiere, como con la
mano. Esto consiste en que a bulto se hacen la cuenta
de que siendo la voluntad potencia libre y el amor
acto suyo, ama cuando[384] quiere, y no ama cuando
no quiere; proposiciones en un sentido idénticas
y en otros falsísimas. Vengo en que la voluntad
pueda suspender el acto de amar, y aun hacer actos[
385] contrarios a él; pero ¿sin dificultad, sin
repugnancia, sin hacerse una especie de violencia a
sí misma? Eso parece que significa el poner tan
pendiente de su arbitrio dejar de amar,[386] y eso
niego que suceda. Fuera de que la cuestión no procede
tanto del amor actual, cuanto de aquella disposición
o inclinación a amar, originada de la dulce y
atractiva impresión[387] que hace en el corazón el
objeto. Esta inclinación es la que juzgan absolutamente
insuperable los amantes. Tan arraigada miran
su pasión en el pecho, que en su dictamen[388] es
imposible, sin arrancar el pecho, arrancar la pasión:
Da amantem, et sentiet quod dico.
3. No pocos de los que son insensibles al amor, o
muy[389] tibios en querer, miran el exceso del cariño
como hijo de la cortedad de entendimiento. Así
desprecian a los que ven muy apasionados, burlándose
de ellos como de unos hombres[390] mentecatos
o medio estúpidos; pero quisiera yo saber si
tienen por mentecato o medio estúpido a la águila de
los ingenios, al gran agustino, pues es ciertísimo que
este[391] hombre prodigioso fue de un corazón
extremadamente afectuoso y de una ternura incomparable.
Veense en el libro 4 de susConfesiones las
angustias y lamentos que le costó la[392] muerte de
un amigo. Apenas en alguno de los más ponderativos
poetas se leen expresiones más vivas de dolor
en la pérdida del objeto amado. Dice, entre otras
cosas, que[393] aborrecía su propia vida porque le
faltaba la mitad del alma, y que, con todo, temía la
muerte sólo porque en él no acabase de morirse el
amigo. ¡Qué corazón tan tierno[394] aquel a quien
hacía derramar lágrimas, como él mismo testifica en
el libro primero de lasConfesiones, la tragedia de la
enamorada Dido, leída en el cuarto de laEneida!
4. Quisiera saber si tienen por mentecato o medio
estúpido a un San Bernardo. Léase su Sermón
XXVISobre los Cantares, donde, lamentando la
muerte de su amadísimo hermano Gerardo, prorrumpe
en las más dolorosas cláusulas, en los más
tiernos gemidos que en la mayor tragedia puede
alentar un corazón desolado. «Obra (dice, entre
otras muchas cosas, quejándose de verse separado
de él), obra verdaderamente de la muerte, divorcio
horrendo!, porque ¿quién se atrevería a desatar el
dulce vínculo de nuestro mucho amor, sino la muerte,
enemiga de toda suavidad? Verdaderamente
muerte, la cual, arrebatando a uno, nos mató a entrambos
furiosa. Por ventura ¿no me cogió a mí
también la muerte? Sí, ciertamente, y aún más a mí
que a Gerardo, pues me acarreó una vida más infeliz
que toda muerte. Vivo, sí, más para morir viviendo,
y ¿esto se puede llamar vida? ¡Cuánto más benigna
fueras conmigo oh austera muerte, si enteramente
me privases de la vida!» Y más abajo: «Siendo los
dos un mismo corazón y una alma misma, la mía y
la suya penetró a un tiempo el cuchillo de la muerte,
y, dividiéndola en dos partes, colocó la una en el
cielo, dejando la otra en el cieno. Yo, yo, pues,
aquella porción mísera que quedó postrada en el
lodo, estoy truncado de la parte mejor del[395] alma;
¿y se me dice que no llore? Me han arrancado
las entrañas, ¿y se me dice que no sienta?», etc. ¿No
es éste el punto más alto adonde puede subir el
amor?
5. Quisiera saber si tienen por mentecato o medio
estúpido a Angelo Policiano, aquel a quien Erasmo
llamóMente angélica y milagro raro de la Naturaleza.
Este gran hombre, según refiere Varillas en susAnécdotas
de Florencia, murió de una vehementísima
y justamente torpísima pasión amorosa; tan
embelesado en su objeto, que oprimido ya de una
grave fiebre, que había encendido en sus venas el
amor, se levantó del lecho, tomando un laúd, se
puso a acompañar con él una tristísima canción, que
había compuesto al motivo de su dolencia, con tan
violentos afectos, que al acabar de cantar el segundo
verso expiró. ¿Qué diré del Petrarca, reconocido por
el padre Felipe Labbé, y aun por todos, por elpríncipe
de su siglo en ingenio y elocuencia, tan pasado
de amor por la bella y sabia francesa Laura, que
treinta años que vivió, después que la vio y trató
cerca de Aviñón (y los últimos diez ya era muerta),
no hizo más que cantar[396] y gemir por ella? Aunque
no honra tanto a la memoria de esta rara mujer
el amor de aquel famoso ingenio como el obsequio
que a sus cenizas hizo el rey Francisco I de visitar
su sepulcro y componer un epitafio poético, que aun
hoy se mira grabado en él. Sería infinito si hubiese
de juntar todos los ejemplares que hay en prueba de
que una voluntad tiernísima no está reñida con un
entendimiento agudísimo. No falta quien pretenda
que la blandura de corazón es prueba de ingenio; y
aunque yo no admito ésta por regla general, es cierto
que hombre duro dificultosamente hará conmigo
las pruebas de ingenioso.Rudo es anagrama deduro;
rudeza, dedureza, y acaso no hay menos consecuencia
de uno a otro en los significados que identidad
en las letras.
§. II
6. Volviendo a nuestro propósito, digo que tengo
por igualmente falsas las dos opiniones propuestas.
Juzgo absolutamente curable la pasión amorosa.
Esto es contra la primera opinión. Contra la segunda
afirmo que su curación es muy difícil. Para lo segundo
no es menester más prueba que la experimental
de tantos dolientes que suspiran por el remedio, y
aun consultando muchos y sabios médicos no le
encuentran.
7. Por lo que mira a lo primero, desde luego convengo
en que los remedios naturales que hasta ahora
se han discurrido respecto de las pasiones grandes
son muy poco eficaces o absolutamente insuficientes.
Y si yo no tuviera alguna receta particular contra
este mal, que desde luego prometo al lector, no
me metería en el asunto.
8. Nótese que cuando digo que los remedios que
hasta ahora se han discurrido son insuficientes limito
la proposición a los remedios naturales; porque si
se habla de auxilio de la divina gracia, implorado
por medio de fervorosas oraciones y otras obras
pías, no hay duda de que éste es remedio, no sólo
idóneo, sino infalible. Así, de éste se debe usar
siempre y apreciarse infinitamente más que todos
los remedios naturales. Mas como yo no hago ahora
el papel de teólogo, sino el de filósofo, y, por otra
parte, sería[397] ocioso repetir aquí una doctrina
que tantos varones doctos y espirituales han escrito
con alta discreción, me ceñiré precisamente al examen
de los remedios naturales.
9. Supónese que cuando se inquiere el remedio se
habla del amor, que es enfermedad, esto es, del
amor delincuente, porque el amor santo antes es
salud, el indiferente ni aprovecha ni incomoda. Pero
advierto que el amor puede ser delincuente, no sólo
por impuro, mas también por nimio. Así San Agustín
confesaba a Dios, como delito suyo, el gran amor
que tenía a aquel amigo, de quien hablamos arriba.
Sólo en el amor de Dios no cabe exceso vicioso:
cuanto más intenso, tanto mejor. El de la criatura
debe contenerse en una esfera muy limitada. Si se
enciende mucho, es la llama del amor humo de la
virtud. Si arrastra, si se apodera del corazón algún
bien criado, le roba a la Deidad la víctima más debida.
Viene a ser esto erigir un ídolo sobre el altar
donde únicamente debe recibir cultos el Criador.
Pero es verdad que no mezclándose algo de torpeza,
rarísima vez el amor de la criatura viene a ser tan
desmedido que llegue a pecado grave. Así nuestra
principal mira será la curación del amor impuro.
Veamos qué nos han dicho sobre tan importante
asunto nuestros antepasados.
§. III
10. El famoso médico Lucas Tozzi, tocando este
punto en el tratadoDe recto usu sex rerum non naturalium,
citasuppresis nominibus algunos autores,
que dictan para la curación del amor los mismos
remedios que comunísimamente se aplican a las
fiebres materiales, esto es, purgas y sangrías; pero
éstas tan repetidas, que lleguen a evacuar toda la
sangre que hay en las venas, pretendiendo que en
ella está radicado el mal, y con la sucesiva generación
de nueva sangre, sin perder la vida, se extinguirá
la pasión.Excogitarunt plerique (dice)universum
veterem sanguinem e corpore amantis esse axahuriendum,
ut ex novi sanguinis benigniori conditione
fascinum rei amatae penitus deleretur, vel si hoc
fieri nequeat, esse corpus ejusdem pluries ab atra,
et deleteria infectione repurgandum quam ipsum
contraxisse aiunt: in quam rem et sirupi, et aquae,
et electuaria,[398]et pharmaca corrigentia simul, et
emundantia ejuscemodi inquinamenta commendatur.
Y porque no falte cosa esencial de lo que se
aplica a las fiebres corpóreas, prescriben también el
uso de los cordiales.Exhilarantes praeterea confectiones
(prosigue Tozzi)epithemata cordialia, oblutiones
attemperantes, et alia similia, ab iisdem proponuntur(
8).
11. El citado autor se burla de estos recetantes, y
con mucha razón. Con la sangre nueva subsiste la
misma textura de las fibras del cerebro y del corazón;
por consiguiente,[399] la misma impresión del
objeto en uno y otro que con la antigua. Ni la nueva
para el efecto es de distinta condición que la extraída,
porque una y otra siguen la condición individual
del sujeto. Y ¿quién no ve que si la renovación de
sangre fuese medio para extinguir la pasión, ésta se
curaría en breve tiempo, sin recurrir a la lanceta? Es
evidente que en el espacio de un año se renueva, no
una, sino muchas veces, toda la sangre. ¿De dónde
lo sé?, me preguntarán algunos. Respondo que lo
infiero claramente de la necesidad diaria de nutrición.
¿De qué proviene la indigencia diaria de nutrirnos
sino de la diaria consunción de la sangre?
Hipócrates dijo que nadie, sin comer ni beber, podía
vivir de siete días arriba; y es cierto[400] que muy
poco más se podrá alargar la vida careciendo de
todo nutrimento, exceptuando casos y temperamentos
extraordinarios; de lo que con evidencia se infiere
que en ese espacio de tiempo se consume tanta
porción de sangre, ya en la transpiración, ya en la
nutrición de los miembros, que faltará la precisa
para sustentar la vida, si con el alimento no se forma
nuevo quilo, y con nuevo quilo, nueva sangre. Pregunto
ahora, ¿cuántas veces se le renovaría toda la
sangre al Petrarca en los treinta años que vivió, después
que conoció a la bella Laura? El amor, sin
embargo, vivió en él mientras él vivió, sin que la
estación fría de la senectud minorase su ardor, como
él mismo testificó, cuando dijo que se le iba mudando
el cabello (esto es, de negro a blanco) sin poder
mudar su obstinada pasión:
Que vo cangiando il pelo
Ne cangiar posso l'ostinata voglia.
12. Lo propio digo de purgantes y cordiales. El
amor no reside en la flema, en la melancolía, en la
cólera o algún otro humor extraíble por catárticos,
diuréticos o sudoríficos. Así se ve que esta llama
prende en toda especie de temperamentos, ya bien,
ya mal condicionados. Convengo en que los genios
muy alegres son los menos aptos para concebir
grandes pasiones. Pero ¿qué genio pasó jamás de
triste a muy alegre con el uso de cordiales? Éstos,
dado que sean remedios, son unos remedios pasajeros,
cuyo efecto dura pocas horas. No hay cordial
tan activo como el vino generoso. ¿Será el vino
remedio de amor? Confortará, es verdad, el corazón
y le desahogará del peso con que le oprime una
pasión grande; mas ya se sabe que la alegría que
infunde el vino se termina a una o dos horas, con
que estará precisado el enamorado, para remediarse,
a repetir ocho veces cada día, o los tragos, o las
confecciones cardiacas. Esto sin entrar en cuenta el
riesgo de que lo que aquieta el corazón pase la inquietud
a otra entraña.
§. IV
13. Despreciados, pues, estos físicos sueños, pasemos
a aquellos remedios que se hallan más autorizados[
401] y logran aceptación entre los hombres
cordatos. El primero es la ausencia del objeto amado.
Manat amor tectus, si non ab amante recedas
Utile finitimis abstinuisse locis,
dijo Ovidio, muy práctico en estas materias, y Propercio,
que no lo era mucho menos, pues en muchas
de sus composiciones no respiraba sino las llamas
que encendía en su pecho su decantada Cintia:
Unum erit auxilium mutatis, Cinthia, terris:
Quantum oculis animo, tam procul ibit amor.
14. Creo que este remedio es bonísimo en los principios
del mal: también en las pasiones tibias, aunque
sean algo inveteradas; finalmente, aunque la
pasión, ni sea tibia ni recién nacida, aprovechará a
genios inconstantes, porque éstos, de donde apartan
los sentidos, apartan toda el alma. Mas si la pasión
fuere muy fuerte y el corazón también lo fuere, hay
poco que fiar de este expediente. Apártase el cuerpo
y se queda el alma, o aunque se vaya el alma va con
ella el amor: por eso, oportunamente, comparó el
gran poeta un corazón penetrado de la pasión amorosa
a la cierva herida, que por más que huya, lleva
siempre clavada la flecha que le disparó el cazador:
Haeret lateri laetatis arundo. Propercio, aunque
tan decisivamente recomendó la ausencia por eficacísimo
remedio del amor, parece que usó de ella sin
que le sirviese de cosa. Él, por lo menos, en el lugar
mismo que alegamos arriba, habla de su viaje a
Atenas como cosa ya resuelta y emprendida a este
fin:
Magnum iter, ad doctas proficisci cogor Athenas,
Ut me longa gravi solvat amore via.
Si ejecutó el viaje, no le aprovechó el remedio,
pues en el libro IV de susElegías vemos una en que
habla de Cintia, ya muerta, con expresiones que le
declaran aún apasionado. Ni se piense que Cintia era
una hermosura puramente ideal o fingida para dar
materia a versos amatorios. Fue mentido el nombre,
no el sujeto. Su verdadero nombre fue Hostilia,
según dice Apuleyo, y Propercio, que ardía por ella,
la sacó en sus poesías disfrazada con el[402] nombre
de Cintia, por ocultar el objeto de su pasión.
15. Tiene también este remedio el defecto de que
para los más es impracticable. Son pocos los que
pueden mudar de país por largo tiempo, y si la ausencia
es corta, más enciende el amor que le apaga.
§. V
16. El segundo es lidiar contra la pasión a los principios.
Éste también es precepto de Ovidio:
Principiis obsta. Pero no advirtió (¡grave omisión!)
cómo o con qué armas se debe combatir. Yo
digo que en primer lugar, evitando la vista y trato de
la persona de que empiezas a prendarte. En segundo,
contemplando el riesgo a que te pones, las malas
consecuencias que a tu conciencia, a tu honra, a tu
hacienda, a tu quietud puede acarrear tu pasión. En
tercero, frecuentando la conversación de sujetos
prudentes y serios, en que comprehendo la lectura
de autores graves y modestos, aunque sean profanos.
Bueno es todo esto; pero mayor asunto emprendemos,
que es curar la pasión ya radicada. Para
remediar el mal en los principios no es menester
mucha medicina.
§. VI
17. El tercer remedio es ocupar mucho la atención
en otras cosas, aplicarse a varios negocios que llamen
fuertemente el cuidado y tengan el ánimo en
casi continua agitación. También es receta de Ovidio,
que en orden a la cura de este mal llenó tanto el
asunto que hasta ahora nadie añadió cosa de momento
a lo que él dejó escrito. Este remedio parece
que ha de ser eficacísimo, porque la limitación del
corazón humano no permite ordinariamente hospedarse
en él dos cuidados muy intensos, los cuales,
por lo común, se han como las formas substanciales,
que la introducción de una en el sujeto es expulsión
de la precedente: mas si se mira con atenta reflexión,
se hallará defectuoso por varios capítulos.
18. Lo primero, se han visto, y creo se ven hoy,
varios sujetos que, con manejar grandes e importantísimos
negocios, mantuvieron firme su fervorosa
pasión. Ejemplos famosos son Marco Antonio, que,
disputando[403] a Augusto el gobierno del orbe, no
desistía de idolatrar a su Cleopatra; y Enrico el
Grande, que, ocupado en tantos gravísimos cuidados
políticos y militares, como pedía la ardua pretensión
de la monarquía francesa, siempre, con todo, tenía
entregada más de la mitad del alma a esta o aquella
hermosura.
19. Lo segundo, no todos, aunque quieran, pueden
ocuparse en negocios que interesen mucho su atención.
Muchos, y aun los más, están constituidos en
tal estado, que les es preciso continuar siempre una
misma serie de vida, sin meterse en empeños extraordinarios,
los cuales les ocasionarían grandes incomodidades
y arruinarían todas sus conveniencias.
20. Lo tercero, este remedio sólo podrá aprovechar
en pasiones tibias, que son las que menos necesitan
de remedio, o que le tienen fácil en el albedrío de
cada uno. Porque pongamos a un hombre tan intensamente
enamorado que esté dispuesto a sacrificar
la hacienda, la honra, la salud y aun exponer el alma
por su pasión. Propónganle a éste que se emplee en
negocios tan importantes que le distraigan de su
amoroso cuidado, porque en eso consiste su cura.
Digo que, en tales circunstancias, lo que se le propone
es una quimera. La razón es clara, porque respecto
de quien prefiere su pasión a todos los demás
intereses, no puede ocurrir negocio tan importante
que le distraiga de ella. En el logro de ella concibe
su mayor interés y la suprema importancia. Siempre
arrastrará más su atención lo que prácticamente
considera más importante; luego estando en aquella
disposición, no puede ocurrir cosa que llame más su
cuidado que su pasión.
21. Más. Yo creo que, rarísimo, constituido en
aquellos términos, se sujetará a esta especie de cura,
porque es muy violenta. ¿Qué cosa más opuesta a su
inclinación que abandonar un cuidado que tiene,
respecto de voluntad, el supremo atractivo, por el
cuidado de otras cosas que desprecia o estima en
poco? Así será menester otro remedio para que
acepte ese remedio, y el que le aceptare se puede dar
por cierto que ya está medio curado. Pero doy
que,[404] aun estando muy fuerte su pasión, se esfuerce
a aplicarse a otros negocios. ¿Qué le sucederá?
Que no logrará el intento de desviar el alma del
objeto que le apasiona; porque, ¿cómo el menor
atractivo ha de tener más fuerza que el mayor para
arrastrarle? ¿Cómo el menor peso ha de inclinar la
balanza hacia su lado? Así, después de forcejar algún
tiempo, dejará el uso del remedio como inútil.
22. ¿Quieres ver dos pruebas prácticas de lo que
voy razonando? Véalas aquí. El autor del libro intituladoAnales
de la corte y de París de los años de
1697 y 1698, refiere que habiéndose declarado el
príncipe de Conti pretendiente a la corona de Polonia,
apadrinado para el logro por el gran poder de la
Francia, tomó con suma tibieza tan importante negociación.
¿Y por qué? ¿Faltábale por ventura actividad
o ambición? Nada de eso, sino que, si pasase
a Polonia, era preciso dejar en París una señora a
quien amaba con extremo. El autor de lasMemorias
concernientes al reinado de Carlos IV, duque de
Lorena, refiere que estando este príncipe en Bruselas
se apasionó furiosamente por la hija de un burgomaestre
de aquella villa. La madre, que era una
matrona muy seria, la guardaba con suma vigilancia,
de modo que al duque, por más que lo solicitó, le
fue imposible hablar ni una palabras a solas a la
doncella. Finalmente, habiendo concurrido en un
festín la madre, la hija y el duque, con otras personas
principales del pueblo, como la pasión del duque
era notoria a todos, por modo de chanza se empezó
a hablar de ella, y el duque tomó de aquí ocasión
para poner a todos los del concurso por intercesores
con la madre, para que dentro del mismo salón
y a los ojos de todos le permitiese hablar, algo apartado,
pocas palabras en secreto con la hija. Rehusándolo
siempre la madre, propuso el duque la condición
de hablarla no más que el tiempo que pudiese
sufrir un ascua encendida apretada en la mano. Sobre
un pacto tan áspero y de tan difícil ejecución,
instaron todos tanto, que la madre convino en él,
persuadida a que apenas tomaría la ascua en la mano
cuando se la haría arrojar el dolor, y la conversación
se acabaría al abrir los labios para empezarla. Apartose,
pues, el duque[405] con la doncella, tomó la
ascua en la mano, dio principio el coloquio y fue
prosiguiendo en él algún tiempo, con admiración de
todos, hasta que la celosa madre, no pudiendo sufrirlo,
acudió a estorbarlo. En efecto, halló la brasa
ya enteramente apagada, a costa del intensísimo
dolor que sufrió el duque apretándola en la mano
para extinguirla. Véase ahora si la ansia de una corona,
si el dolor de la adustión no divierten el cuidado
ni entibian el ardor de una pasión amorosa;
¿cuánto menos se puede esperar de otras solicitudes,
sin comparación menos graves? Confieso que pasiones
tan grandes no ocurren a cada paso; pero
tampoco pueden aplicarse a las que son menores,
sino en casos muy extraordinarios, tan activos remedios.
§. VII
23. El cuarto es hacer la más viva y continuada
reflexión que se pueda sobre los defectos de la persona
amada. Ciertamente no se hallará alguna que
no los tenga. Son tantas las partes de que se debe
componer un todo absolutamente perfecto, que la
concurrencia de todas en un sujeto es caso metafísico.
Ovidio añade a este precepto la ingeniosa advertencia
de procurar con estudio que esos defectos
incurran frecuentemente a los ojos del amante; como
si tiene malos dientes, provocarla muchas veces
a risa; si es desairada en danzar, solicitarla a que
dance; si tiene mala voz, que cante, etc.; finalmente,
quiere que a la ficción ayude algo la realidad; v.g.:
si en el color declina algo a morena, imagínela el
amante negra; pequeña si no es muy alta; muy alta
si no es pequeña; rústica si es sencilla; falaz si es
cortesana; etc.
24. ¡Oh, qué bien suenan estos preceptos colocados
en los versos elegantes de aquel poeta! Pero, ¡oh,
qué desnudos de eficacia se encuentran en la práctica!
Creo que ningún apasionado hay, ni hubo jamás,
deseoso de su curación, que no echase mano del
remedio de considerar los defectos de la persona
amada. Este auxilio es el que ocurre el primero a
todos, pero apenas sirve a alguno, salvo que la pasión
sea débil o los defectos enormes; y aun sobre[
406] eso es menester que no se hayan descubierto
a los principios, porque quien con el conocido
contrapeso de esos defectos empezó a amar mucho,
proseguirá en amar, por más que piense en ellos. O
por mejor decir, quien en el nacimiento de su pasión
no tuvo los defectos por contrapeso equivalente de
las perfecciones, ¿por qué principio variará el juicio
después? Por pensar mucho en ello, ¿qué premisa
nueva le ocurrirá, de donde infiera que el objeto es
igualmente o más aborrecible por sus imperfecciones
que amable por sus prendas? Repita enhorabuena
cuanto quiera la inspección de unos dientes medio
podridos. ¿Qué importa, si al mismo tiempo le
están fascinando el alma unos ojos brillantes? Sería
menester para lograr algún efecto apartar primero
fuera de tiro de pistola los ojos de los dientes, y que
esta separación durase siempre. De nada servirá
aplicar el bálsamo a la llaga si al mismo tiempo está
el acero renovando la herida.
25. Lo de ayudar la realidad con la ficción es una
impertinencia, que extraño mucho haya cabido en el
claro entendimiento de Ovidio. Querer que un hombre
finja y luego crea lo que finge es querer una
quimera. ¿Cómo ha de tener por realidad lo que
sabe que es ficción propia? Pero pretender esto de
un amante, en orden a defectos de la persona amada,
es un empeño el más extravagante que puede venir a
la imaginación. La credulidad de los amantes está
enteramente enderezada al lado opuesto; quiero
decir, son fáciles a creer en el objeto amado perfecciones
que no hay, o las que hay, creerlas mayores
de lo que son. Para los defectos, por el contrario,
apenas viéndolos los creen; por lo menos los minoran
en su imaginación cuanto pueden. Es propio del
amor abultar las perfecciones; del odio, engrandecer
los defectos. Querer, pues, que un amante abulte los
defectos, creyendo, por ejemplo, que la trigueña es
negra, que la que tiene un dedo menos de la estatura
justa es enana, ¿qué otra cosa es sino pretender que
enteramente se trastorne la naturaleza de los afectos?
26. Otras dos recetas da el famoso médico del
amor, que no son otra cosa más que dos borrones de
sus escritos.[407] El primero es la redundante saciedad
del apetito. ¡Remedio torpísimo! Mas lo peor es
que es torpísimo y no es remedio. ¿Por ventura el
hidrópico que bebe una vez no sólo toda el agua que
apetece, pero aún mayor cantidad, extinguirá para
siempre su sed? La saciedad de hoy, ¿causará tedio
mañana?
27. La segunda es procurar prendarse de otro objeto;
pero esto es curar una llaga con otra. Es medio
para conmutar la enfermedad, no para granjear la
salud. Y dado que lo fuese, ¿es fácil esa conmutación?
El enfermo de quien se recabare la translación
del cariño a otra parte no está muy enfermo. Pero
supongamos el doliente reducido a usar de este remedio,
y que ya designa nuevo ídolo a sus cultos, o
le imagina superior en mérito al primero, o igual o
inferior. Si inferior, no podrá inclinar la balanza del
corazón a su lado, porque está gravando al brazo
opuesto mayor peso. Si igual, se conciliará igual
pasión a la antecedente: ¿qué adelantamos, pues le
dejamos igualmente enfermo? Si superior, encenderá
fiebre más intensaet fient novissima hominis illius
pejora prioribus. Bello remedio es el que aumenta
la enfermedad.
28. Finalmente, un remedio muy vulgarizado, no
sólo en conversaciones, mas aún en autores de
máximas morales, pero remedio únicamente para los
individuos de nuestro sexo, es considerar los vicios,
ya físicos, ya morales, del otro. ¡Oh, en cuántos
libros se encuentran sangrientas declamaciones contra
las pobres mujeres, propuestas a este fin! Ya se
dice que son animales imperfectos, asquerosos,
vasos de inmundicia; ya que son engañosas, inconstantes,
pérfidas, malignas. Mas todo esto no es otra
cosa que hacer mucho ruido disparando al aire.
Hagan de mí lo que quisieren si entre millones de
hombres muy apasionados por mujeres me dieren
uno solo que se haya curado con esas consideraciones.
No hay quien, para amar o aborrecer, no escuche
en primer lugar el informe de sus sentidos. Predíquenle
cuanto quisieren que es animal imperfecto
la mujer al que está apasionado por alguna, que
entretanto que en la que él ama vea un rostro hermoso,[
408] oiga una voz dulce, experimente un
genio amable, se reirá de los prediques y del mismo
predicador; y aun dirá acaso, (no sin algún fundamento),
que los animales imperfectos son los tontos
que traen a cada paso en la boca tales simplezas. Lo
que yo puedo decir, porque lo he observado, es que,
por lo común, los que frecuentemente inculcan semejantes
invectivas contra las mujeres son los que
apenas aciertan a apartarse jamás de ellas; unos
jóvenes charlatanes y bufones, sin juicio, sin entendimiento,
sin modestia, que en todos tiempos y lugares,
con los ojos, con las voces, con los ademanes,
están publicando su desordenada inclinación al otro
sexo. Hacen lo que Séneca, que predicaba mucho
contra las riquezas y no cesaba de acumularlas.
29. Pero los que con buen celo (que hay muchos
sin duda) representan a los hombres estos males de
las mujeres, no advierten la falta de caridad en que
incurren. Si esa consideración para los hombres es
triaca, para las hembras será veneno. Quiero decir:
si la consideración de que la mujer es animal imperfecto
y vaso de inmundicia entibia al hombre respecto
de la mujer, como esta reflexión envuelve la
otra de que el hombre es un animal perfecto y limpio,
representada a la mujer la entenderá respecto
del hombre:Contrariorum eadem est ratio. Con que
esto viene a ser quitar la llama que está abrasando
una casa y aplicarla al incendio de la vecina. Pero
bien mirado, por esta parte yo los absuelvo de todo
escrúpulo. Ojalá curasen a los hombres, que con eso
sólo quedarían por la mayor parte curadas las mujeres.
La lascivia es un mal contagioso, que casi siempre
tiene su origen en nuestro sexo. Acaso los que
con buen celo proponen a los hombres aquellas
consideraciones tienen previsto esto mismo, y por
eso aplican la medicina sólo a la causa del mal. La
lástima es que la receta de nada sirve.
§. VIII
30. Vista ya la ineficacia o inutilidad de todos los
remedios que hasta ahora se han discurrido para[
409] la fiebre del amor, resta que propongamos el
de nuestra invención. ¡Oh! Cuántos lectores me
parece oigo que, al llegar aquí, me insultan con
aquello de Horacio.
Quia dignum tanto feret hic promissor hiatu?
31. Sin embargo, constantemente afirmo que mi
remedio es, sin comparación, mejor que todos los
que hasta ahora se han recetado, porque tiene las
siguientes calidades: La primera, que es aplicable a
todo género de personas en todos tiempos y en cualesquiera
circunstancias. La segunda, que todos, sin
exceptuar alguno, tienen en su casa y a su arbitrio
los ingredientes de que se compone. La tercera, que
su uso nada difícil es ni penoso. La cuarta y principal,
que aunque no a todos cure perfectamente, ningún
enfermo habrá a quien no alivie algo; lo que
apenas la medicina de los cuerpos podrá asegurar
con verdad de ninguno de sus más decantados específicos.
Vamos al caso.
32. La experiencia muestra a todo el mundo que
para las pasiones del alma, la imaginación viva del
objeto hace el propio efecto que el objeto mismo
presente. El pusilánime se conmueve y tiembla al
imaginar vivamente un objeto terrible y espantoso;
el enamorado, no sólo cuando tiene a la vista la
hermosura que le prendó, mas también cuando piensa
con alguna intensión en ella, siente en el corazón
aquella conmoción propia del amor. Esto viene de
que la imaginación hace en las fibras del cerebro
aquella misma impresión que hace el objeto, o ya
dependa esto de cierta conexión natural que hay
entre tales o tales actos del alma con tales o tales
movimientos del cuerpo, o ya de que el Autor de la
Naturaleza voluntariamente unió el alma con el
cuerpo debajo de la ley de sucederse tales movimientos
del cuerpo a tales actos del alma, y, al contrario,
de modo que esto no provenga de alguna
exigencia natural del cuerpo o del alma, sino del
mero querer del Criador. Esto segundo pretenden
muchos modernos; y si no es más verdadero que lo
primero, es por lo menos más inteligible.
33. Creo que en algunas pasiones, aun en la presencia
del objeto, es la imaginación quien da todo el
impulso a las fibras del cerebro o sólo mueve el
objeto las fibras del cerebro[410] por medio de la
imaginación. Cuando a uno, con voz nada fuerte ni
terrible, se le dice una injuria que le irrita y conmueve
la ira, no es creíble que la material articulación
y sonido de las palabras, mediante la impresión
que hace en el órgano del oído, derive a las fibras
del cerebro aquel movimiento de que pende la ira.
Si fuese así se irritaría el que las oye, que entendiese
su significado que no; lo cual no sucede, sino que
sólo se irrita cuando entiende el significado de las
palabras; luego es porque el objeto da impulso a las
fibras del cerebro sólo mediante el concepto que
hace el alma de la injuria; esto es, que el alma, con
la representación de la ofensa, tiene una especie de
agitación, la cual induce tal movimiento en las fibras
del cerebro.
34. De este influjo que tiene la imaginación en el
cerebro viene la mayor parte del mal que nos causan
nuestras pasiones, y principalmente del que causa la
pasión amorosa. Si el amor sólo se encendiese a la
presencia del objeto, sería una dolencia de cortísima
duración, una llama momentánea, como de relámpago,
pues sólo con cerrar los ojos o volverlos a otra
parte se disiparía; y cuando la pasión fuese tan violenta
que aun apartar la vista por un instante se
hiciese durísimo, en la primera precisa separación
de la presencia del objeto estaría remediado todo,
pues desvanecida entonces la pasión, sería fácil
formar y mantener el propósito de no presentarse
jamás a la causa de ella. Pero la lástima es que en
nuestra memoria queda depositado el daño; cada
recuerdo es una centella que prende fuego en el
alma; nuestra imaginación es nuestro enemigo, y
enemigo tal que a tiempos concede treguas, mas
nunca paces estables.
§. IX
35. Conocida la causa del mal, ¿dónde acudiremos
por el remedio? A la misma causa del mal. La imaginación,
que es quien hace o conserva la llaga, ha
de curar la herida. La propia botica de donde sale el
veneno nos ha de ministrar la triaca.
36. Supuesto que la imaginación de los objetos
que[411] tienen actividad para mover las fibras del
cerebro, y mediante ese movimiento excitar las pasiones,
hace el propio efecto que los mismos objetos,
se puede turbar, corregir o mitigar el movimiento,
que da a las fibras del cerebro la imaginación de
un objeto que excita tal pasión con la imaginación
de otro objeto que excite otra pasión diferente. Si
cotejamos los objetos presentes, es cierto que la
presencia del objeto concitativo de una pasión borra,
oscurece o templa la impresión que hace la presencia
del objeto concitativo de otra pasión diferente.
La razón es porque da movimiento diverso a las
fibras del cerebro, y este movimiento diverso, en
caso que no extinga el primero, no puede menos de
turbarle o hacerle más remiso; por consiguiente, del
cerebro al corazón no se derivará la misma conmoción
que antes, sino otra diferente(9).[412]
37. Pongo el ejemplo en un enamorado (pues éste
es el enfermo cuya curación solicitamos), el cual, a
la vista del objeto que le arrastra, está sintiendo la
violencia de la[413] pasión que le domina. Sucede
que en este estado le sorprende el estampido de un
formidable trueno, o que de golpe le dan una funestísima
noticia, o que inesperadamente[414] ve acercarse
un enemigo suyo con la espada desenvainada
en la mano. Es cierto que cualquiera de estos objetos
dará un movimiento a las fibras de su cerebro,[
415] que baraje, turbe o enteramente disipe el
movimiento que les daba el objeto amado; de que
resultará necesariamente que, propagándose por los
nervios[416] aquel movimiento al corazón, sucederá
en éste la pasión del pavor a la del amor.
38. Ni se piense que esto se hace por la mera distracción[
417] del ánimo de un objeto a otro, pues es
cierto que, aun cesando la presencia del objeto terrible,
y volviendo la consideración al amable, se experimenta
que por algún[418] rato no tiene ésta
fuerza para mover las fibras del cerebro como las
movía antes, y es que aún dura el movimiento o
impresión que hizo el terrible; esto, por regla general,[
419] de que aun apartado el motor del móvil
permanece en éste el impulso que le dio el motor; y
tanto mayor o de más duración es la permanencia
cuanto mayor es la fuerza con[420] que fue impelido.
Así el enamorado, que en el mayor ardor de su
pasión ve caer a corta distancia un rayo, por algún
espacio de tiempo después de disipado el espantoso
meteoro[421] no sentirá en el pecho el menor vestigio
de la pasión amorosa.
39. Quiero, pues, que la imaginación de un objeto[
422] haga con la imaginación de otro objeto lo
que hace la presencia de uno con la presencia de
otro; esto es, que la imaginación de un objeto, o
terrible, o irritante, o melancólico, temple o extinga
la impresión que hace en el sujeto apasionado el
objeto amable. El objeto contrapesante del amable,
cada uno le debe elegir echando mano de aquel que,
considera la propia índole, le haga más fuerza. En el
de genio tímido hará mayor impresión el terrible; en
el colérico, el irritante; en el triste, el melancólico; y
aun dentro de la misma especie se ha de arreglar la
elección al genio, porque aun dentro de la misma
especie, a uno conmueve más un objeto, a otro, otro.
En mí propio hallo un ejemplo bien sensible de esta
diferencia. He notado que entre todas las especies de
muerte violenta, la que comúnmente da más horror
es aquella en que es ejecutor el fuego; pero a mí me
conmueve y horroriza más, cuando pienso en ello, la
del precipicio. De aquí viene que, aunque no soy de
genio pusilánime, cuando hago viaje por tierras
ásperas y desiguales, en cualquier paso un poco
estrecho y pendiente me apeo; y no andaría ni aun a
gatas por una cornisa de media vara de ancho aunque
me pusiesen en ella la tiara.
40. No basta lo dicho. Falta mucho que advertir
sobre la materia. Este contrapeso de un objeto con
otro, o de una imaginación con otra, pide cierto
determinado manejo[423] para que se logre el efecto
pretendido. Por eficaz que sea el remedio, si se yerra
la aplicación, aprovechará poco o nada. Es menester,
digo, disponer las cosas de modo que el objeto,
pongo por ejemplo, terrible sorprenda de golpe a la
imaginación, o la imaginación de él sorprenda de
golpe al sujeto siempre y en el mismo momento que
la dirige al objeto amado. Sin esa circunstancia servirá
el remedio de poco, por tres razones. La primera,
porque muchas veces, embebida el alma en la
contemplación del objeto amado, ni pensará en el
remedio, ni aun le ocurrirá que necesita de él. La
segunda, porque tal vez, aunque piense en él, no le
querrá buscar; porque los enamorados son unos
enfermos, que no pocas veces se lisonjean de la
propia dolencia, y la miran con ojos tan gratos, que
aunque capaces de admitir la curación rehúsan hacer
diligencias por conseguirla. Así es menester que por
excusarles buscar el remedio, el mismo remedio los
busque a ellos. La tercera, porque la imaginación de
un objeto terrible, siendo buscada con estudio, no
tiene tanta fuerza ni hace tan viva impresión como
cogiendo improvisamente al sujeto. La misma diligencia
con que se busca es prevención que dispone
al alma para resistirla.
§. X
41. Mas ¿cómo conseguiremos que el objeto terrible
incurra en la imaginación de golpe, sin premeditación
alguna, en el mismo momento y siempre que
se piensa en el objeto amado? Parece que propongo
un arbitrio imposible, a lo menos extremamente
difícil; no, sino muy fácil. Con alguna diligencia a
los principios, y diligencia nada costosa, se logrará
después para siempre, sin diligencia alguna, la concurrencia
de un objeto con otro.
42. Es cierto que el ejercicio de juntar dos ideas en
la mente o dos objetos en la imaginación engendra
entre ellos cierta especie de vínculo mental, por el
cual después no se puede pensar en uno sin que al
mismo momento ocurra al pensamiento el otro. Tal
vez un acto solo hace este efecto. Así experimentamos
no pocas veces que por haber visto a dos sujetos
en tal determinado sitio,[424] siempre que después
pensamos en uno ocurre al pensamiento el
otro, y siempre que pensamos en ellos, pensamos en
el sitio donde los vimos; como también pensando en
el sitio pensamos en ellos, enlazándose estas tres
ideas de modo que ya no está en nuestra mano ni es
posible separarlas; antes cualquiera de ellas que se
presente, en el mismo punto de tiempo trae consigo
las otras dos.
43. Lo que ha de hacer, pues, el enfermo de amor
que quiere curarse es, lo primero, elegir un objeto, o
terrible, o lastimoso, o de otra especie; aquél que ha
experimentado más apto a conmover su ánimo o que
más altamente le conmueve. Lo segundo, ejercitarse
algo en enlazar la idea de éste con la del objeto
amado, lo cual se hace llevando algunas veces el
pensamiento de aquél a éste; y esto hará a su arbitrio
siempre que quiera. No será menester repetir mucho
este ejercicio. Con diez o doce veces que lo haga,
acaso con tres o cuatro, y aun es posible que con
una sola, se liguen, respecto de su mente, las dos
ideas, de modo que ya le sea imposible pensar jamás
en el objeto amado sin que al momento ocurra a su
imaginación el lastimoso o terrible.
44. He dicho que cada uno, según su experiencia,
ha de elegir el objeto contrapesante, porque no cabe
en esto otra regla o dirección. Es objeto terribilísimo
para uno el que no tiene terribilidad alguna para
otro. Hay quien se desmaya al ver ejecutar en otro
una sangría, y verá sin alteración sensible hacerse
cenizas una ciudad. Hay quien no puede sufrir que
se le hable de la aparición de un difunto, y acometerá
intrépido a su enemigo en la campaña.
45. En mi propia persona he tenido una experiencia
notable de esta desigualdad. En lo poco que he visto
de historia (que poco basta para esto) he leído muchas
muertes lastimosísimas, destrozos horrendos,
tragedias extremamente lamentables; pero nada hizo
tanta impresión en mi ánimo, ni de lástima, ni de
horror, como un suceso del siglo presente, trágico y
lastimoso a la verdad, pero mucho menos que otros
innumerables que he leído. El año de 1703, un soldado
prusiano que profesaba el luteranismo[425] y
estaba de guarnición en la ciudad de Utrech, haciendo
triste y profunda reflexión sobre varios delitos
que había cometido, y resuelto a purgarlos, dio en el
extraño y bárbaro pensamiento de expiarlos todos
por medio de una cruel y voluntaria muerte. Dio
parte de su resolución a otro soldado, íntimo amigo
suyo, rogándole con las más fervorosas instancias
que fuese instrumento de ella. Proponíale que con
un hacha le fuese cortando poco a poco sobre un
cepo manos y brazos, pies, piernas y muslos, de
modo que en cada miembro se hiciesen, con varios
golpes, varias divisiones. No sólo se negó el amigo
a la ejecución, mas procuró apartarle del sangriento
designio. Pero aquel desdichado repitió tanto y con
tanta eficacia los ruegos, que al fin el amigo condescendió
y se hizo ejecutor de la tragedia en la
forma misma que se le había propuesto. Sin duda
que el verdugo no era mucho menos bárbaro que el
reo. Fue cosa admirable que el infeliz inmolado fue
poniendo sucesivamente sobre el cepo, a los repetidos
golpes del hacha, primero la mano, después el
brazo, luego la otra mano, tras de ésta el brazo correspondiente,
a que se siguió en la misma conformidad
el destrozo de pies y piernas. Fueron sorprendidos
por gente que llegó, el sacerdote y víctima
de Satanás, sobre el fin del sacrificio, y el matador
fue ahorcado luego por orden de su jefe. Refiere
el caso el autor anónimo de laClef du cabinet, al año
notado.
46. Esta tragedia, digo, hizo tal impresión en mi
espíritu, que por más de tres meses me inquietó
notablemente su memoria, y puedo asegurar que en
todo este espacio de tiempo no hubo noche alguna
que, excitándome la especie al entrar en la cama, no
me retardase más de lo ordinario el sueño. Un afecto
medio entre lástima y horror, o compuesto de uno y
otro, me imprimía en el pecho cierta especie de
aflicción que me dificultaba el sosiego. ¿Qué tenía
yo con el soldado prusiano? Enemigo mío era por
religión y por política. ¿Qué perdía yo, ni perdía el
mundo en la pérdida de él? Era un hombre ordinario,
de[426] quien no se dice cosa que le hiciese
estimable, y sólo conocido por su barbarie. La especie
de su muerte, aunque atroz, no tanto como otras
muchas que hallamos en las historias; a que se añade
que algunas de éstas son mucho más aptas a mover
la compasión por la circunstancia de haber caído
en sujetos de ilustre mérito y conocida inocencia.
¿Qué importa? Es tal la constitución de mi ánimo, o
tal la estructura de mi cerebro, que aquella tragedia
menor es más apta para excitar en mí grandes sentimientos
que otras mucho mayores. No hay hombre
alguno que no tenga alguna particularidad en esta
materia; porque ninguno hay cuyo cerebro no se
distinga algo en la estructura de todos los demás.
Así es preciso que cada uno, según la experiencia
que tiene, elija el objeto que puede hacer mayor
impresión, y mediante ella corregir, templar o extinguir
la que hace el objeto amado.
§. XI
47. Este es, en general, el remedio que propongo
contra la enfermedad de amor; pero para hacerle
más eficaz es preciso añadir algunas advertencias.
48. La primera es que en igualdad se prefiera el
objeto visto a aquél de quien sólo se tiene noticia
por relación. Una muerte repentina vista tiene mucho
mayor actividad para conmover el ánimo, repetida
a la memoria que otra muerte repentina de
quien se tiene noticia por oídas. Un rayo que hayas
visto caer a tus pies, aun sin daño tuyo ni de nadie,
hará mayor impresión en tu cerebro, que otro de
quien te refirieron que había hecho un gran estrago.
49. La segunda, que entre los objetos vistos elijas
con preferencia aquellos cuya terribilidad miraba
derechamente a tu persona. Si te viste en algún riesgo
grande de la vida, será éste un objeto muy apto
para conmoverte. Será equivalente a éste aquel cuya
terribilidad se ejercite en persona de tu íntimo afecto,
pues para el caso es lo mismo. La conversión del
famoso y ejemplar abad de la Trapa, Armando Boutillier
de la Rancé, se debió, según monsieur de San
Evremont, a un funesto espectáculo, presentado a
sus[427] ojos en la persona de la bella duquesa de
Mombazón, quien él idolatraba. Sucedió que, muerta
esta señora, quiso Armando dar triste paso a su
amor con la inspección de su cadáver antes que le
escondiesen en el féretro. Subió al cuarto donde
estaba depositado, el cual halló sin un alma que le
acompañase. ¡Gran desengaño para los que saben
que viviendo aquella señora hervían de asistentes
los umbrales de su casa! Pero no fue esto lo que más
hirió el ánimo del abad Rancé, sino que halló el
cadáver degollado y separaba la cabeza del resto.
Informose de la causa, y supo que no había habido
otra sino que el féretro encargado había salido tan
corto que no cabía en él el cuerpo a la larga; y por
excusar el embarazo de hacer otro más capaz, echaron
los domésticos por el atajo de separar la cabeza
del cuerpo, para que así se pudiese acomodar. ¡Oh,
ídolos del mundo! ¡Oh, hermosuras celebradas! En
esto paran vuestras adoraciones. Aquél fue el momento
crítico en que el abad Rancé pasó de una vida
muy profana a la ejemplarísima, que después observó
hasta el último aliento. Yo me imagino, y es
naturalísimo, que aquel triste, funesto, horroroso
espectáculo, por todo el resto de su vida se presentaría
a la imaginación del abad Rancé siempre que
pensase en los placeres y vanidades del mundo, y
que éste sería un eficacísimo retractivo para no retroceder
a la vida antecedente. Por lo menos no se
puede negar que tan terrible y lastimoso objeto era
aptísimo para hacer en su cerebro una impresión tan
fuerte que extinguiese la que podían hacer en él
todas las pompas y placeres del mundo.
50. La tercera, que el apasionado no use sólo de un
objeto contrapesante, sino de muchos y diferentes,
haciendo con el estudio expresado arriba que todos
se vayan presentando a la imaginación, al punto que
piensa en el objeto amado. Esto por tres razones. La
primera, porque muchos tienen más fuerza que
uno:Plura collecta juvant, quae singula non possunt.
La segunda, porque según la varia disposición
del sujeto, una vez hace mayor impresión un[428]
objeto; otra vez, otro. La tercera, porque aun prescindiendo
de la impresión que hacen, aprovecha
dividir la atención entre muchos objetos, pues de
este modo toca menos parte de ella al que causa la
pasión.
51. La cuarta advertencia es que si el mal fuere
muy contumaz, de tiempo a tiempo se remuden los
objetos, substituyendo unos a otros. La razón es
porque el mismo objeto, que al principio hace una
fuerte impresión, deja de hacerla siendo muy repetido:
Ab assuetis non fit passio. El remedio que se
aplica todos los días, con el tiempo deja de ser remedio.
Aun a los objetos reales y existentes que más
miedo nos ponen, desarma la costumbre de su terror.
El que al principio se estremece al oír el disparo
de una pistola, continuando algunos años la guerra,
oye, sin conmoverse, el pavoroso estruendo de
la artillería. ¿Cuánto más perderán de su fuerza los
que sólo son imaginados?
52. La quinta, que no se omitan aquellos objetos
que tienen relación disuasiva hacia la pasión del
amor; y aun éstos será acaso conveniente traerse en
primer lugar a la imaginación, habituándola de modo
que al momento que empieza a pensar en el objeto
amado se traslade el pensamiento a la deshonra, a
la pérdida de la salud, de la hacienda y del alma, que
puede acarrearte tu pasión. Esta contemplación se
puede esforzar con imágenes concernientes a lo
mismo, las más terríficas que puedes proponerte:
como que la tierra se abre debajo de tus pies, y por
el boquerón ves las llamas del infierno, y en torbellinos
de humo llega a tus narices la horrenda
hediondez de sus azufres; que te hallas en el lecho
cerca de las últimas boqueadas, manando podredumbre
de todos tus miembros; que ves una alma
condenada, cual la habrás visto pintada alguna vez,
hecha pasto de fuego y de culebras, sapos y otras
sabandijas, a quienes muerde rabiosa y desesperada,
tanto como es mordida de ellas mismas; que tienes
presente a tu Salvador Jesucristo, amenazándote con
una espada desenvainada en la mano; que le ves
sentado en el trono[429] que erigirá en el valle de
Josafat, con un semblante terribilísimo, en ademán
de fulminar contra los prescritos aquella sentencia
que no admite apelación, etc. A este modo se pueden
discurrir otras imágenes terribles y juntamente
disuasivas de la pasión, aunque no será preciso usar
de todas a un tiempo; antes será mejor reservar parte
de ellas para mudar cuando sea necesario.
53. Dije queacaso será más conveniente colocar
antes los objetos que por su naturaleza son disuasivos
de la pasión que los que son puramente terribles,
porque no se puede dar regla fija en esto. Tal
vez los que son juntamente terribles y disuasivos
harán todo el efecto que se desea, sin llegar a los
que son puramente terribles; tal vez convendrá que
éstos precedan, para que, templando la impresión
que hace el objeto amado, hallen los otros algo quebrantado
el enemigo, con que será fácil ganar completa
la victoria.
54. Reconvéngote, lector apasionado, sobre que,
bien enterado de los preceptos que acabas de leer, te
apliques a observarlos todos con exactitud y diligencia;
sobre todo el capital de habituar la imaginación,
de modo que siempre que pienses en el objeto
amado vuele el pensamiento, aunque tú no quieras,
a los terribles. Yo sé que el remedio es eficaz; si
para ti no lo fuere, dejará de serlo por tu omisión o
tibieza en aplicarle, en cuyo caso, abominando tu
desidia, me quejaré de ella con aquella expresión
dolorosa de Jeremías:Curavimus Babilonem, et non
est sanata.
[Texto basado en la edición de Pamplona de 1785.
Tomo VIII. Páginas 390-426][390]
Honra y provecho de la agricultura
§. I
1. Si los hombres se conviniesen en hacer el aprecio
justo de los oficios o ministerios humanos, apenas
habría lugar a distinguir en ellos, como atributos
separables, la honra y el provecho. Miradas las cosas
a la luz de la razón, lo más útil al público es lo
más honorable, y tanto más honorable cuanto más
útil. Tanto en los oficios como en los sujetos, el
aprecio o desprecio debe reglarse por su conducencia
o inconducencia, para el servicio de Dios en
primer lugar, y, en segundo, de la república. En mi
dictamen, el animal más contemptible del mundo es
un hombre; que de nada sirve en el mundo que sea
rico, que sea pobre, que alto, que humilde, que noble,
que plebeyo. ¿Qué caso puedo yo hacer de unos
notables fantasmones, que nada hacen toda la vida
sino pasear calles, abultar corrillos y comer la
hacienda que les dejaron sus mayores? Conformáreme,
a la verdad, con los demás, en tributarles este
culto externo, que ha canonizado el consentimiento
de las gentes, mas no en lo intrínseco y esencial del
culto. Yo imagino a los nobles, que los son por nacimiento,
como unos simulacros que representan a
aquellos[391] ascendientes suyos que con su virtud
y acciones gloriosas adquirieron la nobleza para sí y
para su posteridad, y debajo de esta consideración
los venero; esto es, puramente como imágenes, que
me traen a la memoria la virtud de sus mayores; de
este modo mi respeto todo se va en derechura a
aquellos originales, sin que a los simulacros por sí
mismos les toque parte alguna del culto. El venerarlos
por lo que son, y no por lo que representan, como
comúnmente se hace, me parece cierta especie
de idolatría política, como es idolatría teológica
adorar la imagen de la deidad, parando en la imagen
la adoración, o adorarla por lo que es en sí misma y
no por lo que se figura en ella.
2. Al contrario, venero por sí mismo, o por su propio
mérito, a aquél que sirve útilmente a la república,
sea ilustre o humilde su nacimiento; y asimismo
venero aquella ocupación con que la sirve, graduando
el aprecio por su mayor o menor utilidad, sin
atender a si los hombres la tienen por alta o baja,
brillante u oscura.
3. Siendo éste el concepto justo que inspira la naturaleza
de las cosas, se sigue de él que apenas hay
arte u ocupación alguna digna de más honra que la
agricultura. Mas como el común de los hombres
deduce de otros principios esta cualidad que llamamoshonra,
es conveniente y aun preciso para persuadirlos
acomodarnos a sus ideas, probando la
estabilidad de la agricultura por los mismos principios.
§. II
4. A todo aquello que es capaz de honra, aumenta
la honra o da nuevo lustre la antigüedad. Los reinos,
las ciudades, las familias, hasta los institutos religiosos,
hacen, si no vanidad, aprecio de esta prerrogativa.
Aun muchas de aquellas cosas que el tiempo
deteriora y minora la utilidad, se hacen más estimables,
cuanto más antiguas; a manera de los hombres,
a quienes[392] la ancianidad estraga, pero autoriza.
Así, una medallaconsular de cobre (dase esta denominación
a las medallas o monedas romanas del
tiempo en que Roma era gobernada por cónsules) es
hoy mucho más estimada que otra moneda de oro
moderna de mayor peso.
5. ¿Qué arte puede competir en antigüedad con la
agricultura? Ninguna sin duda, pues es ésta tan antigua
como el hombre. Luego que Dios crió a Adán,
le colocó en el paraíso para que le cultivase y guardase:
Ut operaretur et custodiret illum. Cultivar la
tierra fue la primera ocupación y el primer oficio del
hombre.
6. A esta incontestable antigüedad añaden un gran
lustre dos gloriosas circunstancias. La primera, que
la agricultura fue la única entre las artes que tuvo su
origen en el estado de la inocencia; todas las demás
nacieron estando ya la tierra envilecida con la culpa.
La segunda, que de todas las demás artes fueron
autores los hombres; de la agricultura lo fue Dios.
Consta del sagrado texto, pues Adán no por designio
propio se dedicó a cultivar la tierra, sino por destino
y orden del Altísimo:Tulit ergo Dominus Deus
hominem, etposuit eum in Paradiso voluptatis, ut
operaretur et custodiret illum.
§. III
7. El segundo capítulo de nobleza de la agricultura
viene de los grandes hombres que la han ejercido. Si
nos metemos en la más remota antigüedad hallaremos
que todos los hombres más ilustres de los primeros
siglos fueron labradores. Es advertencia del
padre Cornelio Alapide:Adam (dice)a quo omnis
nobilitus descendit, Abel, Seth, Noe, Abraham,
Isaac, Iacob, omnesque viri prisci celeberrimi fuerunt
agricolae(10).
8. Bajando de aquellos antiquísimos tiempos a
otros no tan remotos, la historia romana nos ofrece
insignes[393] ejemplos al propósito. Camilo, el gran
Camilo, cinco veces dictador (que era la suprema
magistratura de Roma, y que sólo se confería en los
grandes riesgos de la república), seis veces tribuno
de la plebe, vencedor de los antiates, de los faliscos,
de los veyos, de los galos, de los volscos, de los
toscanos, de los ecuos; llamado segundo Rómulo
por haber recobrado su patria, estando en el punto
de su total ruina a causa de la invasión de los galos,
y a quien ella, agradecida, levantó una estatua
ecuestre, honor que hasta entonces no había concedido
a nadie; este insigne varón, digo, fue labrador,
no sólo por diversión, sino por oficio; y aquella
victoria diestra, que tantas veces destrozó a los
enemigos de la república, sirvió también a romper la
tierra con el arado, por lo que, hablando de ella,
cantó Lucano, libro I.
Et quodnam duro sulcata Camili
Vomere.
9. La misma profesión tuvo Marco Curio Dentato,
tres veces cónsul, vencedor de los samnites, de los
sabinos, de los lucanos, y lo que es más que todo,
del terror de los romanos, el magnánimo Pirro. Lo
mismo, Marco Atilio Régulo, dos veces cónsul y
muchas vencedor de los cartagineses. Lo mismo,
Catón el mayor, cuyo nombre, sólo proferido, hace
mayor elogio suyo que una amplísima relación de
sus victorias y triunfos. Este héroe (dice Plutarco)
trabajaba la tierra con el mismo afán y fatiga que
los más viles esclavos en compañía de los suyos,
cubierto como ellos, de una rústica vestidura apropiada
para las labores del campo en el invierno, y
desnudo, como ellos, en el estío.
10. Aléganse estos ejemplares por ser de especialísima
nota, no como únicos, pues antes bien en Roma
era cosa ordinaria dar algún tiempo al cultivo
de la tierra de los mayores hombres que gobernaban
aquella[394] república, de que tenemos por
testigo a Cicerón:Apud maiores nostros (dice en la
oraciónPro Rosc. Amerin.)summi viri, clarissimique
homines, qui omni tempore ad gubernacula reipublicae
sedere debebant, in agris quoque colendis
aliquantum operae, temporisque consumpserunt.
Plinio lo confirma y aun lo amplifica, diciendo:
Ipsorum tunc manibus Imperatorum colebantur
agri(11). Y Ovidio dice(12), como cosa común, que
solían pasar los hombres grandes del manejo del
arado al ejercicio de la dignidad pretoria:
Iura dabat populis, posito modo Praetor aratro.
11. El caso de Atilio Régulo es dignísimo de especialísima
memoria al intento. Una de las veces que
le hicieron cónsul, los comisarios que envió la república
a darle la noticia y llamarle le hallaron
sembrando la tierra en seguimiento del arado. Cicerón
es también quien lo dice:Profecto illum Attilium,
quem sua manu spargentem semen, qui missi
erant convenerunt, c. (ubi supra). En la misma ocupación,
dice Plinio(13), halló a Serrano el diputado
que fue a anunciarle los honores que le había decretado
la república:Serentem invenerunt dati
honores Serranum.
§. IV
12. Entre los mismos romanos hallamos otro insigne
capítulo de honor de la agricultura; esto es, la
denominación de varias familias ilustres tomada de
los frutos del campo, que son objeto de este arte, o
de cosas relativas a ellos. Los Fabios tomaron su
denominación de las habas; los Léntulos, de las
lentejas; los Cicerones, de los garbanzos. Estas
denominaciones[395] eran relativas (dice Plinio) a
este o a aquel ascendiente, que había pefeccionado
la agricultura en orden a tal o tal fruto. Del mismo
modo los Pisones se denominaron del verbopiso,
que significaba limpiar el grano de la corteza, y los
Pilumnos de la invención depilum, que era un instrumento
destinado a moler trigo.
§. V
13. El cuarto capítulo de nobleza de la agricultura
se puede tomar de los hombres insignes que no tuvieron
por indigno de su grandeza escribir tratados
de este arte. Entendemos aquí por hombres insignes
no los que lo fueron en sabiduría (bien que muchos
de éstos de intento escribieron de agricultura o
mezclaron instrucciones pertenecientes a ella entre
sus obras), sino los que fueron grandes por su carácter,
estado y honores. Plinio señala cuatro reyes
que escribieron de la agricultura. En verdad, que
no sé que haya alguna ciencia o arte, cuyos profesores
puedan gloriarse de otro tanto. El primero fue
Hierón, rey de Sicilia. Hubo dos de este nombre.
Aunque Plinio ni le distingue, sábese por otros escritos
que fue el segundo, príncipe sabio, prudente y
valeroso. El segundo fue Atalo, rey de Pérgamo. El
tercero, Filometor, también rey de Pérgamo. Donde
advirtió que aunquemonsieur Rollin, en el tomo X
de suHistoria antigua, libro XXII, capítulo I, confunde
a estos dos en uno, con el motivo, sin duda, de
que uno de los Atalos, reyes de Pérgamo, tuvo por
renombre o segundo nombre el Filometor, señalando
Plinio como dos reyes, y escritores distintos a
Atalo y a Filometor, debemos creer que el que llama
Atalo es uno de los otros dos reyes de Pérgamo
que tuvieron este nombre, distinto del que se llamó
Filometor. El cuarto fue Arquelao, rey de Capadocia.
14. El mismo autor nombra, después de los cuatro
reyes, dos generales de armadas que también fueron
escritores de agricultura. El uno, el famoso
Jenofonte,[396] insigne en armas, letras y elocuencia;
El segundo, Magón, caudillo de los cartagineses,
cuyos escritos lograron los romanos en la toma
de Cartago, e hizo tanto aprecio de ellos el Senado,
que cuando estaba dando bibliotecas enteras a los
reyezuelos de África retuvo para sí veinte y ocho
volúmenes, escritos por Magón, y destinó para traducirlos
al idioma latino algunos romanos peritos
en la lengua púnica.
15. La honra del haber sido estudio de reyes la
agricultura es especialísima, y mucha más digna de
atención respecto de nuestra España que en orden a
otras naciones. Un rey español, llamado Habides, si
creemos a Trogo Pompeyo, o a su abreviador Justino,
fue, por lo menos, respecto de nuestra península,
el primer autor de la agricultura:Boves primus
(dice Justino)aratro domari, frumentaque sulco
serere docuit, et ex agresti cibo, mitiori vesci. El
padre Luis de la Cerda, teniendo presente este pasaje
de Justino, en la exposición del libro primero
de lasGeórgicas, después de decir que a los españoles
nos enseñó este utilísimo arte, no algún griego,
no la fabulosa deidad Ceres (que algunos juzgan
fue en realidad una antiquísima reina de Sicilia),
sino nuestro rey Habides, añade, como intimando a
toda la nación la especial obligación que por este
respecto tiene a estimar y promover la agricultura,
que es gloria nuestra no deber a ningún forastero
tan gran beneficio, sino a un príncipe de la propia
nación:Itaque propio invento gloriamur, non aliunde
emendicato.
§. VI
16. El quinto título de nobleza de la agricultura se
funda en la estimación que logró antguamente, y
aun logra hoy, en algunos reinos de los más florecientes
del mundo. De los romanos ya se ha dicho
en esta materia lo bastante. No fueron en ésta inferiores
a los romanos los asirios y los persas. Los
griegos erigieron deidad a Ceres porque enseñó la
agricultura.[397] A todos excedieron los egipcios,
pues adoraron como deidad al Nilo, por deberle la
fertilidad de sus campos. Plutarco, Heliodoro y
otros muchos, dicen que el egipciaco Osiris no es
otro que el Nilo. El mismo Heliodoro testifica que
no sólo veneraban los egipcios como deidad al Nilo,
mas como la suprema de las deidades. Y en Ateneo,
Parmenion Bizantino da al Nilo el nombre de Júpiter
Egipciaco. Tanto honor daban a aquel río por
ser su riego quien hacía en sus campos feliz la agricultura.
17. En caso que Osiris, siguiendo la opinión común,
fuese un rey antiquísimo de Egipto, a quien
deificó aquella nación supersticiosa, esto mismo
testifica más claramente la alta veneración que los
egipcios tributaban a la agricultura, pues la adoración
de aquel rey provino de que fue el primero que
les enseñó este arte. Así cantó Tibulo(14):
Primus aratra manu solerti fecit Osiris,
Et teneram ferro solicitavit humum,
Primus inexpertae commisit semina terrae,
Pomaque non notis legit ab arboribus.
Coincide a lo mismo la adoración que daban los
egipcios al buey como símbolo de Apis o Serapis
(deidad indistinta del mismo Osiris), por ser el buey
instrumento principalísimo de la agricultura.
18. Hoy dan igual honor (aunque desnudo del
vicio de la superstición) a la agricultura algunos de
los más florecientes reinos del mundo.Monsieur
Salmón, en el Tomo III delEstado presente del mundo,
hablando de Sián dice que el monarca de aquel
imperio, una vez en el año, echa mano al arado
para dar ejemplo a sus vasallos.
19. La estimación que los turcos hacen de la agricultura[
398] se colige de una noticia que leímos en
la continuación de laGaceta de Holanda de 3 de
agosto de 1736. Allí se refiere el modo con que en
Constantinopla se declaró la guerra contra la Rusia,
el día 2 de junio de aquel año. Todos los gremios,
en número de sesenta y tres, se juntaron en la
gran plaza de Meidán, y de allí fueron en procesión
al serrallo para que los viese el Sultán. Lo que hace
a nuestro propósito es que en aquella ceremonia se
dio entre todos los gremios, el primer lugar a la
agricultura, la cual marchaba delante de todos los
demás, representada en un hombre que conducía un
arado, tirado de dos bueyes, y al mismo tiempo
esparciendo el grano en la tierra. Los turcos, aunque
bárbaros en la religión, son sumamente hábiles
en la política, como advertimos en otra parte, y la
preferencia que dan a la agricultura sobre todos los
demás oficios es muy importante para confirmar
este concepto.
20. En el grande imperio de la China, donde reinan
en supremo grado la providencia económica y
la justa estimación del mérito en orden al bien público,
no podía faltar un alto aprecio de la agricultura.
Es así que lo hay. Es rito constante de aquella
nación, continuado hasta hoy, que todos los años al
empezar la primavera se destina un día en el cual el
emperador, acompañado de doce personas, las más
ilustres de la corte, va a trabajar al campo, toma el
arado en la mano y, rigiéndole, siembra cinco especies
de granos, las más útiles o necesarias; conviene
a saber: trigo, arroz, habas, mijo común y otra
especie de mijo que llamancao leang. Los doce personajes
que acompañan al emperador trabajan con
él, y en todos los gobiernos del imperio, los mandarines
hacen lo mismo. El emperador que hoy reina,
luego que subió al trono, ejecutó esta ceremonia
con gran solemnidad, acompañado de tres príncipes
de la sangre real y de nueve presidentes de los supremos
tribunales.[399]
21. Esta estimación de la agricultura viene en
parte del mismo principio que tenemos los españoles
para venerarla; esto es, que un antiguo emperador
suyo, llamadoChin Nong, fue su primer maestro
en este arte. Propagola y la aumentó el haberse
visto en aquel imperio, sucediéndose inmediatamente
uno a otro, dos monarcas extraídos del arado
para el cetro. El caso del primero es muy notable
para ser omitido, porque en su elección resplandecieron
en grado eminente el celo del emperador que
le eligió por el bien público, el desinterés y moderación
de un valido, la virtud y capacidad de un rústico.
Aun cuando quiera mirarse la relación de este
suceso como digresión, estoy cierto de que la leerán
con gusto los lectores bien intencionados, por edificante.
Digan lo que quisieren los censores rígidos,
que no por eso perderé ocasión alguna de promover
la virtud en mis escritos con la noticia de los buenos
ejemplos. Dichoso yo si los aprobasen los virtuosos,
aunque lo reprobasen los críticos. Advierto que lo
que en la relación señalo con comas a la margen, se
halla notado del mismo modo en laHistoria de China
del padre Dualde, Tomo II, pág. 68, de donde
parece que aquella parte es copiada a la letra de
los libros chinos.
22.Yao, emperador famosísimo entre los chinos,
mucho menos por la larga duración de su imperio
que por su sabiduría, prudencia y celo, y por haber
establecido los varios tribunales de magistratura,
que aun hoy subsisten, queriendo, después de reinar
mucho tiempo, descargar sobre otros hombres el
peso del gobierno, confirió con sus principales ministros
sobre la elección de sucesor. Ellos le propusieron,
como el más conveniente, a su hijo primogénito.
Mas el emperador, que no tenía satisfacción de
su genio e inclinaciones, resuelto a colocar en el
trono el sujeto más oportuno para el gobierno, sin
respecto alguno a la carne y sangre, disolvió, sin
decir cosa alguna, la asamblea; y después de meditar
algún tiempo sobre negocio tan grave,[400]
puso los ojos en uno de sus más fieles ministros, y
llamándole a solas, le dijo:
«Vos tenéis discreción, bondad y experiencia. Así,
creo que llenaréis bien el puesto que yo ocupo, os
destino para él. Gran emperador, respondió el ministro,
yo me conozco indigno de tanto honor, y no
tengo las cualidades necesarias a un empleo tan
alto y tan difícil de cumplir bien con él; mas ya que
buscáis alguno que merezca ser sucesor vuestro y
que pueda conservar la paz, la justicia y el buen
orden que habéis introducido en vuestros estados,
os diré sinceramente que yo no conozco entre vuestros
vasallos otro más capaz que cierto labrador
mozo, que aún no está casado. Él es no menos el
amor que la admiración de todos los que le conocen,
por su virtud, por su prudencia y por la igualdad
de ánimo en una fortuna tan baja y en medio de
una familia donde le dan infinito que sufrir el mal
humor de un padre sumamente desabrido y los furores
de una madre inconsiderada; tiene unos hermanos
feroces, violentos y pendencieros, con quienes
nadie se ha acomodado a vivir hasta ahora. Él solo
ha sabido hallar paz, o por mejor decir, él solo ha
sabido ponerla en una casa compuesta de genios
tan intratables. Juzgo, Señor, que un hombre que en
una fortuna privada se conduce con tanta prudencia,
y que junta a la dulzura de su genio una grande
destreza y una aplicación infatigable, es el más
capaz de gobernar vuestro imperio y de mantener
en él las sabias leyes que habéis establecido.»
23.Yao, dulcemente penetrado de la modestia del
ministro que rehusaba el trono, y de la relación que
le había hecho del rústico joven, le dio orden de
hacerle venir a la corte y obligarle a mantenerse en
ella. Diole varios empleos, y observó su modo de
proceder por mucho tiempo. En fin, hallándose ya
oprimido de los años, llamándole, dijo:
«Chum(este era su nombre), yo tengo probada
vuestra fidelidad para asegurarme[401] de que no
frustraréis mi esperanza y que gobernaréis mis pueblos
con prudencia. Así, desde hoy os entrego toda
mi autoridad; usad de ella más como padre que
como dueño, y tened siempre en la memoria el que
os hago emperador no para serviros de vuestros
vasallos, sino para protegerlos, para amarlos y
para socorrerlos en sus necesidades. Reinad con
equidad y obrad con la justicia, que esperan de
vos».
¡Qué lección tan bella para todos soberanos!
24. El EmperadorYu, que sucedió aChum, arribó
al trono saliendo del mismo término y siguiendo el
mismo camino. Hallábanse en aquel tiempo muchos
territorios bajos inundados de agua, por lo que
aquella región perdía mucho terreno.Yu halló el
secreto de abrir diversos canales para derribar
aquellas aguas al mar, y después para fertilizar con
ellas otras tierras. Sobre esto escribió varios libros
de instrucciones útiles de agricultura. Estos méritos,
juntos a otras buenas partidas, movieron
aChum para elegirle por sucesor. Basta ya de honra
de la agricultura; vamos al provecho.
§. VII
25. Mas ¿qué necesidad hay de ponderar la utilidad
de la agricultura? ¿Quién hay que no la conozca?
Según el descuido que en esta materia se padece,
se puede decir que casi todos lo ignoran. El
descuido de España lloro, porque el descuido de
España me duele. Aquel métrico gemido con que
Lucano(15)se quejó de estar incultos los campos de
la Hesperia que habitaba, esto es Italia literalísimamente
se puede aplicar hoy a la Hesperia, donde
Lucano había nacido; quiero decir a España:
Horrida quod dumis, multusque inarata per annos
Hesperia est, desuntque manus poscentibus arvis.[
402]
Y bien pudiéramos juntar al lamento de este poeta
el del otro, cuyo émulo fue Lucano(16):
Non ullus aratro
Dignus honos, squalent abductis arva colonis
Et curvae rigidum falces conflantur in ensem.
26. Este último verso de Virgilio me excita en la
idea una ajustadísima contraposición armónica
entre lo que dice este poeta profano y lo que el Espíritu
Santo dictó por la pluma del profeta Micheas.
Virgilio ponderó como infelicidad grande de aquellos
tiempos el que los instrumentos de la agricultura
se convertían en instrumentos de guerra, esto es,
las hoces para segar las mieses, en espadas:Et curvae
rigidum falces conflantur in ensem. Micheas
celebra como felicidad insigne de los pueblos, en el
dominio pacífico de la ley de gracia, el que los instrumentos
de la guerra se conviertan en instrumentos
de agricultura; esto es, las espadas en rejas de
arados, y las hastas de las lanzas en azadones:Et
concident gladios suos in vomeres, et hastas suas in
ligones(17).
27. En realidad ello es así. La guerra más feliz es
una gran desdicha de los reinos. Mucho más importan
a la república las campañas pobladas de mieses
que coronadas de trofeos. La sangre enemiga que
las riega, las esteriliza, cuánto más la propia Marte
y Ceres son dos deidades mal avenidas. La oliva,
símbolo de la paz, es árbol fructífero, y el laurel,
corona de militares triunfos, planta infecunda. Los
azadones transformados en espadas son ruina de
las provincias; las espadas convertidas en azadones
hacen la abundancia y riqueza de los pueblos. Esta
transformación recíproca de los instrumentos de las
dos artes es una especie de figura[403] retórica,
cuyo significado propio es la permuta de ministerios
en los operarios de una y otra. ¡Ay de la tierra donde
los labradores se extraen de los campos para las
campañas! ¡Feliz el reino donde los soldados dejan
las espadas por los azadones! Pero ¿qué?, ¿no ha
de haber guerras? No digo eso. Muchas veces son
inevitables. Mas bien puede haberlas sin menoscabar,
o menoscabando poco el cultivo de las tierras.
El arbitrio para esto se propondrá en el siguiente
discurso. Ahora prosigamos ponderando la utilidad
de la agricultura.
28. Noto que los reinos que hubo en la antigüedad
más ricos fueron aquellos donde más floreció la
aplicación al cultivo de las tierras. Ya arriba advertimos
la grande estimación que tuvo la agricultura
entre los egipcios. Y ¿de dónde sino de este principio,
provinieron los inmensos tesoros de sus reyes,
el prodigioso número de gente y formidable poder
de aquella nación? Lo que las historias refieren de
la opulencia de muchas ciudades de Sicilia, especialmente
de las riquezas de Siracusa, de la magnificencia
de sus edificios, de la grandeza de sus flotas,
de la magnitud de sus ejércitos, fuera increíble
si no se hallase atestiguado por tantos antiguos
escritores. ¿Qué fondos tenía la Sicilia para tanto,
sino los copiosos frutos que le producía la agricultura?
En efecto, la aplicación de aquellos isleños a
este arte se colige que era grande, cuando, como ya
advertimos arriba, uno de sus famosos reyes tuvo
por digna ocupación suya escribir un libro de reglas
y preceptos para el mejor cultivo de las tierras.
29. El mismo origen tuvo la grandeza de Roma.
Numa Pompilio, su segundo rey, hombre de gran
cabeza y político profundo, después de dividir en
diferentes términos el territorio de Roma, dispuso
que se diese cuenta exacta de lo bien o mal cultivados
que estaban. Hacía venir a su presencia a los
labradores y los elogiaba y corregía, según el cuidado
u omisión que tenían. La especialísima atención
de este príncipe a la agricultura[404] se infiere
de haber intentado una deidad (el Dios Término)
para que presidiese a la división de las posesiones.
Su culto era correspondiente a su empleo, porque
sólo se le sacrificaban los frutos de la tierra. Reíase
Numa a sus solas de una deidad que era fábrica de
su fantasía. Pero esto mismo muestra la importancia
grande que consideraba en la agricultura, pues
para adelantar con ella las conveniencas de la república
les proponía a los súbditos el cuidado de los
campos, como interés de la religón. Anco Marcio,
cuarto rey de Roma y nieto de Numa, hombre grande
en la guerra y en la paz, y que parece se propuso
por modelo en el arte de reinar a su famoso abuelo,
después del cuidado de la religión, nada promovía
con tanto celo, como la aplicación a la agricultura.
Ya vimos arriba el especialísimo aprecio que ésta
tuvo entre los romanos después de introducido el
gobierno consular. Fue creciendo Roma hasta
hacerse señora del mundo mientras perseveró en
ella esta importantísima atención; como desde que
faltó, y toda la solicitud se dio a la ambición y a las
armas, empezó su decadencia.
30. Otro ejemplo, muy notable al propósito nos da
el pueblo israelítico. Era una estrecha porción de
tierra todo lo que habitaban las doce tribus, pero el
número de gente copiosísimo, su poder militar muy
grande, como se vio en tantas expediciones gloriosas
contra dilitadas y belicosas naciones, pues aunque
la mano poderosa del Altísimo los asistió con
extraordinario favor en varios lances, no en todos
sus triunfos hicieron la costa los milagros. De la
Historia Sagrada consta que no florecía entre los
hebreos el comercio, con que sus ventajas enteramente
se deben atribuir el esmero en la agricultura.
Uno de los principales cuidados de su legislador
Moisés (dice nuestro Calmet)(18), había sido que en
aquel pueblo fuesen todas las condiciones iguales.
Así, todos,[405] exceptuando los del orden levítico,
cultivaban las tierras; con que, beneficiadas éstas
por tantas manos, no podían menos de rendir copiosos
frutos.
31. Siendo griegos y romanos las naciones que con
preferencia a todas las demás comprendieron las
máximas oportunas para engrandecer un estado, el
juicio común de dichas dos naciones es digno de
mucho aprecio en la presente materia. Es advertencia
de Jano Cornaro, en el prólogo a los veinte
libros de losGeopónicos, que Varrón y Columela
numeran cerca de cuarenta autores que escribieron
tratados de agricultura, los más, con grande exceso,
griegos y romanos. Esta multitud de escritores sobre
una materia misma demuestra claramente que
entre una y otra gente se estimaba de ser de suprema
utilidad la materia.
32. Pero hoy en Roma, en Grecia y en toda la Europa
son las ideas, al parecer, muy diferentes. Hoy
salen más libros a la luz en Europa en un año que
en otros tiempos en un siglo. De todo se escribe
mucho; sólo de la agricultura poquísimo. Conozco
que muchos de aquéllos están muy bien escritos y
son muy útiles. Sólo me lamento de que entre tantos
escritores ninguno se acuerde de la agricultura,
siendo el asunto tan importante. Aquí viene la queja
de Columela(19). Admírase este grave escritor de que
para todas las artes y ciencias hay maestros y escuelas,
y sólo falten para la agricultura:Solo res
rustica, quae sine dubitatione, proxima et consanguinea
sapientiae est, tam discenibus eget, quam
magistris. Y poco después:Agricolationis neque
doctores, qui se profiterentur nec discipulos cognovi.[
406]
§. VIII
33. Opondráseme, lo primero, que los libros de
esta facultad serían inútiles porque los que la practican
no se dedican a la lectura de los libros, ni aun
por la mayor parte saben leer. Respondo que basta
que otros los lean para que sean útiles, porque éstos
podrán dar varias instrucciones a los labradores,
de que éstos se aprovecharán.
34. Opondráseme, lo segundo, que la agricultura
se aprende con la experiencia e inspección ocular
de sus ejercicios, mediante la cual, de padres a
hijos se van derivando sucesivamente sus preceptos.
Respondo que también se van derivando sucesivamente
de padres a hijos los errores. Es así que no
hay otra enseñanza de la agricultura que la que
señala el argumento. Pero eso mismo es lo que yo
acuso. Esa es una enseñanza defectuosísima. Los
labradores no son gente de reflexión ni observación;
de sus mayores van tomando lo malo como lo
bueno, y en ello insisten si de afuera no les viene
alguna luz. Véese esto en varias máximas que obstinadamente
retienen; sin embargo, de que a poquísima
reflexión que hiciesen, la experiencia les daría
con la falsedad de ellas en los ojos. Tal es la persuación
de que en las témporas se determina el
viento que ha de reinar hasta otras. Tal la observación
de crecientes y menguantes de la luna, de cuya
vanidad ya hemos hablado en otra parte.
35. Opondráseme, lo tercero, que para instruir en
los preceptos de agricultura no son menester muchos
libros: uno bien escrito basta, como de éste
haya bastantes ejemplares, y en España tenemos
por lo menos dos, el de Alonso de Herrera y el del
prior del Temple. Respondo que no bastan esos
libros, lo primero porque hay infinito más que saber
que lo que enseñan sus autores, como conocerá
claramente cualquiera, que habiendo visto con alguna
reflexión parte de las innumerables[407]
atenciones de un labrador cuidadoso, las coteje con
la generalidad de aquellos preceptos. Lo segundo,
porque gran parte de los documentos de los dos
autores propuestos no son adaptables a todas tierras.
No sólo cada provincia pide particulares instrucciones,
mas en una misma provincia es menester
variarlas según la diferencia de la calidad, positura
del terreno y otras circunstancias. Conocí a un
sujeto que se empeñó en manejar una bellísima
huerta ajustándose enteramente a las reglas del
prior del Temple, y perdió cuanto sembró en ella
aquel año. Antes había dado, y después dio, mucha
y buena hortaliza contra esas reglas.
36. La razón, evidentemente, dicta que la aplicación
a la enseñanza de las artes se debe medir por
su necesidad; esto es, cuanto más necesaria fuere el
arte, tanto más se debe cuidar que haya muchos
maestros de ella, y buenos maestros. Supuesto lo
cual, ¿no es cosa digna de risa, o mejor diré de
llanto, que haya tantos maestros de danzar, tañer,
cantar, y ninguno de cultivar con la mayor utilidad
posible la tierra? No sólo sin esas artes que sirven
meramente a la diversión, dice Columela en el lugar
citado arriba, mas aun sin las causídicas; esto es,
sin aquel metódico estudio con que se habilitan los
hombres para jueces, abogados, procuradores,
notarios, fueron un tiempo felices los pueblos, y
siempre pueden serlo; mas sin la agricultura, no
sólo no pueden ser felices los hombres, mas ni aun
subsistir o vivir:Namque sine ludicris artibus, atque
etiam sine causidicis olim satis felices fuere, futuraeque
sunt urbes; at sine agricultoribus nec consistere,
mortales, nec ali posse manifestum est.
37. Muy poco ha experimentó España en parte la
verdad de esta sentencia, y estuvo muy cerca de
experimentarla en el todo; quiero decir que, por el
poco cuidado que se pone en la agricultura, estuvo
próxima a su última ruina. Muy poco ha se vio la
nación española en aquel mísero estado de la judaica,
que costó tantas[408] lágrimas a Jeremías:
Omnis populus eius gemens, et quaerens panem.
Y si el cielo tardase un año más en ablandarse a
nuestros ruegos, ¿qué se seguiría sino una total
despoblación? Pues de sus moradores, la mitad se
enterrarían muertos de hambre, y la otra mitad se
desterrarían por no morir. Peromisericordiae Domini,
quia non sumus consumpti.
§. IX
38. Aquí eminentísimo Mecenas mío, por si acaso
el tropel de tantos cuidados permitiere a V. eminencia
algún ocio breve para pasar los ojos por estos
renglones, impelido de la amenaza de tanto infortunio,
me atrevo a representar a V. Eminencia que
entre tantos gravísimos cuidados, como fió a V.
Eminencia nuestro monarca, que Dios guarde, bien
puede ocupar uno de los primeros lugares la agricultura;
ni yo hallo otros que deban preferírsele,
sino el de la religión y el de la justicia. Estos dos
afianzan los favores del cielo; aquél, los bienes de
la tierra. No puedo representar mejor a V. Eminencia
la importancia de la aplicación a la agricultura
que aprovechándome de una hermosa y bien circunstanciada
alusión del famoso inglés Juan Sarisberiense.
39. Compara este sabio prelado el cuerpo de la
república al del hombre, designando sus partes de
este modo. La religión, dice, es la alma, el príncipe
la cabeza; el consejo, el corazón; los virreyes, los
ojos; los militares, los brazos; los administradores,
el estómago e intestinos, y los labradores, los pies;
añadiendo luego que la cabeza debe, con especialísima
vigilancia, atender a los últimos, ya porque
incurren en muchos tropiezos, que los lastiman, ya
porque sustentan y dan movimiento a todo el cuerpo:
Pedibus vero solo inhaerentibus agricolae coaptantur,
quibus capitis providentia tanto magis necessaria
est, quo plura inveniunt offendicula; dum
in obsequio corporis in terra gradiuntur, eisque
iustius tegumentorum[409]debetur suffragium, qui
totius corporis erigunt, sustinent, et promovent molem(
20). Y en el libro VI, capítulo XX, repite lo mismo,
respondiendo a la pregunta:Qui sunt pedes
republicae, et de cura eis impendenda, con las palabras
siguientes.In his quidem agricolarum ratio
vertitur, qui terrae semper inhaerent sive in sationalibus,
sive in consitivis sive in pascuis, sive in floreis
agitentur. La sentencia que poco después añade es
graciosamente oportuna. Cuando los labradores se
hallan afligidos con su miseria y desnudez, se puede
decir que el príncipe o la república padecen mal de
gota, que es la enfermedad propia de los
pies:Afflictus namque populus, quasi principis podagram
arguit, et convincit.
40. Eminentísimo Sr., gotosa está España. Los
pobres pies de este reino padecen grandes dolores,
y de míseros, debilitados y afligidos, ni pueden sustentarse
a sí mismos ni sustentar el cuerpo. Yo no sé
si este mal viene de una causa que más arriba deja
apuntada el mismo autor, el cual dice que cuando el
estómago e intestinos de este cuerpo político (los
administradores) tragan o engullen mucho se siguen
incurables e innumerables enfermedades, que
ponen en riesgo de su última ruina todo el cuerpo:
Innumerabiles, incurabilesque generant morbos,
ut, vitio eorum, totius corporis ruina immineat. Los
médicos dicen comúnmente que la gota procede de
las malas cocciones del estómago. Si éste engulle
demasiado, es claro que no puede cocerlo bien. La
lástima es que los malos humores que resultan de
las cocciones viciosas cargan sobre los pobres pies,
que pagan la pena sin tener la culpa. Mas finalmente,
el mal de los pies viene a ser mal de todo el
cuerpo, pues dolientes y lánguidos aquéllos, éste no
puede menos de estar postrado, sin movimiento y
fuerzas, y a la postre se introduce el mal en las
mismas entrañas, sin perdonar[410] las partes que
llaman príncipes, a que se sigue la ruina del todo:
Ut, vitio eorum, totius corporis ruina immineat.
§. X
41. ¡Oh, cuán diferente es este siglo de los pasados!
Si no es que digamos que es muy diferente
España de los demás reinos, respecto de la agricultura.
Veo que Virgilio proclamó por gente feliz a los
labradores, libro II,Georg.:
¡O fortunatos nimium, sua si bona norint,
Agricolas!
Lo mismo Horacio,Epod., Od. 2:
Beatus ille qui procul negotiis,
Ut prisca gens mortalium
Paterna rura bobus exercet suis.
Pero ¿hay hoy gente más infeliz que los pobres
labradores? ¿Qué especie de calamidad hay que
aquéllos no padezcan? De las inclemencias del
cielo sólo toca a los demás hombres una pequeña
parte, pues exceptuando los labradores, todos, por
míseros que sean, se defienden de ellas con algún
humilde techo, o si algunos las sufren a cielo descubierto
no es por mucho tiempo. Mas los labradores
todo el año y toda la vida están al ímpetu de los
vientos, al golpe de las aguas, a la molestia de los
calores, al rigor de los hielos. Ya veo que este trabajo
es inseparable del oficio; tolerable, empero,
cuando la fatiga del cultivo les rinde frutos con que
alimentarse, vestido con que cubrirse, habitación
donde se abriguen, lecho en que descansen. Yo, a la
verdad, sólo puedo hablar con perfecto conocimiento
de lo que pasa en Galicia, Asturias y montañas
de León. En estas tierras no hay gente más hambrienta
ni más desabrigada que los labradores.
Cuatro trapos cubren sus carnes; o mejor diré, que
por las muchas roturas que tienen las descubren. La
habitación está igualmente rota que el vestido, de
modo que el viento y la lluvia[411] se entran por
ella como por su casa. Su alimento es un poco de
pan negro, acompañado o de algún lacticinio o
alguna legumbre vil, pero todo en tan escasa cantidad
que hay quienes apenas una vez en la vida se
levantan saciados de la mesa. Agregado a estas
miserias un continuo rudísimo trabajo corporal,
desde que raya el alba hasta que viene la noche,
contemple cualquiera si no es vida más penosa la de
los míseros labradores que la de los delincuentes,
que la justicia pone en las galeras. Lamentaba el
gran poeta la infausta suerte de los bueyes, que
rompen la tierra con el arado sólo para beneficio
ajeno:
Sic vobis fertis aratra boves.
Con igual propiedad podemos hoy lamentar la
suerte de los hombres que para romper la tierra
usan de los bueyes, pues apenas gozan más que
ellos los frutos de la tierra que cultivan. Ellos siembran,
ellos aran, ellos siegan, ellos trillan, y después
de hachas todas las labores les viene otra fatiga
nueva, y la más sensible de todas, que es conducir
los frutos, o el valor de ellos, a las casas de los
poderosos, dejando en las propias la consorte y los
hijos llenos de tristeza y bañados de lágrimas,a
facie tempestatum famis.
42. Pero yo me lamento de los pobres que trabajan
y hambrean, debiendo con más razón lamentarme
de los ricos que comen y engullen lo que aquéllos
trabajan. ¿Qué nos dice el Salvador, en la pluma de
S. Lucas? Bienaventurados los pobres:Beati pauperes.
Bianeventurados los hambrientos:Beati qui
nunc esuritis. Bienaventurados los que lloran:Beati
qui nunc fletis. ¿Y qué queda para los poderosos,
que abundan de los bienes del mundo? Nada, sino
lamentos: ¡Ay de vosotros los ricos:Vae vobis divitibus!
¡Ay de vosotros los que estáis hartos:Vae
vobis qui saturati estis! ¡Ay de vosotros los que
estáis risueños y festivos!:Vae vobis qui ridetis
nunc! ¿Por qué aquéllos bienaventurados, y éstos
infelices? Porque aquéllos, al paso que pobres y
míseros en la tierra, reinarán prósperos y abundantes
de todo en el[412] cielo:Beati pauperes, quia
vestrum est regnum Dei; beati qui nunc esurietis,
quia saturabimini. Y éstos, al paso que felices en
esta vida mortal, serán desdichados en la eternidad:
Vae vobis divitibus, quia habetis consolationem
vestram. Vae vobis qui saturati estis, quia esurietis.
¡Terrible sentencia! ¿Cómo no tiemblan al oírla
todos los poderosos del mundo? ¿Así en general son
lamentados los ricos? ¿Así en general se les decreta
la eterna infidelidad? La letra del Evangelio que
citamos no suena otra cosa.
43. Mas ya, señores, mirando hacia otra parte, veo
venir un rayo de luz benigna para consuelo de los
poderosos. El evangelista S. Mateo nos representa a
Cristo, Señor nuestro, predicando en otra ocasión
sobre el mismo asunto; esto es, declarando quiénes
serán bienaventurados en la otra vida, y entre ellos
incluye a los misericordiosos:Beati misericordes.
Buen ánimo, ricos; que esto con los ricos habla. Los
pobres no pueden ser misericordiosos sino en el
afecto; ejercitar la virtud de la misericordia sólo
pueden los ricos. Buen ánimo, pues, vuelvo a decir;
que esta sentencia a los ricos se dirige; pero (nadie
se engañe) sólo a los ricos que son misericordiosos
con los pobres. Todos los demás quedan excluidos
del reino de los cielos. Regálense ahora; gocen de
los bienes de la tierra; triunfen, manden, abunden
en delicias. Mas ¡ay! Que eso mismo los hará eternamente
desdichados:Vae vobis divitibus, quia
habetis consolationem vestram. Aquel Padre de
misericordia y Dios de toda consolación para todos
tiene consuelo. A los ricos se le da en esta vida:
Habetis consolationem vestram. A los pobres, en
la venidera:Beati pauperes, quia vestrum est regnum
Dei.
44. A este interés supremo, que mueve en general
al socorro de los pobres, se añade otro especial,
respectivo a los pobres que cultivan las tierras. La
misericordia practicada con cualesquiera pobres
promete la eterna bienaventuranza a los ricos. La
que se ejercita con los pobres labradores asegura
de más a más la felicidad[413] temporal de los
reinos. Considérese que un labrador, que no saca
de su tarea lo preciso para un sustento y abrigo
razonables, no trabaja ni aun la mitad que otro bien
sustentado y cubierto. Esto por muchas razones. La
primera, porque no tiene iguales, sino muy inferiores
fuerzas. La segunda, porque el poco útil que le
rinde su fatiga le hace trabajar con tibieza y desaliento.
La tercera, porque el desabrigo de la habitación,
de la cama y el vestido le acarrea varias
insisposiciones corporales que le quitan muchos
días de trabajo: estamos hartos de ver y palpar esto
en estos países. Comúnmente se dice que viven más
sanos los labradores que los que gozan vida más
descansada. Mas esto sólo se verifica en los labradores
bastantemente acomdados; los labradores
míseros es gente más enfermiza que la ociosa, como
estoy viendo cada día. La cuarta, porque su pobreza
les prohíbe tener instrumentos oportunos para la
labranza; porque en esta clase, como en todas las
demás, lo mejor y más útil es más costoso.
§. XI
45. Es, pues, importantísimo, y aun absolutamente
necesario, mirar con especial atención por esta
buena gente, tomando los medios más oportunos
para promover sus conveniencias y minorar sus
gravámenes. Mas, ¿qué medios serán éstos? Nadie
debe esperar de mí la especificación de ellos, como
ni la larga enumeración de innumerables máximas
conducentes a adelantar en España la utilidad de la
agricultura. Ni yo tengo la instrucción necesaria
para asunto de tanta extensión, ni cuando la tuviera
pudiera detenerme a participarla, pues es materia
que para tratarse dignamente pide muchos volúmenes.
La única providencia que parece se puede entablar
para este efecto es formar un consejo en la
corte, compuesto de algunos labradores acomodados
e inteligentes extraídos de todas las provincias
de España, dos o tres de cada una, según su mayor
o menor[414] extensión, los cuales tengan sus conferencias
regladas para determinar lo que hallen
más conveniente, así en lo que mira a providencias
generales como en lo respectivo a cada provincia, a
cada territorio, a cada fruto, a cada particular
acaecimiento de escasez, de abundancia, etc.
46. No pretendo que estos consejeros sean árbitros
para disponer. Su ministerio se ha de reducir a
conferenciar sobre los puntos que juzguen importantes;
y en estando de acuerdo sobre alguno, hacer
su representación al real Consejo o algún determinado
ministro, a quien el rey quiera dar jurisdicción
para hacer ejecutar lo que en la junta se hubiere
juzgado conveniente; y en caso que sea un ministro
solo el que entienda en la ejecución, ése mismo
podrá ser presidente de la junta, lo que absolutamente
parece importantísimo, pues de este modo,
enterado mejor de las razones de la consulta, procederá
con más conocimiento y eficacia a la ejecución;
fuera de que, con la asistencia a las asambleas,
se irá habilitando para formar dictamen y
fundarle en los puntos que ocurrieren.
47. No ignoro la gran distancia que hay de la propuesta
de esta idea a la ejecución. Es natural que
algunos la tengan por quimérica, otros por inútil y
aun uno u otro por nociva. Acaso tendrán razón los
primeros, acaso los segundos, acaso los terceros;
pero acaso también ni éstos, ni aquéllos, ni los
otros. Yo quisiera que este escrito diese motivo para
que la materia se tratase, aunque no fuese más que
por modo de diversión, en varias conversaciones de
personas hábiles y celosas, en las cuales se fuesen
tratando las conveniencias o inconvenientes de la
idea y los modos más oportunos de practicarlas. Si
en este primer confuso y tumultuario examen tuviere
los más o mejores votos a su favor, puedo esperar,
que por medio de ellos, vaya ascendiendo a algunos
ministros de alto empleo, los cuales, hallándola útil,
la propongan al monarca como tal.[415]
48. Paréceme que, aun en la incertidumbre de ser
útil o inútil, debiera tentarse la ejecución. La razón
es porque el coste de la formación del Consejo es
cortísimo, y en caso de que la experiencia muestre
su inutilidad, más fácilmente se deshará que se hizo.
Pero si se halláre ser útil, las ventajas que de él se
pueden esperar son grandísimas; siendo así que su
manutención, siendo de un cortísimo importe, es
nada gravosa, ni al rey ni al reino.
49. Para dar una idea algo más clara de la importancia
de la junta que solicito, propondré aquí algunos
puntos de los muchos que se pueden examinar
y resolver en ella; en cuya vista será fácil comprender
cuán necesario es un consejo compuesto de
personas inteligentes, donde se decidan y arreglen
así los que propongo como otros varios que ocurrirán.
§. XII
50. Es constante que de algún tiempo a esta parte
se ha aumentado considerablemente en España la
cosecha de vino y minorado la de pan. En tierras
donde se cogía mucho pan y poco o ningún vino,
hay mucho vino y poco o ningún pan. Pero también
es constante que el público es notablemente perjudicado
en esto. La carestía de vino, poco o ningún
daño hace a un reino; la de pan puede destruirle,
puede despoblarle. Llegue el caso de que la cosecha
de vino sea escasísima en toda España, porque en
unas partes se apedrearon las viñas, en otras las
quemó la helada, y sólo quedó indemne tal cual
pequeño territorio. ¿Qué resultará de aquí? Que
siendo el vino muy costoso, los pobres no le beberán;
los de una hacienda mediana beberán menos;
ninguno morirá por eso como, por otra parte, se
alimente bien; y aunque no es imposible el caso de
que alguno o algunos enfermen y mueran por faltarles
el vino, no tiene duda que son muchísimos y más
los casos de enfermar y morir por beberle con algún[
416] exceso. Con que, por la parte de la salud
corporal, ciertamente vamos a ganar en la falta de
vino. Pues ¿qué, si se atiende a la salud espiritual?
¿Cuántas borracheras, cuántos desórdenes de gula
y de lujuria, cuántas pendencias, cuántos homicidios
ocasiona la abundancia de vino, que evita su
escasez?
51. Pero faltando el pan, ¡ay, Dios!, ¡qué triste,
qué funesto, qué horrible teatro es todo un reino!
Todo es lamentos, todo es ayes, todo gemidos. Despuéblanse
los lugares pequeños y se pueblan de
esqueletos los mayores. A la hambre se siguen las
enfermedades; a las enfermedades, las muertes, ¿y
cuántas muertes?
Plurima perque vias sternuntur inertia passim
Corpora, perque domos, et religiosa deorum
Limina.
Es literal el pasaje del poeta a lo que vi pasar en
esta ciudad de Oviedo con el motivo de la hambre
que padeció este principado el año de diez. Por los
caminos, por las calles, en los umbrales de las casas,
en los de los templos, caían exánimes enjambres
de pobres; de modo que no cabiendo los cadáveres
en las sepulturas de las iglesias, fue preciso
tomar la providencia de dársela a muchos en los
campos.
52. ¿Quién, contemplando lo dicho, no se convencerá
de que conviene quitar mucha tierra a las cepas
para darla a las espigas? Mas para hacerlo son
esencialmente necesarias dos cosas: mucha inteligencia
para reglar el modo, y la autoridad del príncipe
para la ejecución. Para la inteligencia es menester
concurran muchos, pues ninguno en particular
puede tener la que basta. Es preciso tener noticia
de la calidad de todas las tierras donde hay
viñas para elegir las porciones de terreno que se
han de dar a pan. En general, se puede determinar
que las tierras que producen poco vino o de baja
calidad se destinen o a pan de esta o aquella especie
o a otro algún fruto comestible. Propongo[417]
la translación con esta indiferencia, porque acaso
algunas de esas tierras no serán aptas para trigo;
pero tengo por imposible que no lo sean para algún
otro fruto de alguna equivalencia; v. gr. maíz, centeno,
cebada, arroz, garbanzos, habas, lentejas, etc.
§. XIII
53. Destinar cada terreno a aquel fruto para que
es más proporcionado será una providencia preciosísima.
Así importa infinito este examen, como cantó
oportunamente Marón(21):
Ventos, et varium caeli praediscere morem
Cura sit, ac patrios cultusque, habitusque locorum,
Et quid quaeque ferat regio, et quid quaeque recuset
Hic segetes, illic veniunt felicius uvae:
Arborei foetus alibi, atque iniussa virescunt
Gramina, etc.
54. Habría, sin duda, mucho mayor cantidad de
frutos en España, y serían de mejor calidad, si examinada
la índole y positura de las tierras a cada
una se diese o la semilla o el plantio que le es más
propio; así como sería mucho más bien servida en
todos los ministerios cualquiera república donde
cada hombre se destinase a aquel oficio que es más
conforme a su genio. Mas, por lo común, así en el
destino de las tierras como en el de los hombres, se
procede con poca o ninguna elección. ¿Quién no ve
que en orden a las tierras es materia dignísima de
mirarse con la mayor atención? ¿Y quién no ve que
este examen no puede fiarse a un hombre solo, por
grandes que sean su experiencia y su comprensión?
Así, es indubitable que[418] esto no puede determinarse
sino en el consejo o junta que hemos propuesto.
§. XIV
55. Acaso no hay reino de alguna economía en el
mundo que se aproveche menos del beneficio de la
agua de los ríos que España. Por lo común la disposición
del terreno gobierna su curso sin que nadie
les vaya a la mano, cuando se podría lograr
inmensa utilidad desangrándolos en sitios oportunos.
El reino de Egipto, fecundísimo de granos, no
produciría una arista si no derivase por muchos
canales a sus tierras las aguas del Nilo. Estas sangrías
de los ríos no sólo traerían la conveniencia de
fertilizar los campos, mas también otra de bastante
consideración, que es la de evitar algunas inundaciones.
Daña en unas partes la copia; en otras la
falta; y a uno y otro daño se puede ocurrir en algunos
ríos con una misma providencia.
56. Es verdad que esta providencia es operosísima
y costosísima. Pide, por la mayor parte, inteligencia
muy superior a la que tienen los labradores, y caudal
mucho más grueso que el de los particulares.
Los labradores sólo pueden informar de los sitios
que necesitan el beneficio del riego y de los ríos
vecinos. El uso posible de la agua de éstos toca a
los peritos en geometría o hidrostática. Y, en fin, el
coste o le ha de hacer el príncipe o el público, respectivamente,
al territorio que ha de recibir el beneficio.
Todo lo pueden vencer la aplicación y celo del
bien común.
§. XV
57. Paréceme que la transmigración de los labradores
de unas provincias a otras para el cultivo de
los campos y cosecha de los frutos es cosa que necesita
de reforma. Salen muchos millares de gallegos
a cabar las viñas y segar las mieses a varias
provincias de España. Es justo que cada uno trabaje
en su patria[419] hasta donde lleguen sus fuerzas.
O los gallegos que se esparcen por las Castillas,
Navarra y Andalucía tienen que trabajar en su
tierra, o no. Si lo primero, trabájenla y no malbaraten
el tiempo que consumen en vaguear de una parte
a otra. Si lo segundo, hágase una extracción reglada
de la gente pobre de Galicia que sobra para
el cultivo de sus campos y fórmense de ella algunas
colonias en varias partes de España, donde hay
grandes pedazos de tierra inculta por falta de labradores.
Esto traería juntamente la conveniencia
de impedir en muchos montes y páramos la infestación
de los ladrones. Buen ejemplo de una y otra
utilidad tenemos a la vista en el lugar de la Mudarra,
sitio entre Rioseco y Valladolid, que no sé por
qué accidente se formó a la entrada del monte de
Torozos de un puño de gallegos.
58. Opondráseme, lo primero, que en algunos
países no hay bastantes colonos para cultivar la
tierra que poseen, y esto hace preciso traer jornaleros
de afuera. Lo segundo, que aunque en otros hay
jornaleros naturales de la provincia, éstos son más
costosos que los gallegos, y cada particular tiene
derecho para servirse del que lleva menos estipendio.
59. A lo primero respondo que el príncipe, usando
del dominio alto que tiene, y que justamente ejerce
cuando lo pide el bien público, puede ocurrir al
inconveniente estrechando las posesiones de la
tierra, de modo que nadie goce más que la que por
sí mismo o por sus colonos pueda trabajar, y para
el resto de cada territorio se traigan colonos pobres
que no tengan que trabajar en su patria. Esta disgregación
de posesiones se puede hacer con tal
equidad que siempre queden mejorados los naturales.
Como aun dentro de un partido no todas las
porciones de terreno son igualmente feraces, pueden
escoger para sí los naturales las más fructíferas,
dejando las otras a los advenedizos; de modo
que aquéllos, sin mayor trabajo, logren mejor y más
copioso fruto. Esta no es una mera idea platónica,
pues vemos que los[420] romanos, prudentísimos en
todas las partes de su gobierno, tenían el cuidado
de estrechar las posesiones de los particulares por
obviar el daño de quedar incultas las tierras. Así
dice Columela(22)que era delito en un senador poseer
más de cincuenta medidas de tierra, correspondiente
cada una a lo que un par de bueyes puede
labrar cada día:Criminosum tamen senatori fuit
supra quinquaginta iugera possedisse. Es verdad
que esta disciplina, ya en tiempo del autor, estaba
relajada; porque en otra parte se lamenta de lo
mismo de que hoy podemos lamentarnos en España;
esto es, de que había quienes gozaban tan amplias
posesiones que no podían girarlas a caballo, y así
quedaba gran parte a ser pisada de fieras:
Praepotentium qui possident fines gentium,
quos nec circumire equis quidem valent, sed proculcandos
pecudibus, et vastandos, ac populandos feris
dereliquunt. Plinio dice que las anchurosas posesiones
arruinaron a Italia:Verumque confitentibus,
latifundia perdidere Italiam. Con más razón podemos
asegurar lo mismo de España.
60. A lo segundo digo que es fácil el remedio. La
justicia puede en cada partido reglar el jornal y
obligar a los paisanos al trabajo. Puede resultar de
aquí que trabajen menos de lo que alcanzan sus
fuerzas. Mas tampoco hallo difícil velar sobre los
holgazanes y castigarlos, ya con la substracción de
parte del salario, ya con otra pena.
§. XVI
61. Puede ocasionar alguna admiración el que
Sidonio Apolinar, enumerando prolijamente en
elPanegírico a Mayoriano, los géneros en que con
especialidad abundaba cada nación, y con que servía
al emperador, que era objeto del panegírico, de
España dice que le surtía de naves:
Sardinia argentum, naves Hispania defert.
Siendo así, es consiguiente que produjese entonces
nuestra[421] península gran copia de madera para
la construcción de las naves. Hoy padece falta de
ella. Se infiere claramente que no es la culpa del
suelo, pues éste es el mismo que entonces, sino de
los naturales, cuya aplicación al plantío era muy
otra entonces que ahora.
62. Mas no basta la aplicación de los naturales si
el ministerio no dirige la aplicación; y para que el
ministerio la dirija es menester que se establezcan
reglas y leyes, fundadas en el maduro examen y
deliberaciones de la junta. Por cuenta de ella ha de
correr un exacto informe, no sólo de los terrenos
oportunos para la producción de tal o tal especie de
árboles, mas también de su situación proporcionada
para conducirse las maderas adonde se haya de
usar de ellas. Porque, ¿qué importará que haya
buenas maderas para bajeles en un monte muy distante
del mar, y que no está vecino a algún río, por
donde puedan conducirse?
63. Averiguado esto, sobre el informe de los más
inteligentes se formarán las instrucciones y reglas
correspondientes a esta parte de la agricultura, las
cuales se repartirán impresas a todos los parajes
donde deban practicarse; esto es, se advertirán
todas las circunstancias conducentes para asegurar
la producción de las plantas, para su mayor y más
pronto incremento, para su resguardo de los temporales
adversos, para que las maderas salgan de
buena calidad, etc. Finalmente, se establecerá la
obligación de los vecinos al plantío con ordenanzas
dictadas por la prudencia y equidad, de modo, que
el gravamen que padecieren en este trabajo se les
compense bastantemente en el alivio o exención de
otros.
§. XVII
64. Creo que hay muchas prácticas erradas en la
agricultura, unas en unos países, otras en otros, que
convendría enmendar. De una no puedo dejar de
hacer mención, por estar en España muy extendida
y ser perniciosísima. Esta es la de arar con mulas.[
422] Alonso de Herrera tocó este punto en el
tratado que intitulóDespestador, Dialog. 2, donde
prueba con evidencia que el uso de estas bestias en
la agricultura se debe condenar por tres razones.
La primera es ser incomparablemente más costoso
que el de bueyes. La segunda, que con el uso de
mulas no se labra tan bien la tierra, ni rinde tanto
fruto, como con el de bueyes. La tercera, que este
género de ganado carece de muchas utilidades que
nos reditúa el vacuno.
65. En cuanto a la primera razón, está sobradísimamente
demostrada su verdad en el individual y
prolijo cálculo que el citado Herrera hace del coste
de uno y otro ganado, así en la compra como en el
sustento. El exceso en el coste del sustento de las
mulas es enormísimo, y aun más entrando en cuenta
el gasto de herraduras; a que se añade que un buey,
después de haber servido mucho en el carro y el
arado, con la venta de su carne y cuero da casi el
precio para comprar otro, cuando la mula, en llegando
a faltarle las fuerzas, sólo sirve para alimento
de cuervos y buitres. Añádese también que la
mula es animal mucho más enfermizo que el buey,
lo que aumenta el gasto y disminuye el servicio.
66. La segunda razón estriba en una filosofía clara,
sólida y experimental. Las mulas, por ser de muy
inferior fuerza a la de los bueyes, no pueden llevar
la reja del arado tan profunda como ellos. De modo
que un par de bueyes arrastrará el arado aunque la
reja se profunde media vara; un par de mulas no lo
hará, ni aun profundándose una tercia solamente.
De lo primero resultan tres utilidades notabilísimas.
La primera y principal es que como se remueve y
esponja mucha cantidad de tierra, toda ésta es penetrada
del agua cuando se logra alguna abundante
lluvia. De este modo queda con bastante humedad
para mucho tiempo; de suerte que aunque suceda
una larga sequía, la resisten las plantas socorridas
del jugo depositado en los senos de la[423] tierra.
La segunda, que como las plantas chupan la substancia
de mayor porción de tierra, se logra mayor
cantidad de fruto, y éste más macizo. Dice Herrera
que se ha experimentado que una fanega de trigo
producida en tierra arada con bueyes pesa diez
libras más que otra fanega de trigo producida en
tierra arada con mulas. La tercera utilidad consiste
en que como el grano, al sembrarse queda más
profundo y cubierto de mucha tierra, no pueden
arrebatarle las aves, las cuales no dejan de hacer
en él sus robos cuando queda en la superficie de la
tierra o cerca de ella.
67. La tercera razón se toma del mucho alimento
que con la leche da a los labradores el ganado vacuno,
y de lo que fecunda a las tierras con su excremento;
de modo que se puede hacer la cuenta de
que, aunque este ganado no sirviese a la agricultura,
ni tirando el carro, ni el arado, siempre importaría
mucho más lo que reditúa que lo que gasta. Al
propósito me acuerdo de que en laHistoria de la
Academia Real de las Ciencias del año 26, hablando
monsieur de Fontenelle de dos máquinas para
arar las tierras, sin ser movidas de otro impulso que
el del viento, inventada la una por monsieur du
Guet y la otra por el Señor Lasise, reprueba en
general el uso de semejantes máquinas por el motivo
de que nunca conviene excusar a los labradores
de criar y sustentar el ganado que pueden; lo cual,
siendo así, aquellas máquinas no les producen algún
ahorro. Esta reflexión del sabio Fontenelle
supone, necesariamente, que la cría y sustento del
ganado vacuno es más útil que costoso, aun sin
aplicarle al carro ni al arado. Todo lo contrario
sucede en las mulas, las cuales no rinden otra utilidad
que el servicio del arado y del carro; y esa
utilidad, por lo mucho que gastan, sale costosísima.
68. Bien considerada la fuerza de estas razones,
no se reputará por extravagante aquel fallo de
Alonso de Herrera en el lugar citado:Digo, pues,
que la causa de la total perdición de España ha sido
y es dejar de arar,[424]sembrar, carretear y trillar
con bueyes en lo más y mejor de ella y haberse introducido
e inventado las mulas en su lugar, cuyos
gastos son excesivos, y su labor mala, pestilencial,
inútil, y muy perniciosa; la de los bueyes, buena,
útil y maravillosa, etc.
69. Confírmase la fuerza de las razones alegadas
con la autoridad de todos los antiguos. Es cierto
que fue incógnito a toda la antigüedad el arar con
mulas. No se halla memoria de esto ni en las historias
sagradas ni en las profanas. No hay motivo
para pensar que todos los antiguos lo erraron mayormente
cuando la práctica de todas o casi todas
las demás naciones califica la de los antiguos.
70. Opondráseme lo primero a favor de las mulas
que éstas, en igual espacio de tiempo, aran mucho
mayor espacio de terreno que los bueyes, por la
mucha mayor velocidad con que caminan. Respondo,
lo primero, que aunque aran más tierra, no la
aran tan bien. Así no da tanto fruto ni tan bueno la
tierra arada con mulas como con bueyes. Añádese
que con éstos la cosecha es más segura, por estar
más defendidas las mieses con la mucha agua que
embebe la tierra arada profundamente contra el
rigor de una prolija sequía. Respondo, lo segundo,
que en lo que adelantan las mulas de trabajo nada
se interesa sino la ociosidad de los labradores holgazanes,
que quieren arar un día lo que para hacerse
debidamente pedía dos o tres, para holgar los
demás. ¿No hay tiempo bastante para arar con bueyes
toda la tierra que se debe sembrar? Pues, ¿por
qué ha de perder el público el aumento de fruto que
conocidamente logra de ese modo? El que tiene
mucha tierra que labrar, meta más bueyes y más
jornaleros en el trabajo, y saldrá al cabo del año
mejorado en tercio y quinto.
71. Opondráseme, lo segundo, que no en todas
partes se puede sustentar ganado vacuno, porque
no en todas hay pastos. Respondo que, aunque hoy
no los haya, puede haberlos. Antiguamente, en toda
España se[425] araba con bueyes; luego en todas
partes había pasto para ellos. ¿Por qué no podrá
haberlo hoy? Harta tierra inculta sobra en las dos
Castillas que se podrá aprovechar en eso. Y se debe
tener presente que el buey de todo come: paja,
hojas de árboles, tojos, etc. Más, ¿no crían y sustentan
las dos Castillas muchas y numerosas vacadas?
Díganlo Benavente, Salamanca, Ávila, Talavera,
Toledo, Plasencia, Jarama, etc. ¿No fuera mejor
que las criasen y sustentasen para labrar la tierra
que para hacer de ellas carnicería en las plazas
públicas, tal vez con muertes de hombres y de caballos?
72. Advierto que Alonso de Herrera hace también
su cuenta, y bien ajustado, de que aun para conducciones
y transportes de géneros es mucho más barato
y útil usar de bueyes (se entiende uncidos al carro)
que de machos. Más barato, porque así la bestia,
como su sustento, cuestan mucho menos. Más
útil, porque el público se interesa mucho en la copia
del ganado vacuno, el cual sirve vivo y muerto.
§. XVIII
73. Finalmente, notaré aquí otro error harto común,
perteneciente al uso de los bueyes, así en el
carro como en el arado, que es el uncirlos por la
frente. También es advertencia de Herrera. Es constante
que uncidos por el pescuezo, como se hace en
algunas partes de Galicia, tienen más fuerza y se
fatigan menos, a que también es consiguiente tener
más servicio y vivir más.
§. XIX
74. A este modo se podrán proponer en la junta
otras máximas convenientes a la agricultura, o reformas
de abusos introducidos en ella. Creo que
entre las propuestas que acabo de hacer apenas hay
alguna cuya utilidad, aun separada del concurso de
las demás, no supere mucho el coste que pueden
tener la formación[426] y manutención de la junta y
consejo ideado. Ni aun en caso que yo haya errado
algo o mucho en ellas dejará de ser importantísima
dicha junta, pues ella podrá corregir mis errores y
arbitrar otros muchos medios para promover la
agricultura. Lo que nadie puede negar es que el
destino de este consejo, en caso de formarse, es
comprensivo de mucho mayores utilidades que el de
la Mesta.
§. XX
75. Teniendo concluido este discurso me vino aviso
de Madrid de estarse trabajando con calor, por
orden de S. M. (Dios le guarde), en una acequia,
que desangrará al río Jarama para el riego de once
leguas de país, lo que hará mucho más copiosas en
todo aquel distrito las cosechas de trigo y cebada.
Déjame esta noticia sumamente complacido de que
el celo del monarca y de los ministros que han tenido
parte, o en la idea o en la ejecución de obra tan
importante, se haya anticipado a la publicación del
aviso que sobre esta materia doy en el §. 14 del
presente discurso. Quiera el cielo que a tan bellos
principios correspondan felices progresos en todo
lo que pueda mejorar la agricultura. Más envidiable
es la dicha que granjean con esta aplicación el
príncipe y el ministerio que la que procuran a la
nación; porque, desvelándose los que gobiernan en
asegurar a los súbditos los bienes temporales, adquieren
para sí los eternos.
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HISTORIA DE LA LITERATURA ESPAÑOLA
EL TEATRO CRÍTICO UNIVERSAL. SELECCIÓN
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HISTORIA DE LITERATURA ESPAÑOLA de:
Colaboran:
1.
En elSuplemento de Moreri, impreso el año de 35,
v.Christophe, se dice que el pintar gigante a San
Cristóbal, viene de que en los siglos de ignorancia
se creía que el que veía la imagen de San Cristóbal,
no podía morir súbitamente (supongo que este privilegio
era limitado al día en que se veía la imagen);
por eso hacían la imagen muy grande, y la ponían a
las entradas de los templos, para que de lejos pudiese
verse. Allí se cita el siguiente verso de un poeta
antiguo a este propósito:
2.
1. A las tradiciones populares falsas en materia de
religión, que hemos impugnado en el Teatro, añadiremos
aquí otras tres. Refiere la primera Guillermo
Marcel en suHistoria de la Monarquía francesa; y
es que los druidas, sacerdotes y doctores de los antiguos
galos, edificaron la iglesia de Nuestra Señora
de Chartres, consagrándola a la Santísima Virgen
antes que existiese, con esta profecía de su glorioso
parto:Virgini pariturae. ¡Fábula extravagante! Los
druidas eran gentiles, y aun a las comunes supersticiones
añadían algunas particulares, entre ellas la
cruelísima de sacrificar víctimas humanas, lo que
Augusto les prohibió estrechamente. Pero no bastando
este precepto a remediar el abuso, Tiberio
cargó después más la mano, e hizo crucificar a algunos
convencidos de este crimen. Con todo,[367]
aún le quedó que hacer al emperador Claudio, al
cual atribuyen los escritores la gloria de extirpar
enteramente aquel horror. ¿Qué mérito tenían aquellos
bárbaros, para que Dios les revelase tan de antemano
aquel misterio? ¿O qué traza de adorar la
Santísima Virgen antes de su existencia, los que
después que esta Señora felicitó al mundo con su
glorioso parto, y aun después de ejecutada la grande
obra de la redención, persistieron en su idolátrica
ceguedad?
2. La segunda tradición popular que notaremos
aquí, está mucho más extendida. En toda la cristiandad
suena, creído de muchos, que sobre el monte
altísimo de Armenia, llamadoArarat, existe aún hoy
la Arca de Noé, entera, dicen unos, parte de ella,
afirman otros. Si los armenios no fueron autores de
esta fama, por lo menos la fomentan; y poco ha, un
religioso armenio, que estuvo en esta ciudad de
Oviedo, afirmaba la permanencia de la arca en la
cumbre de Ararat, no sólo de voz, más también en
un breve escrito que traía impreso. Juan Struis, cirujano
holandés, que estuvo algún tiempo cautivo en
la ciudad de Erivan, sujeta a los persas y vecina al
monte Ararat, dio más fuerza a la opinión vulgar
con la[368]Relación que imprimió de sus viajes.
3. Éste refiere que en aquel monte hay varias ermitas
donde hacen vida anacorética algunos fervorosos
cristianos: Que el año de 1670 le obligó su amo a
subir a curar un ermitaño, que tenía su habitación en
la parte más excelsa del monte y adolecía de una
hernia. Que gastó siete días en la subida del monte,
caminando cada día cinco leguas. Que llegando a
aquella altura, donde residen las nubes, padeció un
frío tan intenso, que pensó morir; pero subiendo
más, logró cielo sereno y ambiente templado. Que el
ermitaño que iba a curar, y que en efecto curó, le
testificó que había veinte años que vivía en aquel
sitio, sin haber padecido jamás frío ni calor, sin que
jamás hubiese soplado viento alguno, o caído alguna
lluvia. En fin, que el ermitaño le regaló con una
cruz, hecha de la madera del arca de Noé, la cual
afirmaba permanecía entera en la cumbre del monte.
4. Esta relación logró un asenso casi universal,
hasta que de la falsedad de ella desengañó aquel
famoso herborista de la Academia Real de las Ciencias,
Joseph Pitton de Tournefort, el cual, en el viaje[
369] que hizo a la Asia a principios de este siglo,
paseó muy despacio las faldas delArarat, buscando
por allí, como por otras muchas partes, plantas exóticas.
Dice este famoso físico, citado por nuestro
Calmet, en suComentario sobre el octavo capítulo
del Génesis, que el monte Ararat está siempre cubierto
de nubes y es totalmente inaccesible; por lo
cual se ríe Tournefort de que nadie haya podido
subir a su cumbre. Cita Calmet, después de Tournefort,
a otro viajero que vio el monte, y afirma también
su inaccesibilidad a causa de las altas nieves
que en todo tiempo le cubren desde la mediedad
hasta la eminencia.
5. Aunque estos dos viajeros concuerdan en que el
monte es impenetrable, y, por consiguiente, convencen
de fabulosa la relación de holandés Struis, parece
resta entre ellos alguna oposición, por cuanto si
siempre está cubierto de nubes, como afirma el primero,
no pudieron verse las nieves, como escribe el
segundo. Pero es fácil la solución diciendo que la
expresión de estar un monte siempre cubierto de
nubes, no significa siempre estar de tal modo circundado
de ellas que oculten su vista por todas partes.
Basta que haya siempre nubes en el monte, aunque
frecuentemente se vea descubierto por este o
aquel lado, y aun por la cumbre. Acaso también en
la traducción latina de Calmet, de que usó, hay en
aquella expresiónqui semper nubibus obtegitur,
yerro de imprenta, debiendo decirnivibus, en vez
denubibus; equivocación facilísima, y que mucho
mayores se encuentran a cada paso en esta edición.
¿Qué mucho, siendo veneciana?
6. Mas lo que decide enteramente esta duda, es el
testimonio del padre Monier, misionero jesuita en la
Armenia, el cual, hablando del monte Ararat, dice
así:Su cumbre se divide en dos cumbres, siempre
cubiertas de nieves y casi siempre circundadas de
nubes y nieblas, que prohíben su vista. A la falda no
hay sino campos de arena movediza, entreverada
con algunos pobrísimos pastos. Más arriba todas
son horribles rocas negras, montadas unas sobre
otras, etc. (Nuevas memorias de las misiones de
Levante, tomo III, capítulo II).
7. La tercera y última tradición popular que vamos
a desvanecer, o a lo menos proponerla como muy
dudosa, aún es más universal que la segunda, y tiene
por objeto el celebradísimo caso de los siete durmientes.
Éstos, se dice, fueron siete hermanos de
una[370] familia nobilísima de Efeso, los cuales, en
la terrible persecución de Decio se retiraron a una
caverna del monte Ochlon, vecino a la ciudad, donde
cogiéndolos un sobrenatural y dulce sueño, estuvieron
durmiendo ciento cincuenta y cinco años;
esto es, desde el 253 hasta el 408, en el cual despertando,
y juzgando que el sueño no había durado más
que algunas horas, enviaron al más joven de los
siete a Efeso para que les comprase alimentos; que
éste quedó extremamente sorprendido, cuando vio el
estado de la ciudad tan mudado, y en muchos sitios
de ella cruces colocadas. En fin, Efeso gentílica
totalmente convertida en Efeso cristiana: que imperaba
entonces Teodosio el Junior. Los nombres que
dan a los siete hermanos, son: Maximiano, Malco,
Martiniano, Dionisio, Juan, Serapión y Constantino.
Omito otras circunstancias de la historia.
8. Baronio en elMartirologio, a 27 de julio, citado
por Moreri, siente que lo que hay de verdad en ella
es que estos santos habiendo padecido martirio en la
caverna, imperando Decio, fueron después hallados
sus cuerpos incorruptibles en tiempo de Teodosio el
Junior, y que el epíteto dedurmientes vino por equivocación
de haberse en algún escrito significado su
muerte con el verbodormio uobdormio, expresión
frecuente en la Escritura y aun en el uso de la Iglesia.
Los autores que refieren esta historia no concuerdan
en la data. Dicen unos que los siete hermanos
despertaron el año 23, y otros el año 38 del imperio
de Teodosio. No concuerdan tampoco en el
nombre del obispo que había a la sazón en Efeso.
Unos le llaman Maro, otros Stefano, y ni de uno ni
otro nombre se halla alguno en la serie de los obispos
de Efeso. Añado que el año de 253, en que se
dice padecieron los santos la persecución de Decio,
ya Decio no vivía, pues murió a lo último del de
251.
9. El autor más antiguo, a quien se atribuye la relación
de este admirable suceso, es San Gregorio Turonense,
el cual fue más de siglo y medio posterior a
él; por consiguiente, pudo padecer engaño. Mas no
es esto lo principal, sino que el libro en que se refiere
esta historia, es falsamente atribuido a San Gregorio
Turonense, como prueba Natal Alejandro, de
que en la enumeración que de sus escritos hace este
santo en el epílogo de suHistoria, no nombra éste.
3.
El agudo donaire que en este número apuntamos,
de cierto diputado de una ciudad de Italia a un Sumo
Pontífice, sin nombrar personas por no acordarnos
entonces de ellas ni del autor en quien habíamos
visto la especie, hallamos después ser referida por el
padre Juan Esteban Menochio en el tomo II de sus-
Centurias, centur. 6, cap. 48, citando por él a Papirio
Masón y Abrahán Bzovio, y pasó de este modo.
Estando enfermo el Papa Urbano V en Viterbo,
envió la ciudad de Perusa tres comisarios a solicitar
con Su Santidad la expedición de cierto negocio.
Uno de ellos, que era doctor, y por su grado le tocaba
hablar, compuso y mandó a la memoria una larguísima
oración sobre el asunto, siendo tan necio
que por más que los compañeros le instaron a que la
cortase, no quiso hacerlo. Llegado el caso de la audiencia,
enfiló el importuno doctor[346] toda su
molestísima obra, haciéndosela malísima al Papa,
que estaba enfermo a la sazón; pero siendo Urbano
de genio benignísimo, le toleró sin cortarle o interrumpirle,
aunque se dejaba ver la violencia que en
ello se hacía. Acabada la oración, el Papa, sin negar
ni conceder, preguntó a los diputados si querían otra
cosa. Entonces uno de los otros dos, que era muy
discreto y había notado la náusea con que el Papa
había escuchado al doctor, le dijo:Santísimo Padre,
otra cosa ha insertado nuestra ciudad en la comisión,
y es que si vuestra Beatitud no nos concede
prontamente lo que pedimos, nuestro compañero
vuelva a relatar todo su sermón. Cayó grandemente
en gracia al Papa el donaire y, celebrándole, condescendió
al punto en la demanda.
4.
1. El P. Gobat, tomo IV, núm. 955, con las palabras
mismas de Bartolomé Casaneo, a quien cita,
refiere que parte del Ducado de Borgoña abunda de
unos animalejos mayores que moscas, sumamente
perniciosos a las viñas, y el remedio que buscan los
naturales contra aquella plaga es que el provisor del
obispado a quien pertenece aquel territorio ponga
precepto a dichos animalejos para que desistan de
hacer daño a las vides, lo que con consentimiento
del obispo ejecuta, y cuando no obedecen, se procede
contra ellos con censuras en toda forma.
2. Sobre este hecho propone el mismo Casaneo
cuatro cuestiones: la primera, si aquellos animalejos
pueden ser citados a juicio. La segunda, si pueden
ser citados por procurador; y si en caso de ser citados
personalmente pueden comparecer por procurador
ante el juez que los cita. La tercera, quién es su
juez competente. La cuarta, qué modo de proceder
contra ellos se debe observar. Responde a la primera
y segunda cuestión afirmativamente. A la tercera
dice que el eclesiástico es su juez competente, por la
razón de que la mayor parte de las viñas de aquel
territorio pertenecen a personas eclesiásticas, y los
que dañan a éstas pueden ser castigados por el juez
o superior de ellas. A la cuarta, resuelve que pueden
ser anatematizados por el juez eclesiástico.
3. Después de referir todo esto el P. Gobat dice que
muchos[353] tienen por ridículas las expresadas
decisiones de Casaneo, y que él no las aprueba,
como comunísimamente no las aprueban los doctores
españoles, italianos y alemanes. Añade luego la
sentencia que da en el asunto el P. Teófilo Raynaudo,
el cual condena por abuso y desvarío poner pleito
o proceder por modo judicial contra las bestias, y
que es muy ocasionado este abuso a que se mezcle
con él algo de superstición:Est abusus (dice),este
enim ad minimum anilis nugacitas litem intendere
bestolis; nec proclivius quidquam est, quam ut cum
ea animalitate supersticiosus, et damnabilis ritus
adhibeatur.
4. Los ejemplos que se refieren de algunos Santos,
que anatematizando o maldiciendo a varias bestias
perniciosas lograron el efecto o en su muerte o en su
expulsión nada prueban a favor de aquella práctica,
ya porque éstas no fueron verdaderas excomuniones,
sino similitudinarias, ya porque aquellos santos
no obraron en virtud de jurisdicción alguna ordinaria,
sí sólo en fuerza de una autoridad sobrenatural y
milagrosa con que Dios en aquellos casos quiso
favorecerlos.
5.
Libro I. de Locis, cap. 2.
6.
Satyric. p. 4, capítulo 12.
7. NOTICIA Y VANIDAD DE LOS FILTROS
1. Fue notable descuido, que tratando de las causas
del amor, especialmente de la que llamamos dispositiva,
no nos ocurriese tocar algo de los filtros. Pero
ahora supliremos esta falta, porque importa mucho
desterrar uno u otro error que hay en esta materia.
Filtro, voz griega, significa droga o medicamento
destinado a conciliar el amor de alguna persona.
Dícese que los hay de dos maneras: unos supersticiosos,
diabólicos, pertenecientes a la magia negra;
otros lícitos, naturales, pertenecientes a la magia
blanca.
2. De la posibilidad de los primeros no se debe
dudar; porque prescindiendo de las historias, que
califican su existencia, entre las cuales es bien verosímil
haya no pocas fabulosas, es cierto que puede
el demonio dar una tal disposición al cerebro de
cualquier persona, que, en virtud de ella, un objeto
que antes no le agradaba, haga en él una impresión
gratísima, por la cual conciba el sujeto una vehemente
inclinación a aquel objeto.
3. Pero es bien advertir que rarísima vez permite
Dios al demonio[379] esta operación; y así, comunísimamente,
se frustran los encantamientos o hechizos
amatorios; quedándose los desdichados que
usan de ellos, con la horrenda mancha de tan atroz
delito y ardiendo justamente sin alivio alguno en la
impura llama que les indujo a cometerle. Esto dicta
claramente el concepto que debemos hacer de la
divina Providencia. ¿Qué fuera del mundo, qué fuera
de los hombres, si Dios le dejara al demonio ejecutar
todo lo que puede, o todo lo que solicitan de él
algunos perversos que no dudan sacrificar el alma a
la satisfacción del apetito? Esto mismo confirma la
experiencia; pues se sabe de muchos, que tentando
por tan detestable medio el desahogo de sus pasiones,
no lograron el fin pretendido. Esto es, en fin,
conforme a la malignidad del demonio, que, porque
de todos modos padezca el hombre, procura inducirle
al delito y privarle del fruto del deleite.
4. Insufrible es la simpleza del vulgo en esta materia.
Apenas se ve alguna pasión de amor vehementísima
y contumaz, que muchos no sospechen que es
causada de hechizo. Y tal vez se llega a la extravagancia
de sospecharle, aun cuando de parte del objeto
amado se reconoce bastante atractivo. Insigne
necedad es inferir causa preternatural donde la hay
naturalísima. Habíanle dicho a Olimpias, mujer de
Filipo de Macedonia, que una mujer baja, de quien
Filipo estaba ciegamente enamorado, le había dado
sin duda hechizos. Hizo Olimpias traerla a su presencia,
como ya dijimos en otra parte, y viendo que
era muy linda, con afabilidad bien extraña en mujer
celosa, la dijo:¡Ah hija mía! Tu cara te defiende de
la acusación de hechicera, pues no es menester más
hechizo que tu hermosura para prendar cuantos la
vieren. Parece que con alguna apariencia de razón se
discurre en hechizos cuando el amor es muy grande
y muy tenaz, y el[380] objeto amado de corto o
ningún mérito. Mas también este concepto es harto
irracional, siendo tan fácil advertir, que las prendas
conciliativas del amor son respectivas. Agrada a uno
lo que desagrada a otro. No hay en el mundo dos
hombres perfectamente semejantes en el gusto, así
como no los hay perfectamente semejantes en el
temperamento. A diversa temperie y distintos órganos,
es consiguiente hacer diversa impresión los
objetos. La gran pasión de Enrique II de Francia
(que acaso no se vio hasta ahora otra mayor, más
contumaz ni más desreglada en príncipe alguno) por
Diana de Poitiers, duquesa de Valentinois, aun
cuando esta señora era o pasaba de quincuagenaria,
hizo decir a muchos en Francia, que Diana le había
dado hechizos a Enrico. ¡Necedad pueril! Si aquella
señora fuese hechicera, no se viera tan ultrajada por
la reina viuda, como efectivamente se vio, luego que
murió Enrico; pues pudiera hechizar a la Reina,
como al Rey. Algunos refieren, que Diana aun en
edad tan avanzada era hermosa; y cuando no lo fuese
para los ojos de los demás, podía serlo para los
del Rey; esto es, podía tener algunas gracias de gran
valor respectivamente a la temperie y genio de aquel
monarca.
5. Del mismo modo decían muchos en Francia que
el duque de Luxemburgo, ilustre guerrero del siglo
pasado, tenía hechizos con que se hacía amar de las
mujeres. Esta voz no tenía otro fundamento que el
que en efecto era bien visto de ellas comúnmente,
siendo así, que era de pequeña estatura y rostro feo.
Pero ¿quién no ve, que tenía aquel general otras
partidas mucho más eficaces para lograr el amor de
las mujeres, que la gentileza del cuerpo y buena
disposición de facciones? Era en grado eminente
intrépido y bravo. Esta es una prenda superior a
todas las demás en la estimación del otro sexo; mucho
más siendo acompañada de feliz y acertada
conducta, como lo era en el duque de Luxemburgo.
6. Quisiera yo, y sería importantísimo, que todos
los hombres de razón, especialmente los que tuviesen
oportunidad para hacerlo por medio de la pluma
y de la prensa, concurriesen a desterrar del vulgo
estas necias aprehensiones. Aquellos nimiamente
crédulos autores, que en sus escritos amontonaron
relaciones de encantamientos, hicieron, sin pensarlo,
gravísimo daño al mundo, porque persuadiendo, con
la multitud de hechicerías y hechiceros que refieren,
que el ser hechicero no consiste más que en quererlo
ser, han[381] dado ocasión a que muchas de aquellas
almas infelices que no siguen otra ley que la de
su apetito, o por sí mismas directamente, hayan
invocado el auxilio del demonio para logro de sus
depravados designios, o por lo menos hayan solicitado
para el mismo fin el sufragio de alguna persona,
a quien el error del vulgo haya puesto en la opinión
de saber hechicerías. Hay de esto en el mundo
mucho más que lo que algunos podrán imaginar.
Poco ha murió en esta ciudad de Oviedo una inmunda,
derrengada, misérrima y embustera vieja
que se interesaba en persuadir a gente rústica y tonta,
que sabía hechizos para muchas cosas, por sacar
seis u ocho cuartos de cada uno que la viniese a
comprar drogas, y no faltaban compradores. A éste
daba una haba o grano de alguna planta, para que
siempre que la tuviese consigo, ganase al juego; a
aquél una piedrezuela para hacerse amar de las mujeres;
al otro enseñaba unas palabras para salir libre
de cualesquiera peligros, etc. El efecto era quedar
burlados, sin lograr nadie su intento. Dijo bien la
vieja, llegando el caso de prenderla por el rumor de
que era hechicera, cuando estaba ya postrada, sin
poder moverse, en una sucia y pobrísima cama:Si yo
fuera hechicera ni estuviera como estoy ni estuviera
aquí. Murió dentro de pocos días; con que no tuvo
lugar para darle el castigo que merecía por sus embustes;
que de hechicera tenía tanto como de linda.
7. Es, pues, de grandísima importancia, y aun necesidad,
mudar enteramente el concepto del vulgo
en esta parte, y persuadirle (lo que es verdad) que
las hechicerías son sumamente raras; que un hechicero
realmente tal es unarara avis in terra; que los
poquísimos o rarísimos que hay, tienen un poder
limitadísimo, no permitiendo Dios al demonio que
los auxilie, sino para una u otra cosa de leve importancia;
que antes que Cristo viniese al mundo era
mayor la facultad del demonio, y así había entonces
más hechiceros, y aun acaso hay hoy más en aquellas
tierras bárbaras donde no es venerado el nombre
de Cristo, mas no donde la cruz y el crucifijo tienen
a los demonios a raya; que en muchos libros se encuentran
infinitas patrañas en materia de mágica por
la facilidad de los autores en creer a gente embustera;
que muchos de los que han sido castigados por
hechiceros, sin serlo en realidad, fueron justamente
castigados: unos, porque hicieron obras o dijeron
palabras ordenadas a implorar el favor del demonio,
aunque éste no haya correspondido a sus ruegos;
otros, porque fingiéndose tales, hicieron caer en el
detestable crimen de pacto con el demonio a algunos
a quienes persuadieron podrían lograr por medio
de él lo[382] que deseaban; que en algunas regiones
o territorios hubo nimia facilidad en creer acusaciones
de hechicería, sobre que se puede ver lo que
hemos escrito en el tomo IV, discurso IX, número
15, 16, 17 y 18, y desde el 29 hasta el 32 inclusive.
Persuadido el vulgo a estas verdades, se evitarán
muchos atrocísimos pecados, pues los más resueltos
a sacrificar el alma a sus pasiones, se abstendrán de
solicitar pacto con el demonio, estando desesperanzados
de lograr por este medio sus designios.
8. Siendo inútiles por lo común, o casi siempre, los
filtros supersticiosos para conciliar el amor, los
naturales nunca dejan de serlo. Es lo mismo que
decir que no hay tales Filtros. Lo que aseguran los
autores dignos de fe, que han tocado este asunto, es
que el único efecto que se ha observado en las pociones,
o drogas destinadas a conciliar el amor, es
quitar el juicio o la vida, o juntamente uno y otro, a
las personas a quienes se aplicaron. Y no se entienda,
que aquí quitar el juicio, signifique inducir una
pasión amorosa, tan vehemente, que perturbe la
razón; sino causar una locura rigurosamente tal,
furiosa por la mayor parte, y totalmente inconexa
con los síntomas del amor. Léanse a este propósito
varias historias. Cornelio Nepos, citado por Plutarco,
dice que aquel famoso general Lucilo, célebre
por las muchas victorias que obtuvo sobre Mitrídates,
le quitó el juicio, y luego la vida una poción que
le dio el liberto Calístenes, a fin de ser amado de él.
Eusebio refiere que al poeta Lucrecio sucedió la
misma desventura, porque Lucila, su mujer, creyéndole
tibio y aun sospechándole infiel, con un filtro
quiso asegurar su buena correspondencia, el cual le
enfureció de modo que se quitó la vida. Aristóteles
cuenta de otro, a quien habiendo dado una mujer
una poción amatoria, al instante cayó muerto. De
Federico, duque de Austria, electo rey de romanos,
escribe Cuspiniano, que le quitó la vida otra mujer,
usando del mismo medio, no para que la amase a
ella, sino a su marido. De tiempos más cercanos a
nosotros se escriben también semejantes tragedias.
El autor del libroCaprices d'imagination refiere la
de un cordonero de Witemberg, que enloqueció y
murió loco por el mismo principio. Lo que cuenta
Bayle de Pedro Lotiquio, poeta alemán, y de no
vulgar erudición entre los protestantes, tiene algo de
singular. Hallándose éste en Bolonia, la huéspeda,
en cuya casa se aposentaba, estaba enamorada de un
eclesiástico, que vivía en la misma posada, pero que
no la correspondía; y para inducirle a amarla, le
preparó en la sopa, que había de tomar a medio día,
no sé qué droga amatoria. Eran compañeros de[383]
mesa Lotiquio y el eclesiástico; sucedió que para el
gusto de éste estaba la sopa demasiadamente crasa,
por lo que Lotiquio, que no era tan delicado, se
aprovechó de ella, pero con gravísimo daño suyo;
porque aunque revuelto luego el estómago, arrojó
por vómito parte del filtro, quedó lo bastante para
ocasionarle una fiebre peligrosísima, en que se le
cayeron todas las uñas, y aunque convaleció, quedó
siempre algo dañado.
9. Supongo que no todos aquellos ingredientes, en
quienes se ha imaginado virtud para conciliar el
amor, producen estos malos efectos; sí sólo éste o
áquel determinadamente, en quienes hay cualidad
venenosa, porque de algunos otros que se leen en
los autores, consta que no la tienen. Pero lo que de
unos y otros generalmente se debe asegurar, es que
ninguno tiene virtud atractiva del corazón. Porque
demos que haya tal medicamento que inmute la
temperie de un hombre, de modo que resulte de la
inmutación una índole muy amorosa o una furiosa
inclinación a la lascivia. Esta inclinación será general,
y no respectiva, y determinada al sujeto que le
dio la droga, porque para esta determinación no se
puede concebir influjo en ella.
10. En varios autores, antiguos especialmente, se
leen diversos ingredientes, a quienes se ha atribuido
esta quimérica virtud. El más decantado de todos es
elhippomanes. Pero este nombre se halla aplicado a
tres cosas diferentes. En unos autores significa una
cosa, en otros otra; pero a todas tres se atribuye la
virtud de conciliar el amor. Por justos motivos omito
hablar de los primeros y principales significados.
Recato a los lectores discretos un rasgo de erudición
curiosa, por evitar a los que no lo son algún tropiezo.
El tercer significado es una hierba. Con esta
significación se halla la vozhippomanes en algunos
autores. Pero ¿qué hierba es ésta? o ¿qué nombre
tiene entre los modernos la que llamanhippomanes
los antiguos? Aún no está decidido. Tres opiniones
he hallado sobre el asunto cuya disquisición nada
nos importa. Lo que conviene saber es que no hay
hierba alguna en el mundo capaz de producir un
grano de amor.
11. Sin embargo, muchos del vulgo están persuadidos
a que hay una hierba eficaz para esto. Y lo
peor es que haya autores que patrocinen este error
del vulgo. Con bastante disgusto mío he visto comprehendidos
en este número dos bien conocidos en
la república literaria. El primero es el Illmo. Sr. D.
Fr. Antonio Guevara. El segundo, Juan Bautista
Helmoncio.[384]
12. El Sr. Guevara en laVida del emperador Marco
Aurelio, que dio a luz como escrita por el mismo
príncipe, dice que éste conoció en la hierba llamadaflavia,
la cual nace en la isla Lethir, sobre el monte
Arcadio, la peregrina virtud de que cualquiera que
tocase con ella a otra persona, se hacía amar de ella
con una pasión vehemente, que jamás se extinguía,
y que el mismo emperador hizo la experiencia en
uno a quien tocó con el jugo de dicha hierba, y produjo
en él un amor grande, que se terminó en su
muerte.
13. Para demostrar a los lectores la ninguna fe que
merece esta narración, es menester ponerles delante
la desestimación grande que hacen los críticos de
los escritos históricos de este prelado, aunque sujeto,
por otra parte, dotado de ilustres prendas. D.
Nicolás Antonio dice que el Sr. Guevara dio a luz
sus propias ficciones, como que eran noticias halladas
en escritores antiguos; atribuyó a otros autores
narraciones que forjó él mismo y trató las historias
de todos los tiempos, como si fueran las fábulas de
Esopo o las portentosas invenciones de Luciano:
Illud commiseratione potius quam excusatione
indiget, talis famae virum putasse licere sibi ad
inventiones proprii ingenii pro antiquorum proponere,
et commendare, foetus suos aliis supponere ac
denique de universa omnium temporum historia,
tamquam de Aesopi fabulis, portentosive Luciani
narrationibus ludere. Y luego añade que el mismo
juicio hizo de los escritos del Sr. Guevara el Illmo.
Cano.
14. El gran Antonio Augustino en el Libro X de
susDiálogos sienta que Guevara fingió historias
romanas, y contó cosas que los mortales no habían
visto, ni oído; estampó sueños que en ningún autor
se hallan e inventó nombres de escritores a quienes
atribuirlos.
15. El jesuita Andrés Scoto en laBiblioteca Hispana
refiere que Pedro Rúa, doctísimo español, natural
de Soria, en tres largas y eruditísimas cartas que
escribió al Sr. Guevara confutó muchísimas ficciones
suyas:Antonii Guevarae (qui tunc solus doctrinae,
et eloquentiae arcem tenere videbatur) errores,
mendaciaque in historiis antiquorum, veteribusque
monumentis lapidum, et nummorum explicandis
egregie refellic. Añade el padre Scoto, que se admira
de que las cartas del Sr. Guevara hayan sido tan
aplaudidas, cuando están ya en la opinión de contener
(es hipérbole) tantas mentiras como cláusulas,
quae tot mendaciis, quod versibus scatere dicantur.
Y concluye insinuando, que aunque Rúa notó
muchos errores, son en mucho mayor número los
que dejó de notar:Rua itaque de tot millibus multa
indicavit, facemque praetulit, ne quis post hac credulus
in errorem induceretur.[385]
16. Por lo que mira a suVida de Marco Aurelio,
que es la obra que nos condujo a esta crítica, el famoso
crítico Gerardo Juan Vosio, a quien citándole,
insinúan dar asenso don Nicolás Antonio y Pedro
Bayle, sienta que aquella obra toda es supuesta por
dicho prelado, sin tener cosa alguna del autor a
quien la atribuye:Vita illa Marci Aurelii Antonini,
quae ab Antonio Guevara, Mindoniensi Episcopo
Hispanice, edita est, eaque e lingua in alias permultas
translata fuit, nihil Antonini habet, sed tota est
supposititia, ac genuinus Guevarae ipsius foetus,
qui turpiter os oblevit lectori, plane contra officium
hominis candidi, maxime episcopi.
17. No sin dolor he manifestado el concepto que
reina entre los eruditos, de la poca veracidad histórica
del Illmo. Guevara, varón, por otra parte, muy
digno de la común veneración. Pero fuera de que la
obligación de desengañar al público debe prevalecer
a cualquier particular respeto, pertenece con propiedad
al asunto de mi obra impugnar la estimación
que se da a las noticias históricas del Illmo. Guevara,
por ser dicha estimación, o el concepto en que se
funda la estimación, un error común y popular.
Añádese que la materia que aquí estamos tratando
ofrece un motivo especial y de mucho peso para
desautorizar con los lectores la cualidad de historiador
del Sr. Guevara. Fácil es conocer cuánto importa
desterrar del vulgo la persuasión de que hay hierbas
que tengan virtud de conciliar el amor, para
evitar a muchos el riesgo de inquirirlas, perdiendo
en esta investigación el tiempo, el honor y aun el
alma. Para lograr este fin, es preciso mostrar que no
es fidedigna laHistoria de Marco Aurelio, dada a luz
por el Illmo. Guevara; porque si lo fuese, como en
ella se introduce el mismo emperador, certificando
por experiencia propia la eficacia de la dicha hierba
flavia para ganar los corazones, y por otra parte la
conocida gravedad y entereza de Marco Aurelio es
un fiador de su veracidad, habría un gran fundamento
para creer la existencia y virtud de dicha hierba.
No obstante, si alguno quisiere defender que todo lo
que escribió de historia tan ilustre prelado, se debe
presumir lo copió de otros autores, no lo impugnaré,
como se me conceda, que lo copió de autores fabulosos.
Entretanto, quisiera saber en qué parte del
mundo están la isla Lethir y el monte Arcadio, donde
nace la hierbaflavia; porque ni el nombre de esa
isla ni de ese monte pude hallar en los diccionarios
que tengo.
18. El segundo autor que nos asegura haber o hierba
o hierbas conciliativas del amor es Juan Bautista
Helmoncio. Dice este autor*,[386] que hay una
hierba (nada rara, antes que a cada paso se encuentra),
la cual, si alguno toma en la mano, y la tiene en
ella hasta que tome algo de calor, y después con la
mano así caliente, cogiendo la de otra persona, la
detiene hasta calentarla un poco, al momento la
inflama en su amor. Añade Helmoncio que aún en
un perro comprobó esta verdad; pues habiendo, con
el requisito expresado, cogido un pie del bruto, éste
le siguió, dejando la ama que tenía, aunque no le
había visto jamás, y muchas noches estuvo aullando
delante de su aposento.
19. Para conocer cuán indigno de fe es Helmoncio,
véase lo que hemos escrito de él en el Tomo III,
discurso II, número 34. Y sobre aquello aún tenemos
no poco que añadir. Fue Helmoncio apasionadísimamente
inclinado a referir virtudes prodigiosas,
ya de la naturaleza, ya del arte, que no hay, ni
en el arte, ni en la naturaleza. Buena prueba es de lo
primero, lo que afirma, como indubitablemente
comprobado con muchos sucesos, de la increíble
virtud de la piedra turquesa (supongo que eso significa
la vozturcois de que usa), que el que la trae
consigo, aunque caiga de una gran altura, no padece
la menor lesión, porque el efecto del golpe se transfiere
enteramente a la piedra. Después de referir tres
casos, nombrando los sujetos a quienes sucedió,
trayendo la piedra en un anillo, siendo precipitados
de sitio eminente, hacerse pedazos la piedra, sin
padecer ellos algún daño; añade que podría referir
otros diez casos semejantes:Possem adhuc decem
casus similes referre; sed dicta sufficiant, quoniam
exinde constat gemmae virtutem magnam esse praeservandi
a lesione, et transferendi ictum in se.**
Que hable de la piedra que llamamos turquesa, que
de otra cualquiera, ¿quién no ve que es quimérica la
virtud que le atribuye?
20. Lo segundo se califica sobradamente con los
milagros médicos que publicó de sualkaest y de la
piedra de Buthler.Alkaest, voz química, significa
menstruo o disolvente universal; esto es, que tiene
virtud para desatar todas las substancias corpóreas,
reduciéndolas a sus primeros principios o materia
primigenia, de que se forman. En algunos autoresalkaest
es voz genérica, común al disolvente universal
y a los que sólo lo son respecto de este o aquel mixto;
mas ésta es mera cuestión de nombre. El primero,
que se jactó de poseer el gran secreto de alkaest
o disolvente universal, fue Paracelso, y el segundo,
su sectario Helmoncio, calificándole de remedio
universalísimo y eficacísimo para todo género de
enfermedades, en lo cual sin duda mintió; pues sobre[
387] la dificultad y aun imposibilidad que se
representa en que haya algún remedio universal,
consta, como ya notamos en el lugar citado arriba,
que Helmoncio no pudo curar varias enfermedades
que eran absolutamente curables; por consiguiente,
su alkaest no tenía la virtud que él predicaba, o él no
tenía tal alkaest.
21. De la piedra medicinal de Butler no quedó más
noticia, que la que dio el mismo Helmoncio. Era
Butler un quimista Irlandés, a quien trató y con
quien trabó amistad Helmoncio en Flandes. Éste,
según la relación de Helmoncio, curaba todas las
enfermedades con una piedra, no natural, sino ficticia,
de tan rara eficacia, que una gota del aceite en
que se infundiese por breve tiempo la piedra, aplicada,
ya a la punta de la lengua, ya a otra alguna
parte del cuerpo, prontamente sanaba aun enfermedades
envejecidas, radicadas en lo íntimo de la
complexión, y rebeldes a todos los demás remedios.
Esta noticia sobre tener contra sí los argumentos que
prueban la imposibilidad de remedio universal, padece
nuevas dificultades en la minutísima dosis del
remedio, su leve aplicación y su prontísimo efecto.
Añádese (y ésta es una consideración de gran peso
para reputar la narración fabulosa) que ningún escritor,
exceptuando Helmoncio y los que citan a Helmoncio,
hace memoria ni de aquel admirable quimista
ni de su admirable piedra. Yo, por lo menos,
aunque he leído en muchos la noticia de Butler, y de
las prodigiosas curaciones, que obraba con su piedra,
ninguno he visto que hable sino fundado en la
testificación de Helmoncio. ¿Cómo es posible que
en un tiempo en que la Europa estaba llena de escritores
médicos, muchos no conociesen por sí mismos,
y tratasen a un quimista que andaba vagueando
fuera de su tierra y haciendo curas admirables? ¿Ni
cómo es posible, que conociéndole muchos, ninguno,
a la reserva de Helmoncio, quisiese estampar tan
portentosa raridad?
22. Así no se puede dudar de que Helmoncio, aunque
tuvo un genio particularísimo para la medicina,
y ya por su mayor habilidad, ya por su mayor osadía,
hizo varias curaciones que juzgaban imposibles
otros médicos (bien que juntamente es harto verosímil
que muriesen algunos a sus manos, que vivieran,
sino hubieran caído en ellas); no se puede dudar,
digo, que tuvo mucho de charlatán. Por lo que
dijo de él Sebastián Scheffer***,multum certe fallitur,
qui ejus credit jactabundis vocibus. Y el célebre
Boerhaave**** prueba largamente[388] lo mismo;
añadiendo, que en sus escritos, los cuales repasó con
gran cuidado, halló innumerables contradicciones.
Por lo que se debe considerar este autor totalmente
indigno de fe en lo que refiere de la hierba amatoria
como en otras muchas cosas.
23. Tales como hemos visto, son los autores, que
por experiencia nos aseguran la eficacia de alguna
hierba para conciliar el amor.
24. Aun de mucho mayor desprecio son merecedores
aquellos secretistas ridículos que recomiendan
esta virtud en algunas piedras, anillos y otras cosas.
Un librito con el títuloDe Mirabilibus que ha corrido
debajo del nombre de Alberto Magno, obra sin
duda de algún insigne embustero que quiso darla
curso al favor de tan esclarecido nombre, hizo creer
a gente simple esta y otras monstruosas patrañas que
después, citando a Alberto, copiaron Wequero, Mizaldo
y otros autores de secretos. Allí se halla que la
piedra de la águila tiene la preciosa virtud de que
hablamos; lo mismo el corazón de la golondrina; lo
mismo el de la paloma. Dicho libro está condenado
por el Santo Tribunal, y declarado también, que no
tiene por autor a Alberto Magno; lo que es evidentísimo,
pues no se ha escrito jamás igual colección de
fábulas ridículas con título deSecretos admirables.
25. La de anillos construidos debajo de tal o cual
aspecto, de estos o aquellos astros, con cuyas notas
o figuras se sellan, y eficaces, por la virtud comunicada
de ellos, para atraer las voluntades, curar dolencias,
etc., ha logrado alguna aprobación entre no
pocos dominados de una especie de fanatismo astrológico,
que imaginan influencias misteriosas y una
armonía como mágica entre los cuerpos celestes y
sublunares. A esto aluden dos dísticos de Hugo Grotio,
contenidos entre otros muchos, que hizo en elogio
del anillo:
Annule, qui pestem, faedumque arcere venenum
Pectore, qui philtri crederis esse loco:
Annule, qui magica non servis inutilis Arti,
Cum tua sideris est rota picta notis.
26. No fue hombre Hugo Grotio, cuyo carácter dé
lugar a la sospecha de que creyó lo que estampó en
estos versos, de que los anillos sellados con notas
astrológicas, tengan virtud para curar enfermedades
y eficacia de filtros amatorios. En vez de ser de tan
fáciles creederas aquel famoso Holandés, incidió en
errores perniciosísimos por nimiamente incrédulo.
Pero habló según la opinión de muchos que erradamente
lo entendieron así; y escribiendo en alabanza
de los anillos, como poeta, no se le debe culpar que
introdujese algunas fábulas en el elogio.[389]
27. Gayot de Pitaval en el tomo XIII de lasCausas
célebres refiere una historieta graciosa, concerniente
a la virtud de los anillos, para el efecto de que tratamos,
la cual dice leyó en un autor contemporáneo
de Carlo Magno, persona principal en el asunto de
dicha historieta. Fue el caso que habiendo fallecido
una concubina de Carlo Magno, a quien aquel príncipe
amaba con extremo, perseveró en él la misma
pasión en orden al cadáver; de modo que no podía
apartarse de él. Pasáronse algunos días, en cuyo
espacio el cadáver llegó a aquel grado de corrupción
en que ya era intolerable su hedor; pero insensible a
él Carlo Magno, y sólo sensible a la llama amorosa
que ardía en su corazón, no podía apartar el cuerpo
ni los ojos de aquel objeto, cuya presencia era el
único alivio que podía lograr en su dolor. Un obispo,
notando un anillo que tenía la difunta en un dedo,
y sospechando que acaso del anillo procedía la
pasión del Emperador por haberse construido con
las observaciones astrológicas necesarias para tal
efecto, se le quitó y le trasladó a un dedo suyo. Al
punto que lo hizo, sintió el Emperador la infección
del cadáver y lo hizo enterrar; pero todo el afecto
que antes tenía a la difunta concubina, mudando de
objeto, se transfirió a aquel prelado; de modo que ya
no podía sufrir que se apartase de sus ojos. Asegurado
entonces el obispo de la virtud mágica del anillo,
le arrojó al Rhin. Mas ¿qué sucedió? La virtud
magnética del anillo a cualquier parte donde iba,
llevaba consigo arrastrado el corazón de Carlo
Magno. Olvidado ya enteramente de la concubina y
del obispo, sólo al río, donde se había sumergido el
anillo, miraba con amor y todo su deleite era pasearse
a las márgenes del Rhin, enfrente del sitio donde
se había arrojado el anillo.
28. Gaspar de los Reyes, citando al Petrarca, refiere
el mismo suceso con alguna variedad en una u
otra circunstancia. El anillo, según este autor, no
estaba en la mano sino debajo de la lengua de la
concubina. El prelado que descubrió que él era la
causa de la extraordinaria pasión del Emperador fue
el arzobispo de Colonia, de quien dice que lo supo
por revelación. De la experiencia de la virtud del
anillo, ni en el prelado ni en el Río, nada dice Reyes;
de que infiero que nada de esto halló en el Petrarca.
29. Si esta historia fuese capaz de que se le diese
alguna fe, ya se ve que debiéramos preferir la relación
de Pitaval a la de Reyes, porque aquél dice
haberla leído en autor contemporáneo a Carlo Magno,
y éste en autor posterior a Carlo Magno algunos
siglos. Pero una fábula[390] ¿qué importará que se
cuente de este o aquel modo? Es de discurrir que
esta variación dependió de que el Petrarca, habiendo
leído aquella narración en algún autor antiguo, o el
mismo, o distinto de aquél donde la leyó Pitaval; y
considerando que la circunstancia de transferirse el
amor de la concubina al prelado y del prelado al río,
le daba un carácter sensibilísimo de patraña, dejó
fuera dicha circunstancia para hacer la historia creíble;
a lo que conducía también añadir que el arzobispo
había conocido la causa de aquel extraordinario
afecto por revelación, lo que de otro modo era
difícil.
30. Mas dirá alguno: ¿por qué no se ha de creer a
un autor contemporáneo al suceso? Respondo lo
primero, porque el suceso es inverosímil. Respondo
lo segundo, porque no tenemos certeza de que el
autor fuese contemporáneo, aunque suene serlo.
¡Cuántas historias se han supuesto a autores antiguos
que no tuvieron alguna parte en ellas! Respondo
lo tercero, que la circunstancia de contemporáneos
no debe hacer mucha fuerza para dar asenso a
aquellos autores que escribieron antes que hubiese
imprenta; como ni tampoco a aquellos, que después
que la hay, no escriben para imprimir. La razón es,
porque los manuscritos de unos y otros suelen estar
reservadamente depositados en la mano de sus autores
mientras éstos viven, y aun mucho tiempo después
de su muerte en las de amigos o herederos; con
que, por dos capítulos se puede desconfiar de ellos.
El primero, porque un autor que escribe lo que juzga
se ha de leer mucho tiempo después de su muerte,
tiene alguna probabilidad de que no se le puede
probar lo contrario de lo que escribe; fuera de que
no sentirá mucho que le tengan por mentiroso cuando
ya no existe en la tierra. El segundo, porque
aquellos en cuyas manos quedan los escritos, pueden
adicionar, quitar o alterar en ellos cuanto quisieren.
31. Por estos motivos, yo no hago aprecio de aquellos
manuscritos históricos, en que se refieren acciones
ocultas o causas ocultas de acciones manifiestas
de algunos príncipes o personajes señalados
en el mundo, que florecieron algún tiempo ha,
siempre, o por la mayor parte en deshonor suyo; v.
gr., las relaciones manuscritas del modo y causas de
la muerte del príncipe Carlos, hijo de Felipe II, de
los motivos de la desgracia de Antonio Pérez, del
pastelero de Madrigal, etc., por más que infinitos
hagan especial estimación de tales manuscritos, con
preferencia las mejores historias impresas. Cuanto
mayor representación hacen los hombres en el mundo,
ya sea por su fortuna, ya por su mérito, tanto
mayor número de enemigos tienen; y[391] entre esta
multitud de enemigos, es fácil se hallen algunos que
quieran saciar su odio, su venganza o su envidia,
infamándolos con la posteridad. Hay también quienes,
sin motivo especial de malevolencia, sólo por
dar satisfacción a su maligna índole, echan borrones
sobre la fama de hombres ilustres.
32. Ni logran conmigo más aceptación lasanécdotas
(o historiasinéditas de cosas ocultas), que están
impresas con nombre de autor. ¿Qué fiador tiene de
su veracidad el que las escribe? Tales escritos siempre,
o casi siempre, son satíricos. ¿Por qué he de
creer verídico a quien me da motivo para juzgarle
mal intencionado? Procopio, príncipe de los anecdotistas,
porque fue el primero que escribió historia de
este carácter, en ella hace un infierno de la aula del
emperador Justiniano, pintándolos a él y a su mujer
Teodora como dos monstruos compuestos de todos
los más horribles vicios, habiendo en las demás
obras, que entonces permitió a la luz pública, representándolos
dos modelos de virtud. O mintió en uno
o en otro. ¿Qué asenso debe darse en nada a un autor
que no puede evitar la nota de mendaz? Acaso
mintió en uno y otro extremo: en uno por adulador,
en otro por maligno; siendo lo más verosímil y más
conforme a otras historias, que aquellos dos príncipes,
ni fueron tan malos ni tan buenos. Quizá podrá
salvarse el honor de Procopio con la evasión de que
la historiaanécdota, que anda con su nombre, no es
suya. No es ésta sospecha tan ajena de fundamento
que no haya tenido cabimiento en algunos hombres
muy doctos, según afirma Guillermo Cave*****:
Tanta in ea ubique scatet fortiter conviciandi
libido, tanta mendaciorum inverecundia, a
solita Procopii gravitate alienissima, ut supposititium
esse opus, et Procopio falso inscriptum viri
doctissimi opinati sint. Esta contingencia, la cual es
casi transcendente en esta especie de escritos, bastaría
como ya insinuamos arriba para desconfiar de
ellos, aun cuando no mereciesen la desconfianza por
otros capítulos. ¡Cuán fácil es que un hombre de
buena habilidad y mala intención componga una
historia satírica, y la dé a luz debajo del nombre de
algún autor conocido contemporáneo a los sujetos
infamados en ella! Muchos de los escritos, que con
título de memorias corren en las naciones, especialmente
en la Francia, están reputados entre los
sujetos de algún discernimiento por partos supuestos
a los autores, bajo cuyos nombres se publicaron.
33. El aprecio que se hace de tales escritos, no
nace tanto de depravación[392] del gusto como de
corrupción de la voluntad; o acaso diremos mejor,
que de la corrupción de la voluntad nace la depravación
del gusto. ¿Qué humanidad, qué rectitud, qué
amor a su propia especie, a sus hermanos mismos,
hay en el corazón de un hombre que se complace en
ver publicar las acciones torpes de otros hombres?
¿No podremos decir con algo de razón que no es
sangre humana, sino de víboras y alacranes, la que
circula por sus venas? Así, para todo hombre de
razón, cualquiera que con solicitud busca escritos
satíricos, que los lee con deleite, que los publica,
que los copia, que los aplaude, tiene hechas las
pruebas de ánimo maligno, intención torcida y conciencia
estragada.
34. Los libelos o escritos difamatorios de príncipes
u otras personas, por cualquier título ilustres, logran
más general aceptación, porque induce a ella un
principio vicioso muy común. El amor propio, la
estimación que hace cada hombre de sí mismo, le
inclina a mirar con una especie de displicencia o
enfado todos aquellos que son más que él, en el
aprecio del mundo, por representárseles que la magnitud
de la estatura ajena disminuye a los ojos de los
demás hombres la suya. De aquí viene la complacencia
de ver publicar sus faltas, porque le parece,
que cuanto se les quita de honor, se les rebaja de
tamaño.
35. Como la aceptación de historiasanécdotas y
satíricas es también un error común y comunísimo,
fue justo aprovecharme de la oportunidad que me
dio la historieta de Carlo Magno para corregirle. Y
volviendo a ella, añado, que podíamos permitir su
verdad, sin perjuicio de lo que establecemos en orden
a la falsedad de los anillos amatorios, suponiendo,
que la influencia del de la concubina de aquel
emperador fuese no natural, sino diabólica. Tenemos
por quimérica aquélla; juzgamos posible ésta.
Cuantos astros hay en las esferas celestes, barajados
según todas las combinaciones imaginables, es delirio
pensar que puedan imprimir en un anillo, ni en
otra cosa, eficacia alguna para producir una mínima
dosis de amor en el corazón humano. Tampoco el
demonio, si se mira bien, se la puede dar; pero puede,
mediante el pacto, ser el anillo condición para
que el demonio induzca en los órganos corpóreos tal
disposición, que sirva a inflamarse en un vehementísimo
amor el sujeto.
36. Este caso, digo, es posible; pero juntamente
rarísimo, como dejamos bien advertido arriba. Así,
nadie se deje engañar del común enemigo en materia
de tanta importancia. Hombres depravados, cuyo
único anhelo es solicitar a todo riesgo la satisfacción
de vuestras pasiones, sabed, que Dios muy rara vez
permite, que el demonio, por medio del pacto, coopere[
393] al cumplimiento de vuestros detestables
antojos. Aun el demonio mismo quiere vuestra ruina,
mas no vuestro deleite. Así, cuando le solicitéis
a favor de vuestro apetito, os quedaréis burlados,
con la carga de tan horrible pecado, y sin el logro
del fin pretendido.
37. Por conclusión, no me parece inútil proponer a
este propósito el dictamen de Gayot de Pitaval, sujeto,
cuyo voto, por su ciencia, discreción, juicio y
conocimiento práctico del mundo, que le adquirió el
ejercicio de abogado del parlamento de París, y la
residencia en el gran teatro de aquella ciudad, parece
es acreedor a algún particular aprecio. Este autor,
habiendo en el tom. 13 de lasCausas célebres, tratado
de la Magdalena de la Palude, acusada de haber
practicado hechizos amatorios y castigada por ello a
la mitad del siglo pasado; con ocasión de este proceso,
en seis conclusiones manifiesta su sentir en general
sobre esta materia, el cual referiré con sus
mismas voces; advirtiendo primero, que los tres
sujetos que nombra en la sexta conclusión, uno de
ellos la expresada Magdalena de la Palude, todos
fueron acusados y sentenciados por usar de hechizos
amatorios, y trata sus causas a la larga en algunos de
sus libros.
38. Primeramente, dice: «Estoy persuadido a que
los hechizos son posibles; pero juntamente creo que
son muy raros, y que lo más seguro es disentir a la
mayor parte de las historias que tratan de ellos.» 39.
«Lo segundo siento, que hay efectos preternaturales
que tienen tal carácter, que por él se conoce, que no
pueden ser atribuidos a Dios ni a los buenos ángeles.
»
40. «Lo tercero creo, que los ángeles malos, a
quienes estos efectos extremamente raros pueden
atribuirse, tienen un poder muy limitado, que no
pueden hacer todo lo que quieren y cuando quieren.
Tal es la victoria que Cristo consiguió sobre las
potestades infernales. Él las tiene encadenadas y no
las deja apoderar de nosotros, sin embargo de nuestros
desreglamentos, sino en algún caso particular.
Son impenetrables los designios de Dios; pero,
vuelvo a decirlo, estos casos excesivamente raros.»
41. «Lo cuarto, los efectos admirables, en quienes
vemos señales que nos mueven a juzgar que el demonio
los causa, pueden tener su origen en el mecanismo
de la naturaleza, no obstante que algunos
físicos no puedan comprehender cómo es esto.Sin
embargo, hay algunos efectos, que evidentemente
exceden la facultad de todas las causas naturales,
como suspenderse algún tiempo considerable en el
aire; saber lo que a determinado punto sucede en
regiones distantes, etc. Substituimos[394] esta excepción
a otra equivalente, mas no tan clara, que
pone el autor.»
42. «Lo quinto, viniendo a los ejemplos que he
referido, digo, que no se puede dudar de la inocencia
de Urbano Grandier, en orden al crimen de
hechicería de que fue acusado, no habiéndose alegado
contra él más que las testificaciones de unas
energúmenas fingidas. Aun cuando lo fuesen verdaderas,
sería nula la prueba. Si el demonio, por su
carácter de seductor y mentiroso, no sería testigo
suficiente, los energúmenos, que lo representan,
tampoco pueden serlo.»
43. «Por lo que mira a Luis Gaufridi (este es un
sacerdote condenado al fuego por el parlamento de
Provenza, de cuyo proceso trata el autor en el sexto
tomo), he observado que monsieur du Vair, presidente
del parlamento, no le creía hechicero; pero fue
justamente condenado, por haber seducido a Magdalena
de la Palude y otras mujeres, abusando para
este efecto de la confesión sacramental, y por[395]
su voluntad desreglada y corazón corrompido, que
la había hecho hechicero de imaginación, tan criminal
como si realmente lo fuese, pues inducía a otros
para hacer operaciones mágicas y dar culto al demonio.
»
44. «En cuanto a Magdalena de la Palude, no veo
en el proceso que se le hizo, pruebas evidentes de
que fuese mágica, pero tuvo esta reputación; y los
jueces, haciendo juicio de que tenía un corazón corrompidísimo,
y que esta corrupción era contagiosa
y podía producir grandes males, en la obscuridad de
las pruebas de magia, tomaron por el partido más
seguro condenarla a cárcel perpetua.»
45. «Lo sexto, en las historias raras de mágicos
verdaderos es menester purgarlas de muchas fábulas
sobreañadidas a la verdad. De este número son los
congresos nocturnos, que se dice hacen las brujas
todos los sábados.»
46. «La opinión de que los hechiceros pierden todo
su poder, luego que les echa mano la justicia, no sé
qué fundamento tiene. Su facultad, no siendo permanente,
sino accidental, cesa muchas veces que
estén en poder de la justicia, que no. Estos son, en
materia de hechicerías, mis sentimientos, los cuales
se conforman con lo que enseña la religión católica
que profeso. Hasta aquí el autor alegado.»
*Ap. Joan. Zahn, tom. 2.Mundi mirab.
**Apud eumdemJoan. Zahn,ubi sup.
***Apud Prope Blount in Helmoncio.
****In Prolegom. ad Institutiones chemiae
*****Apud Prope-Blount in Procopio.
8.
1. Aunque hemos despreciado como inútiles las
evacuaciones médicas para el efecto de curar la
pasión amorosa, la equidad pide que no disimulemos
algunos sucesos, que después hemos leído, y
pueden hacer alguna fuerza por la opinión contraria.
Monsieur de Segrais, en susAnécdotas, refiere dos
de este género, que son los siguientes.
2. Aquel gran guerrero de la Francia, el príncipe de
Condé, estaba apasionadísimo por una señorita (madamusela
de Vigean). Sucedió que en una enfermedad
peligrosa que padeció le sangraron tantas veces
que apenas le dejaron gota de sangre. Esta era la
moda curativa, o la furia exterminativa de los médicos
franceses en aquel tiempo. Al fin, el príncipe
sanó, y no se acordó más de la madamusela. A los
que se le manifestaban admirados de esta mudanza
decía que, sin duda, su amor todo estaba en la sangre,
pues a proporción que se la habían ido quitando,
el amor se le había ido desvaneciendo.
3. El segundo caso que refiere monsieur de Segrais,
por las extrañas circunstancias que dieron
ocasión a la cura de la pasión del enamorado, más
parece aventura de novela que suceso real. Ciertamente,
el caso es digno de llegar a la noticia de todos,
para que se vea cuánto ciega y a qué precipicios
trae esta pasión loca que el mundo llama amor.
4. Un caballero alemán, enamorado de una señora
muy principal, le significó su pasión, que fue más
bien escuchada que debiera. Resolviose la señora a
darle la ocupación de mayordomo de su casa para
tenerle en ella sin escándalo. El afecto de parte de la
señora no fue de mucha duración. Pasado algún
tiempo tuvo la ligereza de prendarse de otro sujeto
en el mismo grado que lo estaba antes de su mayordomo.
Éste, no pudiendo sufrirlo, dio quejas tan
ásperas a la señora, que ella, irritada, le arrojó de su
casa con prohibición de ponerse jamás en su presencia.
El desdichado amante estaba tan perdido y tan
intolerable de la ausencia, que a pocos días se entró
por la casa de la señora, y penetrando hasta su gabinete,
se arrojó a sus pies, suplicándola le perdonase
y restituyese a su gracia. La señora, con ira y desprecio,
le mandó que se retirase. Aquí entra lo singular
de la historia. El pobre, traspasado de dolor,[
399] le protestó serle imposible obedecerla en
aquella parte, añadiendo que más querría morir a sus
manos que apartarse de su presencia, y al decir esto,
desenvainando la espada que traía al lado, se la presentó
para que dispusiese de su vida. ¡Portentosa
transmutación de amor en odio! Mas ¿de qué extremos
no es capaz un corazón que sin rienda se abandona
al ímpetu de sus pasiones? La señora, tomando
la espada y arrojándose furiosa, le dio dos grandes
estocadas, y aunque no se siguió a ellas la muerte,
no pudo convalecer sino después de una larguísima
curación, de lo que fue el principal motivo la mucha
sangre que vertió por las heridas; porque parece que
después de recibirlas se tardó considerablemente en
acudir a atajarla. El conde de Harcourt, a quien el
caballero debió especial cuidado en su curación,
testificó a monsieur de Segrais, que después de sano
miró siempre con tanta indiferencia a la señora,
como si nunca la hubiese amado.
5. En el segundo tomo de lasMemorias eruditas de
don Juan Martínez Salafranca se refieren otros dos
casos al mismo propósito, citando como testigo de
ellos al Illmo. y sapientísimo Huet; bien que en el
segundo sólo a un sudor copioso se atribuyó la terminación
crítica, tanto de la enfermedad del alma
como de la del cuerpo.
6. Sin embargo, me inclino a que no se evacuó en
aquellos casos con las evacuaciones médicas la pasión
amorosa. Lo más verosímil es que, entregada el
alma totalmente, por tiempo considerable, al gravísimo
cuidado que ocasiona el riesgo de la vida en
una aguda enfermedad, desatendiéndose entretanto
el objeto de la pasión, viene a desvanecerse ésta
enteramente. Tal vez se deberá la cura de esta dolencia
únicamente a la divina gracia, obtenida por
las diligencias cristianas que se ejecutan en las enfermedades
peligrosas.
9.
Si el salto de Leucadia, tan famoso entre los antiguos
para curar la pasión amorosa, tenía la eficacia
que ellos le atribuían, es para mí cierto que ésta
dependía del mismo principio de donde en el número
citado y siguientes dedujimos el modo de curar
esta dolencia; conviene, a saber, la fuerza que tiene
un objeto terrible, presentado a la imaginación, para
extinguir en el cerebro y, por consiguiente, en el
corazón los movimientos que excita el objeto del
amor. Por ser el salto de Leucadia, como remedio
del amor, uno de los asuntos más curiosos que ocurren
en la antigua Historia y tener aquí lugar oportuno;
creo que no se me desestimará el que dé noticia
de él, tratándole críticamente con alguna extensión,
pues aunque éste ciertamente nada conducirá para la
curación de los enamorados, servirá a la curiosidad
y erudición de los lectores.
Disertación sobre el salto de Leucadia
§. I
1. Es Leucadia una isla del mar Jonio, de cincuenta
millas de circuito, colocada enfrente del istmo que
divide la Acaya del Peloponeso. Retiene aún, con
poca o ninguna corrupción entre los modernos griegos,
el nombre de Leucadia, que la daban los antiguos,
bien que nuestros geógrafos más comúnmente
la apellidan Santa Maura, derivando a toda la isla el
nombre que es propio de su ciudad capital. Termínase
Leucadia, por la parte de mediodía, en un promontorio,
compuesto de escarpadas rocas, que se
avanza sobre el mar a una gran altura; y éste es el
sitio donde hallaban su remedio[412] los míseros
amantes, que padeciendo la infelicidad de no ser
correspondidos, ni podían sufrir ni extinguir de otro
modo el fuego que les devoraba las entrañas. El
remedio consistía en arrojarse de aquella eminencia
sobre las ondas, a lo que se dio ya el nombre delSalto
de Leucadia, ya elSalto de los Enamorados. Ya
se ve que esto era peligrosísimo, siendo lo más natural
costar la vida el arrojo, mayormente cuando los
escritores nos pintan elevadísima aquella cumbre.
Pero se usaba de la precaución de tener cercado de
barcos el sitio donde había de caer el que se precipitaba,
para acudir a salvarle en caso que no llegase ya
al agua muerto, o muriese del golpe.
2. Un rito supersticioso, que se practicaba en aquella
isla, da motivo para conjeturar, que la precaución
dicha no era la única de que se usaba para salvar la
vida de los enamorados que venían a curarse. Todos
los años, en un día determinado, arrojaban de aquella
cumbre un delincuente, lo que observaban como
un sacrificio expiatorio, a fin de precaverse de los
males de que estaban amenazados. Pero al mismo
tiempo se hacía lo posible porque no pereciese;
porque no sólo le esperaban barcos abajo para socorrerle,
mas prendían de su cuerpo muchas plumas y
aun aves vivas, para que la caída fuese lenta. Digo
que se hace verosímil, que con los enamorados, que
voluntariamente venían a arrojarse, se practicase lo
mismo. Es verdad que éstos usaban de otra precaución
singular. Había sobre el promontorio un famoso
templo de Apolo, de que hace mención Virgilio
en el tercero de laEneida:
Mox, et Leucatae nimbosa cacumina montis,
Et formidatus nautis aperitur Apollo.
A este templo acudían primero devotos con sacrificios,
los que iban a curarse con el tremendo salto,
implorando la protección de la deidad que se veneraba
en él, para evitar que fuese mortal la caída.
Pero la confianza que tuviesen en su patrocinio no
sería tanta, que les hiciese despreciar esta otra diligencia.
3. Los mismos escritores que dan estas noticias,
refieren varios casos, ya faustos, ya infelices, de
amantes, que fueron a buscar en aquel precipicio su
remedio. De unos, que perdieron la vida; de otros,
que se salvaron; pero sentando como cierto, que los
que se libraron de la muerte, se libran también del
amor. Hubo experiencias en uno y otro sexo; pero
en el femenino todas infelices. Cuéntanse entre los
hombres, Deucalion, marido de Pirra; Fobo, hijo de
Foceo; el poeta Nicóstrato, amante de Tettigidea;
otro poeta, llamado Charino, abrasado en[413] una
abominable pasión por el eunuco Eros, copero de
Antíoco Eupator, rey de Siria; un cierto Macés,
natural de Butrota, de quien se refiere la insigne
singularidad, que habiendo recaído diferentes veces
en la dolencia amorosa, no sé si con el mismo o con
diferentes objetos, cuatro veces dio el salto, y todas
cuatro logró la mejoría deseada. De las mujeres se
cuentan, entre otras, dos famosísimas en la antigüedad,
la sabia Safo y Artemisa, reina de Caria. Ésta
es, en suma, la historia del famoso salto de Leucadia.
Reflexionémosla ahora con algo de cuidado,
porque la materia es muy digna de crítica.
§. II
4. Monsieur Hardion, de la academia real de Inscripciones
y Bellas letras, a quien en parte debo
estas noticias, no pone duda alguna en los hechos
referidos. «Paréceme (dice) que no se puede dudar
de la verdad de los hechos; porque fuera de que son
testificados por un gran número de autores, el remedio
no se mantendría mucho tiempo en crédito, si no
hubiese curado a persona alguna; y la experiencia
era muy costosa, para que nadie se arrojase a ella sin
fundar su esperanza sobre algunos ejemplares incontestables
». Pero yo hallo mucho que dudar en lo
que se le representa indubitable a monsieur Hardion.
5. Lo primero, siendo tan enorme la altura del peñasco
(pues aunque ésta no se determina con medida
señalada, convienen los autores en que es tanta,
que la cumbre está comúnmente escondida entre las
nubes, o lo que coincide, cubierta de nieblas), se
hace increíble, que el salto dejase jamás de ser mortal,
aunque fuese bien pertrechado de aves y plumas
el que se precipitaba; y las aves es manifiesto que
serían totalmente inútiles, porque desde el principio
del descenso, el cuerpo precipitado, que las arrastraba
consigo, las cortaría el impulso y dejaría ineptas
al vuelo, de modo que ni aun podrían jugar las alas
aquello que era menester para retardar algo el movimiento
hacia abajo. Fuera de que es natural, que
aturdidas, se dejasen caer como si fuesen cadáveres.
§. III
6. Lo segundo, los autores que se citan no son tantos
ni tales, por más que monsieur Hardion ostente
su multitud, que puedan obligarnos al asenso en
hechos de esta naturaleza. Cita monsieur Hardion
los mismos que había citado antes monsieur Bayle
en suDiccionario Crítico, (véaseLeucade); y todos,
sacando fuera los poetas que no hacen fe y los que
se fundan únicamente en el testimonio de los poetas,
no pasan de dos, y éstos hablan de distintos casos.[
414]
§. IV
7. Lo tercero, algunos de los hechos carecen de
verosimilitud. Determinamos dos, el de Deucalion y
el de Artemisa. De Deucalion se dice, que fue a
curar con el salto de Leucadia, no algún amor impuro,
sino el lícito, que tenía a su esposa Pirra; el cual,
aunque permitido por ser vehementísimo, le inquietaba
y afligía, y que en efecto logró la curación que
deseaba. Mucha credulidad ha menester esta noticia.
Un amor tan ardiente, tan activo, de condición, digámoslo
así, dolorífera y maligna, que desasosiega y
aflige al que lo padece, hasta el grado de exponerse
a un remedio peligrosísimo para mitigarle, es incompatible
en la posesión conyugal. Dando que ese
estado permita algunas violentas accesiones de la
fiebre amorosa, los derechos que da el mismo estado,
es natural y aun necesario, que las mitiguen.
Todo el mundo entiende que el estado conyugal
tanto es más feliz, cuanto es mayor el amor de los
consortes. ¿No es quimera que el amor por grande
haga a alguno tan infeliz que busque su curación en
un remedio, que le arriesga la vida?
§. V
8. El suceso de Artemisa pide algo de excursión
histórica. Hubo dos Artemisas, entrambas reinas de
Caria, y entrambas famosas. La primera, por su
insigne valor e igual conducta en las empresas bélicas,
de que dimos alguna noticia en el primer tomo,
discurso XVI, número 35. La segunda, por el tierno
amor que conservó en la viudez a su difunto esposoMausoleo,
y por la fábrica de aquel sumptuoso
sepulcro llamadoMausoleo, que le erigió para inmortalizar
en él la memoria de su amor, y que fue
celebrado como una de las siete maravillas del
mundo.
9. Algunos autores han confundido una Artemisa
con otra, aunque hubo más de un siglo de distancia
entre las dos. Entre ellos podemos contar a Plinio,
que en el libro XXV, capítulo VII, dice que Artemisa,
mujer de Mausolo, dio su nombre a la hierba que
hoy llamamos así, y antes de aquella reina se llamaba
Partenis; lo que no puede ser porque Hipócrates,
que floreció antes de Artemisa, mujer de Mausolo,
hace mención de la hierba Artemisa con este nombre.
Con que si alguna de las dos reinas de Caria dio
su nombre a la hierba, fue sin duda la primera.
También en orden al hecho del salto de Leucadia,
las confunde José Scalígero, y otros que le siguen,
atribuyéndolo a la segunda; lo que sobre no tener
fundamento en algún escritor antiguo, se opone
manifiestamente a lo que todas las historias[415]
unánimemente afirman del fino y constante amor de
aquella reina a su esposo, vivo y muerto, como vamos
a mostrar inmediatamente.
10. El suceso que dio motivo a Artemisa para exponer
su vida en el salto de Leucadia, se refiere de
este modo. Enamorose esta reina, en el estado de
viuda, de un hermoso mancebo llamado Dárdano, el
cual nunca quiso resolverse a corresponderla; por lo
que ella, irritada, sorprendiéndole una vez dormido,
le arrancó los ojos. La satisfacción de su ira no lo
fue de su amor. Arrepintiose luego de su inhumanidad,
y la llama del amor se encendió en su pecho
más furiosa que nunca. Buscó en la consulta de un
oráculo el remedio, y fuela respondido que se precipitase
de la roca de Leucadia. Hízolo, y perdió el
amor, pero juntamente la vida. Véase cómo puede
adaptarse este suceso a la segunda Artemisa, de
quien, concordes los historiadores afirman que dos
años que sobrevivió a su esposo, no hizo más que
gemir su muerte y trabajar en el magnífico monumento
que hemos dicho, para eternizar su memoria;
añadiendo algunos, que no satisfecha con esto su
pasión, habiendo reducido a cenizas el cadáver, dio
pasto a su fineza, tragándoselas poco a poco; extremo
el más singular a que puede llegar un tierno
amor.
11. Sólo puede, pues, atribuirse a la primera Artemisa
el caso del amor de Dárdano con sus funestas
resultas. A la verdad esta aventura, ni en todo desdice,
ni en todo es conforme al carácter de aquella
reina. Es impropia de ella, por lo que tiene de amorosa;
no desdice, por lo que tiene de trágica. Fue
Artemisa princesa de gran espíritu, en extremo osada,
astuta y ambiciosa, guerra ilustre y afortunada,
mujer de cabeza y manos. Dijo, a mi parecer, bien
un crítico moderno de gran nombre, que rarísima
vez mujeres que se dedican a altos cuidados son
trabajadas por la parte del amor. Yo añado que mucho
menos si el genio las conduce a ellos. En efecto,
en orden a esto es fácil notar en las historias una
gran diferencia entre uno y otro sexo. A cada paso
se encuentran en ellas hombres de genio bélico y
político, empeñados en grandes proyectos, muy
activos en la prosecución de designios ambiciosos, y
con todo, de un temperamento muy expuesto a pasiones
amorosas. Al contrario, entre las mujeres
muy rara se encontrará de espíritu sublime y heroico,
que padeciese indignas fragilidades. Aunque la
razón física de esta diferencia no es muy oculta,
¿para qué detenernos ahora en explicarla? Empero
como esta regla admite excepciones, el capítulo del
alto corazón de Artemisa no basta, por sí solo,[416]
para condenar como fabuloso su ciego afecto al
joven Dárdano.
12. Mas al paso que esta fragilidad es algo extraña
en una mujer de aquel espíritu, se debe confesar que
es muy natural una venganza cruel, viéndose despreciada.
Una reina feroz y altiva, ¿de qué rabia, de
qué furor no es capaz contra quien ultraja su vanidad,
desestimando su amor? Así, supuesta su pasión
y la inutilidad de sus diligencias para vencer a Dárdano,
era muy natural la cruel venganza de arrancarle
los ojos. También era natural, ejecutada la venganza,
el arrepentimiento, y envuelta en el mismo
arrepentimiento nueva accesión violentísima de la
amorosa fiebre; de modo que conspirados el dolor y
el amor contra el corazón de la reina infeliz, le despedazasen
míseramente.
13. Es así que hasta aquí vemos un suceso en parte
impropio, en parte natural, en el sujeto de quien se
refiere, mas de ningún modo repugnante; de modo
que si la posibilidad por sí sola bastase para el asenso,
teníamos lo necesario para dar crédito a la historia.
Mas como la crítica, demás de la posibilidad,
debe contemplar la verosimilitud de los hechos y la
fuerza de los testimonios que acreditan su existencia,
por estos dos principios hemos de decidir la
cuestión.
14. Digo, pues, que el suceso, comprendidas todas
sus circunstancias, es poco o nada verosímil, y más
parece aventura de novela que de historia. Ya hemos
visto que desdice mucho del espíritu de aquella
reina haberse dejado dominar despóticamente de
una pasión indigna. La constante resistencia de Dárdano
está muy cerca de totalmente increíble. Doy
que para él no tuviese atractivo el amor de una reina
victoriosa y feliz. Doy que las lágrimas, los ruegos,
las promesas, las dádivas no tuviesen fuerza para
vencerle aunque ésta ya es demasiada virtud para un
gentil. Pero ¿cómo es creíble que resistiese a las
amenazas, las cuales, sin duda, precedieron a la
sangrienta ejecución? ¿Tan poco estimaría o su vida
o sus ojos? Últimamente, la resolución, y mucho
más la acción de precipitarse, aunque fuese dictado
por un oráculo, halla una resistencia tan fuerte de la
naturaleza, que de nadie debe creerse sin gravísimo
fundamento.
15. Pero ¿qué fundamento hay para creer un complejo
de circunstancias tan irregulares y extraordinarias?
El más débil del mundo. Toda esta historia
estriba únicamente en la fe de un autor, y autor poco
conocido, pues no han quedado de él más escritos,
que unos pequeños retazos que insertó el patriarca
Focio en suBiblioteca, en uno de los cuales se contiene
la historia de que tratamos. Llamábase éstePtolomeo[
417]de Efestion, esto es,hijo de Efestion.
Todos los que escribieron tan raro suceso, de éste lo
trasladaron, porque a éste únicamente citan. Un
autor solo, aun cuando se hallase muy calificado,
sería corto fiador para asunto tan difícil. ¿Qué diremos
de un autor oscuro? Suidas hace memoria de él
y dice que vivió en los tiempos de Trajano y Adriano,
esto es, seiscientos años, poco más o menos,
después de Artemisa. Añádese esta circunstancia
para prueba de la poca fe que merece en sucesos tan
anteriores a él.
§. VI
16. El cuarto fundamento que tenemos para condenar
como apócrifo lo que se dice del salto de Leucadia
es la mezcla que esta narración tiene con las
fábulas y quimeras del gentilismo. El mismo Ptolomeo
de Efestion refiere, como ahora diremos, el
principio por donde se supo que la roca de Leucadia
tenía virtud curativa del amor. Luego que Venus
supo la muerte de su querido Adonis, puso todo su
cuidado en buscar el cadáver, pensando lograr un
gran consuelo en el desahogo de bañarle con sus
lágrimas. Hallole en un templo de la isla de Chipre,
pero la vista del cadáver, bien lejos de aliviarla,
avivó más su amor, y por consiguiente, su dolor. En
esta aflicción se le propuso el expediente de consultar
a Apolo como dios de la medicina. Éste, conduciéndola
a la eminencia del promontorio de Leucadia,
la aseguró que como se precipitase de ella, convalecería
perfectamente de su dolencia. Obedeció la
diosa y logró la sanidad deseada. Admirada de tan
prodigioso efecto, le preguntó a Apolo de dónde
sabía que aquella roca tenía virtud tan peregrina. A
lo que Apolo la respondió que el primero que la
había experimentado y descubierto era Júpiter, el
cual, fatigado de la extremada pasión que tenía por
Juno, y buscando remedio para ella, el único que
había encontrado era sentarse sobre la cumbre de
aquella roca. ¡Qué extravagancias por tantos caminos
ridículas!
§. VII
17. Finalmente, me parece no debo omitir que
aunque la tragedia de la docta Safo que es una de las
amantes infelices a quienes se atribuye el salto de
Leucadia, se halla repetida en tantos libros, todos
los autores que la refieren, a lo que he podido colegir,
bebieron esta noticia en Menandro. Y ¿quién
fue Menandro? Un poeta cómico ateniense. Dicho
que fue poeta, está entendido qué grado de fe merece.
Que la insigne poetisa Safo fue de un temperamento
extremamente amoroso; que se hizo tan infame
por su vida impúdica, como famosa por su
delicado ingenio; que fue amante y un tiempo amada
de[418] Faon; que éste, después fastidiado de
ella, se ausentó de Lesbos de donde eran naturales
uno y otro, a Sicilia, por no perder sus importunidades;
que ella, impelida del impuro fuego en que
ardía, le siguió a Sicilia, pero sólo para experimentar
nuevos desdenes; todo esto se lee en varios autores
antiguos. Pero que agitada siempre del amatorio
furor, se resolviese a buscar remedio a él, precipitándose
de la eminencia del promontorio de Leucadia,
sólo se halla en una comedia de Menandro, de
que conservó Estrabón un fragmento, donde se lee
esta aventura.
18. Paréceme que lo que hemos razonado sobre el
asunto prueba suficientemente, que es harto dudoso
lo que refieren los autores antiguos y modernos del
salto de Leucadia; y que monsieur Hardion tuvo
poco o ningún motivo para dar por constantes aquellos
hechos.
§. VIII
19. Tratada la cuestión del salto de Leucadia en
cuanto a lo histórico, resta en la misma materia otra
cuestión que es puramente filosófica. Ésta es, si en
caso de haberse practicado aquel salto por algunos
amantes que tuviesen la felicidad de salvar la vida,
tendrían también la dicha de curarse del amor. Los
que asienten a la verdad de aquellos hechos, dan
también por decidida esta cuestión segunda, porque
la historia de ellos incluye uno y otro; esto es que
hubo varios amantes que buscaron aquel remedio, y
que los que quedaron vivos le experimentaron eficaz;
mas a lo segundo parece que asienten debajo
del supuesto de que la curación no fue natural, sino
obrada por el demonio para autorizar y promover el
culto de la mentida deidad de Apolo, que se veneraba
en el templo inmediato a la roca, y a quien procuraban
antes propiciar con ruegos y sacrificios los
que se resolvían a la experiencia de tan violento
remedio. Pero yo afirmo, que supuesto salvarse la
vida en el salto, era natural la curación, y no sería
menester intervención alguna del demonio para que
el remedio fuese eficaz.
20. Para prueba de esta aserción, revóquese a la
memoria lo que hemos escrito en los párrafos 9 y 10
de este discurso sobre losRemedios del amor. La
doctrina que dimos en aquella parte es la propia para
explicar el fenómeno moral de que tratamos ahora.
Pongamos que fuese verdadero el caso de Safo en
cuanto a precipitarse de la roca Leucadiana, y añadamos
la suposición de que sobreviviese al riesgo.
¿Qué sucedería después, cuando le viniese su adorado
Faon a la memoria? Que infaliblemente vendría
con él el recuerdo del salto de Leucadia, porque
estos dos objetos, en virtud de lo precedido,
había[419] contraído cierta liga mental o conexión
objetiva, de modo que al presentarse el primero a la
imaginación, era necesario presentarse el segundo.
Y ¿qué efecto haría la presencia del segundo? Borrar
enteramente o impedir la impresión que era
capaz de producir la del primero, agitando con impulso
opuesto las fibras del cerebro. Aun cuando
hubiese lugar a que el recuerdo de Faon excitase
algún movimiento de ternura, al punto el recuerdo
del salto terrible excitaría otro de horror y de espanto,
y éste destruiría aquél como una onda rompe el
ímpetu de otra onda. La grandeza del peligro en que
se había visto haría, al tiempo de recordarle, una
impresión tan viva en la imaginación de Safo como
si de nuevo se hallase en la punta de la roca, en el
movimiento de arrojarse al piélago. Al que ha pasado
por algún riesgo de muy enorme magnitud, suele
la imaginación, al hacer memoria de él, representarle,
no como pasado sino como existente. ¡Cuántas
veces al que se libró del naufragio a fuerza de brazos,
se le representa que aún está actualmente lidiando
con las ondas! Por la profunda sigilación que
hizo el peligro en el cerebro, la viveza de la imagen
es tal, que al volver los ojos a ella, a pesar de la
contraria persuasión del entendimiento, se figura
tener presente el original. De aquí es natural originarse
una conmoción tumultuante en el cerebro y
corazón, poderosa para disipar otro cualquier afecto.
§. IX
21. Esta es la doctrina que hemos dado en los párrafos
citados y que tiene su natural aplicación al
caso del salto de Leucadia, en orden a que fuese
remedio del amor. Pero reflexionando más la materia,
hallo que en algunos sujetos, no sólo por el medio
señalado podría serlo, mas también por otro y
acaso más eficaz.
22. Cualquier objeto que haga una muy grande y
muy viva impresión en el ánimo de horror, de espanto,
de miedo, es capaz de inducir alguna nueva
disposición habitual y constante en el sujeto, en
virtud de la cual se mude también habitual y constantemente
su índole, inclinación o genio. Esta nueva
disposición puede ser respectiva al temperamento,
consista éste en lo que quisiere, o sólo a la constitución
del cerebro; y de cualquiera de los dos modos
que sea, puede causar una gran mutación en la
vida mortal. Del primer modo, por la famosa máxima:
Mores sequuntur temperamentum. Del segundo
modo, porque variada la textura y constitución del
cerebro, ya no hacen en él la misma impresión que
antes los objetos.[420]
23. De una y otra mutación por la causa dicha, hay
bastantes ejemplos. En las historias leemos de algunos
sujetos, que por un gran susto se encanecieron
enteramente en el espacio de una noche; lo que no
pudo ser sin una notable alteración en el temperamento.
Asimismo se sabe de muchos, que por haber
padecido algún gran terror, quedaron el resto de su
vida, o totalmente o medio fatuos, lo que arguye una
insigne variedad en la constitución del cerebro.
24. Acaso estos dos principios vendrán a coincidir
en uno mismo, pues por la gran dependencia que
toda la máquina animada tiene del cerebro, cualquier
gran alteración de esta parte príncipe ocasionará
otras en varias partes de este todo. Y sin duda
que la inmediata acción del objeto terrífico sólo se
ejerce en el cerebro, y sólo mediante ésta, puede
extenderse influjo al corazón o a otras partes. Bástanos,
pues, para el asunto, explicar cómo aquella
operación por sí sola puede inducir una mutación
considerable en inclinaciones, pasiones o afectos.
25. Un objeto muy terrífico es preciso que haga
una grande y violenta impresión en el cerebro. Es
fácil entender que esta impresión sea a veces tan
fuerte, que induzca alguna alteración permanente en
esta entraña, o varíe algo en su constitución nativa,
o ya rompiendo algunas fibras, o laxándolas, o corrugándolas,
o inmutando de varias maneras la textura
de la substancia medular, etc. Como cuando
una parte exterior del cuerpo recibe un golpe, si el
golpe es pequeño, aunque padece algún desorden la
parte, fácilmente se enmienda, y por sí misma recobra
su natural constitución; mas si el golpe o la
herida es grande, resulta en la estructura de la parte
algún desorden o vicio permanente; lo mismo debemos
concebir que sucede en aquellas conmociones,
que recibe el cerebro por la acción de los objetos.
Si la conmoción es leve, sólo causa una alteración
transitoria, pero puede ser la conmoción tan
grande, que de ella resulte alguna inversión habitual
y permanente.
26. Supuesta esta nueva y preternatural disposición
del cerebro, también es fácil de entender cómo de
ella puede resultar alguna habitual mudanza en las
pasiones o afectos del sujeto. Ya algunos objetos no
harán en él la misma impresión que antes hacían;
porque variada la disposición del paso, aunque el
agente sea el mismo, suele no obrar en él el mismo
efecto; y alterada la constitución del[421] móvil, no
producir en él la causa motriz el mismo movimiento.
Así, puede desplacerle lo que antes le placía,
atemorizarle lo que antes no le atemorizaba, etc., y
quedar de este modo en una variación permanente,
en orden a algunas cosas, la índole o genio del sujeto.
27. Un caso que ahora me ocurre, será oportuno
para persuadir a los lectores menos perspicaces la
verdad de la filosofía que acabamos de proponer.
Estando el año de 1675 resueltos a batirse por la
parte del Rin los dos ejércitos imperial y francés,
aquél mandado por el general Montecuculi, y éste
por el famoso mariscal de Turena, fue el de Turena
acompañado de monsieur de San Hilario, teniente
general de la artillería, a reconocer una altura donde
quería colocar una batería. Estando en ella, llegó el
momento fatal de aquel gran héroe. Una bala de
artillería, disparada del campo enemigo, llevando
primero un brazo a monsieur de San Hilario, dio en
el estómago del mariscal de Turena, y acabó con su
gloriosa vida. Larrey, que refiere este suceso, advierte
juntamente como cosa muy notable, una gran
mudanza que aquella fatalidad produjo en el genio
de monsieur de San Hilario. Era este oficial de genio
feroz y cruel, como lo había manifestado en las
ocasiones que habían ocurrido. Pero desde aquel
momento en adelante (porque tuvo la dicha de curarse
y vivir después mucho tiempo) mostró siempre
una índole mansa y apacible. ¿Quién produjo en él
esta mudanza? Aquel objeto terrible; la impensada,
digo, y repentina muerte de Turena. Una circunstancia
que añade el mismo historiador, muestra que no
el dolor de la pérdida del brazo propio, sino la fatalidad
del general, hizo en su cerebro aquella gran
impresión, que era menester para mudar su genio.
Estaba con el de San Hilario un hijo suyo, al cual
viendo el padre llorar por el destrozo del brazo, con
ánimo verdaderamente heroico, aunque al mismo
tiempo altamente condolido, le dijo: «No llores por
mí, hijo mío; llora la muerte de este gran hombre,
cuya pérdida no podrá jamás repararse». Un héroe
ilustre con tantas victorias, impensada y repentinamente
destrozado a sus ojos con el impulso violento
de una bala de artillería, fue un objeto sumamente
terrible y espantoso para aquel oficial. Era una tragedia
grande para la que no estaba preparado en
alguna manera el ánimo. Así, incurriendo de golpe
en el cerebro, era natural conmoverle extraordinariamente,
y mediante la conmoción alterar su textura;
de modo que ya en adelante algunos objetos no
hiciesen las mismas impresiones ni ocasionasen las
mismas ideas. De aquí el no lisonjearle al de San
Hilario, después[422] del trágico suceso, la venganza
feroz y despiadada, en que antes se complacía.
Acaso en otras muchas cosas se mudaría su ingenio
y padecería mudanza en otros afectos, aunque el
autor que citamos u otro alguno no lo hayan notado.
28. Si alguno quisiere filosofar de otro modo sobre
este y otros fenómenos semejantes, por mí tiene
libre el campo, pues como se me salve la máxima de
que los objetos terribles y espantosos tienen eficacia
para transmutar algunas pasiones o afectos, tengo lo
que he menester para mi intento, hágase dicha
transmutación de esta o aquella manera.
29. Así concluyo que el salto de Leucadia pudo
curar a los amantes infelices de los dos modos dichos.
Confieso que no todos se curarían del segundo
modo; pero en los que la lograsen, sería la curación
radical y más segura.
10.
In cap. 2. Genes.
11.
Libro XXVIII, capítulo III.
12.
I. Fast.
13.
Libro XVIII. capítulo III.
14.
Libro I, Elog. 8.
15.
Libro I. de Bell. Civil.
16.
Georgic. libro I.
17.
Capítulo IV.
18.
In Proverb. capítulo XXIV.
19.
Libro I, ad Publ. Silvin. in Praefar.
20.
Libro 5, Paralicratici, capítulo II.
21.
Libro I, Georg.
22.
Libro I, capítulo III.
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08/11/2007
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